La diagonal y sus horizontales

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Carlos Boné Riquelme

Mi madre me despertó temprano en la mañana avisándome que ese día iríamos al casino de Shwager.

Esta era una aventura muy esperada, pues el casino de Lota-Shwager estaba junto al mar, y era un edificio de líneas clásicas, blanco como se espera de algo clásico, y tenía unos bellos comedores atendidos por un impecable personal y el “plus”, era la piscina de aguas de mar con un verde pasto que la circundaba.
Lucho Tapia, el amigo de mi madre, nos recogería temprano para trasladarnos en el bus de la línea que corría hacia Lota, hasta el punto desde donde caminábamos siguiendo el curso de una línea de tren ya en desuso, rodeados de un bosque de altos y verdes árboles, hasta llegar al camino costero que nos dirigía a la puerta de este bello casino.

Para mí, esta era una aventura que me llevaba a encontrarme con varios de mis amigos, hijos de familias de estas ciudades, alguno hijos de ejecutivos de la gran compañía minera ENACAR.

Lucho Tapia era bajo, de pelo negro, con un gran bigote que resbalaba por su labio superior hasta cubrir el inferior, y tenía un gran sentido del humor.

Lucho fue un gran apoyo para mí en aquellos años que me sentía abandonado de padre, y aunque el no reemplazaba la figura paternal, fue una gran compañía para mí y me trato con gran cariño, aunque no recuerdo en esos cortos anos, cual exactamente era la visión que yo tenía de su relación con mi madre.

Creo no haberlo cuestionado, pues a pesar de mi edad yo imaginaba que esto era algo en lo cual no debía entrometerme, y solo disfrutar de los beneficios emocionales que me daba.

Y así fue. Nunca hice preguntas, ni tampoco cuestioné a mi madre en su devenir de separada en una relación que no era justamente la ideal.

Asi, llegamos al casino donde Lucho era conocido y bien venido, y donde no recuerdo si alguien, muchos de los cuales conocían a mi madre pues mi abuelo era abogado del sindicato de las minas.

Mi abuelo, además, fue hijo de un médico cirujano que vivió en coronel, especialmente durante la revolución del 91 y que fue un reconocido balmacedista; y todas las familias antiguas de la zona tenían relaciones muy cercanas y recordaban el pasado como si fuera presente.

Nosotros con mi madre visitábamos a muchas de estas familias en coronel, y la relación era estrecha, así que posiblemente esta situación con Luis Tapia era conocida y posiblemente comentada, pero no recuerdo haber sido exonerado de los grupos de amigos por esta circunstancia.

Asi que vivíamos en un limbo donde todos sabían, pero nadie decía nada, y la vida se mantenía serena y sin mayores complicaciones.

Mi madre, por lo demás, era una mujer de carácter fuerte e independiente y a pesar de la gran oposición de mis abuelos a muchas de sus decisiones que ellos consideraban desafortunadas, ella se mantuvo en su propia línea de actuación sin dejar que ellos influyeran en sus decisiones.

Una de las pocas consecuencias de sus actos, fue que mi abuelo corto el apoyo económico que nos mantuvo a flote por mucho tiempo después de la partida de mi padre, y tuvimos que mudarnos de ese bello y confortable apartamento de la diagonal, a un pequeño e incómodo lugar en Castellón con Las Heras.

Y no es que a mí me hubiera importado mucho, pues allí tuve algunos amigos, incluyendo a mi gran compañero al que aún recuerdo, llamado Hans Wolf, del cual nunca he vuelto a saber.

Hans era un gringo rubio, tranquilo, y vivía en Castellón con Rozas, creo, y nuestra amistad se estrechó por aquel tiempo, visitándonos muy a menudo.

Pero volviendo a la historia de Shwager, llegamos al casino y nos acomodamos en la piscina aun vacía pues a pesar de ser domingo, los habituales aun no llegaban.

Poco a poco, el lugar comenzó a llenarse, y mucha gente se acercó a saludar, mientras yo con los amigos salíamos a correr por los alrededores, incluyendo la playa y algunos roquerios cercanos.

Creo recordar que la playa era de arenas negras, cosa que nunca llamo mi atención, aunque si, admiraba a las gaviotas de pecho blanco y alas negras terminadas en punta que se mecían en lo alto como volantines de pico rosado y listo para hundirse en estas frías aguas y recoger su pesca.

Tantas veces quede embelesado mirando el actuar de estas aves, las cuales en grupo circundaban espacios en el cielo sin perder de vista el movimiento del mar.

Mis amigos me gritaban para que yo saliera de ese estado casi catatónico que me inspiraban tanto las aves, como el movimiento lento de las olas que acariciaban la playa.

Y corríamos nuevamente por las colinas suaves, alrededor de muchas bellas casas que circundaban el casino que se erigía elegante, casi ideal, mirando hacia un horizonte plagado de misterios.

A veces, el cielo se cubría de nubes negras que soltaban rayos que iluminaban discretamente la lejanía, dejándonos incrédulos y asustados con el retumbar de los truenos que anunciaban la lluvia fría que nos empaparía.

Volvemos al casino donde el comedor esta iluminado con sus lámparas de múltiples lagrimas que reflejan colores e imágenes que se multiplican y se muestran en los grandes espejos de marcos dorados.

Sentados a la mesa de mantel blanco y jarrones de cristal, pedimos la comida del día, y alguna botella de vino oscuro nos acompaña, mientras las conversaciones se multiplican alrededor.

La lluvia cae dejando lagrimones en las ventanas, y oscureciendo el paisaje que se muestra distorsionado desde adentro, pero una suave música ambiental, quizás Bert Kempfer, acompaña las papas doradas cubiertas de cilantro, y el biftec que oscuro, con aristas quemadas en la parrilla, reposa en medio de una cama de lechugas verdes.

Al medio de la mesa, las alcuzas de aceite y vinagre, y los típicos potes de sal y pimienta que pequeños en comparación con los primos de figuras más elegantes, reposan listos para aderezar la ensalada.

Los mozos se mueven atentos al llamado de los comensales, y el ruido de descorchar botellas, y del sonido del líquido siendo vertido en las copas en medio de risas, apaga un poco la música.

Los recuerdos se diluyen en medio de días como este, los cuales compartí con Lucho Tapia, muchas veces él y yo solos, cuando el me pedía que lo acompañara a hacer alguna entrevista, pues él fue periodista del diario La Patria, de Concepción.

Nunca me pregunte si él tenía hijos propios, pues parecía ansioso de ser algo más que el simple amigo de la mama.

Y así, el me trataba con cariño, cariño que en aquellos tiempos fueron un bálsamo en medio de la sensación de abandono que la partida de mi padre me dejo.

Sobre el autor/a

Carlos Boné Riquelme

Nacido en Valparaiso, Chile, vivió su juventud en Concepcion, ciudad al sur de Santiago que ha influído definitivamente en su desarrollo literario. Emigró a Estados Unidos en los 80, y estudió Investigation Criminal, para luego graduarse con honores de la Universidad Metropolitan en Ciencias de Justicia Criminal con especializacion en Procedimientos Policiales. Ha dedicado parte de su vida a investigationes privadas. Sus libros son cronicas de Concepción o historias, casi todas basadas en personajes y situaciones reales.

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