Estaban los dos.
Los árboles ya brotaban, los rosales ya florecían.
El aire era ligero y el perfume de las flores se esparcía, aportando más frescor al mismo tiempo que las abejas, en profusión, volaban en busca del preciado néctar. Era primavera.
El azul intenso del cielo se mezclaba con el verde de los árboles, aportando un multicolor sui generis a los ojos de los transeúntes.
Caminaban lentamente.
Observaron todo con atención mientras él le explicaba la historia de aquel parque, por quién y por qué había sido creado, deteniéndose en cada lugar donde el tiempo y los hechos habían dejado su huella.
Ella escuchaba con atención porque con él podía viajar en el tiempo.
Describía los detalles, los matices y los hechos ocurridos en cada lugar. Lo hacía de una forma tan natural como si hubiera estado allí y lo hubiera vivido todo en sus más mínimos detalles.
Al mismo tiempo, ambos disfrutaban de la presencia del otro.
Fue un momento de intensa ternura y encanto que les hizo sonreír con infinita implicación.
Fue como si una serie de recuerdos afloraran en sus mentes.
Caminaban lentamente.
Al acercarse a una puerta que daba acceso al parque, se toparon con un cartel que se veía en el suelo.
El sol ya era fuerte.
El paseo deseado, programado y permitido llegaba a su fin. Sentían y anticipaban el dolor de la separación sin, no obstante, comunicárselo el uno al otro.
Caminaban lentamente.
Se acercaron a la placa y miraron la fecha. Su memoria se aclaró, comprendieron por fin que habían vuelto al lugar donde siempre se habían encontrado cuando querían estar juntos, y lo habían hecho durante mucho, mucho tiempo.
En la placa, se besaron y concluyeron lo que por fin estaba ocurriendo.
Eran solo… Dos sombras del pasado.