Carlos Boné Riquelme
Las noches y los días se confunden en un solo correr de las horas, que casi no dejan respirar. Caminando por Las Heras en dirección a Castellón entre baldosas quebradas y veredas estrechas, no puedo dejar de admirar los adoquines de la calle que se curvan al llegar al borde de la acera, mientras un carro que transita lento debido a los golpeteos de los neumáticos contra ellas se detiene por un momento en una esquina dejando descansar por un segundo a su conductor, que después de inhalar un poco de aire, se atreve a seguir por estas calles que aún recuerdan las avenidas de principios del siglo veinte.
Giro rápidamente en la esquina de Castellón y veo como una pendiente suave que me lleva quizás más rápidamente a mi destino; allí queda la vieja casa de pensión donde mi “cumpa” Pedro Navarrete vivió en aquellos tiempos de universidad. Mas abajo, la calle Carreras me espera con sus carretones que se mueven con su carga en diferentes direcciones, mientras las desvencijadas micros que unen los puntos cardinales de la ciudad y sus alrededores, le hacen quite entre murmullos y gritos procaces.
Carreras aún se extiende estrecha, aunque ligeramente más amplia que las calles del centro de la ciudad. El comercio se desparrama entre casas particulares y carretones de la panadería “penquista” que se reparten por los múltiples barrios de Concepción. Llego hasta la esquina de Barros Arana donde aun esta el hotel City con sus ventanales de vidrios grandes, y aquellas casas que datan de comienzos de siglo y que dan alojamiento a una librería y al restaurante “Cyros”, mientras el edificio de los tribunales se alza imponente mostrando su curvatura impúdicamente a mi mirada que se desliza a la entrada de aquella galería que recorre desde Castellón a Barros.
En ese oscuro corredor alguna vez estuvo la compañía de electrodomésticos llamada “Electrolux a la cual representamos con mi amigo Pedro Riquelme Bastias,”. El tiempo nos ha dejado adelante mientras él se pierde en la distancia de los recuerdos, en aquellos momentos que me pasean por un Concepción que ya no existe.
Cada vez que regreso a esta ciudad que me abrazo en mi adolescencia y luego me eructo en los 80 hacia Miami, siento algo que es mezcla de emoción pues me parece encontrar en cada esquina a algún amigo, quizás un pariente, o conocido, de esos que solo forman parte de la hilera de memorias que pueblan mi mente. El tío José caminando lento, con su sombrero “jipi-japa” y su bastón de mango metálico hacia la plaza.
Me choco con el “tío”, aquel muchacho alto, delgado, de ojos claros al cual le faltaban los dientes delanteros y que, apuntándome con una pistola de plástico, me gritaba desde detrás de uno de los carros estacionados a lo largo de la vereda, “te mate tío, te mate”. Los hermanos Montana parados a la entrada del edificio Tucapel.
La pastelería “Roggendorf” casi al llegar a Tucapel, chocándose con el “liceo Santa Filomena”, y al frente, la casa donde vivía nuestra profesora de música, la señorita Gneco. Mas allá, las ruinas que aún estaban del antiguo teatro Concepción, del cual solo quedaban las escalinatas, en las cuales yo solía sentarme en los días soleados, y el edificio parcial, donde en el tercer piso funcionaba la sala de ensayos de Teatro de la Universidad de Concepción (TUC).
Al frente, el hotel “Splendid”, al cual no se puede dejar de recordar por sus “bistec a lo pobre”, los mejores de la ciudad. A lado, el cine “LUX”. A la vuelta por Orompello, la compañía de bomberos. Posiblemente aun sobrevive por necesidad ciudadana. El resto de mis recuerdos se ha ido despoblando junto con la llegada de la “modernidad”. Nuevos edificios, quizás un “mall”, mas allá, una AFP, y más de algún café.
Nada es lo mismo, me repito incesantemente. Tampoco encuentro las caras conocidas que solía ver en mis días vagando por el centro. Los hermanos Jarpa, los cuales caminaban rápido y semi encorvados, pero sin dejar de hablar y mirar rápidamente a su alrededor. Carlos Quinteros con su tostado y aire tropical que más de algún mal rato le jugo después de 1973. Romilio Romo, saliendo de su apartamento en el vientre de un edificio en Tucapel y la Diagonal.
Pero aun caminan esas calles los cientos de estudiantes de la Universidad que son parecidos a aquellos de esos tiempos. Los estudiantes tienen la capacidad de trascender el tiempo y los recuerdos con sus cuadernos apretados al pecho, o colgando de cualquier bolsón o morral, mientras más de algún “pucho” se balancea de los labios. Y a lo lejos, la Plaza Perú. Todos estos lugares los he recorrido Day and Night, aun en mis sueños. Como la canción de los Beatles.