Silvia C.S.P. Martinson
Ella caminaba deprisa. Todo lo que podía. Quería correr, pero las piernas y los pies no se lo permitían.
Las calles estaban atestadas de personas que iban y venían despreocupadas.
La tarde ya se encontraba a medio camino de la noche, lanzando el sol sobre el horizonte sus últimos rayos luminosos, tiñendo el cielo de tonos amarillo-rojizos.
Mientras caminaba, iba pensando en cómo sería ese encuentro.
Tantas cosas habían pasado, el tiempo, la vida, hicieron que hechos importantes se olvidaran poco a poco.
Recordó cuándo se habían conocido. Ella caminaba por la orilla del mar en una mañana tranquila, cuando las olas se derramaban lánguidamente sobre la playa.
En ese momento apreciaba solamente la naturaleza, sin darse cuenta de los obstáculos del camino. Fue entonces que, en un desnivel de la acera, tropezó y ya estaba por caer al suelo cuando unas manos poderosas la sujetaron por los brazos.
Esas manos que la ampararon de un daño mayor, en caso de haberse estrellado contra el suelo, fueron las mismas que muchos siglos atrás la habían socorrido en el mismo sentido, en situaciones idénticas. Entonces, en ese momento, la empatía que existía de antemano se hizo notar nuevamente. Sin embargo, ninguno de los dos se dio cuenta, el pasado se había borrado momentáneamente de sus vidas. No obstante, este acontecimiento permitió que ambos comenzaran a entablar una conversación.
De esa charla surgió el descubrimiento de que hacían ese recorrido todas las mañanas.
Con cada encuentro, cada mañana en horarios previamente acordados, caminaban juntos por la orilla del mar mientras intercambiaban ideas sobre los más variados temas, notando que esas ideas eran muy semejantes en su forma de ver la vida y de actuar frente a las situaciones que se les presentaban, fueran de fácil o difícil resolución.
Así fue pasando el tiempo, y las afinidades entre ambos se fueron consolidando cada vez más.
Ambos llegaron a ser muy ancianos, se empezaron a querer cada vez más, cada uno respetando la libertad del otro y comprendiendo las diferentes manifestaciones de sus personalidades, inherentes a cada uno debido a las vivencias y experiencias sufridas en esa vida.
Y caminando hacia su encuentro, en la playa, ella recordó aún que: el amor entre los dos, en consecuencia, también fue inevitable, intenso, especialmente hermoso y, por encima de todo, sincero.