El edificio era alto, de unos quince pisos. La arquitectura moderna. Grandes balcones.
Puertas y ventanas que daban una vista completa de la calle desde los balcones.
Era azul y se mezclaba con el cielo resplandeciente que suele haber en estos pagos mediterráneos, en Campello un "pueblo" de Alicante - España.
Enfrente hay un gran parque con árboles y muchos bancos para sentarse y disfrutar del tranquilo entorno.
Me sentaba allí casi todos los días para leer, pensar y observar.
Una mañana, cuando estaba sentado, después de mi paseo diario, en un banco frente a este edificio, la vi.
Desde la distancia parecía más o menos joven, con el pelo corto y castaño que brillaba al sol.
Debe haber vivido en el décimo o undécimo piso. Realmente no había forma de calcular correctamente.
Lo que me llamó la atención desde donde estaba en la plaza fue que: entró rápidamente por una puerta y desapareció para salir por otra unos minutos después. Esto sucesivamente, sin parar, durante casi una (1) hora.
En los días siguientes volví a pasear por la plaza, como hacía siempre.
En este punto, mi curiosidad ya se había despertado y comencé a diario a levantar la vista y observar la misma escena. Durante meses.
Quería saber quién era esa mujer y qué hacía.
Fui al edificio donde vivía y hablé con el portero, que no pudo decirme mucho, diciendo que no la conocía y que nunca pasaba por la calle.
Pensó que estaba casada, pero no estaba seguro.
El tiempo pasó y la escena se repitió hasta que un día no la vi más.
Parecía tan hermosa desde lejos.
Volví al edificio de nuevo y pregunté al nuevo portero por ella.
Era más hablador.
Luego me dijo que la bella mujer vivía recluida en su piso. Que cuando su marido salió cerró la puerta y se llevó la llave. Era demasiado celoso.
Un día, al volver a casa temprano, encontró al antiguo portero dentro, charlando amistosamente con su mujer.
Poseído por la desconfianza y los celos exacerbados, sacó un revólver que llevaba consigo y, sin preguntar, les disparó a ambos.
Se sabía, según el último portero, que el primero había derribado la puerta, al oír los gritos de su mujer, para apagar un fuego que se había instalado en la cocina, y que había tenido éxito en el empeño.
Según algunos vecinos, aún hoy se oyen los pasos de la mujer moviéndose de una habitación a otra, sin detenerse, y que desde la plaza quien mira ese piso siempre la ve igual, caminando ahora junto al antiguo portero.
Los dos cada día, durante una hora, por la mañana, entran por una puerta y salen por la otra, caminando, siempre caminando...
¡Increíble! Esta mañana me pareció verlos.