Silvia C.S.P. Martinson
Cuando caminó sola y, con sus pasos lentos, pero seguros, emprendió nuevos rumbos en la búsqueda de objetivos más palpables, evidenció, sin duda, la gran capacidad que tenía para crear y ser reconocida.
Durante muchos años vivió insegura y dependiente de la opinión de amigos y parientes, consecuencia de una educación limitante y decadente.
Limitante porque no le permitía ser libre en su entorno para expresar sus sentimientos, deseos y dudas. Así que, hoy libre de tabúes y restricciones, conversa con nosotros, sus amigos, y nos cuenta, gentilmente, una historia antigua.
Todo sucedió en un fin de año, casi en la víspera de Navidad. Estaba en casa de su madre, ya que aún era muy joven y no trabajaba en ninguna empresa.
Sus quehaceres se limitaban a ayudar a su madre en las labores domésticas, tales como: barrer el patio, regar las plantas —su madre tenía muchas rosas, eran sus preferidas-, las poseía en su jardín, de múltiples colores todas ellas.
También ayudaba a poner orden en la casa todos los días. Al levantarse, era su obligación, antes de ir a la escuela, dejar su cama arreglada y su habitación en orden, sin ropa ni zapatos tirados por el suelo, como solía hacerlo antes de dormir por la noche.
Su madre era costurera. Confeccionaba vestidos de alta calidad para las mujeres de la sociedad local.
Este trabajo de costura, en la época de fin de año, cuando se acumulan las festividades junto con los bailes y las graduaciones, tanto en universidades como en escuelas militares, le proporcionaba excelentes ingresos económicos, dada la calidad del servicio que prestaba y la clientela que acudía a ella.
Entonces nos contó que en una Navidad así, su madre, agobiada, tampoco pudo salir a comprar los tradicionales regalos navideños para los hijos.
Los niños, con la ayuda del padre, que también trabajaba fuera, en el comercio, en una noche cercana a Navidad adornaron el árbol, un pino, con el pesebre y todos sus componentes, las bolas de cristal de colores y las luces propias que usaban para iluminar y alegrar el hogar, como hacían todos los años.
La madre, por su parte, el día de Navidad, se dedicó a entregar a sus clientas sus vestidos de fiesta y a recibir el pago por el trabajo realizado.
Aún así logró, esa tarde, en ese día de Navidad, asar en su fogón a leña el pavo que ya habían comprado de antemano.
Era tradición en su casa que en la noche de Navidad la familia se reuniera a cenar pavo relleno, ensaladas y postres diversos, los cuales la madre preparaba durante el mes y almacenaba en tarros de vidrio apropiados para tal fin.
Sin embargo, no había regalos que "Papá Noel" entregara, y los hijos, entristecidos, se alistaron para la cena.
Cuando, a las 12 de la noche, ya estaban cenando, de repente sonó el timbre de la casa.
Era una mujer muy rica en ese momento, por ser propietaria de una casa donde se realizaban grandes fiestas de la sociedad local.
Sin embargo, se sabía que había sido una mujer muy pobre en su infancia y que no había tenido la felicidad de recibir ningún regalo o juguete en Navidad para alegrar su vida.
Pues bien, esta señora, que había conocido la miseria y conocedora de las dificultades de aquella madre, se compadeció de los niños y llegó a la casa con los brazos cargados de juguetes. Osos de peluche grandes, juguetes diversos y perfumes para los padres, pero también telas para que confeccionaran su ropa.
De entre tantas clientas ricas, ella fue la única que recordó a una familia pobre y trabajadora.
Nuestra amiga, con lágrimas en los ojos, nos contó esta historia. Emocionada, dijo que, después de tanto tiempo, todavía recuerda a aquella señora y que todos los años, en la noche de Navidad, eleva su pensamiento a Dios en agradecimiento por la buena vida que tiene ahora junto a sus seres queridos, pero también pide, en oración, que proteja y bendiga a aquella mujer, donde sea que encuentre.