Silvia C.S.P. Martinson
Los conocí y, ciertamente, eran personas serias, íntegras y no dadas a mentiras o invenciones.
En realidad, sufrieron mucho y por un largo tiempo con lo que les sucedió.
Por motivos de trabajo en un nuevo negocio que el jefe de familia emprendió, se vieron obligados a mudarse de la ciudad donde vivían, donde estaban bien, disfrutaban de comodidad y tenían acceso a educación de nivel superior en caso de necesitarlo en el futuro.
La familia en cuestión estaba compuesta por el padre y la madre, ambos jóvenes, y una niña de aproximadamente dos años.
Llegaron a esta nueva ciudad, bastante grande y muy conocida por su puerto, su antigüedad y sus tradiciones, ubicada en la provincia de donde eran originarios. La pareja había nacido en la capital de esa provincia.
Al llegar a la ciudad, lo hicieron con grandes proyectos de progreso y mejora financiera, ya que habían invertido gran parte de sus ahorros en este nuevo negocio.
Gracias a la ayuda de amigos, alquilaron una casa antigua en un barrio céntrico. Estaba bien ubicada, era grande y cómoda, aunque vieja. Una vez allí, se instalaron con su mudanza.
La pareja tomó el dormitorio más grande de la casa, y la niña, uno contiguo al de ellos, un poco más pequeño y algo sombrío.
La casa tenía un largo pasillo desde el cual, lateralmente y desde la entrada, se distribuían las demás habitaciones: primero, una oficina y una sala de recepción, seguidas por los dormitorios del matrimonio, de la hija y de huéspedes, en caso de que los hubiera.
Todas estas habitaciones estaban a la izquierda del pasillo, que conducía a un gran y cómodo baño, donde incluso había una enorme bañera de mármol.
Siguiendo el pasillo hasta el final, este desembocaba en un amplio salón donde, además de sofás y sillones, había un espacio para el comedor, con una mesa y sillas para varias personas.
La sala de estar terminaba en otra dependencia, que era la cocina, la cual, además de los objetos propios de una cocina, tenía dos ventanas para iluminación y una antigua estufa de leña que aún no había sido retirada de la casa.
En la sala de estar había una puerta que daba acceso al jardín interno, al garaje adyacente y a otra dependencia en el fondo del patio, que estaba llena de muebles viejos, herramientas y ropa desgastada abandonada allí.
Las ventanas de la casa eran altas y se cerraban por dentro con grandes contraventanas de madera con cerrojos de hierro dobles, que no permitían la entrada de luz ni de extraños.
Cuando llegaron a la casa, la familia comenzó a colocar sus muebles y pertenencias en los lugares que les parecían más adecuados.
En la puerta del dormitorio de la pareja, encontraron un par de pantuflas de hombre, todavía relativamente nuevas.
Con todo en su sitio, la señora comenzó a limpiar la casa y el jardín interno, donde, tras arrancar toda la maleza, plantó verduras y flores que apreciaba.
Con el tiempo, comenzaron a notar cosas extrañas en la casa.
La niña ya no podía dormir por las noches y lloraba constantemente mientras hablaba.
El cuarto en el que dormía, por más calefacción que le pusieran, siempre estaba helado.
Los padres ya no tenían el descanso al que estaban acostumbrados en la antigua ciudad, ya que la niña lloraba por la noche e, increíblemente, se expresaba en idiomas desconocidos tanto para ella como para sus padres.
Las contraventanas de madera de la sala y la cocina, por más que las aseguraran por la noche, amanecían abiertas, dejando entrar la luz.
Un día, el padre, desesperado, tomó un martillo y enormes clavos, asegurando que las ventanas ya no podrían abrirse solas.
A la mañana siguiente, los clavos estaban en el suelo y las ventanas, todas sin excepción, estaban abiertas.
Los negocios comenzaron a ir de mal en peor, incluso en la relación con los socios, que no eran tan honestos como parecían al principio.
Después de un tiempo, en contacto con una familia vecina que siempre los observaba con curiosidad, supieron que esa casa había estado deshabitada durante muchos años porque nadie lograba vivir allí.
El último inquilino había salido corriendo de la casa, dejando allí sus pertenencias, ropa, muebles viejos y calzado. Se fue literalmente con la ropa puesta en su coche y nunca más regresó.
Les contaron, además, que en esa casa ocurrió una tragedia años atrás.
En la habitación donde dormía la niña, después de una gran discusión por celos entre los dueños de la casa, el hombre apuñaló a la mujer hasta la muerte, dejándola tendida en el suelo, completamente ensangrentada. Luego huyó y desapareció por completo de la ciudad.
Los vecinos, alertados por el mal olor del cadáver, llamaron a la policía y el caso quedó esclarecido.
La pareja, ya cansada y sin recursos financieros para continuar con los negocios en esa ciudad, se mudó nuevamente a la capital donde habían nacido y crecido.
Con el tiempo, en contacto con otras personas, supieron que en esa ciudad antigua tales historias y hechos no eran infrecuentes.
Cada casa vieja donde habitaron y vivieron muchas personas a lo largo de más de 500 años guardaba sus propias historias, marcadas en cada calle, cada esquina y cada rincón.
Dicen que es peligroso caminar solo allí por la noche... Eso dicen...