Pedro Rivera Jaro
He escuchado una preciosa historia. Y es tan preciosa porque está preñada de amor y sacrificio.
Pocas veces me toca una historia ajena tan dentro de mi corazón, y conmueve tanto mi yo interno.
La he escuchado en una emisora de radio, e inmediatamente, he sentido la necesidad de contarla a todos.
La protagonizan dos personas que se aman. Una mujer joven, Cristina, y un hombre igualmente joven, Manuel. Ambos viven en pareja y sus disponibilidades económicas son más bien escasas.
Tienen la costumbre aprendida de sus mayores de regalar a su pareja en Navidad, pero llevan un tiempo sin obtener ingresos, o consiguiendo ingresos muy reducidos, motivados por una gran crisis económica sobrevenida en su país.
Cristina se ha dado cuenta de que no dispone de ahorros para comprar un regalo para su Manuel. Da un repaso a su casa y se da cuenta de que no tiene nada de valor, que pudiera vender o empeñar. De pronto aseándose delante del espejo, repara en su preciosa, larguísima y ondulada melena, que cae abundante desde su cabeza hasta más abajo de su cintura.
Sin dudar ni un momento, sale a la calle y se dirige a una tienda donde venden y confeccionan con pelo natural, pelucas. En dicha tienda le ofrecen por su cabellera el dinero que necesita para poder comprar el regalo que desea obsequiar a Manuel, y que consiste en una gruesa cadena de plata, para el reloj de bolsillo que le regaló a Manuel su padre cuando aún vivía, que Manuel tiene en una gran estima, y de la que carece. Allí mismo le cortan la melena. Se acerca a una joyería y compra la cadena, y pide que se la envuelvan para regalo.
Cuando Manuel llegó a casa aquel atardecer y entró en ella, se sorprendió al encontrar a Cristina con el cabello cortado, pero solamente hizo la observación: ”Te has cortado el pelo”.
Se sentaron a la mesa para cenar y Manuel la entregó un paquete envuelto en papel de regalo, al tiempo que ella le entregaba el suyo.
Cristina abrió su regalo y vio que consistía en un broche grande de Carey, para sujetar su hermosa e inexistente melena. Al mismo tiempo, Manuel había abierto su regalo y vio la preciosa cadena de plata y la guardó en el bolsillo.
Cristina le dijo que no la guardase, sino que la pusiera en su reloj y la colgase de los botones de su chaleco.
Manuel, con una sonrisa contestó a su amada que había vendido su reloj, para poder comprarle su regalo.
¿Puede haber mayor sacrificio por amor, que renunciar a las más preciadas posesiones, para intentar hacer feliz a la persona amada?