Mi tío, que se casó con la hermana de mi padre, era francés de nacimiento, pero de familia y origen alemanes. Era muy culto y rico, gracias a su inteligencia y trabajo.
Vivió en muchos países antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Se casó con mi tía, la hermana mayor de mi padre, y fueron los únicos hijos de mis abuelos nacidos en Brasil. Hubo otros hijos mayores del primer matrimonio de mi abuelo que nacieron en Europa.
Voy a dar a este tío un nombre ficticio para que no se le identifique, al igual que a mi tía y a sus dos hijos. Así que a partir de ahora se llamará Martín, su mujer Ana y sus hijos André y Rosa.
Por supuesto, con su fuerte y dominante personalidad de maestro, a la que se sumaba su origen alemán, estos nombres no le irían bien.
En su casa, como en la de mis abuelos, el único idioma que se hablaba era el alemán. Mi padre escribía y hablaba perfectamente esta lengua, ya que había estudiado en una escuela tradicional donde, además de una excelente formación cultural, la lengua hablada era el alemán. Conocí esta escuela en una ciudad que visité y estaba dirigida a una clase más acomodada.
Bueno, para seguir con nuestra historia, el tío Martin llevaba su negocio y su familia de forma muy estricta.
Tenían una casa preciosa y muchas comodidades y modernidad para la época. A sus hijos no les faltaba de nada, incluso juguetes bonitos y caros.
La música era una de las prioridades de la familia, incluida la mía.
Los niños estudiaban y tocaban el piano con maestría y su madre era experta en un instrumento que casi nadie conoce hoy, el sitar.
Cambiando de tema, volvamos a hablar de Martin.
Le encantaba cazar y para ello tenía en casa dos perros de raza, Pointers que eran sus fieles compañeros. Uno de ellos, de pelaje blanco y manchas marrones, se llamaba Pacha. Era un perro muy guapo y manso con los niños pequeños, pero cuando estaba en el campo, sólo obedecía ciegamente a su amo y hacía fielmente todo lo que se le mandaba. Y así sucedía con todas las salidas de caza del tío Martín.
Pero un día, todo fue diferente. Os contaré lo que pasó.
El tío Martín estaba cazando liebres en el campo con su rifle. La maleza era un poco alta, llena de arbustos que no le permitían visualizar bien su entorno.
Sin embargo, con su precisión habitual, divisó a la liebre que corría entre los arbustos a poca distancia de donde el se encontraba. Apuntó a la cabeza del animal y efectuó un único disparo con su potente rifle. El animal cayó entre las plantas.
Martin ordenó entonces a Pacha que fuera a buscar la pieza, como estaba acostumbrado y entrenado a hacer. Pacha siguió el rastro del animal y cuando estuvo cerca de él, se detuvo y no lo recogió en la boca como hacía siempre para llevárselo a su amo.
Martin, asombrado y molesto al mismo tiempo, ordenó en voz alta a Pacha que le trajera la caza. Finalmente el perro le obedeció y regresó lentamente con la liebre entre los dientes. Cuando se acercó al tío Martín, cayó a sus pies con la caza y tres mordeduras de serpiente en el hocico.
Cuando mataron a la liebre, ésta había caído sobre un nido de jararacas y cuando Pacha las vio, al principio se echó atrás, pero como era obediente y fiel a su amo, obedeció la orden de recoger el animal cazado. Pacha yacía a los pies de Martín terriblemente herido y moribundo.
En aquella época, las serpientes campaban a sus anchas por el campo y era normal que la gente sufriera mordeduras y muriera a causa de su veneno.
Siempre que Martin salía de caza, llevaba consigo suero antiofídico, que ya existía en aquella época.
Cuando el tío Martin vio a su perro favorito en ese estado, empezó a llorar copiosamente. Amaba a ese animal.
Desesperado, aplicó el suero al perro, lo metió en su coche y condujo de vuelta a la ciudad a la velocidad que le permitían las primitivas carreteras de tierra de la época.
Pacha, con los cuidados de un veterinario, se salvó, no murió, pero permaneció ciego hasta el final de sus días y cuando percibía la presencia de su dueño, cuando éste llegaba a casa del trabajo, le esperaba tumbado en el portal moviendo el rabo, gimoteando y de sus ojos ciegos caían lágrimas.
Y así fue hasta el final de sus días.
Martin no volvió a salir de caza.