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Ladrones en el tejado

L

Pedro Rivera Jaro

Era verano. El año no lo recuerdo exactamente, pero aproximadamente debería tratarse de 1968. Deberían de ser alrededor de las 10 de la noche. Habíamos cenado y mis hermanos pequeños Félix y Javi salieron a jugar a nuestro hermoso patio, mientras mis padres, mi hermana Maribel y yo, veíamos en la cocina de nuestra casa, en el televisor Werner, el programa que estuviera emitiendo la única televisión que teníamos entonces en España, Televisión Española.

La cocina era el centro de reunión habitual en nuestra casa. Siempre lo recuerdo así, allí estaban la cocina de gas butano donde mi madre guisaba cada día los alimentos que comíamos todos, allí estaba el fregadero, el armario de cocina con un montón de platos, vasos y otros objetos de uso habitual. Este armario tenía distintos apartados, así como dos cajones que contenían uno, los cuchillos, tenedores cucharas, etc., y el otro servilletas y manteles de hilo, para colocar en la mesa. La mesa que era grande, para que pudiéramos sentarnos los seis miembros de la familia a comer juntos, y también tenía dos cajones donde se guardaba el hule impermeable que mi madre tenía costumbre de extender sobre la mesa y debajo del mantel. Había una ventana amplia, de dos hojas, que aquel día de verano estaban abiertas para que entrara el fresco del patio.

También estaba en la cocina, la estufa de carbón que en invierno era toda la calefacción que teníamos en nuestra casa y donde calentábamos los pijamas y las mantitas de muletón en las que nos envolvíamos para combatir el frío de las sabanas.

La casa era amplia, de planta baja y tenía además de la cocina, el dormitorio de mis padres que era el más grande, el dormitorio de mi hermana, el cuarto de estar y otro dormitorio con dos camas, donde dormíamos los tres varones. Luego conseguimos tener un cuarto de baño, que fue la última incorporación a la casa, a partir de traer la conducción de agua potable a la casa, que hasta entonces íbamos a la fuente pública y la traíamos en cántaros, en cubos, barreños, etc.

Y el agua para regar el jardín, lo sacábamos de un pozo bastante profundo que dejó hecho mi abuelo Pedro. Toda la casa estaba atravesada por un pasillo distribuidor desde la puerta de la calle, hasta la puerta del patio.

De pronto sonaron fuertes golpes en la puerta de la calle. Salimos corriendo los cuatro y abrimos rápidamente la puerta. A grandes voces Fernando, otro vecino de la calle, nos decía que teníamos dos ladrones por los tejados y que al arrojarles trozos de ladrillos y de gravilla que eran restos de una pequeña obra que habían hecho en la calle, se fueron corriendo por el tejado en dirección a la parte que daba con nuestro patio y nuestro garaje. Corrimos hasta el patio, y allí vimos a mis hermanos que venían como del garaje y llegaban justo a la esquina del cuarto de baño con el patio.

Al preguntarles nosotros si habían visto a alguien bajar de los tejados, contestaron que no habían visto a nadie.

- "Hay ladrones por los tejados" les dijimos, al mismo tiempo que veíamos en el suelo del patio, los proyectiles de obra que Fernando les había estado arrojando, cascotes y piedras.

Javi permaneció callado, pero Félix que era el mayor de los dos, dijo muy asustado: "No hay ningún ladrón. Éramos nosotros que queríamos coger un nido de gorriones que tiene ya grandes los pajaritos y que pronto van a echar a volar".

Y miraba a mi padre que estaba muy serio, pero que aparte de la travesura, prefirió ésta sin duda, mejor que tener que enfrentarse a los supuestos y por otra parte, inexistentes ladrones.

Mi padre les regañó bastante, y no cobraron porque mi madre siempre le sujetaba a mi padre para que no nos diera cachetes.

Yo estuve dando muchas vueltas a la cabeza y pensando la desgracia que hubiera sido de haber acertado Fernando alguno de los proyectiles de piedra que les arrojó. Después me estuve riendo con ganas, pensando en la rapidez que tuvieron en bajar del tejado por la reja de la ventana del cuarto de baño, al suelo. Años después, ya todos adultos, nos hemos reído muchas veces comentando lo ocurrido, y haciéndonos muchísima gracia la diferencia de carácter de los dos, uno que se hizo el “muerto” y no confesó nada, y el otro con su franqueza dando la cara, confesando lo ocurrido, y demostrando un carácter que sigue teniendo en la actualidad, más de cincuenta años después.

 

Soy mucho más que yo misma

S

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
Soy mucho más que yo misma,
verdad... ¡Eso es lo que soy!
Cuando la luz del día
muere y la noche finalmente
viene a nublar nuestras esperanzas,
resurjo de las cenizas
y me cubro con la alegría
de saber que soy eterna
que sólo soy una pasajera
en este barco, que vaga
sobre necesarias y diminutas olas,
de esta carne transitoria,
en esta inevitable vida.

Un marido infiel

U

Pedro Rivera Jaro 

Mi amiga Alicia es Diretora Comercial Executiva de una importante empresa multinacional del sector textil. Dentro de sus obligaciones laborales tenía que planificar el implante y desarrollo de la red comercial en otros países extranjeros.

Para ello tenía que desplazarse a dichos países durante plazos de tiempo, que se prolongaba hasta tres meses, y durante esos meses, ella pretendía que su madre se encargará de venir a cuidar del yerno, durante sus ausencias.

Su marido, el yerno de la señora, no tenía una relación demasiado amistosa con la suegra, y so-pretexto de no darla tanto trabajo, porque ya era una señora bastante mayor, convenció a su esposa de que lo más provechoso sería contratar a una señorita, interna, para su servicio y el mantenimiento de la casa.

Un par de semanas después de la marcha de Alicia, su madre se presentó en la casa del matrimonio, para comer.

Cuando al conocerla, observó que era una señorita joven, y muy guapa, no le pareció muy acertada la elección. Cuando terminada la comida, la suegra dio por terminada la visita, se marchó a su casa.

La criada recogió todos los platos, cubiertos y demás utensilios de cocina y los puso en el lavavajillas.

Al día siguiente, se puso a colocarlos en sus estantes correspondientes, y observó que faltaba un cucharón de plata con el que había servido la sopa el día anterior.

Al día siguiente lo busco por la casa sin encontrarlo, y comunicó la falta al dueño de la casa, quién le recomendó que volviera a buscarlo al día siguiente, porque seguramente, aparecería en cualquier rincón, debajo de algún mueble o así.

Al día siguiente lo estuvo buscando de nuevo, con el mismo resultado.

Volvió a decírselo al dueño, y este pensó en preguntar a su suegra por si lo había visto. Lo hizo y ella le contestó que lo había dejado en la habitación de la criada, debajo de la almohada.
Y acto seguido le preguntó a su yerno: ¿Dónde ha dormido todas éstas noches la criada?

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