Silvia C.S.P. Martinson
Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
Cuando trabajaba como abogado en la ciudad donde vivía, observé muchos acontecimientos interesantes que tenían lugar en los pasillos del Foro.
Uno de ellos me llamó mucho la atención por su peculiaridad.
Las personas que allí se encontraban, especialmente los funcionarios de las oficinas de registro, acostumbrados a ver el sufrimiento ajeno, ya sea por la falta de un servicio judicial justo o por los dramas familiares que nos son muy comunes a los seres humanos, estaban horrorizados por lo que veían.
Vayamos a los hechos para no extendernos demasiado y aburrir al lector.
Sucedió así.
Todos los días por la tarde, cuando se celebraban las vistas y los jueces estaban desbordados de trabajo, y los secretarios preparaban el papeleo normal de cada caso para que fuera analizado por el magistrado asignado al caso, en el pasillo donde las partes esperaban su turno para ser oídas ocurrió lo siguiente.
Había un señor -no recuerdo su nombre, pero no viene al caso- que estaba sentado en un banco llorando a gritos.
Cuando le preguntaron qué ocurría, sollozó y dijo que su mujer le había pegado y echado de casa a esa hora.
Todos los presentes se apiadaron de él.
Resultó que este incidente se convirtió en algo cotidiano en el juzgado y atrajo la atención de jueces y funcionarios.
Un día, el juez compadecido le llamó a su despacho y le preguntó por qué sucedía esto y por qué no denunciaba lo que estaba pasando a la policía o al Ministerio Fiscal para que se tomaran las medidas legales oportunas.
Entre lágrimas y sollozos, le dijo al juez que amaba a su mujer y que siempre se reconciliaban por la noche en la cama, y que el Fórum era un entorno propicio para desahogar su dolor, ya que en la calle llamaría demasiado la atención.
El juez quedó estupefacto ante tan insólita actitud y, profundamente molesto por el atrevimiento y también por haberle hecho perder su precioso tiempo de trabajo, lo expulsó de su despacho, diciéndole que solucionara sus problemas en casa y que no volviera a pisar el pasillo de la judicatura con iniquidades.
Algún tiempo después, la verdad salió a la luz, como siempre ocurre.
Su mujer le pegaba porque no quería ir a trabajar aunque estaba sano.
Sobre todo, cogía el dinero de la casa, que ganaba limpiando, y se lo gastaba en casas de apuestas, juegos de cartas y carreras de caballos.
Y entonces nos preguntamos:
¿Dónde estaba la justicia o la injusticia en este caso?