El caracol

E

Carlos Boné Riquelme

 
La baba va dejando un rastro húmedo, mientras el caracol, con sus cachitos definitivamente al sol, se va arrastrando lentamente en dirección a ninguna parte. Pero se mueve. Y deja huella. Y ocupa un lugar en el espacio y el tiempo.
 
Pero en eso, llega un enorme zapato que lo pisa convirtiéndolo en un amasijo de trozos indefinidos de caparazón, con una sustancia transparente que unos segundos antes tenía vida.
 
Aún el amasijo ocupa un lugar en el espacio y en el tiempo, pero ya no es importante, pues en pocos minutos se hallará cubierto de hormigas diminutas que usaran cada fragmento del caracol, para su propia subsistencia. Lo que fue, ya fue. Y se fue para hundirse en un pasado sin retorno.
 
Muchas veces he observado atentamente el progreso de un caracol, o el salto de un sapo. O quizás el reflejo de una hoja deslizándose sobre la superficie de un río hasta perderse en la lejanía de las aguas convulsas.
 
Cuántas veces me he quedado extasiado mirando el reflejo de mi propia imagen en un cristal, para solo poder definir el misterio de la desaparición de mi imagen en la medida que la luz se desvanece. Y el resultado es siempre el mismo. De asombro. ¿Cómo puede ser que lo que estuvo ya no esté? Y claro que entiendo el efecto gravitacional de la tierra y el sol, y porqué los cambios de luz se suceden periódicamente, pero es que es sorprendente.
 
Ver algo que de a poco de desintegra, y por más esfuerzo que tú hagas, de todas maneras, se desvanece para quizás volver a aparecer horas después con las primeras luces del sol. Pero ya no será la misma imagen. Parecida, quizás. Pero no la misma, aunque uno quiera engañarse y decir, “si es igualita”, pero no lo es.
 
Al mirar atentamente, veras quizás una arruguita más, que no quieres reconocer y la llamaras, “marcas de expresión”. Guevadas. Son arrugas. Y quizás las bolsas bajo los ojos se marcarán un poco más. Y si eres observador podrás ver que al igual que el caracol, te vas desintegrando de a poco; te vas despareciendo, al igual que hoja en el torrente líquido.
 
Cuántas veces me senté a la orilla de la desembocadura del rio Bio-Bio para mirar las olas quebrarse en chasquidos de dedos blancos, que por un momento se elevan para luego caer y no volver, pues el que vuelve, es otro y diferente.
 
Esos pequeños cambios que se dan tan rápidos, como relámpagos de pensamiento, me hacen cavilar sobre lo pasajero de todo lo que hacemos y pensamos que logramos. Así como el arrastrarse de un caracol; el salto del sapo; el deslizarse de las nubes en el cielo; la conversación de café; el cómo me dices, “te amo”; el sonido de la lluvia; el apretón de manos; cada acción, y cada reacción tiene su paralelo en el universo hasta cambiar y desaparecer por completo, al igual que un eco.
 
Han sido incontables oportunidades en que me he quedado extasiado por horas mirando la calle con su actividad de carros, personas, animales, sonidos reverberando en el espacio y el tiempo. Y de apoco todo se apaga, y queda silencioso. La gente se va. Los carros detienen sus motores dejando los últimos gases elevarse y desaparecer en la nada. Lo gritos y voces callan. Y todos nos olvidamos de ese momento único que vivimos por unas horas; y en cada segundo; en cada minuto; ese momento se va para no volver nunca más…

Sobre el autor/a

Carlos Boné Riquelme

Nacido en Valparaiso, Chile, vivió su juventud en Concepcion, ciudad al sur de Santiago que ha influído definitivamente en su desarrollo literario. Emigró a Estados Unidos en los 80, y estudió Investigation Criminal, para luego graduarse con honores de la Universidad Metropolitan en Ciencias de Justicia Criminal con especializacion en Procedimientos Policiales. Ha dedicado parte de su vida a investigationes privadas. Sus libros son cronicas de Concepción o historias, casi todas basadas en personajes y situaciones reales.

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