Desenlace

D

Silvia C.S.P. Martinson

Caminaban por la orilla del mar en una acera que separaba las arenas, el agua y las piedras del pavimento. Entonces, de repente, ella se acordó de lo que había sucedido hacía tanto tiempo.

Se acordó de la noche en que estaba sentada en su sala de estar y el reloj, que había sido de su abuelo, comenzó a dar campanadas, 9 en total. El sonido de este reloj tan antiguo era hermoso, pensó ella. Sin embargo, al mismo tiempo, le extrañó: no podían ser las 9 de la noche porque, en realidad, por la claridad aún era de día. Tal vez fuesen realmente las 7 de la noche; era verano y al anochecer la oscuridad solía llegar mucho más tarde.

Qué extraño, pensó ella entonces... En duda, resolvió ir hasta el reloj para verificar si la hora de las campanadas coincidía con la que marcaban las manecillas. Realmente coincidía. Las manecillas marcaban las 9 y el toque había acusado precisamente la misma hora. Ensimismada, sin embargo, resolvió comprobar la hora en su reloj digital y con asombro constató que eran en realidad las 7 de la noche.

¿Qué pasa?, pensó ella entonces. ¿Cómo podría un reloj que siempre había sido tan preciso adelantarse dos horas sin que nadie lo hubiera alterado? Conjeturó, pensó en varias hipótesis, pero no logró llegar a conclusión alguna, sea razonable o no.

Vivía sola en su casa en esa época. Su marido y su hija vivían y trabajaban en otra ciudad lejana. No tenía parientes cercanos, amigas, o sirvientes que pudieran tener acceso a su casa hasta el punto de alterar el antiguo reloj.

Pensando así, se desconectó del hecho y continuó leyendo el libro tan interesante que había adquirido hacía pocos días. Se trataba de El Cuervo, cuyo autor era el renombrado escritor Edgar Allan Poe. La lectura la entretuvo por algún tiempo, sin embargo, algo la incomodaba, no sabía qué, pero sentía una enorme sensación física de malestar, aliada a otra que no recordaba haber tenido alguna vez: era angustia, como si algo le faltara, una ausencia de algo que no conseguía identificar.

Siguió leyendo hasta que, cansada, resolvió parar un poco con la lectura e ir a tomar algún refrigerio para luego dormir. Miró nuevamente su reloj de pulsera. Marcaba exactamente las 19:30 horas.

Caminó hasta la cocina, preparó su refrigerio favorito; no tenía la costumbre de comer mucho por la noche. Se sentó a la mesa del comedor después de arreglarla adecuadamente para comer. Le gustaba tener la mesa bien puesta, aunque fuese solo para un refrigerio.

En ese momento fue sorprendida por las campanadas del reloj de la sala, que sonó 9 veces con la armonía de siempre, su sonido inconfundible tan bonito y conocido por ella desde niña. Lo había heredado de su abuelo y le dedicaba extremo cuidado, ya que él (el reloj) tenía en esa época más de 150 años. Era tradición en su familia, se acordó, pasar el reloj al hijo o hija mayor cuando el padre o la madre fallecían. Al oír sonar la hora de forma incorrecta, se asustó, por lo que esto quedó definitivamente grabado en su memoria.

Y, ahora, mientras caminaba en la playa con su amigo y compañero, los recuerdos le volvieron a la mente con una nitidez impresionante.

Recordó además que se fue a dormir, pero no conseguía conciliar el sueño; estaba inquieta y su cuerpo respondía con temblores involuntarios a su estado de ánimo. Eran exactamente las 10 de la noche, recordó, estaba aún despierta cuando su teléfono sonó insistentemente. Se levantó y fue a atenderlo. Su hermana la llamaba.

Hablaba con la voz embargada por un llanto casi convulsivo que le impedía pronunciar bien las palabras. Poco a poco ella se fue calmando y consiguió dar la noticia de que la madre de ambas había muerto de un infarto de corazón precisamente a las 9 de aquella noche. Mientras hablaban, aún llorando las dos, ella recordó que el reloj de la sala volvió a sonar y marcar las 9 sin que nadie lo tocara.

Al caminar en la playa con su compañero en ese momento, todos los hechos le volvieron a la memoria. Los dos se detuvieron un instante para descansar y disfrutar del paisaje que tan hermosamente se distinguía aquella mañana. Ella aprovechó ese instante para contarle todo lo que le había pasado en aquella triste noche y también para preguntarle lo que pensaba sobre tales acontecimientos.

Él la miró intensamente, sonrió simplemente, enigmáticamente y...

No dijo nada.

Sobre el autor/a

Silvia Cristina Preissler Martinson

Nació en Porto Alegre, es abogada y actualmente vive en El Campello (Alicante, España). Ya ha publicado su poesía en colecciones: VOCES DEL PARTENÓN LITERARIO lV (Editora Revolução Cultural Porto Alegre, 2012), publicación oficial de la Sociedad Partenón Literario, asociación a la que pertenece, en ESCRITOS IV, publicación oficial de la Academia de Letras de Porto Alegre en colaboración con el Club Literario Jardim Ipiranga (colección) que reúne a varios autores; Escritos IV ( Edicões Caravela Porto Alegre, 2011); Escritos 5 (Editora IPSDP, 2013) y en español Versos en el Aire (Editora Diversidad Literaria, 2022).
En 2023 publica, mano a mano con el escritor Pedro Rivera Jaro, en español y en portugués, el libro Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

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