Autor/aCelso Gonzaga Porto

Celso Gonzaga Porto nació en Arroio dos Ratos. Tiene formación en Ingeniería Operacional de Producción con posgrado en Diseño Industrial, especialización en Diseño de Producto y es profesor de enseñanza técnica industrial. Es autor de cinco libros en solitario y ha participado en 27 antologías. Ha recibido varios premios en el ámbito de la literatura. Es miembro de las siguientes academias: Academia de Letras de Teófilo Otoni, Academia de Letras de Brasil - Sección RS y Academia Luso-Brasileña de Letras de RS. Es socio efectivo de la Sociedad Partenón Literario.

La curiosidad y el aprendizaje

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Celso Gonzaga Porto

Traducido al español por José Manuel Lusilla

El padre entra en el cuarto y se da cuenta de que su hijo, a pesar de tener un libro abierto sobre la mesa de estudios, tiene la mirada perdida en la distancia. La observación es obvia:

— "De nada sirve tener el libro abierto y la mente perdida en los juegos."

— "Estoy justamente reflexionando sobre lo que estoy estudiando. Es la Biblia. Estoy investigando para un trabajo de las clases de Religión."

— "Pues bien. Entonces continúa el estudio. No quiero molestar. Si puedo ayudar..."

— "Papá. Tú y mamá asisten a la iglesia desde hace años. Participan en todas las actividades, incluso en las reuniones quincenales donde las parejas se reúnen para el estudio de la Biblia, ¿verdad?"

— "Correcto. Tu madre y yo llevamos casi diez años participando en estos estudios."

— "Entonces ayúdame a entender una cosa. La Biblia dice que el origen de la humanidad está en la primera pareja que Dios hizo, creando al hombre de un muñeco de barro y a la mujer de una costilla del hombre, ¿verdad?"

— "Correcto. La humanidad surge de Adán y Eva. ¿Tienes alguna duda?"

— "Pues bien, papá. Aquí dice que Adán y Eva tuvieron dos hijos varones. Para que surgieran más seres a partir de ellos, una de dos cosas tuvo que suceder: o los hijos tuvieron relaciones con la madre o uno de los dos era hermafrodita."

— "Bueno... hay cosas un poco complicadas..."

— "Hay otra complicación aún mayor. No solo la religión, como es el caso de la nuestra, sino también la ciencia, condenan la relación entre hermanos y, peor aún, entre hijo y madre."

— "Bueno... es... es... es..."

— "El padre de un amiguito me explicó el otro día que, en realidad, la Biblia no lo dice, pero Adán y Eva tuvieron otros hijos, incluso mujeres. Pero el problema continúa. Si en el origen hubiera sido normal la relación entre hermanos, no habría razón para prohibirla más tarde. Otro amiguito dijo que, según su padre, habría otra comunidad de personas en un lugar cercano donde vivía la familia de Adán y fueron esas dos comunidades las que se unieron, dando origen a la humanidad. Lo que mi amiguito no supo responderme fue cuando le planteé la cuestión de que, si había otra comunidad, el origen no podría atribuirse solo a Adán y Eva. ¿Qué explicación tendrías para esto?"

— "Bueno... creo que es necesario investigar un poco más."

— "Mira, papá, hay otros detalles que me están haciendo pensar. Hay un pasaje aquí en el que Jesús le dice a Tomás: «Felices los que creen y no ven». Eso tampoco me parece real que haya sucedido."

— "¿Por qué?"

— "Porque Jesús, según se cuenta, era un ser bastante evolucionado para la época. Ya debería saber entonces lo que sabemos hoy, que la duda es lo que impulsa el conocimiento y la evolución. Pienso que él jamás dejaría para la historia una frase que contradice este principio elemental, aún más previendo que la humanidad se basaría más tarde en sus palabras y sus conceptos. ¿Qué te parece?"

— "Bueno... creo que necesito estudiar mejor la Biblia."

— "Claro, papá. En realidad, nadie estudia la Biblia. Las personas memorizan el contenido escrito en ella y lo asimilan como verdades porque tienen miedo de cuestionar y ser condenados. Las religiones asustan para eso. En realidad, para estudiar algo literalmente, es necesario ir poniendo en duda las cosas que se nos presentan, intentando siempre buscar una explicación lógica. ¿Qué te parece si en la conclusión de mi trabajo presentara el contenido de esta conversación nuestra?"

— "No te lo aconsejo, hijo."

— "¿Por qué, papá?"

— "Seguramente tu nota sería cero."

Una fuente de refresco

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Celso Gonzaga Porto

Traducido al español por José Manuel Lusilla
De los recuerdos de mi infancia, me viene a la mente la historia de una antigua fuente. Estaba en la confluencia de las avenidas João Pessoa y Azenha, junto a una estatua de Bento Gonçalves, uno de los héroes de la Revolución Farroupilha, cuyo monumento fue inaugurado el 15 de enero de 1936 y colocado allí, en la Plaza Piratini, en 1941. En la década de los cincuenta, esa fuente se iluminaba por completo por la noche. Los focos instalados en el contorno interno de su estructura, dirigidos en ángulo a las boquillas que hacían brotar el agua, daban la impresión de que el agua salía en chorros de colores. El escenario es un ambiente característico del barrio de Azenha, en la ciudad de Porto Alegre, en Rio Grande do Sul. Y por allí circulaban los antiguos tranvías, transporte eléctrico sobre rieles cuya extinción se produjo el 8 de marzo de 1970 para dar paso al transporte en autobús, administrado por la Compañía Carris Porto Alegrense, la misma que administraba el servicio de tranvías desde 1872, siendo el 10 de marzo de 1908 la fecha del primer tranvía eléctrico que circuló por la ciudad. Pero volviendo a los recuerdos, me veo caminando con mis padres en el tranvía Teresópolis, cuya línea pasaba por aquella fuente. Fueron varias las veces que circulamos por allí por la noche. En mi fantasía infantil, me quedó la idea de que de esa fuente brotaba un refresco. Se lo comenté a mi padre y él intentó explicarme que no era eso lo que sucedía, diciéndome paso a paso cómo se producía aquel efecto.
No tuvo mucho éxito en su intento. En mi mente fantasiosa, se formó el sentimiento de estar siendo engañado. Probablemente, por no querer bajar del tranvía para poder saborear ese refresco. Como había varios colores, podría haber muchos sabores diferentes allí; quién sabe, limón, naranja, fresa o incluso algún sabor nuevo aún desconocido.
Los años pasaron y con ellos, la desilusión de mi fuente de refresco. La madurez me mostró que mi padre tenía razón. El agua mantenía sus características innatas de ser incolora, inodora e insípida. Todo el efecto no era más que luces artificiales proyectadas sobre los chorros de agua que brotaban de boquillas estratégicamente posicionadas de manera artística con el propósito de formar una ilusión óptica propicia para la fantasía de un niño. Nunca logré pasar caminando cerca de la fuente, pero una cosa me acompañó a lo largo del tiempo. La certeza de que, si pasara cerca, sin duda intentaría burlar la atención de los adultos y, con las manos ahuecadas, tomar un poco de esa agua que me permitiera un trago o un enjuague, para asegurarme de que aquello, realmente, no era refresco.

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