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La muerte de la abuela

L

Silvia C.S.P. Martinson

TRADUCIDA AL ESPAÑOL POR PEDRO RIVERA JARO

Ella murió.

No dejó ninguna herencia importante, sólo escribió una carta a su único y querido nieto.

Vivió cada día con intensidad, con alegría. Con la alegría de quien recibe el don de la vida.
Sufría achaques y dolores como cualquier anciano que, con el paso de los años y el desgaste natural del cuerpo, los tiene.

Tuvo algunos amigos que también conservó hasta el final de sus días. Los que se fueron por razones de la vida lo hicieron en silencio.

Algunos dejaron recuerdos amargos, que ella, sensatamente, arropó en un rincón de su memoria, en el lugar destinado a las cosas perdidas.

Y así, día a día, semana a semana, pasaron meses y años sin que ella se diera cuenta de la historia registrada en la eternidad que poco a poco iba escribiendo.

Y ahora, al final, le dejó a su nieto la versión no contada de su largo viaje en una carta dirigida sólo a él, que empezaba así:

Querido nieto.
Te quiero por encima de todo. Fuiste y eres el recuerdo más entrañable que llevo conmigo.
Mi fin se acerca. Lo siento.
Fui alegre, fui feliz.
He amado y he sido amada.
Y ahora te contaré lo que pasó en mi largo camino.
Yo .......

Su mano cayó, la pluma resbaló, la sonrisa se desvaneció gradualmente de sus labios, sus brazos cayeron a lo largo de su cuerpo, sus ojos se cerraron suavemente.

No terminó la carta.

Inmersa en sus sueños y recuerdos, se quedó dormida para siempre.

 

El mismo

E

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Otro verano, dirían todos.

Así comienza nuestra historia.

Sin embargo, tuvo lugar hace casi 50 años.

Sí, era verano. Un verano como cualquier otro.
Diferentes eran entonces los caminos y las situaciones que conducían a un merecido descanso tras un año de duro trabajo.

Mis padres trabajaban duro para mantener la casa que habían comprado con sacrificio y muchos ahorros. También trabajaron duro para proporcionar comodidad y una mejor educación a sus dos hijas. En otras palabras, a mi hermana y a mí.

Teníamos una vida modesta, pero estábamos rodeados de mucha cultura.

La música clásica impregnaba nuestros días, llenando la casa de sonido y belleza.

La lectura de buenos libros, de buenos autores era una constante en mi casa. Mi madre era una lectora insaciable.

De niños nos parecía algo aburrido, pero con los años nos dimos cuenta de lo mucho que nos ayudaba, tanto en nuestra vida profesional como en nuestras relaciones personales e interpersonales.

Y así pasaban los días y las niñas crecíamos, aprendíamos y también éramos corregidas, a veces duramente, cuando era necesario.

Los inviernos en mi pueblo en aquella época eran duros. Nos asolaba el frío con fuertes heladas, mucha lluvia y humedad.

Mi madre tenía un fogón de leña que mantenía encendido día y noche y con la que nos preparaba deliciosas comidas y proporcionaba a toda la casa un calor realmente acogedor.

De todos modos, así pasábamos los días de invierno, siempre a la espera de la llegada de la primavera, que por consiguiente era el presagio de un verano feliz y muy caluroso. Y esta expectativa se renovaba cada año.

Era la época que esperábamos con impaciencia, porque cada año mis padres alquilaban una casa diferente, siempre en la playa, en cualquier estación balnearia que encontraban, dentro de sus posibilidades económicas.

Recuerdo que uno de esos años alquilaron, según un anuncio del periódico dominical, una casa en la estación balnearia de Cidreira, en Rio Grande do Sul (Brasil).

Cuando llegamos allí, mis padres se quedaron muy sorprendidos. La casa estaba situada al final de un terreno un poco alejado del mar y, para nuestro descontento, era casi un cobertizo, es decir, un gran salón donde estaban alineados todos los muebles de una casa.

El salón, los dormitorios y la cocina estaban en una secuencia normal. El cuarto de baño, situado en el patio trasero, era primitivo y sólo mejoró de aspecto gracias a las labores de higienización llevadas a cabo por mi madre y mi padre. Ambos eran extremadamente meticulosos.

La casa estaba a gran altura del suelo. Había un enorme hueco entre el suelo de madera y el suelo arenoso del patio.

Después de comer nos echábamos la siesta debajo de la casa. Allí, mi padre había colocado unas tablas sobre las que nos tumbábamos a dormir.

Yo miraba al cielo para ver en las nubes figuras que había creado en mi imaginación, como animales, monstruos, hadas, duendes y montañas que formaban parte de este mundo.

Y así, poco a poco, me quedaba dormida.
Para nosotros, los niños, aquel verano fue una experiencia inolvidable.

Hasta el día de hoy lo recuerdo todo como si estuviera allí, ahora, en este mismo momento.

 

El caracol

E

Carlos Boné Riquelme

 
La baba va dejando un rastro húmedo, mientras el caracol, con sus cachitos definitivamente al sol, se va arrastrando lentamente en dirección a ninguna parte. Pero se mueve. Y deja huella. Y ocupa un lugar en el espacio y el tiempo.
 
Pero en eso, llega un enorme zapato que lo pisa convirtiéndolo en un amasijo de trozos indefinidos de caparazón, con una sustancia transparente que unos segundos antes tenía vida.
 
Aún el amasijo ocupa un lugar en el espacio y en el tiempo, pero ya no es importante, pues en pocos minutos se hallará cubierto de hormigas diminutas que usaran cada fragmento del caracol, para su propia subsistencia. Lo que fue, ya fue. Y se fue para hundirse en un pasado sin retorno.
 
Muchas veces he observado atentamente el progreso de un caracol, o el salto de un sapo. O quizás el reflejo de una hoja deslizándose sobre la superficie de un río hasta perderse en la lejanía de las aguas convulsas.
 
Cuántas veces me he quedado extasiado mirando el reflejo de mi propia imagen en un cristal, para solo poder definir el misterio de la desaparición de mi imagen en la medida que la luz se desvanece. Y el resultado es siempre el mismo. De asombro. ¿Cómo puede ser que lo que estuvo ya no esté? Y claro que entiendo el efecto gravitacional de la tierra y el sol, y porqué los cambios de luz se suceden periódicamente, pero es que es sorprendente.
 
Ver algo que de a poco de desintegra, y por más esfuerzo que tú hagas, de todas maneras, se desvanece para quizás volver a aparecer horas después con las primeras luces del sol. Pero ya no será la misma imagen. Parecida, quizás. Pero no la misma, aunque uno quiera engañarse y decir, “si es igualita”, pero no lo es.
 
Al mirar atentamente, veras quizás una arruguita más, que no quieres reconocer y la llamaras, “marcas de expresión”. Guevadas. Son arrugas. Y quizás las bolsas bajo los ojos se marcarán un poco más. Y si eres observador podrás ver que al igual que el caracol, te vas desintegrando de a poco; te vas despareciendo, al igual que hoja en el torrente líquido.
 
Cuántas veces me senté a la orilla de la desembocadura del rio Bio-Bio para mirar las olas quebrarse en chasquidos de dedos blancos, que por un momento se elevan para luego caer y no volver, pues el que vuelve, es otro y diferente.
 
Esos pequeños cambios que se dan tan rápidos, como relámpagos de pensamiento, me hacen cavilar sobre lo pasajero de todo lo que hacemos y pensamos que logramos. Así como el arrastrarse de un caracol; el salto del sapo; el deslizarse de las nubes en el cielo; la conversación de café; el cómo me dices, “te amo”; el sonido de la lluvia; el apretón de manos; cada acción, y cada reacción tiene su paralelo en el universo hasta cambiar y desaparecer por completo, al igual que un eco.
 
Han sido incontables oportunidades en que me he quedado extasiado por horas mirando la calle con su actividad de carros, personas, animales, sonidos reverberando en el espacio y el tiempo. Y de apoco todo se apaga, y queda silencioso. La gente se va. Los carros detienen sus motores dejando los últimos gases elevarse y desaparecer en la nada. Lo gritos y voces callan. Y todos nos olvidamos de ese momento único que vivimos por unas horas; y en cada segundo; en cada minuto; ese momento se va para no volver nunca más…

Urgente, urgente.. Plan CP SN

U

 Álvaro de Almeida Leão

Traducido al español por José Manuel Lusilla

Torneo de aficionados de fútbol entre barrios de Porto Alegre (Brasil). Evento oficial del calendario deportivo de la ciudad. El equipo del Menino Deus está intentando el tricampeonato y el del Caminho do Meio juega su primera final. Árbitros y jueces de línea acreditados por la Federación Ciudadana de Fútbol. Buena asistencia de público entusiasta y participativo.

El Menino Deus juega por el empate, al Caminho do Meio solo le interesa la victoria. El Menino Deus es el equipo más acreditado del torneo, cuenta con el máximo goleador del campeonato, la mejor defensa y el portero menos goleado. Está entrenado por el profesor Aldo Leão y su fiel escudero, el asistente técnico Rafael. El Caminho do Meio se clasificó en su grupo por ser el equipo menos malo. Sus únicos destacados son el portero Carlos Augusto y Richard, un mediocampista con buen regate.

Richard es el capitán del Caminho do Meio y su líder; remata poco, pero cuando lo hace, casi siempre marca. En el partido anterior, su actuación fue decisiva, anotó el gol de la clasificación. En cuanto a los jugadores del Menino Deus, son tan iguales en el manejo del balón que no hay unos mejores que otros. Es un equipo cohesionado y solidario.

Pero, un partido de fútbol es un partido de fútbol, no siempre gana el mejor. Precavido, el profesor Aldo ideó tres planes: el A, el B y el C P, S N, este último solo si es estrictamente imprescindible. Como en caso de vida o muerte. El plan C P, S N solo lo conocen el profesor Aldo, los dos zagueros y el portero del Menino Deus. Después de cada entrenamiento, estos cuatro permanecen en el campo para entrenamientos específicos del plan C P, S N.

En la charla inicial del profesor Aldo, el plan A: jugar en serio, respetar al adversario. Hasta ahora, no hemos ganado nada. Y todo depende de nosotros. Rumbo al título.

Al final del primer tiempo, cero a cero, gracias a la excepcional actuación del portero del Caminho do Meio, Carlos Augusto, que paró todo. Al Menino Deus le faltó competencia. Inconcebible, realmente inconcebible, tantos tiros a gol sin convertir.

En el descanso para el segundo tiempo, en el vestuario del Menino Deus, el plan B: jugar con aún más dedicación. Mejorar y mucho la puntería en las finalizaciones. Defensa con atención redoblada. Y, si nada de esto funciona, jugar según el reglamento.

Reiniciado el partido, el Menino Deus está más precavido de lo deseado. El equipo actúa más en defensa. Con esto, el Caminho do Meio está creciendo en el juego de manera natural.

Las palabras del profesor Aldo: jugar según el reglamento, resultaron en el entendimiento de más o menos, jugar por el empate, es decir, a la defensiva.

Treinta minutos del segundo tiempo y aún cero a cero. A estas alturas, un gol del Caminho do Meio sería un desastre. Señal roja. El peligro acecha al Menino Deus. Entonces el profesor Aldo decide sustituir a un delantero por un mediocampista y pide que este avise a sus dos zagueros y al portero que pongan urgente, urgente el plan C P, S N.

Conscientes del mensaje, los zagueros se colocan uno a cada lado del área pequeña, mientras el portero, un poco detrás, atento y concentrado, deseando que el partido termine pronto como está, pues el empate lo favorece.

¿Y Richard? Ah, Richard está jugando bien. Faltando solo cinco minutos para el final del juego, él, al pasar por todo el mediocampo adversario, dribla a uno de los zagueros y luego al portero, y cuando estaba a punto de disparar a gol, el otro zaguero del Menino Deus, al sentir el peligro, le da una patada a las piernas de Richard, levantándolo con todo y balón, impidiendo que concluya la jugada, que seguramente resultaría en gol. El zaguero sale peor parado, tropieza y cae, con su tórax sobre el balón. Protección de cuello y demás cuidados hasta que pueda ser retirado.

Decidido, el árbitro marca el penalti y espera a que el zaguero se recupere para expulsarlo del juego.

Mientras tanto, Richard no se ofrece para tirar el penalti, pues tiene un trauma con las ejecuciones de penaltis. En un equipo anterior, falló tres penaltis en dos partidos seguidos. En el último, al igual que ahora, era hacer el gol y optar por ganar el campeonato.

Los equipos del Caminho do Meio y del Menino Deus se acobardan, por distintos motivos: Menino Deus con miedo de perder el campeonato y el Caminho do Meio, de ganarlo. ¿Cómo así? Se justifican, por ser equipos amateurs.

Richard, molesto, ve que sus jugadores se alejan cada vez más unos de otros. Piensa que es porque, si estuvieran cerca, tratarían el tema del penalti. Y es todo lo que posiblemente no quieren.

Una coincidencia que nadie se creyó: los dos jugadores del Caminho do Meio que siempre son los encargados de tirar penaltis se desploman en el césped. Uno sintiendo una antigua lesión en el muslo y el otro con molestias en la rodilla. Actitudes entendidas por Róger, técnico del Caminho do Meio, y por el capitán Richard. Entonces, solo queda solicitar un voluntario para la ejecución del penalti.

El lateral izquierdo del Caminho do Meio, conocido como Trapalhão, no necesita explicar la razón del apodo: es su peor jugador, con diferencia. Juega porque no hay otro en la posición. Rápidamente razona: al ofrecerse para tirar el penalti y convertirlo, será considerado un héroe. Todo su pasado como pésimo jugador será olvidado. Así convencido, se ofrece para tirar el penalti.

-No, no, cualquiera menos él. ¿Qué hacer? Solo queda rezar y rezar.

Trapalhão se dirigía hacia el punto de penalti, cuando los hinchas del Caminho do Meio, en la alambrada, se alternan en manifestaciones de su descontento ante la desastrosa decisión de Trapalhão de ofrecerse para cobrar el penalti:

-Pô, Trapalhão, date cuenta. Pide que te llamen por teléfono y vete de aquí.

Un amigo avisa:

-si fallas el penalti, te castro y hago la fiesta de los perros.

-Sabía que eras torpe, pero ahora loco, eso es nuevo para mí.

-Trapalhão, Trapalhão, mira aquí: estoy en régimen semiabierto; para mí matar a uno más o a uno menos da igual. Falla el penalti y verás lo que te pasará.

-Oh, Trapalhão, hijo de tu madre, saldrás de aquí hoy en brazos de la multitud, de un modo u otro. Si haces el gol, serás consagrado. Si fallas, saldrás en un ataúd de madera.

Ante tantas "amabilidades", Trapalhão fue invadido por una fuerte necesidad de orinar. Solo tuvo tiempo de agacharse, fingiendo que iba a atarse los cordones de las botas, y a duras penas contenerse para dejar fluir la orina, solo la orina, nada más que la orina. No fue fácil solo orinar, pero al fin lo logró. Al volver a caminar, sacudió las piernas, de una en una, para que el resto de la orina se escurriera. Las botas empapadas hicieron que sus pies, mojados, se movieran dentro de ellas, produciendo los conocidos sonidos: ploft...ploft...ploft.

Avergonzado y humillado bajo todos los aspectos, Trapalhão dialoga con Richard.

-Capitán, desisto de tirar el penalti. Encuentra a otro. Estoy sin condiciones morales y psicológicas. Por favor, ahórrame más vergüenzas.

-Tuviste el coraje de ofrecerte para tirarlo. Ahora lo tirarás, por las buenas o por las malas, dijo Richard.

-Entonces lo patearé con el pie que no es el bueno, el derecho, intentando engañar al portero, espetó Trapalhão

-Haz como creas mejor. –concluyó Richard- Mientras lo conviertas, está bien.

Estos diálogos, aunque en voz baja, fueron captados por jugadores del Menino Deus que estaban cerca. Entonces, uno de ellos le dijo al portero que Trapalhão iba a tirar el penalti con el pie derecho.

Finalmente, el árbitro autorizó la ejecución.

Trapalhão, que nunca había tirado un penalti en su vida, muy nervioso y aún más angustiado por la fuerte necesidad de orinar que volvió con más fuerza, no calculó correctamente la distancia para posicionarse y, al correr para ejecutar el penalti, su última zancada fue insuficiente para llegar junto a la pelota en condiciones ideales.

En ese momento, desequilibrado, solo pudo darle un leve toque con la punta del pie, sin fuerza alguna, en lugar de un fuerte tiro con el empeine, que daría dirección a la trayectoria del balón. Resultado, la pelota pasa muy lentamente, a medio metro, al lado del arco. El portero se dirige caminando hacia el lado correcto y solo acompaña el balón que sale hacia fuera. Si hubiera ido hacia la portería, la habría atajado tranquilamente.

Trapalhão mira a sus pretendidos verdugos y los ve bordeando la alambrada para luego entrar en el campo. Al frente, el convicto, ya exhibiendo el revólver cargado y el hincha que afirmó que iba a castrarlo, blandiendo un cuchillo afilado, seguido por los demás. Cada uno más furioso que el otro.

Trapalhão, sintiéndose a punto de ser mutilado y, luego, de enfrentar su inminente muerte, corre hacia los policías uniformados que se encuentran al borde del campo y pide ayuda:

-Señores ilustres y dignos militares, soy el asesino de dos crímenes aún no resueltos por la policía civil, me estoy entregando, arréstenme, llévenme a una comisaría. Esas personas que vienen allí quieren matarme, sin que yo sepa por qué. Sálvenme la vida, sálvenme la vida, lo imploro, por el amor de Dios.

La Policía Militar contuvo a los agresores, calmó los ánimos y resolvió el problema. Atendiendo a la solicitud de Trapalhão, lo llevaron, a salvo, a una comisaría.

Nueva salida para los cinco minutos finales más seis minutos de tiempo añadido. El Menino Deus, reencontrando su verdadero fútbol, creció en el partido y aún logró hacer dos hermosos goles. El tri estaba más que garantizado.

En la vuelta de celebración al estadio, el asistente técnico Rafael, alegando su condición de compadre de Aldo, no se contiene y pregunta qué significa el CP, SN.

Aldo responde con una pregunta:

-¿Qué hizo nuestro zaguero?

-Cometió un penalti, contesta

-Entonces tenemos el CP. ¿Y cuál es la única condición aceptable para cometer un penalti?

-Si es necesario.

-Y ahora el SN.

-Cometer Penalti, si Necesario. CP, SN,  explica. Bien pensado. Inusual. Es eso.

-¿Satisfecho? Somos tri. Somos tri, nadie nos detiene. Viva el Menino Deus. Viva nuestro equipo. Viva nuestra directiva, rumbo al tetra. Larga vida para todos nosotros. Más de lo que merecemos. Viva, viva, mil veces viva.

Barrio

B

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
De niña, vivía en un barrio alejado del centro de la ciudad que era la capital del estado.
En realidad era la última calle habitada de ese barrio, que se llamaba Passo de la Areia.
Tomó este nombre porque un poco más lejos, en la antigüedad, fluía allí un arroyo de agua clara, bordeado de arena muy blanca, según me dijeron.
 
Sobre este arroyo se cernía una bellísima leyenda que contaba la historia de una india que perdió al amor de su vida en una disputa con otra, y por sus lágrimas de tristeza nació el arroyo que aún hoy existe. Pero como era tan fuerte y la ciudad había crecido tanto, se canalizó para unir los barrios que se habían expandido.
 
Lo que queda de esta leyenda es la escultura que muestra a Ubirici, la mujer india, llorando.
 
Frente a la estatua había un centro de salud que atendía las necesidades de esa región y al que mis padres me llevaban a menudo.
El tranvía de la época tenía allí su terminal.
 
Para nosotros, los niños, era un placer ir allí y luego volver a casa cruzando un parque arbolado que estaba en medio de unos edificios, si podemos llamarlo así, cuyo nombre es IAPI. Se hicieron varios edificios para alojamiento y destinados a los jubilados asegurados del Instituto de la Seguridad Social. De ahí su nombre IAPI.
Esta plaza dedicada al ocio y a la práctica del deporte se llama Alim Pedro, por lo que recuerdo. Es precioso, tiene una ladera muy arbolada que permitía una agradable sombra para los que quisieran disfrutar de momentos de paz y tranquilidad, y también una buena vista del campo de fútbol que estaba situado más abajo, y donde los fines de semana siempre había un campeonato al que los aficionados también acudían a disfrutar y animar.
 
En uno de los edificios de este gran complejo nació Elis Regina, cantante desde niña, que actuaba en las matinales de los domingos y se hizo famosa por su inolvidable voz y estilo, en todo el país e incluso en el extranjero.
Grabó hermosas canciones y nos dejó con su muerte tristemente prematura, dejándonos con el eterno anhelo de escucharla.
 
En la última calle de la ciudad de Porto Alegre - Rio Grande do Sul - Brasil nací y me crié. Se llamó Dr. Eduardo Chartier en homenaje a un gran médico de antaño.
Allí fui educada junto a mi familia, a la que la música, el teatro y la educación se cultivaba con amor y respeto.
Allí crecí teniendo la costumbre de soñar con los ojos abiertos - en una casa con un gran patio, muchos árboles de diversas frutas y abundantes flores cultivadas por mi madre - por lo que a menudo me llamaba la atención que dijera
- Silvia, ¡deja de soñar y estudia!
 
Tenía razón, en ese momento, por supuesto.
Estudié como ellos querían y me hice abogado a mi costa, trabajando al tiempo que estudiaba. Me gradué con distinción y ejercí mi profesión con dedicación y mucho trabajo.
 
Sin embargo, sigo soñando, imaginando y creando con mil ilusiones mis cuentos, mi poesía y mis personajes.
 
Por eso admiro la Naturaleza, a los hombres en su complejidad, y a la vida en su belleza total.
Así que siempre escribo con mucha pasión.
Quizá lo haga hasta el final, quién lo sabe...
 

Agua de carabaña

A

Pedro Rivera Jaro

 Pinto en el año 1946 era un pueblo situado al sur de Madrid capital, muy próximo de Valdemoro cuyo punto más importante era y sigue siendo actualmente, el Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada, en donde se formaban los jóvenes que querían ser miembros de la Guardia Civil.
 
En aquellos años del Hambre, denominados así porque España había salido de una guerra entre hermanos, que había durado casi 3 años, mi suegro Fermín, que había estado encarcelado durante un año y medio, por haber formado parte del ejército Republicano, circunstancia que explicaré en otro lugar y en otro momento, consiguió montar una pequeña pescadería en la plaza de Pinto, y viajaba cada madrugada en el tren, hasta Madrid, donde compraba en el Mercado de Pescados que entonces estaba en la Puerta de Toledo, y por el mismo medio de transporte volvía con la mercancía a Pinto, donde María, mi suegra, y Fermín, lo vendían a los habitantes del pueblo. Así empezaron a reorganizar su vida familiar para poder criar a sus tres hijos, un varón y dos hembras.
 
Con esa actividad se aseguraban poder comer pescado cada día, cosa de mucha importancia en aquel tiempo de aislamiento, al que los españoles fueron sometidos, cuando España estaba en ruinas, con muchas miles de bajas ocurridas en combate y muchos miles de personas encarceladas.
 
El caso es que junto a la pescadería, vivía una señora de nombre Angeles, que tenía una hija de 11 años de edad, y dicha vecina habló con María mi suegra, para que tomara de cuidadora de los niños a Angelines que así se llamaba su hija, de manera que María podía estar tranquila mientras atendía la venta de pescado, y Rafita, Maruja y Conchi, mis cuñados, porque Estrella mi esposa, no vendría al mundo hasta 1953, quedaban al cuidado de la chiquilla de la vecina.
 
Desde el punto de vista de nuestra época, puede parecernos una barbaridad que una chiquilla tan pequeña tuviera ya obligaciones de trabajo, pero os diré que mi padre Félix con 6 años pastoreaba un rebaño de ovejas. Era otra sociedad, donde todos hacían falta para sacar la familia adelante.
 
Mi suegra, María, cuando vino la niña por primer día a su casa, la puso de comer hasta que sació su apetito. Aquello era algo increíble para Angelines, que estaba pasando necesidad como casi todo el mundo entonces. Gustaba de comer boquerones y sardinas crudas, después de abrirlos y limpiarlos. Y también les preparaba a los niños para que los comieran igualmente, y era de su gusto. A quien no le gustaba que comieran pescado crudo, era a María, quien se lo prohibió a Angelines: tu come todo lo que quieras, pero no se lo des crudo a mis niños. No obstante, a los chiquillos les gustaba comerlo y en secreto, lo seguían comiendo.
 
Había otra vecina, amiga de María, que tenía un niño de 6 años, que era bastante antipático en opinión de Angelines. Esta vecina solía venir a la casa todas las tardes con el niño, y el niño tenía la costumbre de, en cuanto llegaba y se sentaba, pedir agua. Con lo que María mandaba a Angelines que fuera a la cocina y le sirviera un vaso de agua.
 
Harta de que aquel niño la molestara cada día con el agua, un buen día se la ocurrió en vez de agua, traerle Agua de Carabaña, que era un potente purgante, y que nada más beberlo la reacción en los intestinos del niño fue fulminante.
- Mamá!, mamá!, gritaba el niño, y su madre decía: “¿Pero qué le has dado a mi niño?”
En fin, nada grave, salvo la urgencia de evacuación. La señora María se lo imaginó, pues sabía que la niña era traviesa, pero permaneció callada hasta que se fueron el niño y la madre. Después le dió una buena regañina a Angelines por lo que había hecho.
Pero lo cierto fue que el niño no volvió a pedir agua nunca más.

El viejo intolerante

E

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

 
 El era tan joven como cualquier persona joven.
Jugó, rió, cantó, se enamoró, se decepcionó y se volvió a enamorar.
 
Sus padres y sus superiores le pidieron cuentas muchas veces. Algunos con razón, otros no.
 
Se puso a trabajar muy pronto, tenían necesidad de hacerlo. Sus padres no eran ricos. Tenía que mantenerse a sí mismo y a su familia. Tenía muchos hermanos y hermanas.
Estudió y se graduó.
 
Hizo oposiciones y entró a trabajar en la compañía de teléfonos Telefónica, donde consiguió puestos relativamente importantes a base de competencia, rigor y esfuerzo.
Finalmente se enamoró de una colega, que le pareció bastante bonita, y se casó con ella.
 
Tuvieron hijos.
 
Los educó a su manera.
 
Les dio la formación necesaria para que pudieran trabajar y progresar con menos dificultad que él.
 
Su mujer le acompañó en su viaje, siendo su compañera y ayudándole en las tareas del hogar y en la educación de sus hijos, como suele ocurrir con algunas mujeres de su tierra.
 
Todos ellas, porque en su época las mujeres no se educaban y no mostraban muchas ganas de hacerlo. No consideraban que la educación y el trabajo fuera de casa fueran importantes.
 
Se contentaban con casarse y ejercer la función de madres, esposas, a veces amantes y sirvientas domésticas, sumisas a la voluntad de su marido, a sus apetitos y caprichos.
Esto se debía a su total dependencia financiera.
 
En consecuencia, les aterrorizaba, y todavía les aterroriza a algunas de ellas, salir a la calle a trabajar y ser independientes. A menudo sufren humillaciones, malos tratos y desprecio por parte de sus maridos.
Y así la vida de este hombre siguió con altibajos.
 
Envejeció.
 
La mujer que antes era hermosa se volvió gorda y poco atractiva a sus ojos.
 
A su vez, se volvió cada vez más irritante y molesto.
 
Todo el mundo le parecía mal, a los jóvenes los veía maleducados, criticaba a todo el mundo, mirando sólo el lado negativo de las personas, según sus conceptos.
 
No le vino a la boca ningún elogio o palabra amable para otras personas. Y si lo hizo fue sólo con la intención de reunir apoyos para no sentirse tan aislado y solo en el mundo.
 
La soledad le aterrorizaba.
 
Un día, un trío de jóvenes franceses estaba en la playa muy temprano. Probablemente no habían dormido y habían venido a terminar su velada en aquel agradable lugar.
 
Estos chicos no hacían daño a nadie, cantaban y expandían su juventud, felices e indiferentes a los que pasaban.
 
Una mujer les pidió que cantaran el himno de su tierra y los escuchó con deleite.
 
Accedieron gustosamente a la petición y cantaron la Marsellesa con respeto y dignidad, con las manos en el pecho.
 
Recordó su juventud en la escuela y los acompañó hasta el final.
 
El hombre, molesto por lo que veía y oía, intentó criticarlos.
 
La mujer respondió al implicado diciéndole:
- Nosotros mayores tenemos mucha envidia de estos jóvenes, porque son bellos, sanos, vitales y sobre todo siguen teniendo la sensación de libertad que sólo la inocencia de la juventud les impregna y permite.
 
¡Cuánta envidia causan a las criaturas decrépitas!
 
El hombre se calló y no volvió a hablar.

Solo tenía 7 años cuando perdió el bracito

S

Pedro Rivera Jaro

Mi prima Victori era la niña mayor y única hembra de seis hermanos, hijos de mi tío Perico y de su esposa, mi tía Julia.
 
Fue a la tienda de ultramarinos a comprar lentejas, como la ordenó su madre. Solo tenía 7 años, pero su madre tenía que cuidar de otros dos niños que ya tenía en el mundo.
 
Cruzó la calle de Marcelo Usera, por donde subía y bajaba el tranvía de la línea 37 y entró en la tienda del Tío Ratón, que es como llamaban al dueño de la tienda. Compró medio kilo de lentejas, las pagó con el dinero que su mamá la había dado, y emprendió el regreso hacia su casa, para lo que tenía que volver a cruzar Marcelo Usera.
 
Un camión cargado subía la cuesta, procedente de la Glorieta de Cádiz y pasó por delante de Victori cuando ella acababa de salir de la tienda. Aquellos camiones, de aquella España, no tenían la potencia y la velocidad de los camiones de la actualidad. Subió trabajosamente aquel camión por delante de ella y, cuando terminó de pasar, cruzó la calle corriendo, sin darse cuenta de que un tranvía bajaba a gran velocidad y la arrolló derribándola al suelo, en donde le cortó su brazito izquierdo a una altura intermedia entre el hombro y el codo.
 
Mi madre, que adoraba a Victori, quedó absolutamente aterrada cuando recibió aquella terrible noticia. La niña fue intervenida quirúrgicamente de inmediato y salvó la vida, aunque, para siempre quedó manca de su brazo izquierdo.
 
Creció sin su bracito, pero conservó intacto su espíritu, su vivacidad y su alegría.
 
A lo largo de los años aprendí a observarla conservando su coquetería y, en este sentido, ocultaba la falta de su brazo, con ropas que le tapasen, como por ejemplo, se echaba una rebeca sobre los hombros, sin meter su único brazo en la manga.
 
Desarrolló habilidades impensables para los que tenemos la buena suerte de conservar ambos brazos, como por ejemplo lijar las uñas de su única mano, sujetando entre sus rodillas una cajita de cerillas, de aquellas cuyo rascador era de lija. Y lo que no podía lijar así, lo conseguía poniéndola entre sus dientes, a modo de sujeción.
 
Era increíble verla hacer punto con la lana y sujetando una de las dos agujas, bajo el muñón que le quedaba de su brazo izquierdo.
 
Pero lo más increíble de Victori siempre fue su espíritu positivo, su reacción ante tantas dificultades que la vida trajo hasta ella.
 
Tenía un talento innato para cantar Fandangos de Huelva, y se acompañaba dando las palmas con su única mano sobre su muslo derecho.
 
No había penas a su lado, siempre tenía un chiste para hacernos reír a todos, y siempre se interesaba por conocer las cosas particulares en la vida de los miembros de nuestra familia.
 
Siempre acompañaba en los actos sociales de la familia, tales como bodas, bautizos, comúnciones y defunciones. Si algún familiar sufría una operación quirúrgica, allá estaba Victori ando su compañía.
 
Por desgracia el COVID 19 nos la arrebató.
 
Que descanse en paz y siga viviendo en mi recuerdo.
 

Marilu

M

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Ella atravesó el parque  lleno de gente, chicos charlando, algunos sentados al sol, hablando, bebiendo “chimarrão”, intercambiando besos y jurándose amor eterno, con el caminar relajado, para aquella que estaba acostumbrada a caminar.
 
Ella usaba pantalones blancos y una blusa azul suelta, era de tipo corto y esmerada confección y tenía abundante cabello castaño.
Cualquiera que la viera de lejos pensaría que se trataba de una niña. Pero no era así.
Se sentó a mi lado en la bancada de la plaza y luego comenzó una conversación.
 
-¿Todo bien? ¡Bello día!
 
-¡De verdad! ¡Demasiado bueno para esta época!
 
Yo pensé: aquí tenemos otra pesada, solo para enterarse de mi vida. Si estoy casada, si tengo hijos, nietos. ¿Dónde vivo? E incluso si me quieren mucho…! ¡Gran equivocación la mía! 
Aquí en el sur somos muy reservados e incluso desconfiamos de los extraños, muy en contra de la cacareada hospitalidad sureña.
 
El gaucho (personas que viven en Rio G. do Sul – Brasil) es un ser solitario por naturaleza, observador y atento vigilante con respecto a nuevas amistades y personas muy espontáneas.
 
¡Genial! No era la chica que pensaba yo creía que era. Tal vez tenía 70 años. ¡Pero qué 70! ¡Vive Dios!
 
Y con intimidad me ha dicho:
 
-¿Sabes tengo una hija que vive en Natal. ¿Sabes dónde está eso? Esta casada y es hija única. Tengo una nieta con 16 años.
Hace poco fui a  vivir allí, porque mi hija insistió mucho.
Estuve unos 6 meses y volví.
¡No me gustaba aquella gente! Pobre gente. 
Tengo muchos amigos aquí. Con ellos salgo y me divierto.
Soy separada. Tuve cuatro esposos o compañeros. Algunos amores, pero no estoy segura. Ahora tengo un compañero.
A él no le gusta salir a viajar como me gusta a mí.
 
En ese momento yo ya estaba interesada en su historia y con gran curiosidad le hice una pregunta, con la idea de dar continuidad a mi narración.
 
-¿Y cómo te va? Le pregunté.
 
-¡Bueno, él incluso ve bien! Me ha contestado.
 
-Cuida de mis gatos. Tengo siete, porque yo adoro a los gatos.
 
-En mis viajes no quiere acompañarme el buen hombre. Su nombre es Airton (Como Airton Senna el piloto de Fórmula 1). Le gusta más estar en su casa y cuidarla bien. Cuando estoy de viaje, el guisa, lava y plancha la ropa. ¡Él es un amor!
-Me apasiona viajar. No permanezco mucho tiempo en ningún lugar.
-Me gusta vagabundear y yo siempre  fui así. Él lo sabe.
-No obstante fue una buena idea que vivamos en Natal, debido a que mi hija y mi yerno consiguieron trabajo en São Paulo. Tienen  una cadena de establecimientos para gestionar la administración de las empresas de sus clientes. Si no fuera de esta manera, tendría que permanecer en la anterior ciudad cuidando yo sola de mi nieta. ¡Ya me contarás! -¡Lejos de mi piso!
-Tengo un bellísimo piso, tengo mucha compañía, con mis gatos, con mis amigos y el pobre Airton.
-No he hecho una mudanza completa y de esta forma no muevo mucho equipaje.
 
Pregunté con alguna indiscreción: ¿Pero qué es lo que haces aquí?
Me contestó:
 -Yo cuando me aburro de estar con Airton  en la casa, llamo a mis amigos y salimos a dar una vuelta y divertirnos. Bebemos, bailamos, vemos cine, paseamos por los centros comerciales y plazas, dependiendo de los días y según sea nuestro estado de ánimo.
 
Seguí animando, diciéndole: por cierto ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Fénix. ¿Y el tuyo?
 
-Marilu, es como me llaman. En realidad es la forma corta de María Luisa, pero como es más largo y complicado prefiero Marilu.
 
-Ok. Marilu. Encantada de conocerte.
 
Y ella continuó:
-¿Miras a ver ese caballero que pasó? Es mi conocido.
Él regresa. Espera… Habla.
 
-¿Hola, todo bien?
 
Ella contesta: 
 
-¡Todo bien!
 
Al saludarnos la miró con intensidad.
 
-¿Has visto? Él es parte de mis compañeros, pero contigo aquí estaba indeciso para llegar. ¡Él es un amor! Solo como yo.
 
¡Ah! He dicho al mismo tiempo que pregunto:
 
-¿Y entonces?
 
-Pero como te digo el Airton es un poco más joven que yo, pero no importa. ¿Verdad?
 
Ella no espera una respuesta y sigue:
-¿Cuánto valen las afinidades?
Yo contesto:! Realmente Marilu!
 
Sus numerosos pendientes, pulseras, anillos y aretes llenos de piedras, hasta una gargantilla con una mariposa que tenía, brillaban bajo el sol de la mañana mientras se movía, señalando las joyas.
 
Las grandes gafas de sombra ocultaban parcialmente sus ojos y parte de las muchas arrugas que marcaban su rostro, debidamente disfrazados por una capa de base y polvo. La sonrisa era hermosa, los dientes bien mantenidos. 
Habría sido una mujer muy hermosa cuando era joven.
Su espíritu estaba vivo, exudaba  alegría y temperamento determinado cuando hablaba.
La escuché.
 
-¡Mira allí! Ella dijo.
 
¡Aquí viene el pobre Airton!
 
Él llega, se sienta a su lado, sonríe. Dientes manchados de nicotina. Simplemente vestido. Más joven que ella, tal vez en sus cincuenta años. 
 
Susurran y ríen los dos.
 
Ella me presenta.
-Airton esta es Fênix .
-Placer .
Yo contesto:
- Placer.
 
Me he sentido demasiado allí en ese momento. El universo en esta hora giraba en torno de los dos.
Entonces les dije:
-Marilu ahora te dejo. Tengo compromiso, debo irme
 
Un placer conocerlo a vosotros, felicidad…
 
-¡Placer Fênix. ¡Hasta cualquier hora!
 
Los dejé, cuando me di la vuelta ya no estaban allí. Caminaban a lo lejos, ella llevaba pantalones blancos ajustados, era una niña.
 
Él cogido de la mano con ella, chaqueta en mal estado, zapatos rotos.
 
Estaban felices, después de todo… 
Él cuidó bien de sus gatos y eso es lo que más importaba.
Por lo demás… Extraña figura era Marilu.
Valió la pena conocerla. ¡El domingo se salvó! 
 
El sol brillaba y seguí mi camino, quizás alguna nueva reunión interesante, he pensado, quién sabe…

Universidad de Concepción

U

Carlos Boné Riquelme 

Los paseos por la Universidad de Concepción siempre me traen anhelos de vidas pasadas y recuerdos de momentos que no se han perdido con el tiempo, pues están presentes en mis recuerdos.
 
No muchos saben que antes de la Universidad hubo una escuela técnica donde se estudiaba abogacía y algunas otras profesiones, pero los títulos tenían que ser recibidos en Santiago. Por eso, el advenimiento de la Universidad, gracias a Don Enrique Molina Garmendia, fue uno de los grandes logros de esta ilustre ciudad.
 
Pero al margen de esto, un paseo por esas avenidas universitarias siempre fue, es y será uno de los grandes placeres de vivir en Concepción.
 
Yo solía pasear y recorrer la Universidad especialmente los fines de semanas. Me detenía en la “Laguna de los Patos” a admirar aquellos cisnes de cuello negro que nadaban elegantemente entre las flores de agua, nenúfares. que se abren en colores de húmedas formas. O aquellas caminatas hasta donde estaba la pequeña jaula donde los “Pudu-Pudu”, el ciervo enano original de la selva de Nahuelbuta se asomaba curioso, o quizás expectante de algún alimento, aunque el letrero colgado en la reja advertía, “no alimentar a los animales”. Al frente estuvo un casino donde muchas fiestas se produjeron en aquellos movidos años 70. También, más de algún día, casi cayendo la noche, me refugie junto a otros amigos, en su oscuridad ilustre para acciones menos ilustres.
 
Cómo no recordar esa sociedad formada por amigos de diferentes carreras llamada “la Sociedad del Ron”, cuyo fin era ocultar botellas de ron en diferentes lugares de la Universidad, para, en esas noches de parranda buscarlas y celebrar cada vez que alguna era rescatada de su anonimato etílico. Que emoción era entrar a esa biblioteca donde tantas horas pasamos estudiando y donde la querida “Checha” Montero me atendía con cariño cada vez que aparecía yo buscando una nueva aventura literaria. O mi querida amiga Antonieta, secretaria de la biblioteca, que siempre me atendió con cariño, dándome espacio para mis ventas de “cachemiras”. O el “platillo volador” con sus aulas empinadas desde donde divisar el pizarrón era una odisea. O la cafetería en el primer piso donde los quesos calientes con Nescafe fueron el consuelo de muchos días de hambre vividas en pensiones famélicas.
 
La escuela de sociología y Periodismo, cerradas durante, y después del año 1973, y donde conocí tantos amigos y que era compartida con antropología.
 
La escuela de educación donde tantas horas pase esperando la salida de mi “polola “de aquel tiempo, y luego caminar hacia el foro en la oscuridad de los faroles que iluminaban el frontis de la Escuela de ingeniería, las de química y física, la de matemáticas con sus pequeños paseos de árboles y flores y con algunas estatuas blancas escondidas en sus vericuetos. Allá está el recuerdo de mi gran amiga Lucy Puentes, secretaria de la escuela de Matemáticas, que junto a otras grandes amigas me recibían amablemente cada vez que yo aparecía a vender mis “Cachemiras”. Esa es otra historia que ya compartiré. Y al otro lado del foro, donde se instaló el primer computador IBM, y luego fue el hogar de la escuela de informática dirigido por esa otra gran amiga, Isabel Zurof. Mas abajo, en casi llegando a la plaza Perú, la extraordinaria Pinacoteca con su escuela de Arte y sus talleres de escultura que se divisaban desde la escuela de Lenguas; y el paseo estrecho que nos llevaba al arco triunfal de la escuela de Medicina. También “La Casa del Deporte” con sus historias increíbles, como la de aquel periodista que fue abandonado por la gente del MIR, desnudo, frente a la salida de los estudiantes. O de aquel incidente donde un estudiante muy conocido en Concepción le pego un puntapié en la cara a Bob Kennedy en su visita a la universidad. La foto de este puntapié dio Vuelta al mundo y creció como una leyenda urbana. Pero no olvidemos los hogares empinados en el cerro, bungalós, que fueron el orgullo de esa Universidad por lo modernos y porque se dio la oportunidad a aquellos que no podían pagar un hospedaje para vivir decentemente mientras estudiaban.
 
Y cerca, el hogar los Tilos, donde diariamente se otorgaban comidas a cientos de estudiantes, uno de los cuales fui yo. Tantas horas pasadas en ese comedor sentado con amigos de diferentes carreras conversando para definir en que mundo queremos vivir; sin saber que eso ya estaba determinado; pero disfrutamos analizando teorías y sueños. Y por primera vez yo vi estudiantes de Medicina, Ingeniería, sociología, Antropología, filosofía y Arte conversando y amarrando ideas sin peleas ni discusiones; horas trenzadas en conversaciones donde podíamos determinar sin llegar a conclusiones, definir sin limitar los trazos, dibujar sin pincel y al final solo descubrir que todos éramos iguales, con visiones parecidas del Universo, amarrados al mural de la escuela de Ingeniería desde donde
 
Pascal nos gritaba,“ que es el hombre frente al Universo, un puente entre el todo y la nada…”, y eso éramos nosotros desde el humilde hogar Los Tilos…

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