Caminaba por la calle cuando, no sé muy bien por qué, recordé algo que sucedió en mi infancia.
Era el 24 de diciembre. El día de Navidad. Ese día, a las 12 de la noche, Papá Noel solía dejar regalos bajo el árbol de Navidad. Es el día en que se conmemora el nacimiento de Jesucristo.
En mi casa siempre se ha cumplido esta tradición. Y en casa de mis vecinos también.
Entonces no había bombillas para decorar el árbol de Navidad. Sólo había bolas de colores, que eran de cristal o cerámica y se rompían con facilidad.
Varias veces, al decorar el árbol con estas bolas, se nos caían y se rompían en mil pedacitos. Durante muchos años las guardé como recuerdo en mi casa.
Las guirnaldas de adornos eran caras y estaban hechas de papel de aluminio cuando era plateado, o las había más baratas de papel teñido de verde.
Los adornos luminosos consistían en pequeñas velas de cera de colores, que se encendían con cerillas y ardían lentamente, dando a la habitación un resplandor titilante que encantaba a todos, a pesar del peligro que ofrecían. Los árboles eran siempre pinos recogidos en los bosques locales.
Nuestro vecino, el Sr. Osvaldo, se lucía todos los años colocando un hermoso árbol de Navidad.
Que yo recuerde, cada vecino intentaba que el suyo fuera más bonito que el de los demás, más alto, mejor iluminado, más decorado y con un belén precioso en su base.
Este belén estaba formado por imágenes de cerámica que representaban el nacimiento del niño Jesús, su familia, el establo donde nació, los Reyes Magos y el paisaje circundante.
Entre los vecinos, y esto me lo parece hoy, había casi una competición no declarada pero evidente sobre quién podía hacer el árbol más bonito de la calle. No en vano, después de medianoche solían visitar las casas de los demás para abrazarse y felicitarse la Navidad, cuando admiraban y alababan, no sin un poco de envidia, el trabajo realizado.
Los árboles se compraban en determinadas calles donde los exponían vendedores que se colocaban allí para venderlos.
Recuerdo que los precios variaban según el tamaño y la belleza del árbol expuesto.
Los hombres del barrio salían temprano a comprarlos.
Las mujeres se quedaban en las cocinas para preparar la cena de Navidad, que solía consistir en un pavo asado acompañado de ensaladas, arroz y fruta confitada para los que podían permitírselo.
A los niños nos tocaba ayudar a decorar el árbol, lo que nos daba mucha alegría cuando nos lo pedían.
Por la tarde nos duchabamos y nos preparabamos para la esperada cena. Esperada, sí, porque después de ella nos inducían a salir para la Misa del Gallo, que tenía lugar a las 12 de la noche.
Y para "sorpresa" de todos los niños de mi época, Papá Noel ya había pasado por nuestras casas y había dejado al pie del árbol un regalito que variaba en calidad según las posibilidades de cada familia.
Sin embargo, aún recuerdo aquella Navidad en particular en la que el señor Osvaldo armó un gran árbol y le puso muchas velas encendidas, y fueron al comedor a cenar. Estaban allí cuando sintieron un fuerte olor a quemado.
Fueron a la habitación donde estaba el árbol y éste no hacía más que arder, quemando casi todo a su alrededor.
La casa era de madera y las llamas llegaban ya al techo, que afortunadamente era muy alto.
Con gran esfuerzo, toda la familia y los vecinos ayudaron a apagar el fuego.
La Navidad fue una época triste para todos los amigos del barrio que, de una forma o otra, ayudaron a esta familia al menos en términos de consuelo espiritual, ya que las fiestas habían terminado para ellos.
Eran mis amigos de la infancia, sus padres trabajaban duro y eran personas que se esforzaban por mantener a sus hijos y darles una educación.
Y como todo en la vida...
Así fue.