CategoríaProsa

Más sueños no, por favor

M

 Álvaro de Almeida Leão

Traducido al español por José Manuel Lusilla

Leonardo, o Leo, actualmente con 27 años, hace un tiempo, para concluir sus estudios, aceptó la invitación de vivir en la capital con su tío Carlos Augusto, quien está casado en segundas nupcias con María Clara, madre de Daniela, o Dani, que hoy tiene 25 años y a quien el tío considera una querida y amada hija.

Desde el principio, Leo quedó encantado con la excelente convivencia familiar. Siempre aplicado en los estudios, se graduó en Administración de Empresas y actualmente es Gerente de Producción en una industria de muebles personalizados, donde comenzó como auxiliar de servicios generales. Dani, empleada de la misma empresa, es jefa del Departamento de Control de Calidad y estudia Arquitectura por la noche.

El año pasado, Leo adquirió un terreno en un condominio en desarrollo, que ya cuenta con unas veinte casas habitadas cerca del barrio de su tío, y construyó en la parte trasera un apartamento donde vive hasta que pueda edificar su casa principal.

En cuanto a la vida amorosa de Leo, ha tenido algunas novias, pero nada demasiado serio. Dani es su mejor amiga y confidente, un sentimiento que ella también comparte. En una ocasión en la que ambos estaban solteros, comenzaron a salir juntos para apoyarse mutuamente y, de forma natural, empezaron a verse con otros ojos. Ahora, felices, están saliendo. Pronto será el cumpleaños de Dani, y la nueva pareja planea una celebración especial.

Sin embargo, hay algo que inquieta a Leo: frecuentemente sueña con situaciones cotidianas que involucran a sus familiares, y esos sueños siempre se hacen realidad.

Al principio, Leo intentaba evitar las situaciones desagradables que predecían sus sueños, pero nunca tuvo éxito. Saber el futuro no resulta beneficioso para nadie; muchos incluso podrían enfermar o morir antes de tiempo debido a la ansiedad. Para nuestro propio bien, es imprescindible desconocer lo que sucederá en el próximo segundo.

Leo desearía que esos sueños no se repitieran más. Se siente tan incómodo que teme enfermarse. Por ello, ruega a los cielos: "Más sueños, no, por favor".

A pesar de su súplica, faltando dos meses para el cumpleaños de Dani, tuvo el más inquietante de los sueños: no habría celebración para el cumpleaños de Dani. Fue un golpe devastador para Leo, que quedó desmoronado.

Sin decir nada a Dani, únicamente le preguntó por su salud, aunque sabía que estaba bien. También verificó posibles riesgos de accidentes tanto en el trabajo como en su casa, pero todo estaba normal. Comenzó a llevar y recoger a Dani de la Universidad en coche.

A pesar de que todos sus sueños se han cumplido hasta ahora, Leo espera que, como dice el adagio popular, "toda regla tiene su excepción". ¿Será cierto? Ojalá, mil veces ojalá.

Su vida se ha vuelto muy agitada y desagradable. No pasa un día sin preguntarse por qué le sucede esto. Ha perdido peso de forma evidente, se siente mareado, no tiene apetito y sufre de insomnio.

El viernes por la noche, víspera del cumpleaños de Dani, Leo estuvo en casa de ella hasta tarde, ultimando los preparativos para la celebración. Dani notó que estaba muy tenso y nervioso, y pensó que se debía a las últimas semanas de ajetreo por los preparativos. Leo se despidió asegurando que al día siguiente, el tan esperado día, estaría con ella a las diez de la mañana.

En casa, Leo, agotado, no logra conciliar el sueño. Piensa: "¿Cuándo cesarán estos malditos sueños? ¿Cuándo, Dios mío? Soportar todo esto no está siendo nada fácil".

En la mañana del esperado día, Dani recibe en su casa un ramo de flores silvestres con una hermosa y sencilla declaración de amor eterno de su amado Leo. Dani está radiante de felicidad.

Treinta minutos después de la hora acordada, Leo no aparece ni contesta el teléfono. Preocupada, Dani, junto a sus padres, decide ir a buscarlo a su casa. En el condominio, se identifican y explican su preocupación al personal de seguridad. Algunos vecinos que estaban charlando allí, incluido el médico Dr. Aldo, se ofrecen a acompañarlos. Durante el trayecto, el Dr. Aldo pasa por su casa para recoger su maletín.

Al llegar a la casa de Leo, notan que la ducha está abierta y ven agua fluyendo por debajo de la puerta. Con las llaves que tienen, entran. El tío y el médico van adelante y encuentran a Leo caído en el baño, con un corte y un hematoma en la cabeza.

—Hola, tío, hola, Dr. Aldo. Qué bueno que vinieron —dice Leo débilmente—. Me caí cuando iba a ducharme. No tengo fuerzas para levantarme. ¿Cómo está la cumpleañera, mi querida y amada Dani?

En ese momento, madre e hija, llorando desconsoladamente, llegan al lugar, justo a tiempo para escuchar lo que dice Leo.

—Estoy aquí, mi amado. Todo pasará. Pronto estarás bien, si Dios quiere —responde Dani.

Leo es llevado a su cuarto. El Dr. Aldo revisa sus signos vitales, administra los primeros auxilios, le impide dormir y lo mantiene despierto con preguntas que requieren pensamiento lógico. Una vez estabilizado, el médico recomienda que Leo sea trasladado a un hospital. Insiste en llevarlo él mismo en su coche, acompañado por los tíos de Leo y Dani.

Una vez más, el sueño de Leo se cumple: no hubo celebración para el cumpleaños de Dani.

Ya en el hospital, Leo tiene un nuevo sueño: la promesa de que nunca más tendrá sueños similares sobre sus familiares y, lo más importante, que lo llena de alegría: se casará con Dani y su vida será de felicidad plena.

Tras diez días de intenso y dedicado tratamiento hospitalario, Leo regresa a casa rodeado del cariño de sus tíos y bien abrazado a su amada Dani. Exultante de gratitud y alegría por el regalo de amar a Dani, promete hacerlo hoy, mañana y por toda la eternidad.

Cinco días en Florencia

C

Pedro Rivera Jaro

Maravillosa ciudad Florencia. Me llama la atención que su aeropuerto es pequeño, pero claro, es que vengo del Aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid-Barajas, y, concretamente de su Terminal 4 cuyas enormes dimensiones me recuerdan al Aeropuerto de Atlanta, en los Estados Unidos de Norte América.
 
No obstante, es un aeropuerto muy transitado, dadas las altas cifras de turistas que acudimos a esta pequeña ciudad y que se calculan en un millón y medio de visitantes al año, para maravillarnos ante las innumerables obras de arte que llenan sus calles, plazas y museos.
 
También llama mi atención que los mismos guías turísticos que nos explican las obras de arte de Firenze, que es como la llaman los italianos, nos dicen que los florentinos son muy orgullosos en el trato con los foráneos. Y he observado que es cierto. Tienen motivos para serlo, pero teniendo en cuenta que una parte importante de sus ingresos, provienen del turismo, deberían corregir un poquito y ser más amables. No obstante, debo puntualizar y señalar que hay excepciones.
 
Mi narración tendría que ser necesariamente muy larga para explicar las maravillas que atesora Florencia, pero no es ese mi objetivo, sino que solo pretendo despertar vuestro interés por conocerla y para ello me bastará, casi con total seguridad dibujar algunas pinceladas de sus principales monumentos, y alguna de las leyendas que circulan entre sus habitantes.
 
Gracias al mecenazgo de varias generaciones seguidas de la familia Medici y de la disposición de su última representante Anna María Luisa, para que el patrimonio artístico de los Medici, fuera conservado en Firenze y no pudiera ser sacado de esta ciudad, podemos hoy visitar y admirar las obras de Donatello, Tacca, Boticelli, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Brunelleschi, Alberti, Ghiberti, Giorgio Vasari, Masaccio, y tantos otros.
 
La familia Lorena heredó el patrimonio Medici, pero previamente tuvo que firmar la permanencia de todas las obras artísticas en Florencia. Cuando tomaron posesión de la herencia, resultaron benefactores del patrimonio artístico, y convirtieron la Galería Uffizi, de ser un mero almacén de obras de arte, en un auténtico museo, tal como lo conocemos hoy.
 
Hablando de los Medici, corre una leyenda acerca de las cinco bolas que forman parte de su escudo heráldico, que nos contó la guía turística, y que representan cinco cabezas de adormidera.
 
Parece ser que los Medici se dedicaban al comercio de seda de procedencia china. Parece que una vez al año llegaba a puerto un barco cargado con seda, y se procedía a las pujas entre los dos principales comerciantes de Florencia. La leyenda cuenta que el día anterior a la subasta, los Medici invitaron a los miembros de la familia competidora a comer en su casa y en el trascurso de dicha comida les suministraron opio de las adormideras que también procedían de Asia, mezclado con la bebida. Como consecuencia de la ingestión de opio, se quedaron profundamente dormidos hasta el día siguiente, después de haberse celebrado la subasta, con lo cual los únicos que accedieron a la ella fueron los Medici, originando unos enormes beneficios económicos, que fueron un gran impulso para su riqueza.
 
Al parecer, a raíz de aquel suceso, adquirió gran fuerza entre los comerciantes la sentencia “NESSUN DORMA”, indicando que en los negocios nadie se duerma, porque si lo hace puede perjudicarlos.
 
Más tarde entraron en el negocio de la banca, en el que merced a la amistad con el Papa de Roma manejaron las Finanzas vaticanas durante muchos años, hasta que conquistaron la ciudad de Siena, que era posesión papal, y el Papa trasladó las finanzas a un banco opositor a los Medici.
 
No puedo dejar de comentar que hubo cuatro Papas de los Medici y dos Reinas, lo que nos da idea de su poder.
 
La moneda de Florencia, el Florín de Oro, fue la moneda universal en su época, y equivaldría al dólar o al euro en la nuestra.
 
Muchísimas personas han oído hablar de Miguel Ángel Buonnarotti, el creador de la escultura de David, la maravillosa obra de arte cuyo original podemos admirar en la Galería de la Academia, pero lo que desconoce mucha gente es que Pietro Torrigiano, a quien Miguel Ángel insultaba por tener el valor de firmar obras muy malas, le rompió la nariz cuando le propinó un tremendo puñetazo en la misma.
 
Este incidente originó el exilio de Torrigiano, por lo que fue a vivir a Sevilla, donde dejó obras de su autoría, que hoy se pueden contemplar en su Museo de Bellas Artes.
Una copia del David podemos admirarla en la extraordinaria plaza de la Signoria, en la puerta del Palazzo Vecchio.
 
Me llamó poderosamente la atención la afirmación hecha por nuestro guía, de que Miguel Ángel elegía el bloque de
mármol adivinando la escultura que tenía dentro. Yo pienso que tratándose de un modelo con semejante belleza y perfección física, el artista retrató en su obra a un hombre del cual debía estar enamorado, máxime si pensamos que él era homosexual. Daba gusto escuchar a nuestra guía, cuando nos explicaba las particularidades del David. Por ejemplo la tensión mantenida en su cuerpo, disponiéndose a disparar la honda semioculta en sus manos y cuyas correas cruzan su espalda para que Goliat no las distinga. Igual concentración expresa su entrecejo ceñudo, adivinándose la tensa espera que precede a la acometida del cazador a su presa.
 
En la misma Piazza de la Signoria , además del Palazzo Vecchio, observamos la Logia dei Lanzi o della Signoria, junto a los Uffizi. Lanzi proviene de las lanzas que portaban los guardias suizos, que protegían ese lugar. Solo quiero destacar dos estatuas que allí podemos admirar, una es la de Perseo con la cabeza cortada de la Medusa, y la otra es El Rapto de la Sabina o de Las Sabinas, que de las dos formas es conocida.
 
Otra curiosidad la encontramos junto a la Torre campanario de Giotto, próximo a la Catedral y al Baptisterio de San
Giovanni, con las Puertas del Paraiso de Ghiberti. Se trata de un edificio con un porche en su extremo, que se conoce por el nombre del Bigallo, donde se dejaba abandonados a los niños expósitos, para que alguien los recogiera y adoptara. Más tarde crearon en un edificio vecino el orfelinato del Bigallo.
 
No veo la forma de evitar que esta narración se alargue, porque son tantas las preciosidades que tiene Florencia que no encuentro el camino de hacerlo corto.
 
Otro punto curioso es el Porcellino, una Fuente Pública junto a la Logia dei Mercatto Nuovo, que tiene una estatua de un jabalí adulto, que el lenguaje popular llama Porcellino. (cochinillo), donde los aguadores que llevaban agua a las casas llenaban sus cántaros, desde al menos 1640, y que tiene la leyenda de que se desliza una moneda por el hozico del jabalí, y si cae dentro de la rejilla, volverás a Florencia otra vez. La estatua del Porcellino procede de un original griego, del cual se hizo en Roma una copia en mármol y que trasladaron los Medici a Florencia y que actualmente está en la Galería Uffizi. El Papa Pío IV (Medici) ofreció a Cósimo I una copia en bronce del original de mármol y más tarde, Fernando 2º de Medici, trasformó el jabalí de bronce en una fuente, de la que manaba el agua por la boca del jabalí, y lo que resulta cómico es que, los que beben agua, parece que besan la boca del jabalí. El hocico y la oreja del jabalí están pulidos del roce de tantas manos al agarrarlos para beber.
 
No sera justo si no dedicara un párrafo a la Galería Uffizi, una de las joyas de la Corona de Florencia, en donde podemos encontrar un repóquer de ases de las artes, cuyos ases son, en primer lugar el Nacimiento de Venus de Botticelli; el segundo el Tondo Doni, con la Sagrada Familia, que es único cuadro que pintó Miguel Ángel porque no le gustaba la pintura (aparte pintó los frescos de la Capilla Sixtina). En tercer lugar podemos ver la perspectiva que desarrolló Leonardo da Vinci en su Anunciación, donde según observemos desde un ángulo o desde su contrario, parece tener diferentes medidas. El cuarto as sería la Venus de Urbino, que fue obra de Tiziano, y el quinto sería la Virgen del jilguero de Rafael.
La sala de Nácar, el Baco de Caravaggio, y cientos de obras más habría que añadir dentro de la Galería Uffizi.
 
Y en general recomendaría visitar junto con lo citado anteriormente el Museo de la Opera del Duomo, que incluye la Piedad Bandini de Miguel Ángel, la María Magdalena de Donatello y La Puerta del Paraíso, original de Ghiberti, la Piazza dalla Republica (Cardo y Decumeno Romanos), Arco Triunfal, Columna de la Abundancia y el Tiovivo.
 
Otros indispensables son el Cinema Odeon, en el Palazzo Strozzino, la Iglesia Orsanmichele, la Piedra del Escándalo donde se castigaba a los morosos, la Iglesia de Santa Croce, con los sepulcros de Miguel Ángel (traído desde Roma), Galileo, Maquiavelo, Ghiberti y Dante Alighieri, el Museo Galileo en el Palazzo Castellani, el Ponte Vecchio, que es el mas antíguo de Europa y el único que se salvó de ser demolido por los alemanes en la II Guerra Mundial, en el cual se instalaron los Carniceros de Florencia, porque nadie tenía derecho a su posesión por estar sobre el Arno, y que fueron expulsados de allí por los Medici, ya que vertían todos los restos animales al Arno y generaban olores fétidos. Su lugar fue ocupado por los orfebres, y hoy está lleno de joyerías. En dicho puente tenían los Medici un pasadizo (Corredor Vasariano) que utilizaban para ir del Palacio Pitti al Vecchio, sin pisar la calle ni sufrir atentados.
 
También al otro lado del Arno, Barrio de Oltrarno, Palacio Pitti (Rafael, Tiziano, Rubens,…) y Jardines Boboli, donde encontramos una pequeña fuente, que simulan dos pequeñas cabecitas medio sumergidas en el agua fresca, casi helada que mana por un pequeño tubo, dentro de una pequeña concavidad, en la cual bebí y bebí, hasta saciar mi sed. También vimos allí la Grotta Grande, donde están las estatuas de Elena y Paris, como ejemplo del castigo del infierno para los adúlteros, que cometen pecados prohibidos.
 
También recomendaría el Museo de Leonardo da Vinci, conteniendo sus inventos, la Iglesia de Santa María Novella, con el Crucifijo de Brunelleschi y la Farmacia. El Palacio Medici-Riccardi, etc, etc. Y no acabaría de citar maravillosas obras.
 
No quiero despedirme de todos vosotros, sin recomendaros nuevamente que la visiteis. Florencia lo merece.
 
Pero por último consejo, debéis hacer una excursión ineludible a la ciudad de Pisa. El esplendor de su famosa Torre Inclinada permanece grabado en mi memoria para siempre, hasta que se apaguen mis sentidos.
Arrivederchi Florencia, luminosa ciudad que ha entrado en mi alma.

Miedo

M

Carlos Boné Riquelme

 

El miedo se escurría por mis entrañas con la avidez de un ave de rapiña y atenazaba mis extremidades, dificultando mis movimientos.
El olor a carne quemada y putrefacta se esparcía a mi alrededor, haciendo que mis arcadas solo me estremecieran en vano, pues ya no tenía nada en el estómago para expulsar.
Rogaba al cielo que los otros, aquellos que eran mis enemigos, no me encontraran, mientras el frío del terror no me dejaba pensar claramente.

“Tengo que calmarme”, pensé. “Debo tranquilizarme… debo tranquilizarme…”, me repetía una y otra vez, pero era difícil, casi imposible, dejar ese miedo atrás.
Mi arma, una Glock 19, colgaba de mis dedos agarrotados. Hacía tanto tiempo que no sentía estos deseos de encogerme, taparme debajo de unas cobijas y desaparecer, sintiendo la seguridad de la oscuridad.
Pero en este momento era imposible.

Sabía que me encontrarían si no lograba salir de allí. Y sabía con seguridad lo que pasaría si caía en sus manos.
Posiblemente no sobreviviría. Solo pensar en las torturas a las que sería sometido me congelaba de terror. Ya había visto el resultado de esas torturas en algunos compañeros que lograron escapar con vida, pero cuyas secuelas los perseguirían por mucho tiempo, probablemente toda su vida.

Conocía esas noches en las que los sueños se convierten rápidamente en pesadillas tan reales, de las cuales no puedes despertar, dejándote arrastrar por vericuetos intrincados de tu cerebro, tembloroso y con las sábanas mojadas de transpiración.
Pero yo estaba aquí, ahora, y tenía que moverme. Debía vencer el miedo antes de que ellos me encontraran.

Mis camaradas habían desaparecido, y no sabía si estaban cerca o si ya habían evacuado el área. No podía gritar para llamar su atención, pues no estaba seguro de quién escucharía mi llamado. Quizás ellos me encontrarían primero, y yo no tenía la seguridad de tener el coraje de volarme la tapa de los sesos antes de que eso sucediera.

Recordé mi adolescencia, esos momentos que yo creía decisivos, cuando pensé tantas veces en matarme, creyendo que tomar esa decisión sería fácil. Pero no lo es, ahora lo comprendía.
Ni siquiera en esta situación, donde me jugaba algo más que mis divagaciones juveniles, me sentía seguro de tener la valentía de coger el arma, acercarla a mi boca y, apretando los dientes, tirar del gatillo. Solo pensarlo me estremecía de terror.

Decidí empezar a moverme lentamente, tratando de no hacer el menor ruido, avanzando con mucho cuidado. Me deslizaba despacio, intentando que mi cuerpo no ofreciera un blanco fácil a algún tirador escondido.
Me acerqué con mucho cuidado a una ventana y miré hacia la calle. No se veía a nadie, y el silencio era opresivo entre los escombros de las casas derruidas.

Con sigilo, logré llegar hasta la entrada de un edificio y, pegándome al muro exterior sin perder de vista los edificios circundantes, atravesé la calle con mucho cuidado.
No recordaba cuántas balas quedaban en el cargador; no las había contado, pero no serían muchas.

El cuchillo aún estaba en su funda, pero no me sentía seguro de usarlo en última instancia. Matar así es personal, cercano, y puedes mirar a los ojos de tu contrincante mientras la vida se escapa de su cuerpo. Son solo segundos, quizás minutos, en los que los ojos adquieren ese color vidrioso y los labios se contraen con el último murmullo de sangre borboteando. Pero la sorpresa también puede ser tuya si el enemigo tiene más habilidad que tú en el manejo de esa arma. Es un juego mortal y rápido, hasta que uno de los dos comete el error que acaba con la vida de uno o del otro.

“Debo concentrarme”, pensé mientras me movía a lo largo de la calle, pegado a los muros externos de lo que alguna vez fue un colegio. No quise revisar mi arma por temor a que el ruido del metal se escuchara en ese silencio. Así que, esperando tener suerte, me moví con más rapidez, un poco más recobrado del miedo anterior.

A lo lejos escuché algunas explosiones y, actuando casi de manera automática, dirigí mis pasos en aquella dirección. Me ocultaba detrás de los escombros, escudriñando el área circundante con mucho cuidado, pues alguien con un fusil podía matarme con la misma facilidad que a una codorniz, de aquellas que mis amigos gustaban de cazar.

Mi Glock no tenía mucho alcance, así que mis posibilidades de sobrevivir en un combate eran muy pocas. Mi única alternativa era encontrarme con los míos, así que me arrastré hasta debajo de unos carros destruidos y llenos de agujeros de bala.

Al pararme, vi algo de movimiento en las cercanías de un edificio que algún día fue una iglesia. Rápidamente me agaché, pero al levantarme nuevamente vi que dos soldados apuntaban en mi dirección con sus M-4.

Levanté mis manos, sintiendo el frío recoger mi corazón, pero al cerrar los ojos y volverlos a abrir, pude ver que eran de los míos.
Grité con fuerza para que me reconocieran y eché a correr hacia ellos, sintiéndome libre de todo peligro, con la alegría inundando mi alma ya en ruinas.

Los soldados me reconocieron y me gritaron algo a la distancia que no alcancé a escuchar, pero vi que hacían gestos como advirtiéndome de algo.

Entonces solo escuché el chasquido de un tiro, un enorme dolor que me traspasó por completo, y todo se convirtió en un inmenso agujero negro.

Pide y recibe

P

ALvaro de Almeida LeÃo

Traducido al español por José Manuel Lusilla
Es la madrugada de un lunes día 14.  Ernesto Antunes de Barcellos Pereira está pensando en ganar una buena cantidad de dinero en cualquiera de las modalidades de juegos de apuestas existentes.

 

Como no se considera una persona afortunada, piensa que solo un verdadero milagro haría que se convirtiera en millonario de la noche a la mañana; por ejemplo, tener en sus manos un ejemplar del periódico que se publicará el lunes de la próxima semana, día 21, con los resultados de los juegos.

Entonces, como por arte de magia, Ernesto Antunes ve justo frente a él, nada más y nada menos que el periódico que deseaba tener: El del lunes próximo.

Al principio, no cree lo que está viendo.

Tras el primer impacto, se acerca sigilosamente al bendito periódico y, en segundos, lo tiene entre sus temblorosas manos. Por un momento, recuerda agradecer a quien sea responsable por haber cumplido su deseo. Realiza algunos ejercicios de respiración para mejorar un poco su estado agitado. Empieza a imaginar que pronto sabrá todo lo necesario para convertirse, sin lugar a dudas, en un nuevo rico. Saborea anticipadamente los miles de placeres que disfrutará.

Finalmente, menos tenso, comienza a leer ese insólito y único periódico en toda la faz de la Tierra, a merced de su manipulación.

De inmediato, va a la página que muestra todos los resultados de las diversas modalidades de loterías de números. En la principal de las loterías, la de seis números, debido a la gran cantidad de apuestas, se informa que hasta el cierre de la presente edición no se ha determinado si hubo ganadores. Aún así, conforme al resultado – cinco de los seis números en secuencia – el periódico supone, con casi absoluta certeza, que el premio acumulado durante ocho semanas seguirá así. "Ledo engaño", piensa sonriente Ernesto Antunes. Es natural ya considerarse el único ganador.

Tras la noticia de que acertó todos los juegos en los que participó, Ernesto Antunes cree que, sin duda, será tema de reportajes en todo el mundo. Preguntas y afirmaciones de lo más curiosas, como: ¿Fuerza superior? ¿Qué tipo de fenómeno fue este? ¿Ocurrió lo imposible? ¿Quién se atreve a explicarlo? Las casas de apuestas, a partir de ahora, prohíben terminantemente las apuestas de Ernesto Antunes.

Se siente entrevistado por todas las redes de radio y televisión del planeta. Con seguridad, vendrán invitaciones para conferencias. Centros científicos interesados en estudiar lo que, a la luz de la ciencia, podría haber ocurrido. Portadas de revistas. En fin, una auténtica y merecida celebridad.

Envuelto en toda esa emoción, su nerviosismo aumenta cada vez más. Comienza a sudar frío. Siente que necesita reaccionar. Decide entonces dejar el periódico a un lado por unos minutos y solo descansar, nada más.

Por fin, más aliviado, se deja llevar por sus pensamientos fantasiosos. A cada momento su vida se transforma en todos los sentidos: su manera de ser, sus hábitos, todo colmado de placeres y más placeres.

Descansa un poco. Tras sentirse en condiciones, vuelve a leer. En la primera página, las noticias buenas y malas. Se regocija con las primeras y lamenta las últimas.

Luego encuentra la sección de noticias políticas. Se detiene más en los titulares de los temas. Enseguida, pasa a las noticias internacionales y solo presta atención a lo que más le llama la atención.

Más adelante, se topa con lo que ocurre en el mundo del crimen. Se sorprende con los desajustes cada vez más insensatos. No concibe cómo el mundo puede ser tan cruel. En fin, así es la vida.

En las páginas culturales, se entera de los nuevos lanzamientos de libros. En las noticias deportivas, vibra con la victoria de su equipo de fútbol, con un gol en el minuto cuarenta y cinco del segundo tiempo.

En otra página, llaman su atención los anuncios con letras destacadas en negrita de los que han dejado esta vida: Las necrológicas.

Decide ver si encuentra a alguien que haya sido su conocido. De los primeros nombres, no ha oído hablar jamás. Al fijarse en el penúltimo anuncio, se horroriza, se aterra, siente que está a un paso de la locura. Su corazón casi le salta por la boca. Balbuceando, con la voz temblorosa, lee:

"Invitación a misa de séptimo día. La familia del siempre recordado ERNESTO ANTHUNES DE BARCELLOS PEREIRA agradece sinceramente a los familiares y amigos que asistieron a sus actos fúnebres y a quienes, de una u otra forma, manifestaron su pesar, e invita a la misa de séptimo día en su honor, que se celebrará hoy, día 21, lunes, a las 18:00 en la Iglesia Matriz. Agradecemos anticipadamente su asistencia."

Ernesto Antunes apenas termina de leer cuando, en un momento de extremo dolor y agonía, deja escapar un estridente grito de terror, al tiempo que su cabeza y su cuerpo inertes se inclinan hacia un lado.

Hechos

H

Silvia C.S.P. Martinson

 
Cuando en el cielo de un azul intenso, en esta plaza donde estoy sentada ahora, las nubes blancas corren libres -no tan densas como para nublar la belleza de este infinito- recuerdo hechos que ocurrieron hace tiempo, o incluso más recientes, que me llamaron la atención. Uno de ellos sucedió frente al edificio donde vivo.
 
Todos los días veía allí, caminando con una joven, a un anciano. Este hombre estaba acompañado por esa mujer, de la cual con el tiempo supe que era su cuidadora, ya que él tenía casi 100 años y vivía solo.
 
Estaba solo, porque a pesar de ser rico y vivir en un edificio de lujo, ya no tenía familiares vivos ni amigos de su edad.
 
Los conocí en la plaza, donde todos los días paseaba para tomar el sol y distraerme un poco.
 
Él era esencialmente sociable y pronto entablaba conversación, y así lo hizo la primera vez que me acerqué a ellos.
 
Le gustaba contar su historia, hablar de sus trabajos, de su vida y de sus amores. Tuve la oportunidad, a través de las diversas veces en que nos encontramos, de conocer algunas de sus historias.
 
Sin embargo, lo que más le gustaba enfatizar eran los amores (las mujeres) que lo habían apasionado y que habían hecho que su hombría, su masculinidad, fuera reconocida y elogiada por ellas durante su vida.
 
Y por increíble que parezca, a pesar de su edad, él todavía, por su apariencia y fluidez verbal, conservaba gran atractivo y encanto.
 
Pienso que en su juventud y en su madurez debió haber tenido muchas aventuras, así como probablemente haya destruido la esperanza de muchas mujeres de tenerlo solo para ellas. Era simplemente un galán incorregible.
 
Extrañé su presencia en la plaza después de un tiempo, y fui a averiguar qué había sucedido. Me contaron que, al cumplir 100 años, el día de su cumpleaños, había fallecido. Lo hizo a su manera, suave y educadamente, sin molestar a nadie. Se durmió para siempre, dejando atrás tantas historias que, egoístamente, aún tenía la esperanza de conocer.
 
Otra historia más o menos reciente de la que tuve conocimiento fue la de un hombre de nacionalidad argentina que vivía en mi ciudad.
Lo que me hace pensar que a veces la naturaleza masculina, en el aspecto sexual, se hace más fuerte en algunos hombres y en otros no, o que estos últimos, más hábiles, saben disimularlo muy bien.
 
Pues bien, este argentino se creía irresistible. Era un tipo bajo, gordo y feo, con rasgos muy marcados que recordaban a los antiguos habitantes de las tierras sudamericanas.
 
Sin embargo, siempre que se acercaba a una mujer, lo hacía con una gran sonrisa que le acompañaba siempre, con una dentadura perfecta, no sé hasta qué punto natural.
 
Supe, a través de conversaciones, que una noche de fiestas en la ciudad, mientras deambulaba por las calles, vio a una mujer muy bonita que aparentemente estaba sola.
Se le acercó y le lanzó su presumida sonrisa, suponiendo que ella se sentiría encantada por él. Craso error. Ella lo ignoró. Él, insatisfecho, se acercó a ella y le pasó cariñosamente la mano por la cintura, como si fuera su novia. La mujer, ante tal actitud, lo rechazó con vehemencia, apartando su mano de su cuerpo. Él, insatisfecho, volvió a insistir.
 
Lo que sucedió después fue que el marido de la señora estaba cerca y, al ver la actitud atrevida del argentino, se enfureció, sacó un revólver que portaba y que tenía derecho a portar por ser policía, y le disparó de forma certera en los órganos genitales del insolente.
 
Sobrevivió.
 
Sin embargo, hoy circula por la ciudad con su inconfundible sonrisa y con gestos de manos y cuerpo algo llamativos, buscando ahora no a mujeres, sino a hombres que satisfagan sus apetitos, ya que, después del disparo, quedó definitivamente incapacitado para tener relaciones sexuales con mujeres.
 
Quienes lo conocían antes, hoy le tienen lástima y le dirigen algunas palabras, o simplemente evitan su presencia al cruzarse con él en las calles de la ciudad.
 
Del marido de la mujer ofendida se tiene noticia de que fue absuelto por la Justicia, y ellos viven juntos, caminando por las calles, muy felices y tranquilos.

La barbacoa

L

Alfredo Boné Riquelme

Las risas espantaban a los pajarillos de los árboles cercanos, mientras en la amplia terraza el grupo de amigos bebían de sus botellas o sus vasos y conversaban mientras en un lado, casi pegado a la cerca de hierro que separaba la casa del amplio rio que corría apacible sin desviarse rumbo al mar; no lejos de este lugar, un gran "quincho", de esos llamados Argentinos, fabricados en ladrillo, con espacio para mucho carbón, y largas parrillas de hierro negro, se podían ver los trozos jugosos de carne, las largos tiras de costillar, y las longanizas que botaban un jugo que hacía encresparse el fuego, mientras el parrillero, especialmente contratado para el evento, hace girar la carne para evitar que se recuezan por un solo lado.

Tambien se escucha música tropical que escapa por las abiertas puertas de la casa, mientras un par de muchachas vestidas de negro se pasean entre los asistentes a la barbacoa, con bandejas con copas y algunos bocadillos para alimentar el hambre que se acrecienta con el olor de la carne asada. Este era un día especial para la dueña de casa, Mariluz, pues cumplía un ano de casada con su marido Felipe, y ambos habían decidido celebrar el acontecimiento en casa, con la familia y amigos cercanos.

Felipe contrató personal especializado, de esos llamados "catering" para que ella no se molestara en hacer nada, y ella planifico los bocadillos de salmón, de pate fois, de huevos con mayonesa y pimientos, todo delicioso; y la decoración alrededor de la casa, de la cual estaba muy orgullosa, fijándose atentamente de que los baños tuvieran suficiente jabón para las manos, papel higiénico, y desodorante ambiental. Nada podía salir mal. Desde donde ella se encontraba parada, podía ver a Felipe, alto, delgado, de cabello rubio y muy atractivo, parado y conversando con algunos amigos, y ella sintió un ardor allá abajo, pues él se veía tan apuesto, tan fuerte y seguro de sí mismo; la verdad, es que todo parecía un sueño.

Ellos se conocieron en una fiesta en casa de unos amigos, y desde que se miraron fue como lo que llaman, "amor a primera vista", y desde ese día no se separaron más. Claro que no todo era perfecto. Él era divorciado, y tenía dos hijos aun pequeños a los cuales ella tenía que soportar los días que les tocaba visita con el padre. Pero todo, " era aceptable", pensaba Mariluz, si podía disfrutar de él, el resto del tiempo. Ella, "ni loca tendría hijos", y para eso ella se cuidaba, tomaba los anticonceptivos sin perder una hora, y por si acaso algo sucedía, la píldora del día después la cual era recetada por un amigo medico de ella.

Felipe había mencionado un par de veces, "sería fantástico tener hijos, una parejita quizás", y a ella se le erizó el pelo con solo la idea. Pero ella sabía cómo mantenerlo contento, y evitaba las conversaciones que fueran sobre hijos, " ni tonta arruinaría su figura, o dejar que los pechos se cayeran, o tener estrías en la barriga y piernas", pensaba, y pensando en eso, gastaba cantidades de dinero en cremas, gimnasio, masajes.

La fiesta continuaba, y Felipe pensaba en el gasto inútil de esta fiesta, y la cantidad de gente a la que no le interesaba ver, como la familia de Mariluz, la cual era pesada y siempre mirando todo por encima del hombro como si ellos fueran de alguna clase especial. Sobre todo, la hermana, Fernanda, quien siempre tenía una palabra cortante, o una broma plagada de ironía con la cual trataba claramente de molestarlo, pero el, la ignoraba sin darle el gusto de contestar las idioteces que se le ocurrían. Luego se distrajo pensando en la oficina, pues él era el ingeniero jefe de una gran compañía constructora, e iba en ascenso.

Felipe era hijo de una familia modesta, provinciana, de Talcahuano, y el padre trabajaba en la pesca artesanal junto al algunos amigos con los cuales lograron adquirir unos botes, pero los precios del pescado habían bajado debido a la competencia y a la poca pesca por los barcos chinos que asolaban los mares del Pacifico.

La madre se dedicaba a la casa, y los hermanos mayores ayudaban al padre en sus labores, y aunque no vivían mal, el dinero solo alcanzaba para lo justo.

Felipe desde niño fue estudioso, y se las arregló para sacar becas que lo ayudaron a mantenerse en el colegio, pues su madre vio en el algo diferente al resto de la familia, asi que cuando el padre quiso subirlo al bote, ella se opuso con dientes y garras, y el padre sin decir nada, pues nunca decía nada cuando la esposa tomaba una determinación, dejó a Felipe tranquilo.

Felipe fue el único de la familia que terminó la secundaría, y luego entró a la universidad con notas altísimas las cuales mantuvo hasta su graduación, lo que le significó un contrato con una de las compañías más prestigiosas del país. También significaba que la familia de Mariluz lo trataba como si tuviera alguna infección, y lo aceptaban con la nariz respingada.

Mientras pensaba sobre todo esto, entró a la casa y se dirigió al baño de su cuarto en el segundo piso, pero cuando se aprestaba a hacer sus necesidades, sintió una mano que lo cogía y antes de reaccionar, una boca se pegó a la suya. Miro asustado, y vio que era la hermana de su esposa. La empujó separándola de él, y le preguntó, ¿“qué te pasa?, estas borracha?”, y ella continuaba empujándolo hacia la pared mientras su mano le cogía el miembro y él trataba de zafarse, pero sin hacer escándalo, pues no quería que nadie los encontrara en esta situación inaudita.

“Vamos”, le decía el, ¿“que tú quieres?, hacerme un problema?”, y ella arrodillándose en el piso lo miro y le contesto casi con rabia, ¿“es que acaso no te has dado cuenta de que siempre he querido tener algo contigo?, ¿de qué desde siempre he estado enamorada de ti?, si, si, desde que empezaste a pololear con mi hermana solo he querido estar contigo, pero ella siempre se lleva todo lo que yo quiero, todo”, y seguía ella tratando de introducirse el pene en la boca, mientras él se trataba de alejar, asustado, horrorizado de lo que escuchaba pues no podía creerlo.

“Vamos”, le dijo Felipe, “esto es una equivocación tuya, yo estoy enamorado de tu hermana y no puede ser”.

Él trataba de hacerla entrar en razón, pero ella estaba fuera de sí. Felipe no podía entender la situación, pues ella siempre se había mostrado irascible con él, así que en su interior pensaba que podía ser una trampa de la familia para indisponerle con su esposa. Y en eso estaba, cuando su esposa y el resto de la familia entraron en el baño y los encontraron en esta incómoda situación.

La esposa se queda mirando la escena, con la familia detrás de ella, y dándose vuelta sale, mientras Felipe soltándose de la hermana trata de correr detrás de ella, pero la familia, o sea el padre, le impide el paso. Felipe trata de zafarse de él, pero el padre mirándolo directo a los ojos le dice, “ella no quiere verte, aparecido, mugroso con título, así que déjala sola…”, Felipe se gira y puede ver a la hermana de su esposa riéndose por lo bajo, y la madre sonriendo por lo bajo. Lo habían engañado de la manera más baja, pero la situación era muy difícil de explicar.

La hermana sale corriendo del baño detrás de Mariluz, mientras los padres lo mantenían encerrado dentro del baño. Felipe mira a los padres y les dice furioso, “no puedo creer que hayan hecho esta bajeza, y quieran destruir la felicidad de esta familia solo por sus intenciones malévolas”.

Ellos lo miran displicentes, contestando irónicos, “tú nunca fuiste parte de esta familia, advenedizo, así que puedes volverte por donde viniste hijo de mala muerte, pues nuestra hija no volverá a mirarte, de eso nos encargaremos nosotros”.

Cuando Felipe logra salir de la habitación, puede ver que todos los amigos estaban parados afuera mirando lo que había sucedido, y la música se había detenido. El bajó al primer piso a tiempo de ver el carro de Mariluz despareciendo calle abajo. Detrás de él, los padres salieron y se marcharon sin decir nada más. Y no era necesario. Los amigos empezaron a marcharse de a poco sin decir palabra. Todos posiblemente convencidos de su mal actuar.

Pronto él se quedó solo en la casa con la gente del catering, que estaban limpiando y guardando la comida intacta de la fiesta, mientras lo miraban con pena. El tomó una botella de whisky y sentándose en la terraza empezó a beber. No se percató cuando quedo solo en la casa, pues ya estaba completamente borracho y dormido en una de las silla de la terraza.

Felipe y Mariluz se separaron y ella nunca quiso escuchar las explicaciones que él le pudiera dar. La familia impidió cualquier contacto directo con ella, así que él, al final, dolido además por la actitud de ella que ni siquiera le daba el beneficio de la duda, firmó los papeles del divorcio, y se dedicó exclusivamente a trabajar.

Al poco tiempo, como recompensa por su excelente trabajo, fue manado a la oficina principal en Texas, USA, y así dejo el país y los lugares donde él fue feliz con Mariluz.

No la había vuelto a ver, y dejó que sus abogados se encargaran de todo. Le trató de escribir unas cartas, pero todas volvieron a su remitente sin abrir, así que cansado, dolido, y entendiendo que no habría forma de entenderse con ella, partió dejando todo atrás.

Houston en Texas fue un lugar que logró después de mucho tiempo calmar su desesperanza, y le dio nuevos impulsos para seguir creciendo profesionalmente. Hizo contactos que lo ayudaron a conseguir un nuevo trabajo en una multinacional, y viajó a Europa donde se instaló en Milán, Italia, y allí conoció a Stephania, una bella muchacha original de Bruselas con la cual empezaron una relación que los llevo a viajar por todo el mundo.

Tomaron cruceros por el mediterráneo, pasaron bellas vacaciones en Grecia y Creta, se perdieron en compras en el mercado de Ankara, un lugar que parecía sacado de las mil y una noches. Pasearon por París, de noche, y se sentaron en la plaza de la bastilla a deleitarse comiendo caracoles y bebiendo vino mientras la música de los violines los transportaba a otras épocas.

Conoció a la familia de ella, y él, trajo a su familia de Chile para que todos se conocieran, especialmente a sus hijos que ya estaban grandes y bajo el cuidado de su madre, pero era hora que él asumiera su responsabilidad.

Al final, él y Stephania decidieron casarse, y así lo hicieron en una ceremonia muy íntima, con solo la familia y algunos amigos de ella, y después de una breve luna de miel en Tailandia, los dos volvieron a Milán y empezaron su vida juntos.

Los dos hijos de Felipe entraron al colegio y pronto se adaptaron a la vida en esta ciudad donde los negocios eran lo más importante.

Ella quedó embarazada y tuvieron una hija bellísima, como la madre, y los viajes a Bruselas a ver a los padres de ella eran frecuentes. O viceversa. Ellos viajaban a Milán y pasaban unos días que a veces se volvían viajes a Suiza, distante solo un par de horas de Milán.

Stephania estaba muy enamorada, y ambos llevaban una vida familiar que se extendía al resto de la familia chilena, quienes ahora viajaban muy seguido a visitar a los nietos.

Un día decidieron viajar a Chile de vacaciones, y prepararon las maletas, él quizás un poco preocupado pues había sido mucho tiempo desde que salió de allí y nunca más volvió; solo se enteraba de algunas cosas por boca de su padres.

De su primera mujer, no sabía nada pues ella no tenía contacto ni siquiera con los niños, que ya después de tantos años no preguntaban por ella; de Mariluz nunca quiso saber más pues salió muy herido de aquella relación, especialmente porque ella nunca quiso conversar con él y aclarar la situación acontecida el día de aquella barbacoa.

Los padres no la mencionaban, pues quizás ellos podían sentir el dolor profundo de él. Pero, aun así, Felipe estaba contento de regresar a Chile, su país, al cual siempre extraño.

Los lugares donde había vivido estos últimos años eran bellos y la gente lo trató muy bien, pero no era su patria, aquella misma que lo vio nacer pobre, que lo vio crecer esforzándose por mejorar, y la que pudo ver su caída y frustración de perder a Mariluz a la que había amado.

A la llegada de todos ellos al aeropuerto de Santiago, encontraron a los padres de él esperándolos. Vio el aeropuerto más grande, con más tienda y con mucho movimiento, y cuando salieron a la carretera, no podía creer la cantidad de vehículos, algunos muy elegantes que transitaban.

Cuando llegaron a la casa de sus padres, pudo ver una bella casa de ladrillo, con una cerca de hierro y un  jardín muy cuidado, donde Felipe reconoció la mano de su madre.

Los niños estaban felices y corrieron al patio donde se escuchaban los ladridos de un perro al que llamaban Larry. La casa no era muy amplia, pero si bastante cómoda, así que ellos se acomodaron en un cuarto, los niños en otro, y sus padres tenían la habitación matrimonial.

Ese día en la noche llegaron familiares a saludar, y algunos viejos amigos que se habían enterado del retorno de Felipe. Se destaparon algunas botellas de vino, se puso carne a la parrilla, y las cervezas abundaban, y en ese momento uno de los amigos le dijo, “supongo que sabrás algo de Mariluz, ¿no?”, y él negó con la cabeza sin decir palabra, pero el amigo siguió, “el padre falleció al poco tiempo de que ustedes se separaron, y la madre quedó en la ruina pues tenían muchas deudas”. Felipe no dijo nada, así que el amigo prosiguió, “la hermana se fue con un tipo que decía que era extranjero, que la embarazó y la abandonó, así que volvió a casa de la madre, y junto con Mariluz la ayudan a cuidar del bebe mientras ella trabaja en una tienda del centro comercial. Mariluz está de secretaria en la oficina de unos corredores de propiedades, y según lo que yo sé, pues un día me encontré con ella en la calle, la hermana y la madre le contaron la verdad sobre aquella barbacoa en tu casa, recuerdas?”.

El amigo miro a Felipe, y tomándolo del brazo, le dijo en un murmullo, “ella está muy arrepentida de no haberte escuchado, pero la familia le llenó la cabeza de tonteras en contra tuya, y creo que le gustaría verte solo para pedirte disculpas”.

Felipe miró al amigo, y tomando un sorbo de la botella de cerveza, se alejó sin decir palabra. El pasado que parecía tan lejano lo estaba cercando en un murmullo constante de lo que podría haber sido, claro, él no se arrepentía del camino tomado, pero siempre la duda lo perseguía, ¿“como hubiera sido si…?’.

Los días pasaron rápido, y estaban casi a punto de retornar a Milán, cuando un día al entrar a un supermercado, se encontró con Mariluz de frente. Ella se veía cansada, quizás un poco más degastada, no físicamente, pero sí emocionalmente.

Se miraron por unos segundos, y ella le saludó con una sonrisa; “hola, Felipe, cómo estas?”, y él, sin saber qué más decir, le contestó, “muy bien Mariluz, y tú, cómo estas?”.  Ella guardó un minuto de silencio, y luego le dijo: “tenía muchos deseos de verte desde que supe que estabas en Chile, aunque nunca supuse que sería en estas circunstancias, pero bueno, por favor no digas nada, déjame decir lo que debería haber dicho hace mucho; perdóname pues cometí el error más grande de mi vida. Mi hermana finalmente me confesó lo que aquel día sucedió, y después de la muerte de mi padre, mi madre me dijo todo lo que ellos habían hecho para separarnos, pero la verdad es que la culpable fui yo por no escucharte y creer”.

Felipe la miró con extrañeza, y le dijo muy suavemente, “siento que sea tarde ahora, Mariluz, y lamento que hayas visto mi inocencia cuando no hay nada que hacer, pues yo estuve muy enamorado de ti y nunca te fui infiel”.

"Yo lo sé, Felipe, ahora lo sé, -dijo ella- pero en aquel entonces era muy joven y no sabía lo que hacía o sentía, y me dejé engañar por el estúpido orgullo de mi familia”.

Felipe la miró detenidamente, y le contesóo con voz apesadumbrada, “ así es Mariluz, pero ya no hay nada que hacer, pues estoy muy enamorado de mi esposa, y tengo una maravillosa familia con la cual vivimos en Italia”. Y ella le dijo, “eso lo sé tambien, Felipe, solo quería que supieras la verdad; la mía. Y que sea muy feliz”.

Y dándose vuelta, se marchó dejando a Felipe solo en aquel pasillo de supermercado sin saber qué sentir. Pero solo había una decisión que tomar, y pagando lo comprado retornó al hogar de la familia y apenas entró, tomó a Stephanie en sus brazos y le dijo muy quedo al oído, “te amo más que nunca”.

 

Doña Chiquiña

D

ALvaro de Almeida Leão

Traducido al español por José Manuel Lusilla

Ariovaldo, recién llegado a un pequeño pueblo del interior, iba pasando, como de costumbre, por una calle cuando, un día, una pequeña multitud dentro de una casa le llamó la atención. Curioso, le preguntó a la primera persona con la que se cruzó:

— Hola, ¿Cuál es el motivo de esta reunión festiva?

— Festiva no, más bien al contrario. Estamos velando a la profesora doña Chiquinha, que, lamentablemente, ha fallecido.

— ¿Qué? ¡La profesora doña Chiquinha murió! Pero, ¿cómo? No puede ser. Me niego a creerlo.

Dicho esto, empieza a llorar con fuerza, alto y con profundo sentimiento. Llama tanto la atención que los familiares de la fallecida, conmovidos por la escena, lo invitan a entrar. Él, sin dudarlo, acepta y pronto comienza a interactuar con los presentes.

Es pleno invierno, un frío que cala los huesos. Ofrecen sándwiches, cafés, coñac, vino, quentao y nuestra tradicional cachaza. Cuando le preguntan a Ariovaldo qué prefiere, no duda en responder:

— Lejos de mí la intención de causar molestias... Pero ya que insisten, con este frío acepto unas cachacitas, con todo respeto y consideración, a gusto, bien servidas.

Así, se le sirven seguidas dosis de la "purita" y, a medida que Ariovaldo las consume, más se embriaga, causando disturbio.

Ante tan insostenible situación, alguien le dice, aunque no sea cierto, que se ha acabado la cachaza. Al oír tan nefasta noticia, Ariovaldo decide irse, no sin antes despedirse de la fallecida.

Frente a doña Chiquinha, entre lágrimas, se desahoga:

— ¡Querida y amada doña Chiquinha! ¿Cómo pudo ocurrirle una desgracia así? ¿Cómo, Dios mío? ¿Cómo?

Se abraza al ataúd sollozando con tanta fuerza que parece a punto de desplazarlo de los caballetes. Algunas personas comienzan a cuidar tanto del ataúd como de Ariovaldo para que ninguno se caiga, lo cual sería un gran bochorno.

Los familiares de doña Chiquinha, intrigados, intentan averiguar más sobre el desconsolado Ariovaldo y le preguntan:

— ¿Usted también es pariente de doña Chiquinha?

— No, no soy pariente de doña Chiquinha.

— ¿En alguna época fue alumno de doña Chiquinha?

— No, nunca fui alumno de doña Chiquinha.

— Entonces, tal vez alguna vez fue vecino de doña Chiquinha.

— No, nunca fui vecino de doña Chiquinha y, a decir verdad, hasta ahora ni siquiera la conocía.

— Entonces, señor Ariovaldo, si no es pariente de doña Chiquinha, ni fue su alumno o vecino, y ni siquiera la conocía, ¿por qué llora tanto?

— Porque ahora mismo un aguafiestas me dijo que se ha acabado la maldita cachaza. Así que, siendo así, solo me queda llorar, llorar y llorar desconsoladamente.

¡Fue la gota que colmó el vaso! Invitado a retirarse, Ariovaldo se marcha apresurado a buscar más y más bebida.

Tal situación, lamentablemente, es lo que le ocurre desde hace algún tiempo a Ariovaldo. Un día, quién sabe, tal vez un alma noble pueda ayudarle a salir de esto, y que sea lo antes posible.

Saulo – El despacho

S

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por José Manuel Lusilla
 

Mi nombre: Saulo Jardim.
35 años.
Por opción: alcohólico y poeta.
Soy moreno, delgado, alto y bonito.

Si no fueran mis ropas andrajosas, sería considerado un buen partido... una gran compañía para mucha chica solitaria.
Culto, bueno para la charla y siempre bien informado por recoger de las calles por donde vago, todos los periódicos y revistas que tiran. Los leo con ansia y con ellos también me cubro. Así soy yo.
“Las estrellas son mi techo por la noche. Las letras, mis mantas”.
Ando por las calles de noche, nunca paso por postes sin luz.
Tampoco cruzo frente a velas encendidas y gallinas muertas en las esquinas.
Si así sucede, doblo la esquina y me persigno.
Me volví adicto al alcohol . No acato órdenes de cualquier “jefecillo” o de pseudo-intelectuales.
Agarré a mi antigua jefa arreglando sus medias de seda, a la altura de la entrepierna, no resistí como siempre. La agarré por la fuerza. Me ocasionó esta cicatriz en la cabeza. Recibí un golpe certero.


¿Mi vida anterior?

Es mejor no hablar de ella ahora, quién sabe si aún escribo un libro y cuento todo, quién sabe...
Cuando ataqueé a la jefecita, fui despedido. Amaba mi empleo – era periodista – y mil lágrimas lloré.
Superé todo, pienso, arrojándome a la bebida.
Me sentí en el declive de la vida, aferrándome a las calles, viviendo los dolores y las alegrías ajenas, ensimismado.

André, viejo amigo y compañero de trabajo de Saulo, viendo fotos antiguas, mentalmente conversa consigo mismo y con un interlocutor a quien narra parte de su historia. Es como si estuvieran los tres, André, Saulo y el interlocutor, sin duda éste último imaginario también.

Aquel que aparece a la derecha de esta foto vieja, casi borrada, es Saulo Jardim. Sucedió en un evento para periodistas en Sao Paulo, en el año 1999.
Saulo fue mi amigo y colega.
Joven prometedor, buena labia, inteligencia, agudeza y capacidad crítica. Gran lector y escritor contundente... casi genial. Alto, moreno y bonito, se destacaba, como se ve en la foto, por su encanto y buen vestir. Cabellos negros, casi siempre en elegante desaliño. Sus ojos negros, penetrantes, encaraban profundamente a su interlocutor, casi hipnotizándolo, cuando por él era entrevistado.
Era galanteador inveterado. Las mujeres no le resistían.
La medalla que se le ve al pecho, es una de los homenajes que recibió como mejor reportero del año por coberturas nacionales e internacionales que hizo en el área política.

En el centro de la foto me encuentro yo, André, de estatura media, rubio y un poco gordito. Siempre con la cámara fotográfica colgada al cuello.
Era el fotógrafo acompañante de Saulo en sus andanzas y reportajes por el mundo, además de ser su mejor amigo.

“La soledad, mi querido Saulo, es como un vaso vacío, es el champán no sorbido de sueños soñados, porque derramada en cáliz ajeno, es la copa, rota de ilusiones partidas, es la ausencia voluntaria de amigos, amores, hasta de enemigos... Es chicle, es asfalto que se pega y no se suelta del zapato, único, del desilusionado, es mancha que no sale de la ropa sucia, es como bolero o tango sonante, penetra en el alma, no apacigua el dolor, es como ropa vieja, pero preferida y la cachaza no descartada vuelve y es siempre tomada, es siempre vestida”.

Saulo por su parte, en su abrigo miserable, comienza a recordar su vida y piensa: Esta mañana me levanté, sacudí los cartones y trapos que me cubren y descubrí que estoy harto, cansado, de esta vida de andariego mentiroso. Además, estoy cansado de mentir, de engañarme a mí mismo, tratando de parecer un vagabundo. En verdad lo que soy es mendigo, pordiosero, necesitado, casi demente. Estoy harto de la cachaza mal servida, adquirida por subterfugio, por la excusa, de la limosna solicitada para el pan. Estoy cansado de ver el mundo girar en la ignorancia, en la mala fe, en la inoperancia y en la guerra. Estoy harto de ver drogados, bandidos y prostitutas de todos los géneros. Estoy injuriado por vivir debajo de este puente sobre el arroyo, del ruido constante de los coches y autobuses, de la compasión de los transeúntes, de la falta de una mirada amiga, de lo que fui, de lo que soy... ¿en qué me he convertido? Cansado de estar cansado, de no tener esperanzas, de ser maldito. Pensando bien, estoy harto, agotado, es...¡cansado de mí mismo!

Hace tiempo tuve un amor. Es gracioso recordarlo ahora...
En verdad, no sé por qué. ¿O lo sé?

Fue aquella chica que pasó por mí y que me hizo recordar... En realidad, ella era especial y yo la amaba tal como era. Acostumbraba a acomodarse la braguita a cada rato y en cualquier lugar donde estuviese, para ajustarla mejor, entre las nalgas. Tenía una predilección especial por tanguitas mucho más pequeñas de lo que su tamaño comportaba. Era gordita, bien fornida, caderas anchas, pechos grandes. Los amigos la consideraban horrible.

Y yo, sin embargo, cada vez que ella llevaba la mano a su trasero, para ajustar el tanga, me subía por las paredes excitado y la amaba aún más. ¡Pasión loca por la gordita!

Fui tan injustamente despedido, por razones sexuales. prejuicio puro. ¿Qué mal haría adorar medias de seda?  Y mucho más en piernas bonitas

Hoy hago un llamamiento. Hoy,  que estoy en el destierro, a las poderosas empresas: Hagan cursos, contraten psicólogos, para que se verifiquen los traumas de sus empleados. Que puedan trabajar libremente, con sus taras bajo control. Que su capacidad y productividad no sean evaluadas por sus deficiencias emocionales.
A final, de médico y loco, todos nosotros tenemos un poco. ¿No es consenso general?

La cachaza, el maíz y la gallina quedaron atrás, restaron en el despacho.
Se subió la cremallera, guardó su “arma”…Se atascó... ¡mala suerte!
Cruzó los brazos. Acarició su mentón. Se agachó, miró, sonrió y se persignó.
La orina se escurría por la acera. Mojó todo.

Saulo en pensamiento exclama y al mismo tiempo recuerda

“Muna muna, animunaanimuna, ramararamarana”.
Nuestro mantra, nuestro código, ¿recuerdas? gritó.

Increíble, yo Saulo Jardim, escribiendo a mi padre una carta.
Sí, al señor Eduardo Jardim, mi padre.
Para quien no sabe, o mejor, para recordarme, es residente y domiciliado en el barrio Jardín de Flores, calle de Las Rosas nº 15 en Guaraparí, Sao Paulo.
Eduardo Jardim, viejo, como me gusta llamarte. Nunca lo permitiste.
Aquí, una de nuestras grandes diferencias, entre tantas otras... la falta de intimidad.
Yo quería tanto tratarte con cariño. Nunca me dejaste.
Entiendo, querías hacer de mí un hombre serio, no un llorón sentimental.
Sólo no sabes cuánto me hizo falta.
No fui enseñado a amar...
Los amores que doné fueron tan solo manifestaciones físicas, nada espirituales.
Me hiciste un egoísta, pero aún así, te perdono.

En mi última y reciente conversación con André, pude a través del ser humano que es él, comprenderte más.
Espero tengamos, aún, la oportunidad de encontrarnos para, por fin, liberar las emociones contenidas, por tantos años, en nuestros corazones.

Te abrazo, respetuosamente.

Saulo continúa pensando y recordando los viejos tiempos……es simple cómo me gusta quedarme en el crepúsculo como al atardecer. La luz que penetra entre las cortinas entreabiertas me hace bien.

La cama en desorden, los cuadros, mal dispuestos, torcidos, con las paredes descascaradas, gris de color, me recuerda mi confort: El no hacer nada.

Me siento bien así, no es lúgubre como pueda parecer. Es simplemente la esencia y la representación de  mi manera de ser: Displicente pero atento.

Sentado en esa silla raída leo, en mi cuarto imaginario, El cuervo de Edgar Allan Poe; misterio, suspense, poesía pura, tal cual la vida.
Cierro el último capítulo, la frase final, embebido, en este cuarto, espacio solo mío, inalcanzable para los demás, ahora leo y releo algo que hace mucho vi escrito por Manoel de Barros... “Hay historias tan verdaderas que a veces parece que son inventadas”.

Como periodista, entre tantas historias que escribí, en los más variados lugares del mundo por donde anduve, hubo un incidente que me llamó sobremanera la atención.
Este incidente me otorgó el premio de mejor periodista del año y a André, mi colega y amigo, el de mejor fotógrafo.
Ocurrió en Porto Alegre, mi ciudad natal, más precisamente en la plaza conocida como Redenção.
El titular era: “Arboles – accidente o negligencia”.
…”Cuando en los países considerados civilizados los árboles, que forman parte de plazas y jardines, son supervisados y podados anualmente, procurando no solo el bienestar sino, principalmente, la seguridad de los transeúntes, aquí, en Brasil, específicamente en la capital de Rio Grande do Sul, son olvidados ya que no son inspeccionados por una entidad competente”.

Evidencié en mi artículo el absurdo de considerar un accidente la muerte de una persona y las lesiones graves causadas a otras por la caída de un árbol, hecho debidamente narrado por mí y fotografiado magistralmente por André.

Hasta hoy recuerdo con nostalgia los buenos tiempos de reportaje.
“¡Ah,! ¡Qué nostalgia…!” suspira Saulo.
- “Saulo, ¿un sándwich?” pregunta André.
- “Acepto”.
- “André?” dice Saulo.
- “¿Me reconociste?. ¿Cómo?” indica Saulo.
- “Por la mirada... miento”, afirma André.
- “Hace tiempo que te observo"

-“ ¿Desde dónde?” pregunta Saulo.
- “Recogiendo las revistas que lees”, responde André.
- “Nuevamente, ¿desde dónde?” repite Saulo.
- “De mi basura”, responde André.
- “Vivo cerca, en la Avenida João Pessoa.. solo hay que cruzar el arroyo.”
- “¡Ah!” suspira Saulo.
- “¿Volvemos? ¿Saulo? ¿Estás listo?” pregunta André.

- “Hay vacantes, nuevamente”...
- “¿Seré capaz?” interroga Saulo.
- “Sin alcohol, evidentemente”, responde André.
- “Ya dejé. ¿Y la jefa?” pregunta de nuevo Saulo.
- “Se fue. Ama São Paulo…” responde André.

El tránsito estaba caótico en ese momento. Entonces se oye el sonido de las bocinas, el choque, los vidrios rotos y las latas retorcidas.... se formó el caos. Los amigos se dirigieron a la esquina. ¡peligro! el semáforo indicaba rojo.

Las velas negras y moradas aún ardían sobre el maíz, la sangre de la cabeza, decapitada, del gallo y un papel escrito en letras grandes: "Nunca más".

Saulo piensa: “A la gorda amada no la veré más, el cáncer se la llevó. Solo me queda arriesgarme. De aquí me voy y entrego mi destino”… ¿Dará tiempo?

El semáforo cambia, él corre, esquiva los vehículos al mismo tiempo que sueña con nuevos reportajes. El sonido de la frenada es estridente, espeluznante. En la acera de enfrente, sin embargo, él salta y grita locamente:
- ¡Lo logré! ¡Lo logré! ¡Lo logré!

Moraleja: Es preciso saber la hora de cambiar y desearlo.

Lección de vida

L

Pedro Rivera Jaro

 
 Yo tenía entonces 6 años. Era un día soleado y caluroso del mes de Mayo de 1956. Eran unos minutos más tarde de las 12 del mediodía cuando volví a casa del colegio, y recuerdo que llegué hambriento. Entré en la cocina y miré por los cajones del armario, donde mi mamá solía guardar alimentos, como chorizo, salchichón, membrillo, etc. (entonces no teníamos frigoríficos), pero no encontré nada más que un paquete de papel de estraza, con tajadas de bacalao seco y salado, con el que mi madre acostumbraba a hacer patatas guisadas, pero que yo no alcancé a recordar que previamente ponía el bacalao en agua para desalarle.
 
Empecé a quitar la piel de algunas tajadas y a comérmelas para calmar mi apetito. Al cabo de un rato empecé a sentir una sed tremenda y la necesidad imperiosa de beber. Entonces no teníamos agua corriente del canal de Isabel II en casa, sino que mi mamá tenía que ir a buscarla a la fuente pública, con cántaros de barro, y los colocaba en una cantarera de madera que teníamos junto al fregadero de la cocina.
 
Yo todavía no tenía las fuerzas necesarias para manejar los cántaros de barro sin riesgo de romperlos, como ya me había ocurrido no hacía mucho tiempo y me había ganado unos cachetes.
 
Solo me quedaba para beber una botella de vidrio blanco transparente, con vino blanco en su interior, del cual mi papá bebía un vaso en las comidas, y que se hallaba habitualmente en la ventana.
 
Ni corto ni perezoso subí por el fregadero hasta la ventana y alcanzando la citada botella, me soplé un buen trago de vino blanco y apagué momentáneamente mi sed.
 
Pasado un rato yo tenía todos los efectos de una borrachera, aunque entonces no lo sabía.
 
Después de experimentar mareos y pasar muy mal rato,me tumbé en el suelo y me quedé dormido. Cuando mi mamá regresó a casa después de hacer los recados, me encontró en el suelo y se llevó un susto tremendo. Hasta que yo me fui espabilando y la conté lo que había comido y bebido. Ese día no tuve ganas de comer a mediodía, y hasta por la tarde estuve acostado, hasta que todo dejó de dar vueltas y se me arregló el mal cuerpo.
 
Aquel día aprendí a ser precavido y a no aventurarme a comer ni beber nada que no viniera directamente de la mano de mis mayores

La silla vacía

L

Sílvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Un amigo muy querido, cuando hablábamos me contó que es histórico que los reyes de la antigüedad solían sentarse en una silla, semiabierta en su asiento, para hacer sus necesidades fisiológicas mientras recibían a sus invitados y embajadores para charlar.
Era extraño, prepotente e imagino que desagradable para los visitantes oler en ese ambiente.

Y me detuve, no sé por qué, a pensar en ello.
A veces un acontecimiento nos lleva a pensar o recordar cosas que hace tiempo que pasaron.
Extraño...

Mientras pensaba en esto, recordé una historia que me contaron hace mucho tiempo. Por lo que recuerdo, ahora la transmitiré y la contaré.

A él, cuyo nombre no importa, le gustaba viajar y también las mujeres. Tuvo muchas durante mucho tiempo (las mujeres).
Sin embargo, hasta entonces, no se había apegado con amor a ninguna de ellas.
Todas simplemente satisfacían sus instintos y exaltaba su libido. De ninguna se había enamorado él y tampoco habían logrado satisfacer su espíritu aventurero, es decir, viajar por el mundo para descubrir nuevos lugares y apreciar nuevos paisajes y culturas.

Entonces, un día, cuando volvía a casa, la vio paseando por una calle en la que había muchos turistas. Sucedió algo inesperado. Sus miradas se encontraron y un magnetismo inexplicable los atrajo.

Ambos se detuvieron en seco y olvidaron momentáneamente lo que se habían propuesto. Se miraron, sonrieron -como si se conocieran desde hacía milenios- y se saludaron, lo que desencadenó una conversación.

Por los temas que trataron, se han dado cuenta de que tenían muchas ideas y opiniones en común.

Este encuentro, por voluntad de ambos, dio lugar a otros nuevos que se fueron sucediendo con el tiempo.

Decidieron irse a vivir juntos. Ella le quería intensamente.

Ella creó un ambiente seguro y agradable donde él disfrutó de toda su libertad. No había quejas entre los dos. Eran creativos en su convivencia diaria y también en su amor.

Un día, ella, fue a una tienda de muebles de segunda mano que le había llamado la atención y compró una silla de madera. Era vieja, pero estaba bien cuidada y era especialmente cómoda.

Se la llevó a casa y la colocó en el salón.
Cuando él volvía de la calle, ella le presentó la compra, diciéndole que allí, cuando él no estuviera, siempre le esperaría con alegría y con la esperanza de que llegara sano y salvo, fuera la hora que fuera.

El deseo de viajar y ver mundo volvía a él una y otra vez.

Por fin tuvo el valor de contárselo y llevar a cabo sus planes de viajar solo.

Cuando ella lo escuchó todo, se limitó a bajar los ojos y a sonreír tristemente y le dijo que lo esperaría como siempre en aquella silla que estaba ahí.

Pasaron los años y él no tenía la costumbre de escribir ni de enviar noticias de ninguna forma.

Un día, cuando ya era viejo, se cansó de todo. La echaba de menos, a su casa, a su amor, a su vida anterior. Decidió regresar. Llegó a su pueblo y se dirigió a su casa, feliz de encontrarse allí.

Entró en la casa y lo encontró todo como lo había dejado, pero con un detalle: la habitación estaba cubierta de polvo que, se dio cuenta, llevaba allí depositado por mucho tiempo.

La silla estaba en su sitio, como si le hubiera estado esperando.

Allí, en el silencio, sólo le esperaba ella, pero ahora estaba completamente vacía.

Recordaba la historia de la silla de los reyes y pensaba que, a veces, las visitas o los embajadores nunca llegan y los monarcas en su orgullo,  se quedan solos, abandonados y olvidados.

Síguenos