El tirachinas del "pastillas"

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Pedro Rivera Jaro 

Allá por el mes de Julio de 1960, cuando se habían acabado los estudios y recibido las notas, mis padres preparaban todo lo necesario para desplazarnos al bellísimo pueblo de Las Rozas de Puerto Real, el pueblo de mis abuelos maternos Pedro y Saturnina, donde mis padres, un año antes, habían comprado una parcelita de 300 metros cuadrados de terreno y habían construido un pequeño chalet.

Al principio teníamos que transportar muebles y ropas de nuestra casa en Madrid, que cargábamos en el camión de mi padre hasta la nueva casa del pueblo, en las estribaciones de la Sierra de Gredos.

En la cabina del camión subían mamá con los dos pequeños, Félix y Javi, acompañando a papá, que lo conducía. Mi tío Luis junto con mi prima Luisita, mi hermana Maribel y yo, viajábamos sentados en la caja, sobre una alfombra y sin levantarnos, para que la Guardia Civil de carretera no nos multase.

Mi padre normalmente aprovechaba la festividad del 18 de julio, en la que se permitía llevar personas en las cajas de los camiones, porque se hacían excursiones al río Alberche, Guadarrama y al Pantano de San Juan, para pasar el aniversario del levantamiento de los Generales contra la II República, para llevarnos al pueblo.

A excepción de mi padre y de mi tío Luis, que regresaban a Madrid para trabajar, todos los demás nos quedábamos en Las Rozas de Puerto Real hasta el comienzo de las clases en el colegio, en la primera decena de Septiembre. O sea que durante casi dos meses disfrutábamos de nuestra estancia y actividades veraniegas.

Una de las actividades que yo practicaba habitualmente, era la práctica de la caza. En aquella época, la cultura y costumbres populares diferían en buena medida de las que hoy se consideran normales.

Por ejemplo se consideraba normal, que los chicos cazásemos pajarillos por las viñas, olivares y montes, para que, una vez desplumados y destripados, fueran cocinados y sirvieran de comida.

Mi amigo Antonio, que todos llamábamos Pastillas, tenía un tirachinas, de los que hacíamos con una horquilla de madera de olivo, dos gomas procedentes de ruedas viejas de bicicleta, y una zapata de cuero viejo, para alojar la china, que era el proyectil.

Antonio, donde ponía el ojo, ponía la china. Yo en cambio tiraba con una escopetilla de aire comprimido de 4,5mm. de calibre y marca Norica, que disparaba un plomillo de cada vez.

Observábamos donde pernoctaban las bandadas de pájaros, vigilándolos a la caída de la tarde, y allí donde los localizábamos, nos acercábamos por la noche, con una linterna de pilas. Enfocábamos la linterna sobre las ramas bajas donde dormían las aves, y en un rato teníamos unas cuantas en nuestro poder.

Una noche saltamos la valla de una viña, cercana a la iglesia del pueblo, y en las ramas de una higuera, próxima a la torre del campanario, que fue hacía siglos, torre Albarrana, localizamos con la linterna un gallo blanco durmiendo con sus plumas muy blancas.

Mi querido Pastillas no me dio tiempo a decirle que no tirara. En un santiamén había tirado y acertado al gallo, que cayó al suelo cacareando con gran estrépito y alboroto.
Justo en ese momento estaban saliendo unas señoras de la iglesia y al escuchar los cacareos, empezaron a dar voces, motivo por el cual, mi amigo y yo, salimos corriendo por las viñas, escapando a campo través, abandonando el gallo en el lugar donde había caído, que supuse se recuperaría de la pedrada.

Otra tarde observamos muchos pájaros sobre un redil de ovejas, que tenía el padre de mi amigo Angelillo, en una calleja que subía al Barrio de Las Eras, desde la Fuente Morisca, junto a la casa de Nicomedes.

Aquella noche fuimos allá y entramos al redil. Bajo las higueras estuvimos un rato cazando entre las ovejas.

Cuando consideramos que debíamos irnos, y saltamos la red, de pronto empezamos a notar picotazos en las piernas, por lo que nos alumbramos con la linterna y descubrimos que nuestras piernas estaban negras de pulgas y por ello fuimos corriendo hasta una fuente pública cercana, en cuyas pilas nos estuvimos lavando, totalmente desnudos, hasta conseguir deshacernos de aquellos molestos animalitos..

Sobre el autor/a

Pedro Rivera Jaro

Nació el 24 de febrero de 1950 en Madrid, España. Jubilado con estudios de Empresariales, Marketing y Logística. Dedicado por afición a la narrativa y poesía. Jurado en el Concurso Cultural FECI/INTE, participante en el Libro Versos en el Aire, con el poema ¿A dónde va?
Concurso Villa de Lumbrales XXII, de la Asociación de Mujeres.
Concurso de Editora Ex Libric, con el trabajo 48 Palabras.
En 2023 escribió, mano a mano con la autora Silvia Cristina Preysler Martinson el libro, en español y portugués, Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

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