Silvia C.S.P. Martinson
Ella caminaba solitaria por las calles.
El tiempo pasaba lentamente, el día apenas comenzaba, las luces nocturnas de la ciudad se apagaban y las calles, poco a poco, se llenaban de gente. Gente que pasaba apresurada junto a ella, sin notar su presencia.
A ella poco le importaba la opinión o la atención de los demás.
Caminaba inmersa en sus pensamientos, pero al mismo tiempo apreciaba el hermoso amanecer que se presentaba.
Los árboles se cubrían de hojas después del largo invierno, aunque aún hacía frío. Las flores, cubiertas de rocío en los jardines, y las rosas rojas que tanto amaba extasiaban sus ojos y su alma.
Sus pensamientos iban y venían como por arte de magia y, a cada paso que daba, las cosas a su alrededor se transformaban.
¿En qué pensaba?
¿Qué poderes poseía?
¿Sería una bruja o un hada?
Se observaba a sí misma y le encantaban sus propias acciones cuando las tomaba.
En una avenida por la que pasó, los hombres se enfrentaban con palabras, al mismo tiempo que se agredían físicamente con armas, matándose unos a otros.
Ella se detuvo, los miró por un momento y una lágrima escapó de sus ojos. Al caer al suelo, todo se transformó.
La avenida se llenó de luz, de la luz de un sol nunca visto. Los jardines florecieron y los hombres, extasiados ante tanta belleza, dejaron de pelear, se miraron profundamente unos a otros, se dieron la mano, se abrazaron y siguieron cada uno su camino. Las armas desaparecieron.
En otra calle por la que pasó, las mujeres, preocupadas por su belleza y apariencia, entraban en las tiendas a comprar elegantes ropas, zapatos, perfumes, joyas y mil otras cosas que les parecían importantes. Y, cuando salían de esos lugares, no notaban a otras mujeres que, junto a sus hijos hambrientos, extendían sus manos en una súplica dolorosa de auxilio, de ayuda, para aliviar el hambre y el frío que las consumía.
Ella, al observar todo esto, nuevamente se conmovió y de sus ojos brotó otra lágrima. Lágrima que, al tocar el suelo, lo transformó todo.
El frío cesó, el sol brilló nuevamente, las mujeres ricas y poderosas tomaron conciencia de las otras, más miserables, y comenzaron a ayudarlas, sustituyendo sus harapos por ropas dignas, ofreciéndoles alimento y refugio para ellas y sus hijos.
En su caminar, llegó entonces a la orilla del mar que rodeaba aquella ciudad, bordeada por hermosas playas de arena blanca, donde el agua, de un verde cristalino, se derramaba lentamente sobre ellas, como el tiempo, como la eternidad.
Un grupo de pájaros, posados en el agua, la observó sonreír ante tanto esplendor y belleza. Entonces, alzaron vuelo y, en su camino, la tomaron por los brazos y, con ella, volaron hacia el infinito.
Amaneció el día. Ella despertó con la imagen vívida de lo que había soñado mientras dormía y pensó:
¿Habrá sido todo producto de su imaginación?
¿Sería realmente un hada?
Y así, soñando despierta, sonrió para sí misma una vez más.