Silvia C.S.P. Martinson
Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
Yo estaba en la playa sobre las 7.00 de la mañana.
Había poca gente en la arena.
El mar estaba tranquilo, turquesa, las aguas eran claras, el sol se alzaba en el horizonte, iluminando el día, calentando las aguas, la tierra y los hombres de buena voluntad y de mala voluntad también.
El Sol sale para todos.
Había razones para llamar a algunos: hombres de buena voluntad. Esto se debe a que, en cambio, hay personas que están mal con ellas mismas y, en consecuencia, con el mundo.
¡Qué lástima!
Podrían, ser más felices si sonrieron y no se preocuparan tanto por la vida de los demás.
Tras estas breves consideraciones, prosigamos con nuestra narración.
Y fue cómo sucedió.
Así me lo contó ella, a quien conocí en la playa:
- Pues nada más llegar, cargado con mi silla de playa, mi sombrilla y una bolsa con todos los objetos necesarios para disfrutar de una preciosa mañana a pie de playa, a saber: agua para beber, toalla de baño, crema bronceadora, crema solar, teléfono móvil totalmente cargado para mantener el debido contacto con mi traductor, allí me instalé.
Allí me instalé, por cierto, sin dejar de explicar -ante las naturales dificultades propias de mi persona- que fue con cierto esfuerzo.
Y así, esperé a mis amigos que siempre llegan un poco más tarde.
"Esto es lo que sucedió", continuó narrando.
- Llegaron y se instalaron junto a mí, que les había reservado un espacio un poco más grande. Éramos cinco mujeres.
Hacia las 10.30 de la mañana llegaron otras personas que habían decidido venir a la playa más tarde por motivos privados.
Me parece que son viejos residentes de esta ciudad y como son muy viejos se creen los dueños de la playa y que los mejores lugares junto al mar deben estar reservados para ellos.
En sus cabezas, desprovistas de sentido común, de pequeñez de cultura, de urbanidad y de experiencia humana, deberían guardar para ellos, por derecho, lo que sólo les pertenece en sus pensamientos distorsionados.
¡Qué lástima!
Y así sigue narrando:
- Entonces se acercaron a nosotros, guiados por una mujer mayor, rubia oxigenada, delgada y mal vestida, que según dijeron algunas otras personas, suele tener actitudes de esta índole todos los veranos a pesar de residir en Madrid, empezaron a decir en voz alta, para que pudiéramos escuchar que estábamos ocupando un espacio mayor del que nos correspondía. Lo cual no era cierto.
Por carecer de calidad comunicativa y por ser personas sin mayor capacidad intelectual para el diálogo, en lugar de disfrutar de la hermosa mañana que nos ofrecía la naturaleza, se dedicaban a hacer comentarios despectivos sobre nosotros y sobre los demás que se atrevían a pasar bajo sus malvadas miradas.
Para que sepas, nos mantuvimos callados y los ignoramos por completo, sin dirigirles ni una mirada ni una sola palabra. No valía la pena desgastarse por tan poco. Estábamos contentos.
A continuación, cerró su relato:
- La mañana, a pesar de todo, nos deparó una gran alegría al encontrarnos con nuestros amigos, bañándonos en un mar deslumbrante y un sol de verano abrasador, que nos acarició mucho con sus rayos.
Todo lo que ocurrió permitió que nos llegaran nuevas ideas y pudimos contarte a ti, escritor, este hecho, para que pudieras contar a tus lectores, a través de tus escritos, una historia más.
Le di las gracias y me fui con la esperanza de encontrar en mi camino otras personas, otros episodios, quién sabe, para contar.