Sin cabeza

S

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Un lugar. Un planeta. Año 3.145.

Las ciudades son enormes, no hay edificios altos como los que conocemos hoy. Son casas de dos o tres plantas, adecuadas a las necesidades de la población, que tienen luz propia y reflejan los rayos de los dos soles que abastecen de energía a este gigantesco planeta. Estas casas son transparentes a simple vista y se puede observar perfectamente lo que ocurre en el exterior sin que la intimidad de sus habitantes se vea perturbada por miradas indiscretas.
De hecho, los habitantes de este planeta no son en absoluto curiosos.

Hablemos de la gente que vive aquí y luego contemos la historia en sí.

Un pueblo extraño para nuestras concepciones actuales, tanto física como psíquicamente.
Sus cuerpos no se deterioran cuando son abandonados. Y abandonados, como veremos más adelante, es literalmente el término más correcto. Físicamente son criaturas casi idénticas. La misma textura, la misma altura -extremadamente altas y bellas, por cierto-, pelo negro o rubio, ojos castaños o azules, piel de color moreno, según nuestros actuales parámetros de color. Los hombres tienen el mismo porte altivo y están sexualmente bien dotados. Las mujeres, con su abundante cabellera, tienen pechos grandes y nalgas y piernas torneadas. Todos ellos son particularmente atractivos sexualmente.

En estas ciudades, todo está programado. Como las criaturas no necesitan comer a la manera tradicional, todo lo que tienen que hacer es inhalar los efluvios procedentes de la "comida" procesada y altamente energética, que procede de las formas básicas milenarias.

No hay trabajo manual ni producción. No hay campos que arar. Por lo tanto, los seres sólo realizan servicios intelectuales, destinados a mantener y preservar el gobierno y la paz, y esto ocurre en cortos periodos del día, que dura una media de 36 horas.

Todos los ciudadanos obedecen el orden programado; los lunes son el día de la afectividad sexual, los martes se dedican a comer, los miércoles se dedican a reunirse y socializar con los habitantes del mismo barrio, los jueves se pasan en el gran anfiteatro de la ciudad escuchando música y aumentando su "colección de sonidos", los viernes se dedican a pasear, cuando las aceras y las calles se paran a tal efecto. Los sábados, todo el mundo se queda en casa, ocupándose de su ropa y utensilios y poniéndolos en orden. Ese día, los únicos vehículos que circulan por la ciudad son los llamados COLECTORES. Hablaremos específicamente de ellos más adelante. Los domingos, todo el mundo duerme hasta tarde.
Como puede ver, se trata de ciudades magníficamente organizadas.

Por cierto, las criaturas, sus habitantes, se llaman y conocen por números y no por nombres.

Mil Quince Millones era su nombre. Su mujer se llamaba Mil Millones Veinte Mil. Se llamaban íntimamente Biquin él y Bevin ella. Estaban acostumbrados.

Aquí comienza nuestra historia.
Biquin, tras haber dormido con su esposa Bevin todo el domingo, se despertó el lunes sintiéndose extraño, no tan dispuesto como de costumbre al "afecto sexual".

Como siempre en esos días (los lunes), ella se acercó a él con sus grandes y duros pechos a medio mostrar, su cuerpo caliente y húmedo, sus nalgas casi vibrando, y se inclinó contra él, apretándose a su cuerpo, haciéndole sentir inflamado y listo para el coito. Al percibir cierta frialdad en ella, algo que nunca antes había sentido, le cogió la mano y la guió lentamente sobre sus pechos, acercándola a sus genitales, que ya vibraban, calientes y húmedos, exudando el perfume que él había puesto allí de antemano. Ella entrecerró los ojos y abrió la boca para recibir su poderosa lengua. Él cedió. Un temblor recorrió su cuerpo, encendiendo su deseo. Copularon todo el día, de las formas más diferentes y atrevidas.

Hay que decirlo: Las mujeres de estos pueblos los lunes siempre, sin excepción, recibían y buscaban a sus maridos semidesnudas, con los ojos entrecerrados y la boca entreabierta, el cuerpo excesivamente caliente, ligeramente húmedo y perfumado.

Martes - Día de comida.
Biquin puso las pastillas energizantes de él y de ella en recipientes separados. Las roció con un líquido especial. Inmediatamente empezaron a salir vapores de ellas, que fueron aspirados individualmente por cada uno. Esto duró varias horas. Al final del día estaban llenos de energía.

El miércoles. Biquin, todavía con una extraña sensación de estar incompleto, como si algo se le escapara de las manos, una vaga e inquietante sensación de ausencia algo que no había sentido desde que se dio cuenta de que era él mismo, hacía tanto tiempo que ya no sabía lo que era-, fue con su mujer, a medias, a la reunión del barrio para hablar e intercambiar ideas con sus compañeros, a los que, sin embargo, no expuso sus sentimientos actuales.

El jueves, como de costumbre, todos fueron al anfiteatro para escuchar música y engrosar su "colección de sonidos". Biquin y Bivin, inevitablemente sentados en cómodos sillones, en silencio, se prepararon para la audición.

La música, transmitida por enormes y complejos aparatos, se extendía por el aire. Era tan relajante como siempre. Sin embargo, añadía nuevos sonidos, que poco a poco se iban registrando en sus cerebros e incorporando a su "colección".

Fue en ese mismo momento, más concretamente ese día, cuando Biquin empezó a darse cuenta de lo que le estaba ocurriendo y se hizo algunas preguntas que no podía responder:
- ¿Por qué necesitamos escuchar música y aumentar nuestras "colecciones"?
- ¿Para qué escuchar música si ya la tenemos registrada en nuestro cerebro? Podemos escucharla íntimamente siempre que queramos.
- ¿Por qué es necesario que toda la gente se reúna en el anfiteatro?
Terminó el día, terminó la audición y todos volvieron a sus casas.
Amanecía, los soles brillaban, las casas resplandecían. Era viernes.

Las preguntas que se había estado haciendo seguían martilleando la cabeza de Biquin.
Las calles y las aceras estaban paralizadas.
Las criaturas caminaban de dos en dos, sin prisa, durante muchos kilómetros, por parques, calles y avenidas. Era necesario moverse, como si nuevos engranajes, recién engrasados, se hubieran puesto en marcha para ajustarse y cumplir mejor sus funciones.

El movimiento era obligatorio.
Biquin se sentó en un banco de la plaza, estaba inexplicablemente cansado, nunca le había pasado. Le hizo una señal a Bevin para que diera el obligado paseo a solas. Ella le miró largo rato, una lágrima, sólo una, corrió por su mejilla, la disimuló, se despidió y siguió caminando.

El desánimo era demasiado grande en él. Las preguntas sin respuesta seguían apareciendo en su cerebro. Y poco a poco una idea extraña, insólita, comenzó a envolverlo, obstinadamente, despojándolo de toda lógica y entregándolo sólo a un violento deseo de:
Desatornillar su cabeza de su cuerpo. ¿Sería posible?

Solo en la plaza, al anochecer, comenzó su intento. Increíblemente, creyó que era posible. Y poco a poco empezó a desenroscarse la cabeza. Al principio hubo algunos chasquidos, como si las piezas estuvieran atascadas por falta de uso. Pero con un poco más de fuerza y un chasquido mayor, empezó a moverse.

Primero en un ángulo de veinticinco grados, luego de cuarenta y cinco, después rápidamente de ciento ochenta y finalmente de trescientos sesenta grados. Ya no se sorprendió; al contrario, sintió un gran alivio. Sólo le quedaba quitárselo del cuello.
Eso fue lo que hizo. Lo colocó suavemente a su lado en el banco.
Ya no sabía si era un cuerpo o una cabeza. Pero, ¿qué importaba eso ahora?
A su alrededor, las cosas, las imágenes y los sonidos se desvanecían y desaparecían por completo.

Lo único que quedaba era un cuerpo y una cabeza que, en aquel planeta, no se deterioraban.

Bivin, por su parte, se sentó en el sofá de su casa y apagó todos sus sentidos. Para siempre.

En la sala de Control de la Población del gran complejo gubernamental, donde se decidía sobre la creación o extinción de las "criaturas programadas", frente a una enorme pantalla de televisión Tresbieum (Tres mil millones y un millón) dice Tresbiedois (Tres mil millones y dos millones), ésos eran sus nombres:
- ¡Por fin Bikin y ella fuera! Todo salió según lo previsto. Eran viejos y obsoletos, sólo ocupaban espacio. Su tecnología estaba anticuada, no había arreglos ni reparaciones que hacer. Las piezas ya no existen.
Ahora habrá un hogar extra para futuras parejas.
- Efectivamente, pero tú Trisbieum debes estar de acuerdo conmigo en algo, ya que somos tan diferentes...
Qué hermosos y perfectos eran nuestros padres para la época en que fueron creados, ¿no crees?
- ¡Sí, nuestros padres!
Pero eso ya no importa, mañana es sábado y los camiones de RECOGIDA los llevarán al depósito de reciclaje. Siempre es así...
- Menos mal que el domingo dormiremos hasta tarde.

También hay que explicar que en este planeta, cuando un cónyuge se desactivaba, el otro seguía inevitablemente su estela.

Sobre el autor/a

Silvia Cristina Preissler Martinson

Nació en Porto Alegre, es abogada y actualmente vive en El Campello (Alicante, España). Ya ha publicado su poesía en colecciones: VOCES DEL PARTENÓN LITERARIO lV (Editora Revolução Cultural Porto Alegre, 2012), publicación oficial de la Sociedad Partenón Literario, asociación a la que pertenece, en ESCRITOS IV, publicación oficial de la Academia de Letras de Porto Alegre en colaboración con el Club Literario Jardim Ipiranga (colección) que reúne a varios autores; Escritos IV ( Edicões Caravela Porto Alegre, 2011); Escritos 5 (Editora IPSDP, 2013) y en español Versos en el Aire (Editora Diversidad Literaria, 2022).
En 2023 publica, mano a mano con el escritor Pedro Rivera Jaro, en español y en portugués, el libro Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

Síguenos