Carlos Bone Riquelme
Desde aquella lejana infancia empecé a dibujar formas en el papel para lanzarlas al viento y ver cómo se deslizaban en suaves balanceos hasta posarse en el suelo. Quedé atrapado entre sus hojas y la tinta, aunque hoy en día todo sea digital, casi sin la poesía del olor a papel y tinta.
Y ese juego constante que se afincó en mi corazón como una necesidad creció y creció; y luego, una noche mientras dormía, tuve un sueño que me llevó hacia momentos que algún día experimenté y que estaban escondidos en puntos de mi memoria que nunca, o por lo menos, en largo tiempo había rozado.
Pero otra noche, el mismo sueño me despertó y sin poder contenerme corrí al ordenador y empecé a escribir sin saber el destino al que me comprometía.Y fue casi como en un estado hipnótico, pues los dedos corrían por las teclas casi rozándose, y las letras aparecían y desaparecían misteriosas sin que yo supiera el contenido. En la mañana, exhausto ya de fuerzas y de pensamiento, me detuve a leer. Y todo cobró vida. Las calles, los amigos, los nombres, los amores y los sinsabores se presentaron en blanco y negro y no pude evitar el llanto. Mi vida se estaba desgranando en trozos de recuerdos, y yo podía ver las imágenes de aquellos rostros mirando desde cada rincón: familia, amigos, conocidos, todos acumulados en la pantalla brillante mientras el olor de la bahía, de las calles húmedas y nocturnas, de los cuerpos sudorosos de pasión, de las manos tiernas y los aromas del parque me envolvían sin poder evitarlo. El vértigo de una vida lejana me aturdió mientras no podía dejar de mirar rostros y volar ingrávido sobre cada momento vivido. Quedé helado y sin saber qué hacer. Pero luego pensé que era una tontería, y el día se desenvolvió normal, como cada día, con solo aquellas contingencias diarias que se vuelven una rutina, y así, sin pensar más, me olvidé de aquellas extrañas noches. Pero dos noches después se repitió el fenómeno.
Y me lancé afiebrado nuevamente a escribir dejando que los sentimientos fluyeran en olas que me bañaban como las aguas del Pacífico algún día lo hicieron, y el llanto nuevamente fluyó libremente desde mis entrañas a mis mejillas y no pude parar, aunque algo me despedazaba por dentro.Y nuevamente llegó la mañana, pero esta vez fue Hellen, mi esposa, quien se acercó asustada a mí para preguntar qué era lo que me estaba sucediendo. —Tengo el sueño pesado, y duermo muchas horas sin parar. Además, necesito una máquina que me ayude a respirar mejor y que, por supuesto, me haga dormir mejor. Pero no estaba funcionando. Yo estaba poseído por mi propio recuerdo. La memoria era una prisión, la cual debía dejar en libertad. Y Hellen fue la primera en leer lo que aún estaba fresco en la pantalla, y ella me miró de una manera extraña. Pero no dijo nada. No había nada que decir. Y el proceso empezó a repetirse, pero ahora, durante el día. Como una droga, me apretaba al teclado sin poder parar; sentía fluir los sentimientos en caracteres que se fijaban en el blanco de la pantalla, y mi cerebro se desgranaba en recuerdos que corrían libremente por la habitación, que galopaban alrededor de mi sillón, y que me abrazaban como si solo ayer hubiera vivido cada uno de esos momentos. Los amigos se apilaban en torno a mí, riendo y bromeando, y yo los veía mientras caminaban por mi apartamento en una alucinación que pronto fue casi normal. Empezaron a salir a trabajar conmigo, y me decían cómo manejar, dónde parar, y me pedían café, demandando atención. Y ya no volví a estar solo. Donde voy ellos están conmigo; me conversan y me recuerdan que yo soy parte de ellos como ellos de mí; me piden que los junte con sus amigos, con sus familias, que no deje que sus recuerdos mueran sin retorno. Cómo no entender este deseo de persistir, de proyectar, y me entregué a la evidencia de que todos somos uno, y cada uno es parte de ese todo.
Dejamos tanto de nosotros en nuestros padres e hijos, abuelos y nietos, amigos como ellos dejaron sus simientes en nosotros.Y así, hoy ya duermo menos y dedico más tiempo al recuerdo y a vivir la vida acompañado de todos aquellos fantasmas que me abrazan, beben, se ríen y me hablan como solo ayer lo hicieron en momentos que disfrutamos juntos y que hoy desgranamos.