María Manuela Asenjo
Y yo me fui.
Y al instante, crispaste en un rictus amargo tu cara lívida.
Y después vagaste, contemplativo, por las calles oscuras. Sin entender.
Mucho tiempo después aún llorabas lágrimas de aturdimiento y regabas el jardín de agua salada.
En un rincón, en un no sé, en un por qué.
Incluso tú, ateo convencido, encargaste novenas en mi nombre, por mi alma. ¡qué alma!
Ahora ya, enemigo e ignorante de la tecla y de la técnica, aprendes fotoshop a toda prisa.
Retocando mis mejores fotos, para conseguir la perfecta que presida ese altar.
Con velas, con rosas de té, de aquellas mías, mis preferidas, las que nunca conseguimos que crecieran.
Despiertas sudoroso de mil pesadillas
Tú, insociable incorregible, sueltas frases de amor por mi persona, alabanzas inútiles y tardías a todo oído que quiera recogerlas.
Ahora, digo, ahora… si lo llego a saber, ironía en on , no me hubiera ido.
Pero me fuí, y nunca llegué a ver los altares, ni a mojarme con las lágrimas, ni a oler las rosas, ni a escuchar las palabras, que, por otra parte,
nunca hubieras dicho si no me hubiera ido.
Así que, a mi pesar … me fui.