ALvaro de Almeida Leão
Traducido al español por José Manuel Lusilla
Ariovaldo, recién llegado a un pequeño pueblo del interior, iba pasando, como de costumbre, por una calle cuando, un día, una pequeña multitud dentro de una casa le llamó la atención. Curioso, le preguntó a la primera persona con la que se cruzó:
— Hola, ¿Cuál es el motivo de esta reunión festiva?
— Festiva no, más bien al contrario. Estamos velando a la profesora doña Chiquinha, que, lamentablemente, ha fallecido.
— ¿Qué? ¡La profesora doña Chiquinha murió! Pero, ¿cómo? No puede ser. Me niego a creerlo.
Dicho esto, empieza a llorar con fuerza, alto y con profundo sentimiento. Llama tanto la atención que los familiares de la fallecida, conmovidos por la escena, lo invitan a entrar. Él, sin dudarlo, acepta y pronto comienza a interactuar con los presentes.
Es pleno invierno, un frío que cala los huesos. Ofrecen sándwiches, cafés, coñac, vino, quentao y nuestra tradicional cachaza. Cuando le preguntan a Ariovaldo qué prefiere, no duda en responder:
— Lejos de mí la intención de causar molestias... Pero ya que insisten, con este frío acepto unas cachacitas, con todo respeto y consideración, a gusto, bien servidas.
Así, se le sirven seguidas dosis de la "purita" y, a medida que Ariovaldo las consume, más se embriaga, causando disturbio.
Ante tan insostenible situación, alguien le dice, aunque no sea cierto, que se ha acabado la cachaza. Al oír tan nefasta noticia, Ariovaldo decide irse, no sin antes despedirse de la fallecida.
Frente a doña Chiquinha, entre lágrimas, se desahoga:
— ¡Querida y amada doña Chiquinha! ¿Cómo pudo ocurrirle una desgracia así? ¿Cómo, Dios mío? ¿Cómo?
Se abraza al ataúd sollozando con tanta fuerza que parece a punto de desplazarlo de los caballetes. Algunas personas comienzan a cuidar tanto del ataúd como de Ariovaldo para que ninguno se caiga, lo cual sería un gran bochorno.
Los familiares de doña Chiquinha, intrigados, intentan averiguar más sobre el desconsolado Ariovaldo y le preguntan:
— ¿Usted también es pariente de doña Chiquinha?
— No, no soy pariente de doña Chiquinha.
— ¿En alguna época fue alumno de doña Chiquinha?
— No, nunca fui alumno de doña Chiquinha.
— Entonces, tal vez alguna vez fue vecino de doña Chiquinha.
— No, nunca fui vecino de doña Chiquinha y, a decir verdad, hasta ahora ni siquiera la conocía.
— Entonces, señor Ariovaldo, si no es pariente de doña Chiquinha, ni fue su alumno o vecino, y ni siquiera la conocía, ¿por qué llora tanto?
— Porque ahora mismo un aguafiestas me dijo que se ha acabado la maldita cachaza. Así que, siendo así, solo me queda llorar, llorar y llorar desconsoladamente.
¡Fue la gota que colmó el vaso! Invitado a retirarse, Ariovaldo se marcha apresurado a buscar más y más bebida.
Tal situación, lamentablemente, es lo que le ocurre desde hace algún tiempo a Ariovaldo. Un día, quién sabe, tal vez un alma noble pueda ayudarle a salir de esto, y que sea lo antes posible.