Carlos Bone Riquelme
Las canciones me buscan en los momentos solitarios para recordarme que allí están aún aquellos que algún día bebieron y cantaron conmigo: "That’s Amore", "La Vie en Rose", "I Just Called to Say I Love You", y tantas otras que se pierden entre risas, brindis y carcajadas que van hundiéndose a la distancia entre abrazos, abrazos y amores.
Una noche de tragos en el vientre del edificio Amanecer, cantando todos a dúo: tú, Renato Burmeister, Carlos Meissner, Isabel Zuroff, Hellen y yo.
Luego, saliendo a la noche estival, para correr sin dirección y sin intención. Quizás besos en la disco, o bailes en "La Boîte La Sirena". O en el "Tú y Yo".
Tantas noches al compás de la orquesta en el Millaray, con el piano de Eliab Gómez resonando melancólico mientras él golpeaba las teclas con pasión, y la voz de Chilin cantándonos una melodía de aquellas que nos hizo suspirar.
Solo recuerdos que se van estirando, como el camino a Dichato, y que retumba en el "Lía Luz" con la melodía de "Hotel California" resonando en las noches de verano.
O la música de Santana desde los parlantes del Chiringuito en Playa Blanca, toda repleta de cuerpos bronceados, con sabor a sal y a las Coca-Colas espumeantes. O quizás sentados afuera del "Casino Oriente" en Penco, apilados en una mesa, mirando la playa que se estiraba con los "güiros" oscuros secándose al sol.
Y nosotros riéndonos con la Pilsen Escudo en la mano.
O noches friolentas de invierno paseando por la Laguna de los Patos en la Universidad, mientras tomábamos de la botella rescatada de algún rincón ignoto, entre risas y bromas.
Allí están Nano Wolf, Guillermo Gangas, "Catruto" Rocha, Cuchepo Wolf y tantos otros como Pato Casanueva "querubín", Arturo Adrián, Fernando Bello, Raúl Fierro, y el "Guatón" Luchin, mi "cumpa" de momentos que duele recordar.
A la sombra del Arco de Medicina. Con la Casa del Deporte y sus estatuas blancas mirando hacia el Hospital Regional.
Recuerdo las peñas folclóricas de la parroquia Universitaria con Pablito Ardouin cantando alto mientras sus dedos acariciaban la guitarra. "El Molino" y mi inolvidable amigo Jaime Díaz, con el cual terminamos, junto a Gonzalo Gamboa, en "El Yugo" de la estación.
Libando con el rico Ponche de Erizos, acariciando los labios y el corazón. Mirando la Playa Escuadrón, cuando solo eran árboles y arena deslizándose por kilómetros; Coronel con su calle serpenteando casi al lado del cementerio, donde enterramos a mi tía Helena Riquelme una tarde de esas que no se olvidan, con el sol bajando lento por el horizonte.
Y todos allí; la familia con el tío Rene, Mañunguito, y nosotros en aquella iglesia a la entrada y casi al lado del cementerio, mirando las cruces y cómo se nos va la vida. Poco es el caminar de la iglesia a la tumba. Y son tan largos los momentos que nos separan de ese mismo camino.
Cómo olvidar Lota, con sus bares de tablas y ventanas abiertas.
La casa del bisabuelo circundando el cerro, aún roja y de madera centenaria, con las ventanas con barrotes, y los pasillos oscuros que desembocan en habitaciones altas, llenas de sol, con cortinas blancas, de lino con bordes azulados.
Y la música que nos llega desde otra época: "Isabelita, porteña bonita, la calle palpita al verte pasar…", con esos matices románticos y de admiración que cruje con "Frufrú, Frufrú, canción de…", o quizás, "En un bosque de la China una chinita encontré…".
Todo desapareció, se esfumó entre los caminos de la casa de Don Pedro Zañartu en la desembocadura; o en el delicioso y colonial Parque Lota, donde habitó ella, la mujer más rica de Chile, Doña Isidora, y que un gran escritor penquista inmortalizó en una novela hace muy poco. Las canciones nos transportan a nuestros recuerdos, lejanos y cercanos, y nos vamos yendo de a poco, sin saber que nos vamos, pero con el corazón tibio de muchos momentos hermosos que nos pueblan la memoria…
