Autor/aPedro Rivera Jaro

Nació el 24 de febrero de 1950 en Madrid, España. Jubilado con estudios de Empresariales, Marketing y Logística. Dedicado por afición a la narrativa y poesía. Jurado en el Concurso Cultural FECI/INTE, participante en el Libro Versos en el Aire, con el poema ¿A dónde va? Concurso Villa de Lumbrales XXII, de la Asociación de Mujeres. Concurso de Editora Ex Libric, con el trabajo 48 Palabras. En 2023 escribió, mano a mano con la autora Silvia Cristina Preysler Martinson el libro, en español y portugués, Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

El sur de Madrid en los 50

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Pedro Rivera Jaro

 
En aquellos años, lo que hoy se conoce como calle de San Fortunato, entonces se llamaba Barrio de San José, y pertenecía al Distrito Arganzuela-Villaverde. Vivíamos de forma muy diferente a la actual. Hoy mi barrio dispone de Metro, varias líneas de autobuses, preciosos parques, calles pavimentadas con amplias y cuidadas aceras, Hospital, Ambulatorio Médico. Entonces la calle era de tierra, que cuando llovía y pasaban carros o vehículos mecánicos, que entonces eran muy escasos, formaban unos barrizales donde se manchaban nuestros calzados y ropas. Mi abuelo Pedro, el señor Gonzalo, Tío Panta, Paco y, en general los vecinos antiguos de su época, colocaron losas de granito procedentes de derribos del Madrid de la posguerra, a modo de aceras, y así se podía transitar al menos por ellas, sin pisar barro. Mi tío Faustino que había vivido allí hasta que se casó y se marchó a vivir a la calle de Marcelo Usera, se refería a nuestra barriada como si fuese Siberia.
 
Tampoco teníamos alumbrado público nocturno en la calle, pero mi padre instaló una bombilla cubierta, por encima del marco de la puerta de la calle, que encendíamos cada vez que teníamos que salir por la noche a la calle para hacer algún recado.
 
El alcantarillado llegó cuando la fábrica de cartón, Cartonajes Font y Masach, lo instaló desde su fábrica, junto a la carretera de Andalucía, hasta desaguar en el Río Manzanares, que habían convertido en un río sin vida debido a los vertidos que acabaron matando a los peces que, cuando niños, pescábamos en él. La conducción de las aguas residuales de la fábrica, tenía cada cincuenta metros unas bocas de alcantarilla con sus tapas de hormigón, y cuando la tubería se atascaba, por la boca anterior al atasco salía agua azul o roja, según lo que hubieran estado fabricando ese día. Las coloridas aguas llenaban de color toda la calle e incluso los vertederos de escombros que existían a partir del Camino de Perales, hasta llegar al río.
 
El agua para consumo de boca, higiene personal y lavado de ropa, íbamos a la fuente pública a recogerla con cántaros y botijos de barro, cubos y barreños metálicos, hasta que cuando llegó el invento de los plásticos estos eran de este material, que pesaba menos y si te rozaba en las piernas, no te producía heridas en ellas.
 
A principios de los años 60, mi padre compró una manguera de goma que cubría la distancia de cien metros que mediaban entre mi casa y la fuente pública, y con ella por las noches, cuando nadie más acudía a por agua a la fuente, llenábamos todos los recipientes que teníamos en los patios y durante varios días no necesitábamos acudir a élla.
 
A mediados de los años sesenta, conseguimos enganchar una toma de agua a la cañería que había ampliado el Canal De Isabel II, y ya nunca más tuvimos que acudir a la fuente pública a suministrarnos de agua.
 
A parte, para regar sacábamos el agua del pozo que había excavado mi abuelo Pedro, y que estaba en el patio, junto a la pila para lavar la ropa sucia.
 
Si hablamos de las casas donde vivíamos, eran casas de planta baja, que no tenían calefacción, como tienen hoy casi todas las viviendas. Normalmente tenían una estancia donde se desarrollaba la existencia de toda la familia.
Solía ser la cocina, y en ella había una estufa que se encendía con papeles de periódicos viejos, y astillas de leña, y a las que, una vez habían entrado en combustión, añadíamos un par de paletadas de carbón de piedra, o antracita. Abríamos el tiro de aire para que reavivara el fuego y cuando ya calentaba con fuerza, se dejaba el tiro prácticamente cerrado. De esta forma se reducía al máximo el consumo de carbón. Mi padre encargó a Alfredo el cerrajero, una protección de malla metálica, en forma rectangular, y con dos ganchos que se abrochaban a dos hierros empotrados en la pared, de manera que impedían que se volcase sobre nosotros.
Mi madre le encontró a esa malla de protección otra función de utilidad, cuando descubrió que las prendas lavadas, que en el tiempo lluvioso no se secaban, poniéndolas tendidas junto a la estufa, lo hacían divinamente.
 
Cuando nos preparábamos para irnos a dormir, y sabiendo que las sábanas estaban heladas, poníamos unas mantas pequeñas de muletón blanco, en la malla metálica, en las cuales nos envolvíamos antes de entrar en la cama, y después nos arropábamos con las mantas hasta la nariz.
 
Por la mañana al levantarnos, orinábamos en unos orinales blancos con el borde azul o rojo, según los casos, y la orina después de asearnos, la sacábamos al patio para tirarla al alcantarillado, y después aclarábamos con agua del pozo los orinales.
 
El aseo personal lo hacíamos en una palangana de cerámica blanca, donde con agua fría y jabón, frotábamos nuestros cuerpos con estropajo de esparto. Cuando transcurridos los años mi padre, después de instalar agua corriente en la casa, mandó construir un cuarto de baño, completo, nos pareció que entrábamos en el Paraíso. Los niños de hoy no saben la suerte que tienen de haber nacido en esta época, con todas las comodidades que les rodean.
 
Otro día os contaré cómo íbamos caminando por calles embarradas hasta el colegio y como era el trato que nos daban los profesores, y también os contaré cómo eran las personas que suministraban bienes y servicios en las puertas de nuestras casas, como por ejemplo el cartero, los teleros, el botijero, el coloniero, el paragüero-lañador, el mielero, el melonero, el afilador, etc.
 
Pero hoy se haría muy larga esa narración. Espero que os haya gustado. Un abrazo afectuoso queridos lectores.

El mercadillo del poblado de San Fermín

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Pedro Rivera Jaro

 

En el año 1955, cuando yo tenía 5 años, como era el hijo mayor de mis padres, mi mamá se servía de mí para hacer pequeñas compras de alimentos en las tiendas próximas a casa. Entre estas estaban la tienda de comestibles del señor Herrero, la carnicería de la plaza, la verdulería y frutería de la señora Matilde, y la casquería de Nieves, entre otras.

Ella me apuntaba lo que necesitaba en un trozo de papel, y yo lo entregaba en las tiendas, donde me daban lo solicitado. Así fue como, desde muy pequeño, aprendí a hacer las compras, distinguiendo la calidad de los productos.

A partir del año 1961, ya con 11 años, recuerdo que cogía mi bicicleta y el capacho, y me iba hasta el mercadillo de fruterías y verdulerías. Este estaba montado con paredes y techos de madera y formaba dos largas filas de barracas, una frente a la otra, además de una fila más corta en la entrada de arriba, que cerraba las filas principales. Recuerdo que, en esta última fila, estaba la tienda del señor Paco Osuna.

Mi madre me daba 25 pesetas y me decía:
—Hijo, no tengo más dinero.
—¿Y qué necesitas, mamá? —le preguntaba yo.
—Necesitamos fruta, judías verdes y patatas. Lo que tú veas, hijo.

En la frutería de la señora Matilde, que estaba al lado de casa, un kilo de plátanos costaba 13 pesetas. En cambio, en el mercadillo todo salía mucho más barato, sin que la calidad disminuyese.

En el capacho, que colocaba en el soporte trasero de la bicicleta, cabían bastantes kilos de fruta. Montado en mi bici, cruzaba la Colonia de San Fermín y llegaba hasta el poblado del mismo nombre. Una vez en el mercadillo, daba una vuelta completa observando las mercancías y los precios de los distintos productos.

En la segunda vuelta, iba comprando en cada puesto lo que había seleccionado en la primera. Por ejemplo: 2 kilos y medio de naranjas por 5 pesetas, otros 2 kilos y medio de manzanas por 5 pesetas, 2 kilos de patatas por 4 pesetas, 1 kilo de judías verdes sin hebra por 3 pesetas y 1 kilo de plátanos de Canarias por 8 pesetas. En total, las 25 pesetas que me había entregado mi mamá. En otras ocasiones, si me sobraba una peseta, ella me la regalaba.

En 1964, ya con 14 años, empecé a sentir vergüenza si las chicas de mi edad me veían con el capacho. En aquella época, estaba mal visto que los varones hicieran las compras, pues se consideraban cosas de mujeres. Hoy no es así, pero entonces lo era.

En consecuencia, le pedía a mi madre que mandase a mi hermana Maribel, que ya tenía 12 años, pero ella se negaba porque decía que los tenderos la engañaban y, en cambio, a mí no, porque sabía muy bien lo que compraba.

Siempre creí que exageraba.

Adolescente de arrabal en los 60

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Pedro Rivera Jaro


Aquellos chicos salían los domingos, después de comer, y se juntaban todos en los puntos que conocían y frecuentaban los días laborables. Por ejemplo, en un bar de la calle Antonio Salvador, cuyo nombre no recuerdo, pero que ellos llamaban El Orejas, haciendo alusión a los pabellones auditivos del dueño, y que hoy, sesenta años después, se ha convertido en un Restaurante Chino, como tantos negocios del barrio de Usera.
 
Una vez se juntaron allí, decidieron que irían a “ligar maricones”. Para ello usaban a El Susi, que era un chico de la pandilla, rubito y guapete. Juan Luis el Narices, el Salao, Armando y el Coqui, todos ellos curtidos en las peleas callejeras, lo utilizaban como gancho para atraer homosexuales, que en aquellos años estaban discriminados y perseguídos por su preferencia sexual, y por ello debían de tener un comportamiento muy disimulado a la hora de elegir sus parejas.
 
En la calle de la Concepción Jerónima, junto a Conde de Romanones, en una rinconada, había un local llamado El Toro Negro, que era frecuentado por homosexuales, donde El Susi echaba la red para ligar.
 
Cuando El Susi entablaba conversación con algún homosexual, y le dirigía a algún lugar escondido, cercano al río, y cuando este se las prometía tan felices y soñando con maniobras privadas con El Susi, de pronto irrumpían los otros y a la fuerza le robaban todo lo que llevase de valor, como dinero, pulseras de oro o de plata, reloj, anillos, etc.
 
Pero en una ocasión, aconteció que, cuando ya estaban culminando el aislamiento de la supuesta víctima, esta se resistió con bravura y se negó a dejarse robar. Los muchachos se abalanzaron sobre él dispuestos a darle una paliza, pero aquel hombre, resultó ser un experto practicante de Jiu Jitsu, y manejando hábilmente los cantos de sus manos, les empezó a aplicar golpes en sus cuellos y costillas, que producían gran daño y dolor.
 
Los adolescentes optaron por salir huyendo para no seguir recibiendo el merecido castigo.
Cuando lo contaban en el barrio, nos partíamos de la risa, ante aquella cómica situación.
 
Este comportamiento delictivo, era uno de los motivos por los que yo no quería ir con ellos, aunque eran conocidos míos en el barrio. Nunca me gustaron los abusos sobre otras personas, por el mero hecho de ser diferentes.
En aquella época nos gustaba ir a bailar y deseábamos entrar en los locales de baile, pero, dado que solo teníamos 14 ó 15 años, no nos estaba permitido, y por eso, cuando algún conocido nos habló de un gran salón de baile en Getafe, a donde nos dejarían entrar, a pesar de nuestra edad, pensamos dirigirnos allí.
Getafe hoy es una ciudad importante, que está como a doce kilómetros de Madrid en dirección a Toledo, pero entonces era un pueblo que empezaba a crecer con fuerza, como la mayoría de los que rodean Madrid.
 
Después de tantos años no puedo asegurarlo, pero creo recordar que el nombre del Salón de Baile era Emperador hasta allí nos desplazamos tomando un autobús de la Empresa Adeva y efectivamente, nos permitieron la entrada sin impedimento de edad.
 
Pasamos la tarde bailando, y cuando salimos de nuevo a la calle y nos dirigíamos a tomar el autobús de vuelta, a dos de los miembros del grupo se les ocurrió, intentar arrancar una motocicleta que estaba aparcada en la calle.
 
Consiguieron arrancarla y regresaron a Madrid subidos en ella, mientras el resto del grupo lo hicimos en los autobuses Adeva, como hicimos a la ida a Getafe. Una vez en Madrid, nos reunimos todos en los billares que había en la calle Almendrales, frente al cine Lux de Usera.
 
Uno de los dos que habían robado la motocicleta, cuando expresé mi intención de volver a mi casa, me dijo que me acercaba él, en la moto. Yo hubiese preferido irme en el autobús, pero no podía hacerlo sin ofenderle por mi rechazo. Subí en la moto detrás de él y me llevó hasta mi barrio.
 
Aquel trayecto en una moto robada, me produjo posteriormente preocupaciones familiares, cuando el hecho llegó a oídos de mi madre. La consecuencia fue que mi padre me prohibió frecuentar la compañía de aquellos chicos, que eran jóvenes delincuentes, y que llevaban una vida totalmente fuera de control familiar, y que mi padre no quería, ni para mí, ni para ningún otro de sus hijos

Antes se llamaba gota fría

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Pedro Rivera Jaro

 
Ya hace varios años que escribí algo acerca de los incendios forestales y la influencia de los impedimentos ecologistas en la limpieza de los montes, su prohibición de cortar zarzas y malezas, para facilitar la reproducción de los animales salvajes, como el zorro, el lobo o el jabalí. El escrito se llamaba España en llamas.
 
Si algún ganadero o agricultor necesita podar los zarzales, previamente debe pedir una autorización, que se le concede con la condición de que, cuando efectúe la poda, ha de estar presente un guarda de los organismos creados para la Conservación de la Naturaleza. Como si la Naturaleza fuese algo que han inventado los ecologistas más radicales, y la gente que durante generaciones conservó nuestros montes y nuestros campos, no los supiese cuidar ni vivir de ellos.
 
Ahora, como consecuencia de la tremenda catástrofe ocurrida hace unas semanas en el Levante español, con la llegada de la terrible DANA (antaño GOTA FRÍA), con la muerte de cientos de personas inocentes, se me ocurre que esto no es más que un capítulo más del ecologismo radical.
 
Durante miles de años, el ser humano ha intentado domesticar el mundo que habitamos, en la medida de lo posible. Ha construido carreteras, ha cultivado los campos, ha hecho presas y azudes para contener las aguas salvajes, etc.
 
Pero ahora resulta que la Humanidad estaba equivocada, que todas las aguas deben discurrir salvajes por sus cauces, para que los peces no encuentren barreras, en su libre circular por ellas.
 
Para ello, en los últimos años se han derruido cientos de obras, que se habían construido para domar la bravura de las aguas y aprovecharlas para regadíos y creación de energías limpias.
 
Igualmente se ha abandonado la limpieza de los cauces, con el crecimiento salvaje de cañaverales y vegetación silvestre, que cuando llega una avenida de agua, como la última, arrastra todo hacia las poblaciones, produciendo las consabidas destrucciones y desgracias.
 
Yo nací y vivo en Madrid, por mitad de la cual discurre el río Manzanares, el aprendiz de río como le bautizaron poetas y escritores, pero que cuando se pone flamenco, como consecuencia de lluvias intensas en todas las tierras altas de su cauce, arrastra enormes volúmenes del líquido elemento a su paso por mi ciudad.
 
Previniendo estas posibles ocasiones, cuando yo era niño, allá por los años 50, se acometió la Canalización del Manzanares, y se construyeron varias presas regulables, que se llenan y vacían a voluntad de los responsables municipales del control del río.
Resulta que hace algunos años, una Alcaldesa de Madrid decidió abrir las presas y dejar crecer la vegetación en el cauce. Hoy nos puede parecer muy bonito, porque la fauna y la vegetación fluviales lo son, pero puede un día ocurrir lo que ha sobrevenido en la comarca valenciana, y quizás tendríamos que lamentar desgracias similares a las allí acontecidas.
Si esas desgracias llegaran a suceder, ¿a quién echaríamos las culpas?.
 
Los políticos de uno y otro signo se las echarían mutuamente, pero al final, las víctimas como siempre las pone el
pueblo, y como reza el antiguo dicho: “Entre todos la mataron y ella sóla se murió”.

Cinco días en Florencia

C

Pedro Rivera Jaro

Maravillosa ciudad Florencia. Me llama la atención que su aeropuerto es pequeño, pero claro, es que vengo del Aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid-Barajas, y, concretamente de su Terminal 4 cuyas enormes dimensiones me recuerdan al Aeropuerto de Atlanta, en los Estados Unidos de Norte América.
 
No obstante, es un aeropuerto muy transitado, dadas las altas cifras de turistas que acudimos a esta pequeña ciudad y que se calculan en un millón y medio de visitantes al año, para maravillarnos ante las innumerables obras de arte que llenan sus calles, plazas y museos.
 
También llama mi atención que los mismos guías turísticos que nos explican las obras de arte de Firenze, que es como la llaman los italianos, nos dicen que los florentinos son muy orgullosos en el trato con los foráneos. Y he observado que es cierto. Tienen motivos para serlo, pero teniendo en cuenta que una parte importante de sus ingresos, provienen del turismo, deberían corregir un poquito y ser más amables. No obstante, debo puntualizar y señalar que hay excepciones.
 
Mi narración tendría que ser necesariamente muy larga para explicar las maravillas que atesora Florencia, pero no es ese mi objetivo, sino que solo pretendo despertar vuestro interés por conocerla y para ello me bastará, casi con total seguridad dibujar algunas pinceladas de sus principales monumentos, y alguna de las leyendas que circulan entre sus habitantes.
 
Gracias al mecenazgo de varias generaciones seguidas de la familia Medici y de la disposición de su última representante Anna María Luisa, para que el patrimonio artístico de los Medici, fuera conservado en Firenze y no pudiera ser sacado de esta ciudad, podemos hoy visitar y admirar las obras de Donatello, Tacca, Boticelli, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Brunelleschi, Alberti, Ghiberti, Giorgio Vasari, Masaccio, y tantos otros.
 
La familia Lorena heredó el patrimonio Medici, pero previamente tuvo que firmar la permanencia de todas las obras artísticas en Florencia. Cuando tomaron posesión de la herencia, resultaron benefactores del patrimonio artístico, y convirtieron la Galería Uffizi, de ser un mero almacén de obras de arte, en un auténtico museo, tal como lo conocemos hoy.
 
Hablando de los Medici, corre una leyenda acerca de las cinco bolas que forman parte de su escudo heráldico, que nos contó la guía turística, y que representan cinco cabezas de adormidera.
 
Parece ser que los Medici se dedicaban al comercio de seda de procedencia china. Parece que una vez al año llegaba a puerto un barco cargado con seda, y se procedía a las pujas entre los dos principales comerciantes de Florencia. La leyenda cuenta que el día anterior a la subasta, los Medici invitaron a los miembros de la familia competidora a comer en su casa y en el trascurso de dicha comida les suministraron opio de las adormideras que también procedían de Asia, mezclado con la bebida. Como consecuencia de la ingestión de opio, se quedaron profundamente dormidos hasta el día siguiente, después de haberse celebrado la subasta, con lo cual los únicos que accedieron a la ella fueron los Medici, originando unos enormes beneficios económicos, que fueron un gran impulso para su riqueza.
 
Al parecer, a raíz de aquel suceso, adquirió gran fuerza entre los comerciantes la sentencia “NESSUN DORMA”, indicando que en los negocios nadie se duerma, porque si lo hace puede perjudicarlos.
 
Más tarde entraron en el negocio de la banca, en el que merced a la amistad con el Papa de Roma manejaron las Finanzas vaticanas durante muchos años, hasta que conquistaron la ciudad de Siena, que era posesión papal, y el Papa trasladó las finanzas a un banco opositor a los Medici.
 
No puedo dejar de comentar que hubo cuatro Papas de los Medici y dos Reinas, lo que nos da idea de su poder.
 
La moneda de Florencia, el Florín de Oro, fue la moneda universal en su época, y equivaldría al dólar o al euro en la nuestra.
 
Muchísimas personas han oído hablar de Miguel Ángel Buonnarotti, el creador de la escultura de David, la maravillosa obra de arte cuyo original podemos admirar en la Galería de la Academia, pero lo que desconoce mucha gente es que Pietro Torrigiano, a quien Miguel Ángel insultaba por tener el valor de firmar obras muy malas, le rompió la nariz cuando le propinó un tremendo puñetazo en la misma.
 
Este incidente originó el exilio de Torrigiano, por lo que fue a vivir a Sevilla, donde dejó obras de su autoría, que hoy se pueden contemplar en su Museo de Bellas Artes.
Una copia del David podemos admirarla en la extraordinaria plaza de la Signoria, en la puerta del Palazzo Vecchio.
 
Me llamó poderosamente la atención la afirmación hecha por nuestro guía, de que Miguel Ángel elegía el bloque de
mármol adivinando la escultura que tenía dentro. Yo pienso que tratándose de un modelo con semejante belleza y perfección física, el artista retrató en su obra a un hombre del cual debía estar enamorado, máxime si pensamos que él era homosexual. Daba gusto escuchar a nuestra guía, cuando nos explicaba las particularidades del David. Por ejemplo la tensión mantenida en su cuerpo, disponiéndose a disparar la honda semioculta en sus manos y cuyas correas cruzan su espalda para que Goliat no las distinga. Igual concentración expresa su entrecejo ceñudo, adivinándose la tensa espera que precede a la acometida del cazador a su presa.
 
En la misma Piazza de la Signoria , además del Palazzo Vecchio, observamos la Logia dei Lanzi o della Signoria, junto a los Uffizi. Lanzi proviene de las lanzas que portaban los guardias suizos, que protegían ese lugar. Solo quiero destacar dos estatuas que allí podemos admirar, una es la de Perseo con la cabeza cortada de la Medusa, y la otra es El Rapto de la Sabina o de Las Sabinas, que de las dos formas es conocida.
 
Otra curiosidad la encontramos junto a la Torre campanario de Giotto, próximo a la Catedral y al Baptisterio de San
Giovanni, con las Puertas del Paraiso de Ghiberti. Se trata de un edificio con un porche en su extremo, que se conoce por el nombre del Bigallo, donde se dejaba abandonados a los niños expósitos, para que alguien los recogiera y adoptara. Más tarde crearon en un edificio vecino el orfelinato del Bigallo.
 
No veo la forma de evitar que esta narración se alargue, porque son tantas las preciosidades que tiene Florencia que no encuentro el camino de hacerlo corto.
 
Otro punto curioso es el Porcellino, una Fuente Pública junto a la Logia dei Mercatto Nuovo, que tiene una estatua de un jabalí adulto, que el lenguaje popular llama Porcellino. (cochinillo), donde los aguadores que llevaban agua a las casas llenaban sus cántaros, desde al menos 1640, y que tiene la leyenda de que se desliza una moneda por el hozico del jabalí, y si cae dentro de la rejilla, volverás a Florencia otra vez. La estatua del Porcellino procede de un original griego, del cual se hizo en Roma una copia en mármol y que trasladaron los Medici a Florencia y que actualmente está en la Galería Uffizi. El Papa Pío IV (Medici) ofreció a Cósimo I una copia en bronce del original de mármol y más tarde, Fernando 2º de Medici, trasformó el jabalí de bronce en una fuente, de la que manaba el agua por la boca del jabalí, y lo que resulta cómico es que, los que beben agua, parece que besan la boca del jabalí. El hocico y la oreja del jabalí están pulidos del roce de tantas manos al agarrarlos para beber.
 
No sera justo si no dedicara un párrafo a la Galería Uffizi, una de las joyas de la Corona de Florencia, en donde podemos encontrar un repóquer de ases de las artes, cuyos ases son, en primer lugar el Nacimiento de Venus de Botticelli; el segundo el Tondo Doni, con la Sagrada Familia, que es único cuadro que pintó Miguel Ángel porque no le gustaba la pintura (aparte pintó los frescos de la Capilla Sixtina). En tercer lugar podemos ver la perspectiva que desarrolló Leonardo da Vinci en su Anunciación, donde según observemos desde un ángulo o desde su contrario, parece tener diferentes medidas. El cuarto as sería la Venus de Urbino, que fue obra de Tiziano, y el quinto sería la Virgen del jilguero de Rafael.
La sala de Nácar, el Baco de Caravaggio, y cientos de obras más habría que añadir dentro de la Galería Uffizi.
 
Y en general recomendaría visitar junto con lo citado anteriormente el Museo de la Opera del Duomo, que incluye la Piedad Bandini de Miguel Ángel, la María Magdalena de Donatello y La Puerta del Paraíso, original de Ghiberti, la Piazza dalla Republica (Cardo y Decumeno Romanos), Arco Triunfal, Columna de la Abundancia y el Tiovivo.
 
Otros indispensables son el Cinema Odeon, en el Palazzo Strozzino, la Iglesia Orsanmichele, la Piedra del Escándalo donde se castigaba a los morosos, la Iglesia de Santa Croce, con los sepulcros de Miguel Ángel (traído desde Roma), Galileo, Maquiavelo, Ghiberti y Dante Alighieri, el Museo Galileo en el Palazzo Castellani, el Ponte Vecchio, que es el mas antíguo de Europa y el único que se salvó de ser demolido por los alemanes en la II Guerra Mundial, en el cual se instalaron los Carniceros de Florencia, porque nadie tenía derecho a su posesión por estar sobre el Arno, y que fueron expulsados de allí por los Medici, ya que vertían todos los restos animales al Arno y generaban olores fétidos. Su lugar fue ocupado por los orfebres, y hoy está lleno de joyerías. En dicho puente tenían los Medici un pasadizo (Corredor Vasariano) que utilizaban para ir del Palacio Pitti al Vecchio, sin pisar la calle ni sufrir atentados.
 
También al otro lado del Arno, Barrio de Oltrarno, Palacio Pitti (Rafael, Tiziano, Rubens,…) y Jardines Boboli, donde encontramos una pequeña fuente, que simulan dos pequeñas cabecitas medio sumergidas en el agua fresca, casi helada que mana por un pequeño tubo, dentro de una pequeña concavidad, en la cual bebí y bebí, hasta saciar mi sed. También vimos allí la Grotta Grande, donde están las estatuas de Elena y Paris, como ejemplo del castigo del infierno para los adúlteros, que cometen pecados prohibidos.
 
También recomendaría el Museo de Leonardo da Vinci, conteniendo sus inventos, la Iglesia de Santa María Novella, con el Crucifijo de Brunelleschi y la Farmacia. El Palacio Medici-Riccardi, etc, etc. Y no acabaría de citar maravillosas obras.
 
No quiero despedirme de todos vosotros, sin recomendaros nuevamente que la visiteis. Florencia lo merece.
 
Pero por último consejo, debéis hacer una excursión ineludible a la ciudad de Pisa. El esplendor de su famosa Torre Inclinada permanece grabado en mi memoria para siempre, hasta que se apaguen mis sentidos.
Arrivederchi Florencia, luminosa ciudad que ha entrado en mi alma.

Política arriesgada

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Pedro Rivera Jaro

Que asco de política que destruye amistades
por diferentes perspectivas al enfrentar la vida.
Que desgracia de partidos que desechen hermandades
por formas de opinar algo distintas.
Que pena que los políticos corten relaciones personales
Mientras ellos ocultan reuniones variopintas
Simulan ser lo que no son realmente
para con el apoyo de todos
llegar a conseguir el mando
que les permita enriquecerse prontamente.
El hacha intenta parecer solo el palo del astil,,
para de todo árbol el voto conseguir.
Encinas, chopos, castaños y fresnos
proclaman con orgullo que es de ellos,
y su voto esperanzados le regalan
a quien si llega hasta el poder,
sin ningún miramiento, va y les tala.
Pero es que en el contrario equipo
los que usan la navaja curvada
hacen con las viñas que suceda lo mismo
el acero de la hoja en su mano oculta
y los tima, haciendo ver que son madera,
y es entonces que las vides les votan,
soñando que bien gobiernen, en espera.
Pero cuando la vendimia llega
la hoja escondida de su encierro saca
y afilando sin demora su acero
los racimos de uva, del año la cosecha
los corta y prestamente se los lleva,
guardados en la repleta cesta
y los vende a los grandes bodegueros,
escondiendo luego en sus avaras bolsas
los caudales obtenidos por la venta.

 

Lección de vida

L

Pedro Rivera Jaro

 
 Yo tenía entonces 6 años. Era un día soleado y caluroso del mes de Mayo de 1956. Eran unos minutos más tarde de las 12 del mediodía cuando volví a casa del colegio, y recuerdo que llegué hambriento. Entré en la cocina y miré por los cajones del armario, donde mi mamá solía guardar alimentos, como chorizo, salchichón, membrillo, etc. (entonces no teníamos frigoríficos), pero no encontré nada más que un paquete de papel de estraza, con tajadas de bacalao seco y salado, con el que mi madre acostumbraba a hacer patatas guisadas, pero que yo no alcancé a recordar que previamente ponía el bacalao en agua para desalarle.
 
Empecé a quitar la piel de algunas tajadas y a comérmelas para calmar mi apetito. Al cabo de un rato empecé a sentir una sed tremenda y la necesidad imperiosa de beber. Entonces no teníamos agua corriente del canal de Isabel II en casa, sino que mi mamá tenía que ir a buscarla a la fuente pública, con cántaros de barro, y los colocaba en una cantarera de madera que teníamos junto al fregadero de la cocina.
 
Yo todavía no tenía las fuerzas necesarias para manejar los cántaros de barro sin riesgo de romperlos, como ya me había ocurrido no hacía mucho tiempo y me había ganado unos cachetes.
 
Solo me quedaba para beber una botella de vidrio blanco transparente, con vino blanco en su interior, del cual mi papá bebía un vaso en las comidas, y que se hallaba habitualmente en la ventana.
 
Ni corto ni perezoso subí por el fregadero hasta la ventana y alcanzando la citada botella, me soplé un buen trago de vino blanco y apagué momentáneamente mi sed.
 
Pasado un rato yo tenía todos los efectos de una borrachera, aunque entonces no lo sabía.
 
Después de experimentar mareos y pasar muy mal rato,me tumbé en el suelo y me quedé dormido. Cuando mi mamá regresó a casa después de hacer los recados, me encontró en el suelo y se llevó un susto tremendo. Hasta que yo me fui espabilando y la conté lo que había comido y bebido. Ese día no tuve ganas de comer a mediodía, y hasta por la tarde estuve acostado, hasta que todo dejó de dar vueltas y se me arregló el mal cuerpo.
 
Aquel día aprendí a ser precavido y a no aventurarme a comer ni beber nada que no viniera directamente de la mano de mis mayores

La mentira institucionalizada

L

Pedro Rivera Jaro

 
 Leo en un artículo en “20MINUTOS” que explica la asistencia al foro “Información y Desinformación en el Metafuturo” de un Ministro del actual Gobierno de España, y varios reconocidos periodistas.
 
Se critica la mentira que se extiende en forma de bulos por las redes sociales. Otro de los periodistas carga mas el problema en las medias verdades, puesto que inducen a creencias falsas.
 
Joaquín Manso opina que vivimos una etapa en la que la mentira se ha institucionalizado, a diferencia de lo que ocurría en etapas anteriores, puesto que ahora la mentira se utiliza como herramienta y con ostentación.
 
Por último, Ignacio Escolar opina que en el futuro se conseguirá corregir el uso de las mentiras, aunque compartió que ahora las mentiras son mas difíciles de detectar y combatir, porque somos una sociedad sin anticuerpos ante la mentira.
 
Después de escuchar todas estas opiniones, yo me pregunto: ¿Cómo puede nuestra sociedad mantenerse fuera de la mentira, si nuestros principales líderes, sin querer detallar nombres y apellidos, (aunque se me vienen a la cabeza algunos muy conocidos e importantes), prometen en sus campañas políticas una serie de cosas que harán, y otra serie de cosas que nunca harán si consiguen el poder, pero cuando lo alcanzan hacen lo contrario de lo que prometieron?
 
Esto supone un ejemplo nefasto de indignidad y falta de escrúpulos, que el pueblo llano (usted y yo) aprende a tomarlo por costumbre, lo mismo que ocurría en los años del plomo, que llegábamos a ver con normalidad los asesinatos terroristas efectuados por los asesinos de ETA, por el simple hecho de que los cometían con total habitualidad. Hasta que llegó un detonante que hizo saltar a toda España a la calle para protestar contra ETA, y fue cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco provocó el hartazgo de todos los españoles de paz, orden y justicia.
 
Ahora yo pregunto a todos los españoles de a pie, los que nos dedicamos a llevar una vida digna y a enseñar a nuestros hijos todos los principios que a su vez nos transmitieron nuestros padres, ¿Cuándo vamos a echarnos a las calles nuevamente para pedir que cese la desvergüenza de aquellos que no tienen respeto por la verdad y solo llegan al poder para aprovecharse del pueblo trabajador y honesto que compone la mayoría de nuestra ciudadanía?

El derecho a ser distinto

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Pedro Rivera Jaro

He leído un artículo de Álvaro J. San Juan, acerca de un libro que ha escrito y que ha titulado "Grandes maricas de la historia" y que me ha descubierto algo que desconocía. Él declara ser homosexual y habla también de grandísimos personajes de las ciencias, de las artes, de la literatura y de la historia, y explica la condición de homosexuales de estos hombres del pasado, que yo desconocía, salvo en el caso de alguno de ellos como por ejemplo, Alejandro Magno. 
   
Yo desconocía que Miguel Ángel Buonarotti, Leonardo da Vinci, William Shakespeare, Isaac Newton, Hans Cristian Andersen, Botticelli, Miguel de Cervantes, George Washington, Tchaikovski, fuesen  homosexuales.
   
Tuvieron que disfrazar su homosexualidad, porque las sociedades donde vivían no toleraban lo diferente, y porque para la intelectualidad cristiana lo “normal” era ser hetero.
 
   Dice el articulista que a lo mejor habrá niños o jóvenes que un día lean su libro, y verán que no están solos. Si él cuando era solamente un niño, hubiera conocido que todos estos grandes hombres eran como era él, y como sigue siendo, o sea homosexuales, se hubiera sentido acompañado, mucho mejor de cómo se sentía.
 
   Voy a contaros una vivencia de cuando yo rondaba la treintena. Sería más o menos el año 79, tal vez el 80, en un barrio de Salamanca, que se llama Tejares. Acabábamos de pesar en la báscula pública un camión Pegaso de 4 ejes, que habíamos estado cargando con mercancías destinadas a una fábrica de los alrededores de Madrid. Eran como las once de la noche y entramos a tomar unas cervezas en el Bar Esteban, antes de irnos a cenar cada uno a su casa. 
 
Al entrar observé que tres chavalones como de 20 años estaban acosando e insultando a otro chico de edad aproximadamente igual. Me interesé por el asunto y les pregunté qué era lo que ocurría. 
 
Los acosadores me dijeron que se metían con él porque era mariquita y le llamaban despectivamente Marijose, aunque el nombre suyo era José. 
 
Yo entonces me interpuse, y les dije que no tenían ningún derecho, porque eso no era un motivo para que maltrataran a aquel muchacho. Entonces uno de aquellos tres acosadores me gritó que seguramente yo también era otro maricón, y que por eso le defendía.
 
 Lo que siguió a continuación no puedo contarlo aquí, solo puedo decir que Esteban, que era el propietario del bar, intervino y me rogó que parase la pelea. 
   
Así lo hice, y el por su parte echó a la calle a los tres acosadores. 
 
El muchacho gay me dio las gracias con mucho sentimiento, y me dió un abrazo de agradecimiento antes de marcharse para su casa.
 
Eran los días en que empezaban a notarse cambios relacionados con las libertades en todos los ámbitos de España y afortunadamente hoy están arraigados en nuestra sociedad, pero es que el mundo es muy grande y tiene muchas partes donde se siguen sometiendo a los diferentes. Hay en marcha una gran revolución en Irán por las libertades de las mujeres. 
 En Qatar donde se celebró el Mundial de fútbol, siguen ajusticiando a los homosexuales, alegando que tienen la mente enferma. 
 
¿Qué nos pasa a los seres humanos que no somos capaces de respetar al otro, solo porque sea diferente a nosotros? 
 
Todo el mundo tiene derecho a ser distinto, eso sí, respetando a su vez a los demás.
Vive y deja vivir es un lema que toda mi vida he practicado y, que forma parte de mis principios básicos.

Decide tu futuro

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Pedro Rivera Jaro

Cualquier persona sabe que no tiene posibilidad de recuperar la juventud. Muchos sabemos que en ocasiones, cuando somos jóvenes, nos intoxicamos la cabeza con ilusiones. Son ilusiones que, en la mayoría de las ocasiones no llegan a verse realizadas nunca.
 
Los padres de cada uno, con su mejor intención te orientan para que te prepares para lo que, piensan ellos, será lo que consiga traerte el mejor futuro posible, e incluso si tienes otras preferencias, intentan que te olvides de ellas para que te enfoques hacia lo que, piensan ellos, que será lo mejor para ti.
 
Cuando yo era niño me encantaba jugar al futbol, pero mi padre me decía siempre, que dejase de jugar y me dedicase a estudiar, que sería la forma de que llegase a ser un hombre de provecho en el futuro.
 
También quise estudiar música cuando tenía 9 años. Cuando me examiné en junio de 1959 del examen de ingreso de Bachiller y lo aprobé, mi padre me regaló como premio, una bandurria con su estuche. Ese verano, en la sierra, en el pueblo de mis abuelos maternos, Las Rozas de Puerto Real, donde mi padre había construido una casita, el sacerdote del pueblo, D. Antonio que era una excelente persona, me estuvo enseñando a tocarla por el método de los números señalados en las líneas del pentagrama. Aquel verano aprendí a tocar canciones como "Yo te daré", "Yo vendo unos ojos negros", "Clavelitos", y otras que practiqué muy gustoso, porque yo tenía una gran afición por la música.
 
Cuando regresamos a Madrid a final del verano y reemprendí mis estudios ya en primer curso de bachillerato, mi profesor que era el Director del Colegio, al saber que yo estaba aprendiendo a tocar la bandurria, le dijo a mi padre que, o estudiaba o me dedicaba a tocar la guitarra. Ni siquiera supo distinguir entre guitarra y bandurria. ¡Qué gran profesor que no supo ver, que la música podría constituir una actividad complementaria con las asignaturas del bachillerato!.
 
Mi padre, que tenía al Director don Francisco en un altar como si fuera un Santo, tomó la funda de la bandurria con élla dentro, y poniéndola en lo alto del armario ropero de su dormitorio me dijo: “Hasta que acabe el curso, no vuelvas a tocarla”. Y yo aguantando mis lágrimas no me atreví a contestarle a mi padre, pero en mi fuero interno y lleno de pena pensé: “No la volveré a tocar más”. Y así fue.
 
Yo ahora tengo escritos muchos poemas. Si me hubiera dedicado a la música, probablemente hubiera sido compositor de canciones, pero eso es algo que hoy, a mis 72 años, no sé si habría acontecido, porque no se me permitió seguir aquel camino.
 
Y eso mismo ocurrió con otros intentos posteriores, como por ejemplo mi intención de estudiar Veterinaria, que no le gustaba a mi madre, y me desanimó de mi deseo porque le parecía una profesión poco brillante para su hijo.
 
En fin lo que quiero deciros, es que no permitáis que nadie os desvíe de vuestras aficiones para enfocar vuestras vidas. Es muy importante, muy importante, dedicarse a lo que os pueda hacer felices. La vida puede parecernos larga, pero en realidad, se hace muy corta y liviana si la desarrollamos haciendo aquello que más nos satisface.

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