Autor/aPedro Rivera Jaro

Nació el 24 de febrero de 1950 en Madrid, España. Jubilado con estudios de Empresariales, Marketing y Logística. Dedicado por afición a la narrativa y poesía. Jurado en el Concurso Cultural FECI/INTE, participante en el Libro Versos en el Aire, con el poema ¿A dónde va? Concurso Villa de Lumbrales XXII, de la Asociación de Mujeres. Concurso de Editora Ex Libric, con el trabajo 48 Palabras. En 2023 escribió, mano a mano con la autora Silvia Cristina Preysler Martinson el libro, en español y portugués, Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

Lección de vida

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Pedro Rivera Jaro

 
 Yo tenía entonces 6 años. Era un día soleado y caluroso del mes de Mayo de 1956. Eran unos minutos más tarde de las 12 del mediodía cuando volví a casa del colegio, y recuerdo que llegué hambriento. Entré en la cocina y miré por los cajones del armario, donde mi mamá solía guardar alimentos, como chorizo, salchichón, membrillo, etc. (entonces no teníamos frigoríficos), pero no encontré nada más que un paquete de papel de estraza, con tajadas de bacalao seco y salado, con el que mi madre acostumbraba a hacer patatas guisadas, pero que yo no alcancé a recordar que previamente ponía el bacalao en agua para desalarle.
 
Empecé a quitar la piel de algunas tajadas y a comérmelas para calmar mi apetito. Al cabo de un rato empecé a sentir una sed tremenda y la necesidad imperiosa de beber. Entonces no teníamos agua corriente del canal de Isabel II en casa, sino que mi mamá tenía que ir a buscarla a la fuente pública, con cántaros de barro, y los colocaba en una cantarera de madera que teníamos junto al fregadero de la cocina.
 
Yo todavía no tenía las fuerzas necesarias para manejar los cántaros de barro sin riesgo de romperlos, como ya me había ocurrido no hacía mucho tiempo y me había ganado unos cachetes.
 
Solo me quedaba para beber una botella de vidrio blanco transparente, con vino blanco en su interior, del cual mi papá bebía un vaso en las comidas, y que se hallaba habitualmente en la ventana.
 
Ni corto ni perezoso subí por el fregadero hasta la ventana y alcanzando la citada botella, me soplé un buen trago de vino blanco y apagué momentáneamente mi sed.
 
Pasado un rato yo tenía todos los efectos de una borrachera, aunque entonces no lo sabía.
 
Después de experimentar mareos y pasar muy mal rato,me tumbé en el suelo y me quedé dormido. Cuando mi mamá regresó a casa después de hacer los recados, me encontró en el suelo y se llevó un susto tremendo. Hasta que yo me fui espabilando y la conté lo que había comido y bebido. Ese día no tuve ganas de comer a mediodía, y hasta por la tarde estuve acostado, hasta que todo dejó de dar vueltas y se me arregló el mal cuerpo.
 
Aquel día aprendí a ser precavido y a no aventurarme a comer ni beber nada que no viniera directamente de la mano de mis mayores

La mentira institucionalizada

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Pedro Rivera Jaro

 
 Leo en un artículo en “20MINUTOS” que explica la asistencia al foro “Información y Desinformación en el Metafuturo” de un Ministro del actual Gobierno de España, y varios reconocidos periodistas.
 
Se critica la mentira que se extiende en forma de bulos por las redes sociales. Otro de los periodistas carga mas el problema en las medias verdades, puesto que inducen a creencias falsas.
 
Joaquín Manso opina que vivimos una etapa en la que la mentira se ha institucionalizado, a diferencia de lo que ocurría en etapas anteriores, puesto que ahora la mentira se utiliza como herramienta y con ostentación.
 
Por último, Ignacio Escolar opina que en el futuro se conseguirá corregir el uso de las mentiras, aunque compartió que ahora las mentiras son mas difíciles de detectar y combatir, porque somos una sociedad sin anticuerpos ante la mentira.
 
Después de escuchar todas estas opiniones, yo me pregunto: ¿Cómo puede nuestra sociedad mantenerse fuera de la mentira, si nuestros principales líderes, sin querer detallar nombres y apellidos, (aunque se me vienen a la cabeza algunos muy conocidos e importantes), prometen en sus campañas políticas una serie de cosas que harán, y otra serie de cosas que nunca harán si consiguen el poder, pero cuando lo alcanzan hacen lo contrario de lo que prometieron?
 
Esto supone un ejemplo nefasto de indignidad y falta de escrúpulos, que el pueblo llano (usted y yo) aprende a tomarlo por costumbre, lo mismo que ocurría en los años del plomo, que llegábamos a ver con normalidad los asesinatos terroristas efectuados por los asesinos de ETA, por el simple hecho de que los cometían con total habitualidad. Hasta que llegó un detonante que hizo saltar a toda España a la calle para protestar contra ETA, y fue cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco provocó el hartazgo de todos los españoles de paz, orden y justicia.
 
Ahora yo pregunto a todos los españoles de a pie, los que nos dedicamos a llevar una vida digna y a enseñar a nuestros hijos todos los principios que a su vez nos transmitieron nuestros padres, ¿Cuándo vamos a echarnos a las calles nuevamente para pedir que cese la desvergüenza de aquellos que no tienen respeto por la verdad y solo llegan al poder para aprovecharse del pueblo trabajador y honesto que compone la mayoría de nuestra ciudadanía?

El derecho a ser distinto

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Pedro Rivera Jaro

He leído un artículo de Álvaro J. San Juan, acerca de un libro que ha escrito y que ha titulado "Grandes maricas de la historia" y que me ha descubierto algo que desconocía. Él declara ser homosexual y habla también de grandísimos personajes de las ciencias, de las artes, de la literatura y de la historia, y explica la condición de homosexuales de estos hombres del pasado, que yo desconocía, salvo en el caso de alguno de ellos como por ejemplo, Alejandro Magno. 
   
Yo desconocía que Miguel Ángel Buonarotti, Leonardo da Vinci, William Shakespeare, Isaac Newton, Hans Cristian Andersen, Botticelli, Miguel de Cervantes, George Washington, Tchaikovski, fuesen  homosexuales.
   
Tuvieron que disfrazar su homosexualidad, porque las sociedades donde vivían no toleraban lo diferente, y porque para la intelectualidad cristiana lo “normal” era ser hetero.
 
   Dice el articulista que a lo mejor habrá niños o jóvenes que un día lean su libro, y verán que no están solos. Si él cuando era solamente un niño, hubiera conocido que todos estos grandes hombres eran como era él, y como sigue siendo, o sea homosexuales, se hubiera sentido acompañado, mucho mejor de cómo se sentía.
 
   Voy a contaros una vivencia de cuando yo rondaba la treintena. Sería más o menos el año 79, tal vez el 80, en un barrio de Salamanca, que se llama Tejares. Acabábamos de pesar en la báscula pública un camión Pegaso de 4 ejes, que habíamos estado cargando con mercancías destinadas a una fábrica de los alrededores de Madrid. Eran como las once de la noche y entramos a tomar unas cervezas en el Bar Esteban, antes de irnos a cenar cada uno a su casa. 
 
Al entrar observé que tres chavalones como de 20 años estaban acosando e insultando a otro chico de edad aproximadamente igual. Me interesé por el asunto y les pregunté qué era lo que ocurría. 
 
Los acosadores me dijeron que se metían con él porque era mariquita y le llamaban despectivamente Marijose, aunque el nombre suyo era José. 
 
Yo entonces me interpuse, y les dije que no tenían ningún derecho, porque eso no era un motivo para que maltrataran a aquel muchacho. Entonces uno de aquellos tres acosadores me gritó que seguramente yo también era otro maricón, y que por eso le defendía.
 
 Lo que siguió a continuación no puedo contarlo aquí, solo puedo decir que Esteban, que era el propietario del bar, intervino y me rogó que parase la pelea. 
   
Así lo hice, y el por su parte echó a la calle a los tres acosadores. 
 
El muchacho gay me dio las gracias con mucho sentimiento, y me dió un abrazo de agradecimiento antes de marcharse para su casa.
 
Eran los días en que empezaban a notarse cambios relacionados con las libertades en todos los ámbitos de España y afortunadamente hoy están arraigados en nuestra sociedad, pero es que el mundo es muy grande y tiene muchas partes donde se siguen sometiendo a los diferentes. Hay en marcha una gran revolución en Irán por las libertades de las mujeres. 
 En Qatar donde se celebró el Mundial de fútbol, siguen ajusticiando a los homosexuales, alegando que tienen la mente enferma. 
 
¿Qué nos pasa a los seres humanos que no somos capaces de respetar al otro, solo porque sea diferente a nosotros? 
 
Todo el mundo tiene derecho a ser distinto, eso sí, respetando a su vez a los demás.
Vive y deja vivir es un lema que toda mi vida he practicado y, que forma parte de mis principios básicos.

Decide tu futuro

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Pedro Rivera Jaro

Cualquier persona sabe que no tiene posibilidad de recuperar la juventud. Muchos sabemos que en ocasiones, cuando somos jóvenes, nos intoxicamos la cabeza con ilusiones. Son ilusiones que, en la mayoría de las ocasiones no llegan a verse realizadas nunca.
 
Los padres de cada uno, con su mejor intención te orientan para que te prepares para lo que, piensan ellos, será lo que consiga traerte el mejor futuro posible, e incluso si tienes otras preferencias, intentan que te olvides de ellas para que te enfoques hacia lo que, piensan ellos, que será lo mejor para ti.
 
Cuando yo era niño me encantaba jugar al futbol, pero mi padre me decía siempre, que dejase de jugar y me dedicase a estudiar, que sería la forma de que llegase a ser un hombre de provecho en el futuro.
 
También quise estudiar música cuando tenía 9 años. Cuando me examiné en junio de 1959 del examen de ingreso de Bachiller y lo aprobé, mi padre me regaló como premio, una bandurria con su estuche. Ese verano, en la sierra, en el pueblo de mis abuelos maternos, Las Rozas de Puerto Real, donde mi padre había construido una casita, el sacerdote del pueblo, D. Antonio que era una excelente persona, me estuvo enseñando a tocarla por el método de los números señalados en las líneas del pentagrama. Aquel verano aprendí a tocar canciones como "Yo te daré", "Yo vendo unos ojos negros", "Clavelitos", y otras que practiqué muy gustoso, porque yo tenía una gran afición por la música.
 
Cuando regresamos a Madrid a final del verano y reemprendí mis estudios ya en primer curso de bachillerato, mi profesor que era el Director del Colegio, al saber que yo estaba aprendiendo a tocar la bandurria, le dijo a mi padre que, o estudiaba o me dedicaba a tocar la guitarra. Ni siquiera supo distinguir entre guitarra y bandurria. ¡Qué gran profesor que no supo ver, que la música podría constituir una actividad complementaria con las asignaturas del bachillerato!.
 
Mi padre, que tenía al Director don Francisco en un altar como si fuera un Santo, tomó la funda de la bandurria con élla dentro, y poniéndola en lo alto del armario ropero de su dormitorio me dijo: “Hasta que acabe el curso, no vuelvas a tocarla”. Y yo aguantando mis lágrimas no me atreví a contestarle a mi padre, pero en mi fuero interno y lleno de pena pensé: “No la volveré a tocar más”. Y así fue.
 
Yo ahora tengo escritos muchos poemas. Si me hubiera dedicado a la música, probablemente hubiera sido compositor de canciones, pero eso es algo que hoy, a mis 72 años, no sé si habría acontecido, porque no se me permitió seguir aquel camino.
 
Y eso mismo ocurrió con otros intentos posteriores, como por ejemplo mi intención de estudiar Veterinaria, que no le gustaba a mi madre, y me desanimó de mi deseo porque le parecía una profesión poco brillante para su hijo.
 
En fin lo que quiero deciros, es que no permitáis que nadie os desvíe de vuestras aficiones para enfocar vuestras vidas. Es muy importante, muy importante, dedicarse a lo que os pueda hacer felices. La vida puede parecernos larga, pero en realidad, se hace muy corta y liviana si la desarrollamos haciendo aquello que más nos satisface.

Ladrones en el tejado

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Pedro Rivera Jaro

Era verano. El año no lo recuerdo exactamente, pero aproximadamente debería tratarse de 1968. Deberían de ser alrededor de las 10 de la noche. Habíamos cenado y mis hermanos pequeños Félix y Javi salieron a jugar a nuestro hermoso patio, mientras mis padres, mi hermana Maribel y yo, veíamos en la cocina de nuestra casa, en el televisor Werner, el programa que estuviera emitiendo la única televisión que teníamos entonces en España, Televisión Española.

La cocina era el centro de reunión habitual en nuestra casa. Siempre lo recuerdo así, allí estaban la cocina de gas butano donde mi madre guisaba cada día los alimentos que comíamos todos, allí estaba el fregadero, el armario de cocina con un montón de platos, vasos y otros objetos de uso habitual. Este armario tenía distintos apartados, así como dos cajones que contenían uno, los cuchillos, tenedores cucharas, etc., y el otro servilletas y manteles de hilo, para colocar en la mesa. La mesa que era grande, para que pudiéramos sentarnos los seis miembros de la familia a comer juntos, y también tenía dos cajones donde se guardaba el hule impermeable que mi madre tenía costumbre de extender sobre la mesa y debajo del mantel. Había una ventana amplia, de dos hojas, que aquel día de verano estaban abiertas para que entrara el fresco del patio.

También estaba en la cocina, la estufa de carbón que en invierno era toda la calefacción que teníamos en nuestra casa y donde calentábamos los pijamas y las mantitas de muletón en las que nos envolvíamos para combatir el frío de las sabanas.

La casa era amplia, de planta baja y tenía además de la cocina, el dormitorio de mis padres que era el más grande, el dormitorio de mi hermana, el cuarto de estar y otro dormitorio con dos camas, donde dormíamos los tres varones. Luego conseguimos tener un cuarto de baño, que fue la última incorporación a la casa, a partir de traer la conducción de agua potable a la casa, que hasta entonces íbamos a la fuente pública y la traíamos en cántaros, en cubos, barreños, etc.

Y el agua para regar el jardín, lo sacábamos de un pozo bastante profundo que dejó hecho mi abuelo Pedro. Toda la casa estaba atravesada por un pasillo distribuidor desde la puerta de la calle, hasta la puerta del patio.

De pronto sonaron fuertes golpes en la puerta de la calle. Salimos corriendo los cuatro y abrimos rápidamente la puerta. A grandes voces Fernando, otro vecino de la calle, nos decía que teníamos dos ladrones por los tejados y que al arrojarles trozos de ladrillos y de gravilla que eran restos de una pequeña obra que habían hecho en la calle, se fueron corriendo por el tejado en dirección a la parte que daba con nuestro patio y nuestro garaje. Corrimos hasta el patio, y allí vimos a mis hermanos que venían como del garaje y llegaban justo a la esquina del cuarto de baño con el patio.

Al preguntarles nosotros si habían visto a alguien bajar de los tejados, contestaron que no habían visto a nadie.

- "Hay ladrones por los tejados" les dijimos, al mismo tiempo que veíamos en el suelo del patio, los proyectiles de obra que Fernando les había estado arrojando, cascotes y piedras.

Javi permaneció callado, pero Félix que era el mayor de los dos, dijo muy asustado: "No hay ningún ladrón. Éramos nosotros que queríamos coger un nido de gorriones que tiene ya grandes los pajaritos y que pronto van a echar a volar".

Y miraba a mi padre que estaba muy serio, pero que aparte de la travesura, prefirió ésta sin duda, mejor que tener que enfrentarse a los supuestos y por otra parte, inexistentes ladrones.

Mi padre les regañó bastante, y no cobraron porque mi madre siempre le sujetaba a mi padre para que no nos diera cachetes.

Yo estuve dando muchas vueltas a la cabeza y pensando la desgracia que hubiera sido de haber acertado Fernando alguno de los proyectiles de piedra que les arrojó. Después me estuve riendo con ganas, pensando en la rapidez que tuvieron en bajar del tejado por la reja de la ventana del cuarto de baño, al suelo. Años después, ya todos adultos, nos hemos reído muchas veces comentando lo ocurrido, y haciéndonos muchísima gracia la diferencia de carácter de los dos, uno que se hizo el “muerto” y no confesó nada, y el otro con su franqueza dando la cara, confesando lo ocurrido, y demostrando un carácter que sigue teniendo en la actualidad, más de cincuenta años después.

 

La caza con hormigas

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Pedro Rivera Jaro

Hace un calor tremendo. Es pleno verano y el final de Agosto. Caen las primeras lluvias después de muchas semanas sin caer ni una gota de agua.
 
Y después de la lluvia, al volver a salir el sol, observamos que ya están saliendo de sus hormigueros las hormigas de ala, aladas o aludas, que serán las próximas reinas de sus hormigueros, y otros más pequeños, también alados, que son los alines, y que son los machos, cuyo único objetivo en sus vidas, es fertilizar a las reinas. En pleno vuelo fecundan a las reinas, y después caen al suelo para morir, mientras las hembras cuando bajan al suelo, se desprenden de sus alas y hacen un agujero en el suelo, y empiezan a poner huevos, que luego serán las obreras del nuevo hormiguero.
 
Yo aprendí de Juan de Dios, un panadero vecino mío que era el marido de la prima Eulalia, a quien todos llamábamos Olaya, a capturar las hormigas antes de que volaran, justo cuando se preparaban para realizar su vuelo nupcial.
 
La señal para cavar en las bocas de los hormigueros eran las caídas de las primeras lluvias.
 
Cuando aparecían las aladas, las metíamos directamente al capturarlas en las piteras, en una botella de cristal, para evitar que pudieran trepar y escapar volando.
 
Juan de Dios, las utilizaba como cebo vivo en la pesca y en las ballestas o costillas, para capturar pájaros, en la temporada de los pájaros de verano, que bajaban de las sierras, y volaban hacia el sur huyendo del descenso de las temperaturas.
 
Yo diseñe después mi propio vivero, para mantener vivas mis hormigas de alas, el mayor tiempo posible, que podía llegar a alcanzar varios meses. Metía en un cajón de madera, capas de arena con cañas huecas, cortadas en los cañaverales de las huertas del Tío Torres, de la ribera del Manzanares. Luego hacía pelotas de papel de periódico y las intercalaba con tierra por encima. Ponía en la parte alta tapas metálicas de frascos de conserva, con agua que aportaba grado de humedad. Encima ponía una tapa de madera y sobre la tapa de madera una lona que ataba, para que no pudiesen salir y escapar las hormigas.
 
Las pobres hormigas aladas habían pasado de aspirar a ser reinas en sus hormigueros, a ser reclamo vivo para atrapar pájaros.
 
Las ballestas, cepos o costillas, que por los tres nombres se conocían, consistían en unos mecanismos con muelles, cuyo semicírculo superior abría sobre la parte inferior o base, y se sujetaba abierta con la punta de la varilla metida en el pinganillo donde se apresa el cebo. El pinganillo tiene dos pequeñas puntas de acero, opuestas, que al apretarlas, aumentan el círculo central donde introducimos la parte trasera del cuerpo de la hormiga , hasta su estrechamiento y una vez dentro soltamos las puntas y la hormiga queda presa, pero sin apretar y con cierta libertad de movimiento. Cuando la presa picaba la hormiga, escurría la varilla de sujeción y la muerte o parte superior golpeaba con fuerza por efecto de los muelles sobre la base. La diferencia entre las ballestas o costillas con los cepos, es que las primeras tienen una tabla de madera sobre la que está abrochada la parte metálica, y los cepos no.
 
Era muy importante la elección de los lugares estratégicos donde colocar las trampas, como por ejemplo las pequeñas elevaciones, cercanas a una alambrada, donde los pájaros solían posarse. Se raspaba el suelo, arrancando las pequeñas hierbas que pudiera haber en el lugar donde pretendíamos asentar la ballesta, formando un pequeño calvero que se distinguía de su alrededor. Luego se orientaba, de manera que las alas de la hormiga brillaran al sol, y, para evitar que el pájaro picara el cebo por la parte de atrás, se colocaba en ella un terrón o matas de hierba de la que habíamos quitado antes, que le hiciera más fácil picar el cebo por delante, y disparar el mecanismo como antes explicaba.
 
También acostumbraba yo a atar un cordel en la ballesta, y le sujetaba a algún objeto de peso, o a algún arbusto, para que, si se daba el caso de que picaba algún animal de mayor tamaño y fuerza, no huyera y escapase llevándose la trampa arrastrándola. Y es que, en ocasiones, ocurría que era un lagarto, o una lagartija, quien mordía la hormiga, dado que tenían gran avidez por este insecto y resultaban atrapados por la ballesta.
En la actualidad todo esto que os cuento, puede parecer una barbaridad. De hecho hoy día las ballestas están prohibidas, y su uso castigado por importantes multas, y lo mismo sucede con la utilización de cebos vivos, pero hace 60 años, los pajaritos se comían en los hogares humildes, e incluso, en los bares se vendían como aperitivos, una vez sazonados y fritos.
 
Espero y deseo que esta historia de mi niñez os distraiga un rato e incluso que os guste.

Un día nefasto en mi vida

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Pedro Rivera Jaro

Los antiguos romanos separaban los días señalándolos como fastos o nefastos. Eso lo traducían a la vida rutinaria, poniendo mucho cuidado en no emprender negocios en ningún día nefasto, porque creían firmemente que fracasarían. En cambio sí que lo emprendían en los días señalados como Fastos, creyendo que saldrían perfectamente adelante con éxito.
 
El 23 de Julio de 2024, hace hoy exactamente un mes, yo tenía previsto viajar a Palma de Mallorca, a las 7 de la tarde, puesto que tenía cita con mi dermatólogo.
 
Aquel día por la mañana, después de ducharme y afeitarme, desayuné café con leche y galletas. Después me lavé los dientes, y una vez me peiné y me vestí, salí a la calle y me dirigí, como hacía cada mañana, a la Biblioteca Pública Pedro Salinas, en donde tomaba un ejemplar del periódico gratuito 20 Minutos. Después de recogerlo, subí por la calle Toledo hasta la panadería Corteza y Miga, compré un colón de pan candeal y desde allí me dirigí a la tiendas de Vinos y Licores de la calle de Calatrava, esquina con La Paloma, en la que compré una botella de Anisette Marie Brizard.
 
Cuando salí de aquella tienda, después de pagar los 12 euros que costaba la botella, crucé la plazuela de Isabel Tintero, y al llegar a la escalerilla de 5 o 6 escalones de granito, que baja hasta la acera de la Gran Vía de San Francisco, me di cuenta de que el semáforo abierto a los peatones, estaba a punto de cambiar y cerrarse.
 
Inconscientemente apreté a correr y, de pronto, sin saber cómo, me vi dando traspiés en los escalones hasta caer de bruces, todo lo largo que soy, sobre las baldosas de granito de la acera. El periódico y el pan que yo portaba en mi mano izquierda, así como la botella de Anisette Marie Brizard, que llevaba en la derecha, me impidieron apoyar mis manos con soltura, para poder amortiguar mi caída. Mis gafas aparecieron en el suelo con una de su patillas doblada casi hasta los noventa grados, con respecto al resto. La barra de pan, salió de su bolsa de papel, desde mi mano izquierda, y sobrepasó de largo al periódico que también había salido proyectado hacia delante. Y a mí derecha la botella de Anisette, se hizo pedazos, derramándose su contenido y observé con horror, que los cascos de vidrio quedaron casi tocando mi cara, después de la caída. Cuando llegué al suelo, escuché un ruido seco que produjo mi cabeza al golpear el suelo con la parte derecha de mi barbilla.
 
Inmediatamente escuché que varias personas me preguntaban si me encontraba bien, y si podía levantarme. En ese momento yo estaba chequeando mi cuerpo, y me di cuenta de que al menos podía levantarme, lo que era equivalente a que mis huesos más importantes de brazos y piernas permanecían enteros. Me dolían las manos y observé que sangraba abundantemente por una brecha que tenía en la barbilla, así como por la uña del dedo corazón de mi mano izquierda, que estaba levantada y separada de la punta del dedo, cuya primer falange se había fracturado.
La mano derecha también tenía daños, que hoy 23 de agosto, siguen doliendo, pero aparentemente no tenía fracturas.
 
Mi mejilla derecha y su zona, golpeó en el suelo, y más tarde pude observar en mi casa que estaba enrojecida. También la parte exterior de mi rodilla derecha, estaba cubierta de rozaduras.
 
Las voces que se interesaban por mí, cuando estaba caído boca abajo, en las losas de piedra, pertenecían a dos mujeres, muy buenas personas, que se preocuparon de atenderme en aquellos primeros momentos. Una de ellas era una señora, o señorita, rumana. La otra era una mujer hispanoamericana, no recuerdo si era de Colombia o de Venezuela, lo que si recuerdo es que cruzó al bar de enfrente y compró una botella de agua, con la que estuvo lavándome las manos y la cara, para limpiarlas de sangre.
 
Inmediatamente llamaron a una ambulancia, que llegó en pocos minutos, y que pertenecía al Samur. Que Dios bendiga a estas dos buenas mujeres, y también a otras cuatro personas que pararon su camino para prestarme ayuda. Dos chicos jóvenes que por su apariencia física me parecieron hispanoamericanos. Y por último, una pareja de aproximadamente 60 años que pararon igualmente para prestarme auxilio.
 
Doy gracias por poder comprobar, una vez más, que sigue habiendo humanidad en el comportamiento de muchas personas.
 
Procedí a llamar por el móvil a mi esposa, que estaba en nuestra casa, a 3 minutos de tiempo de llegada, y que en principio se alarmó, por lo que la tranquilicé y la pedí que viniera. Llegó enseguida con el coche y cuando llegó, los sanitarios del Samur me estaban atendiendo dentro de la ambulancia. Desinfectaron mis heridas, revisaron mis huesos para comprobar su estado, y me dijeron que debería ir a algún hospital de la Seguridad para que pusieran puntos en la brecha de mi barbilla, que profundizaba hasta el maxilar y que precisaba ser cosida. También necesitaría que me vieran por Rayos X.
 
Fui muy bien atendido por los sanitarios y me ofrecieron acercarme a algún hospital a la tienda de Seguridad Social, advirtiéndome de que podría tener que esperar todo el día para ser atendido.
Como resulta que hace muchos años que, además de la S.S., soy abonado de ADESLAS, (Seguro Médico Privado), y que tenía que estar en el aeropuerto Adolfo Suarez, de Madrid Barajas una hora antes de mi vuelo, o sea a las 18,00 horas, le pedí a Estrella, mi esposa, que me llevara al Hospital Madrid, en la plaza del Conde del Valle de Suchil, y allí me llevó, y fui muy bien atendido por una doctora traumatóloga, cubana de nacimiento y descendiente de gallegos.
 
Mi esposa creía que me tendrían que arrancar la uña, pero la doctora me informó de que ya no acostumbraban a hacerlo. Debo decir que a día de hoy, las dos uñas dañadas están prácticamente normales. Una de ellas, la de la mano izquierda, todavía tiene una mancha morada en la punta, pero que calculo que desaparecerá en un mes.
 
Cuando llegamos a casa y mi esposa puso la comida en los platos, para los dos, al intentar comer me di cuenta de que no podía masticar, y comprobé que tenía partida la muela del juicio, inferior derecha, así como otra muela superior de la parte izquierda, de manera que estuve bastantes días alimentándome de caldos, yogures, etc. Actualmente ya como todo tipo de alimentos, aunque las bebidas frías, debo beberlas por la parte izquierda de mi boca, si no quiero despertar el dolor del lado derecho.
 
A mi vuelta de Palma de Mallorca pedí cita al dentista, pero la solución propuesta por la doctora que me atendió, que era suplente de mi dentista habitual, que se encontraba de vacaciones, que consistía en extraerme la muela del juicio, no me convenció. De forma que anulé la cita para la extracción y decidí esperar a que volviera mi dentista habitual.
 
Mi mujer opinaba, y seguramente tenía razón, que podrían haber sido mucho más graves las consecuencias de mi caída. Así que, encima, tengo motivos para alegrarme.
 
A las 17,30 mi esposa me llevó al aeropuerto, y allí me bajé del coche con mi maleta, y ella volvió para Madrid.
 
Yo llevaba el cuerpo dolorido y los dedos vendados. En la barbilla me pusieron tres puntos de aproximación, que la doctora me recomendó no mojar en unos cuantos días, para a la cicatrización de la herida.
 
Cuando llegué al control de equipajes, donde los arcos detectores buscan armas o bombas, gracias al regalo que nos hicieron los terroristas a las personas normales, me dijo el agente al que correspondía registrarme a mí, que me quitase el cinturón y los tirantes, y además debería vaciar mis bolsillos. Yo le contesté, que lo sentía, pero que tendría un dedo roto de la mano izquierda y la mano derecha completamente hinchada y dolorida, como podía comprobar por mis vendajes. Y además le hice saber que tengo 6 clavos de titanio en mi columna vertebral, así como una prótesis de cadera, en el lugar que antaño ocupaba mi cadera izquierda original.
 
Aquel agente debió de entenderlo, y me ordenó pasar el arco hasta donde él estaba, y allí me estuvo registrando sin encontrar ningún objeto que pudiera resultarle digno de sospecha.
 
Una vez llegué a las pantallas luminosas donde se describían los vuelos, busqué mi vuelo
UX-6097 de la compañía AIR EUROPA, que tenía prevista la hora de embarque a las 18:15, la salida de Madrid a las 19:00, con destino al Aeropuerto de Mallorca y llegada a las 20:20.
La única información era que el vuelo estaba retrasado.
 
Desde las 18 horas en que yo llegué a la zona de embarque, hasta las 19:40 en que subí al avión, los sufridos clientes de AIR EUROPA, tuvimos que soportar la total desinformación a la que nos sometió la aerolínea.
 
La principal causa del retraso era que solamente tenían un avión para hacer los recorridos de la ida y los de la vuelta, y cualquier retraso producido, se iba acumulando a lo largo del día.
 
No terminó el sufrimiento todavía, porque a las 20:09 todos los viajeros llevábamos dentro del avión casi media hora, con un calor horroroso, cuando empezaron a explicarnos el protocolo de seguridad, y en ese momento algunos viajeros, ya nerviosos con las demoras, empezaron a pedir a gritos que pusieran el aire acondicionado.
 
En ese momento, la sobrecargo se dirigió a una viajera de las que protestaban por el retraso y por el calor, y la manifestó que no se podía poner el aire acondicionado hasta que no despegáramos.
 
Desde las 20:09, el avión estuvo desplazándose dentro del aeropuerto, desde la Terminal 2, hasta la pista de despegue de la Terminal 4, y no fue hasta las 21:06 que se produjo el despegue del aparato.
 
A las 22:07 tomamos tierra en el aeropuerto de Son San Joan de Palma de Mallorca, y ahora viene el remate, de un viaje que habitualmente dura 50 minutos, y que había sufrido un retraso de 127 minutos, cuando por la megafonía del avión nos comunica la sobrecargo, que teníamos que esperar a que viniera la Guardia Civil del Aeropuerto, para detener a la señora que había expresado su protesta por el retraso y por el calor.
 
La mayoría del pasaje empezamos a gritar que queríamos salir del avión, pero no nos permitieron salir hasta las 22:28, hora en que empezamos a evacuar el avión.
 
Junto a la puerta delantera por la que salíamos del mismo y entrábamos al finger, estaba un sargento de la Guardia Civil, acompañado de un número del mismo Cuerpo, esperando a la señora que venía saliendo detrás de mí.
 
Me pareció injusto e insoportable que retuvieran a aquella viajera, y me dirigí a los agentes, manifestándoles mi desacuerdo, porque no había motivos para hacerlo ya que lo único que hizo, fue protestar de un trato denigrante a los viajeros, por parte de la compañía y su sobrecargo.
 
Manifesté igualmente mi voluntad de declarar lo que había ocurrido, a lo que el sargento me respondió que estuviese tranquilo, porque no habría ninguna consecuencia para aquella viajera.
 
No faltó tampoco un trabajador de tierra de la compañía que se manifestase en apoyo de la sobrecargo, diciendo que el aire si estaba funcionando en el aeropuerto de Madrid. Yo le contesté que cómo podía él saber lo que había ocurrido en Madrid, desde su puesto de trabajo en aquel pasillo de Palma de Mallorca a lo que no le quedó otro remedio que callarse.
 
Varias personas paramos en el mostrador de Air Europa, para pedir la Hoja de Reclamaciones, y argumentaron que no tenían allí, que deberíamos protestar por vía telemática. Lo único que pudimos conseguir, fue un folio escrito a doble cara, escrito en inglés, con información de los derechos de los pasajeros aéreos en la Unión Europea, con el código AEA-ME-026-ANO4-R12.
 
Lo cierto es que aguantamos una situación abusiva, y que, por no querer molestarnos en gestionar la protesta de estos abusos, AIR EUROPA repite el abuso una y otra vez, porque no es la primera vez que yo mismo he tenido que padecerlo.

La culebra que robaba la leche de un bebé

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Pedro Rivera Jaro

En los años cincuenta, cuando yo era un niño de pocos años, las mamás con bebés lactantes, acostumbraban a darles de mamar en público, pues entonces era considerado algo de lo más natural.
 
Si se encontraban cosiendo en la puerta de casa, junto a otras vecinas, y el bebé lloraba porque tenía hambre, tomaban el bebé en brazos, sacaban un pecho fuera de su alojamiento textil, y le ponía el pezón en la boquita, para que succionara la leche y acabara su hambre.
 
Luego ya, dependiendo de cada bebé y su apetito, podía saciarse con el contenido de un seno o, si seguía teniendo hambre, guardaba el seno vacío y continuaba con el segundo su alimentación. Hasta que el bebé se cansaba de mamar, y entonces su mamá le limpiaba la boquita, y guardaba la mama dentro de su alojamiento en el sujetador.
 
Recuerdo que en una ocasión, estaba mi querida mamá dando de mamar a mi hermano Félix, al cual saco 5 años, yo estaba mirando como lo hacían, y mamá tomó su pezón entre los dedos y apretó, dirigiendo el chorrito de leche a mi cara, que quedó mojada y pegajosa, por la leche proyectada sobre ella. Mi madre se reía con ganas, y yo también. El único que protestó fue mi hermanito que había notado como se interrumpía su comida.
 
Es posible que la gran atracción que ejercen sobre mí los pechos de las féminas, se encuentre en mi subconsciente, que posiblemente guarda aquel recuerdo del seno materno, fuente natural de vida.
 
Pero ahora quería contaros una historia que nos contó la abuela de mi amigo Ignacio, a él y a mí.
 
Esta señora era natural de un pequeño pueblecito de Toledo llamado Escalonilla, y nos refirió una historia de un niño que estaban criando, en su pueblo, con la leche de su mamá.
 
El niño estaba hermoso, pero en los últimos días, dejó de coger peso, y despertó la alarma
de su madre y de su abuela.
 
La mamá se sentaba en un cómodo sillón, en el zaguán de su casa, con el bebé en brazos,
dándole el pecho, mientras dormitaba. Una vez que la leche se acababa en sus pechos, ayudaba al bebé a expulsar el aire, dándole unas palmaditas en la espalda, y luego le acostaba para que durmiera.
 
Aquellos últimos días, el niño lloraba desconsoladamente después de mamar, y su mamá notó que no ganaba peso y lo comento con su madre, la abuela del bebé.
 
La abuela calló, cuando escuchó el comentario, y decidió observar desde un lugar escondido cómo se amamantaba el bebé. El niño empezó a mamar, y la mamá se adormiló enseguida.
De pronto, la abuela observó que, del ojo de una enorme cerradura que había en aquella vieja puerta carretera de madera, empezó a salir una culebra bastarda, y se aproximó hasta la boca del niño, introduciendo en ella la punta de su cola. Al mismo tiempo con su boca empezó a mamar la teta. Una vez hubo terminado, se retiró por el mismo orificio por el que había salido antes.
 
La abuela despertó a su hija y, la explicó lo sucedido. Quedó horrorizada con la explicación de lo que estaba sucediendo.
 
Al día siguiente pusieron un lazo corredizo en el ojo de la cerradura, y cuando la culebra salió, la atraparon y fin del problema. La trasladaron a gran distancia y la soltaron donde no pudiera volver a aquel zaguán.
 
El niño volvió a recuperar su peso, y su mamá y su abuela, su tranquilidad y sosiego.
Si la historia fue cierta o fue inventada solo para entretenernos a unos niños, no tengo forma de saberlo, pero eso ya es algo secundario. Lo importante es que esta historia me impactó, y nunca la he olvidado. Por eso mismo, ahora tengo el placer de regalárosla a todos vosotros.
 
Hace poco, alguien me contó otra historia parecida, de otra serpiente que mamaba de las ubres de una vaca, que tenía un ternero lactante, con tal suavidad, que la vaca buscaba a la serpiente para que la mamara, hasta el punto que llegó a aborrecer a su ternero.
 
Mi pregunta es: ¿Podría tratarse de la misma serpiente?

El patio de mi casa

E

Pedro Rivera Jaro

 
Las personas de fuera de Madrid piensan que esta gran ciudad siempre estuvo constituida por enormes rascacielos como los que existen en la hermosa calle de la Gran Vía o el paseo de la Castellana, pero yo recuerdo de mi primera infancia, en la zona de los barrios del sur de Madrid, en mi calle que entonces se llamaba Barrio de San José y a la que posteriormente cambiaron a Calle de San Fortunato, existía una mayoría de casas de planta baja, en muchas de las cuales faltaban los servicios más elementales, como agua corriente o alcantarillado, y cuyas calles carecían de pavimento, y cuando llovía, se formaban enormes barrizales, y grandes charcos de agua, que los chiquillos aprovechábamos para jugar hasta ponernos perdidos de salpicaduras de agua embarrada, y que cuando llegábamos a casa, nuestras madres nos administraban una buena ración de azotes en las nalgas.
 
A 200 metros de mi casa, había campos sembrados de trigo o cebada, entre cuyos surcos, nosotros buscábamos nidos de alondra, lagartijas, lagartos y culebras. Disfrutábamos dentro de la gran ciudad, de cosas propias del campo, como escuchar donde cantaban los grillos y descubrir el agujero donde se refugiaban, al escuchar el ruido de nuestros pasos al aproximarnos. Metíamos por el agujerito una pajita vegetal, y como habían entrado reculando en su refugio, les hacíamos cosquillas en la parte delantera y les obligábamos a salir, momento que nosotros aprovechábamos para capturarlos. Luego les metíamos en unas jaulitas hechas con telas metálicas mosquiteras, y les echábamos hojas de lechuga para que comieran y nos deleitaran con su canto.
 
En lo que fue mi casa, hoy día existen dos bloques de viviendas de cuatro alturas, y la calle que os he contado que era de tierra, hoy está debidamente asfaltada, y todos aquellos campos de trigo y cebada, hoy son bloques de viviendas con todos los servicios y comodidades que la vida moderna impone.
 
En la parte trasera de mi casa existían los garajes donde mi padre encerraba su camión, con su banco de trabajo, herramientas y demás utensilios de su actividad de transportista. En otra parte existía un gallinero, con un par de docenas de gallinas ponedoras, un palomar en su parte alta, y a un costado exterior de la valla metálica del gallinero, teníamos tres jaulas de conejos.
Todo esto estaba a mi cuidado que tenía entre mis obligaciones la alimentación, y limpieza de todos estos animales.
 
Algún día os contaré muchas más cosas del transcurrir de mi infancia, muy feliz, pero poniendo el acento en que los niños, entonces teníamos muchas obligaciones en ayuda de las actividades familiares, además de estudiar.
En la parte de mi patio que daba a la ventana de la cocina y a la que se accedía por la puerta del pasillo central de la vivienda, había una enorme morera que había plantado mi abuelo Pedro, que producía moras blancas, muy dulces, alrededor de cuyo grueso tronco había instalada una gran mesa de madera, donde los domingos de verano solíamos reunirnos a comer los seis miembros de nuestra familia.
Cuando yo cometía alguna travesura infantil, y enfadaba a mi querida mamá, ésta me perseguía, zapatilla en mano, y yo subía por la mesa y, trepando por el tronco y ramas del árbol, escapaba a las iras de mi progenitora.
 
También teníamos una higuera de higos blancos de cuello dama, riquísimos, dos parras para dar sombra, un rosal, de rosas rojas y plantas de sándalo y hierbabuena, todos alrededor del patio, en un borde de tierra ajardinada, y en las paredes, colocados en soportes de hierro pintados de verde, colgaban tiestos de geranios, pelargonios, claveles, etc., sobre el fondo blanco de la cal deslumbrando la mirada, como si estuviéramos en un precioso patio andaluz.
Y todo el resto del patio estaba pavimentado de cemento, que anteriormente estuvo adoquinado con piedra de Colmenar, donde yo de pequeño tropezaba y me hería las rodillas con demasiada frecuencia.
 
En la década de los 50, aproximadamente en 1955, en pleno mes de julio, tuvimos un día verdaderamente tórrido.
Entonces no se hablaba de cambio climático, pero os aseguro que hacía tanto calor como ahora, con el agravante de que no teníamos aire acondicionado.
 
El frigorífico nuestro era un pozo de agua como de 12 metros de profundidad, en cuyas aguas claras y frescas, mediante un cubo amarrado a una maroma, deslizándose mediante una garrucha de hierro, bajábamos una botella de vino, otra de gaseosa y una tercera de agua, unos tomates y un melón.
 
Todo ello introducido en el agua del pozo y cuando llegaba la hora de la comida lo subíamos, y su contenido estaba bien fresquito
Aquel pozo lo había excavado mi abuelo Pedro, mucho antes de que yo viniese a este mundo, y lo había revestido de ladrillo recocho.
 
En la parte superior, el brocal llegaba a una altura aproximada de un metro, y todo él estaba revestido de cemento y encalado. Por encima tenía un arco metálico y en la mitad del arco tenía soldado un gancho del cual se colgaba la garrucha.
 
En el borde del brocal tenía abrochadas con tornillos grandes, dos bisagras, que articulaban con una trampilla de chapa, que se abatía sobre el borde circular de su orilla contraria. De esta forma quedaba cerrada la boca del pozo, y se evitaba cualquier accidente que pudiese sobrevenir a cualquier persona o animal, y que pudiera precipitarse hasta el fondo del pozo, como le ocurrió a una perdiz roja, que yo tenía suelta por mi jardín, y que espantada por mi hermano Javi, cayó tras un corto vuelo en el fondo del pozo, y tuvimos que sacarla con el cubo, pero como resultado de los golpes que se dio en la cabeza , al caer, quedó ciega y, a los pocos días murió. Su muerte me causó gran disgusto, porque ese animalito lo crié yo desde que era un pollito y le tenía gran cariño.
 
Junto al brocal del pozo se hallaba una pila de piedra, que desaguaba en la alcantarilla, donde mi madre, una vez llena con agua del pozo, lavaba la ropa, mientras cantaba las canciones que oía cantar en la radio a Lola Flores, Juanita Reina, Marifé de Triana y otras famosas del momento.
Todavía no habían llegado las primeras lavadoras automáticas a España.
 
Como os decía anteriormente, aquella tarde-noche, el calor se hacía insoportable y mi padre pensó que podríamos dormir en el patio, donde con el frescor de los árboles sería un poco más baja la temperatura.
Para ello colocó unas alfombras en el suelo, y sobre ellas puso un colchón, con unas sábanas y se acostó en él.
A mí me pareció algo divertido y le pregunté si podía dormir con él, y él riéndose me dijo que si y me acosté con él
Hasta que en mitad de la noche, nos despertó una tremenda tormenta de truenos y gran aparato eléctrico.
De pronto empezó a llover con gran violencia, lo que nos obligó a recogerlo todo corriendo y meternos dentro de la casa.
 
Son cosas que ocurren en la niñez y se te graban profundamente en la memoria, sin poder olvidarlas con el paso de los años.
Han pasado 69 años, aproximadamente y sigo recordando los gestos cariñosos de mi querido padre.

Agua de carabaña

A

Pedro Rivera Jaro

 Pinto en el año 1946 era un pueblo situado al sur de Madrid capital, muy próximo de Valdemoro cuyo punto más importante era y sigue siendo actualmente, el Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada, en donde se formaban los jóvenes que querían ser miembros de la Guardia Civil.
 
En aquellos años del Hambre, denominados así porque España había salido de una guerra entre hermanos, que había durado casi 3 años, mi suegro Fermín, que había estado encarcelado durante un año y medio, por haber formado parte del ejército Republicano, circunstancia que explicaré en otro lugar y en otro momento, consiguió montar una pequeña pescadería en la plaza de Pinto, y viajaba cada madrugada en el tren, hasta Madrid, donde compraba en el Mercado de Pescados que entonces estaba en la Puerta de Toledo, y por el mismo medio de transporte volvía con la mercancía a Pinto, donde María, mi suegra, y Fermín, lo vendían a los habitantes del pueblo. Así empezaron a reorganizar su vida familiar para poder criar a sus tres hijos, un varón y dos hembras.
 
Con esa actividad se aseguraban poder comer pescado cada día, cosa de mucha importancia en aquel tiempo de aislamiento, al que los españoles fueron sometidos, cuando España estaba en ruinas, con muchas miles de bajas ocurridas en combate y muchos miles de personas encarceladas.
 
El caso es que junto a la pescadería, vivía una señora de nombre Angeles, que tenía una hija de 11 años de edad, y dicha vecina habló con María mi suegra, para que tomara de cuidadora de los niños a Angelines que así se llamaba su hija, de manera que María podía estar tranquila mientras atendía la venta de pescado, y Rafita, Maruja y Conchi, mis cuñados, porque Estrella mi esposa, no vendría al mundo hasta 1953, quedaban al cuidado de la chiquilla de la vecina.
 
Desde el punto de vista de nuestra época, puede parecernos una barbaridad que una chiquilla tan pequeña tuviera ya obligaciones de trabajo, pero os diré que mi padre Félix con 6 años pastoreaba un rebaño de ovejas. Era otra sociedad, donde todos hacían falta para sacar la familia adelante.
 
Mi suegra, María, cuando vino la niña por primer día a su casa, la puso de comer hasta que sació su apetito. Aquello era algo increíble para Angelines, que estaba pasando necesidad como casi todo el mundo entonces. Gustaba de comer boquerones y sardinas crudas, después de abrirlos y limpiarlos. Y también les preparaba a los niños para que los comieran igualmente, y era de su gusto. A quien no le gustaba que comieran pescado crudo, era a María, quien se lo prohibió a Angelines: tu come todo lo que quieras, pero no se lo des crudo a mis niños. No obstante, a los chiquillos les gustaba comerlo y en secreto, lo seguían comiendo.
 
Había otra vecina, amiga de María, que tenía un niño de 6 años, que era bastante antipático en opinión de Angelines. Esta vecina solía venir a la casa todas las tardes con el niño, y el niño tenía la costumbre de, en cuanto llegaba y se sentaba, pedir agua. Con lo que María mandaba a Angelines que fuera a la cocina y le sirviera un vaso de agua.
 
Harta de que aquel niño la molestara cada día con el agua, un buen día se la ocurrió en vez de agua, traerle Agua de Carabaña, que era un potente purgante, y que nada más beberlo la reacción en los intestinos del niño fue fulminante.
- Mamá!, mamá!, gritaba el niño, y su madre decía: “¿Pero qué le has dado a mi niño?”
En fin, nada grave, salvo la urgencia de evacuación. La señora María se lo imaginó, pues sabía que la niña era traviesa, pero permaneció callada hasta que se fueron el niño y la madre. Después le dió una buena regañina a Angelines por lo que había hecho.
Pero lo cierto fue que el niño no volvió a pedir agua nunca más.

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