Un día nefasto en mi vida

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Pedro Rivera Jaro

Los antiguos romanos separaban los días señalándolos como fastos o nefastos. Eso lo traducían a la vida rutinaria, poniendo mucho cuidado en no emprender negocios en ningún día nefasto, porque creían firmemente que fracasarían. En cambio sí que lo emprendían en los días señalados como Fastos, creyendo que saldrían perfectamente adelante con éxito.
 
El 23 de Julio de 2024, hace hoy exactamente un mes, yo tenía previsto viajar a Palma de Mallorca, a las 7 de la tarde, puesto que tenía cita con mi dermatólogo.
 
Aquel día por la mañana, después de ducharme y afeitarme, desayuné café con leche y galletas. Después me lavé los dientes, y una vez me peiné y me vestí, salí a la calle y me dirigí, como hacía cada mañana, a la Biblioteca Pública Pedro Salinas, en donde tomaba un ejemplar del periódico gratuito 20 Minutos. Después de recogerlo, subí por la calle Toledo hasta la panadería Corteza y Miga, compré un colón de pan candeal y desde allí me dirigí a la tiendas de Vinos y Licores de la calle de Calatrava, esquina con La Paloma, en la que compré una botella de Anisette Marie Brizard.
 
Cuando salí de aquella tienda, después de pagar los 12 euros que costaba la botella, crucé la plazuela de Isabel Tintero, y al llegar a la escalerilla de 5 o 6 escalones de granito, que baja hasta la acera de la Gran Vía de San Francisco, me di cuenta de que el semáforo abierto a los peatones, estaba a punto de cambiar y cerrarse.
 
Inconscientemente apreté a correr y, de pronto, sin saber cómo, me vi dando traspiés en los escalones hasta caer de bruces, todo lo largo que soy, sobre las baldosas de granito de la acera. El periódico y el pan que yo portaba en mi mano izquierda, así como la botella de Anisette Marie Brizard, que llevaba en la derecha, me impidieron apoyar mis manos con soltura, para poder amortiguar mi caída. Mis gafas aparecieron en el suelo con una de su patillas doblada casi hasta los noventa grados, con respecto al resto. La barra de pan, salió de su bolsa de papel, desde mi mano izquierda, y sobrepasó de largo al periódico que también había salido proyectado hacia delante. Y a mí derecha la botella de Anisette, se hizo pedazos, derramándose su contenido y observé con horror, que los cascos de vidrio quedaron casi tocando mi cara, después de la caída. Cuando llegué al suelo, escuché un ruido seco que produjo mi cabeza al golpear el suelo con la parte derecha de mi barbilla.
 
Inmediatamente escuché que varias personas me preguntaban si me encontraba bien, y si podía levantarme. En ese momento yo estaba chequeando mi cuerpo, y me di cuenta de que al menos podía levantarme, lo que era equivalente a que mis huesos más importantes de brazos y piernas permanecían enteros. Me dolían las manos y observé que sangraba abundantemente por una brecha que tenía en la barbilla, así como por la uña del dedo corazón de mi mano izquierda, que estaba levantada y separada de la punta del dedo, cuya primer falange se había fracturado.
La mano derecha también tenía daños, que hoy 23 de agosto, siguen doliendo, pero aparentemente no tenía fracturas.
 
Mi mejilla derecha y su zona, golpeó en el suelo, y más tarde pude observar en mi casa que estaba enrojecida. También la parte exterior de mi rodilla derecha, estaba cubierta de rozaduras.
 
Las voces que se interesaban por mí, cuando estaba caído boca abajo, en las losas de piedra, pertenecían a dos mujeres, muy buenas personas, que se preocuparon de atenderme en aquellos primeros momentos. Una de ellas era una señora, o señorita, rumana. La otra era una mujer hispanoamericana, no recuerdo si era de Colombia o de Venezuela, lo que si recuerdo es que cruzó al bar de enfrente y compró una botella de agua, con la que estuvo lavándome las manos y la cara, para limpiarlas de sangre.
 
Inmediatamente llamaron a una ambulancia, que llegó en pocos minutos, y que pertenecía al Samur. Que Dios bendiga a estas dos buenas mujeres, y también a otras cuatro personas que pararon su camino para prestarme ayuda. Dos chicos jóvenes que por su apariencia física me parecieron hispanoamericanos. Y por último, una pareja de aproximadamente 60 años que pararon igualmente para prestarme auxilio.
 
Doy gracias por poder comprobar, una vez más, que sigue habiendo humanidad en el comportamiento de muchas personas.
 
Procedí a llamar por el móvil a mi esposa, que estaba en nuestra casa, a 3 minutos de tiempo de llegada, y que en principio se alarmó, por lo que la tranquilicé y la pedí que viniera. Llegó enseguida con el coche y cuando llegó, los sanitarios del Samur me estaban atendiendo dentro de la ambulancia. Desinfectaron mis heridas, revisaron mis huesos para comprobar su estado, y me dijeron que debería ir a algún hospital de la Seguridad para que pusieran puntos en la brecha de mi barbilla, que profundizaba hasta el maxilar y que precisaba ser cosida. También necesitaría que me vieran por Rayos X.
 
Fui muy bien atendido por los sanitarios y me ofrecieron acercarme a algún hospital a la tienda de Seguridad Social, advirtiéndome de que podría tener que esperar todo el día para ser atendido.
Como resulta que hace muchos años que, además de la S.S., soy abonado de ADESLAS, (Seguro Médico Privado), y que tenía que estar en el aeropuerto Adolfo Suarez, de Madrid Barajas una hora antes de mi vuelo, o sea a las 18,00 horas, le pedí a Estrella, mi esposa, que me llevara al Hospital Madrid, en la plaza del Conde del Valle de Suchil, y allí me llevó, y fui muy bien atendido por una doctora traumatóloga, cubana de nacimiento y descendiente de gallegos.
 
Mi esposa creía que me tendrían que arrancar la uña, pero la doctora me informó de que ya no acostumbraban a hacerlo. Debo decir que a día de hoy, las dos uñas dañadas están prácticamente normales. Una de ellas, la de la mano izquierda, todavía tiene una mancha morada en la punta, pero que calculo que desaparecerá en un mes.
 
Cuando llegamos a casa y mi esposa puso la comida en los platos, para los dos, al intentar comer me di cuenta de que no podía masticar, y comprobé que tenía partida la muela del juicio, inferior derecha, así como otra muela superior de la parte izquierda, de manera que estuve bastantes días alimentándome de caldos, yogures, etc. Actualmente ya como todo tipo de alimentos, aunque las bebidas frías, debo beberlas por la parte izquierda de mi boca, si no quiero despertar el dolor del lado derecho.
 
A mi vuelta de Palma de Mallorca pedí cita al dentista, pero la solución propuesta por la doctora que me atendió, que era suplente de mi dentista habitual, que se encontraba de vacaciones, que consistía en extraerme la muela del juicio, no me convenció. De forma que anulé la cita para la extracción y decidí esperar a que volviera mi dentista habitual.
 
Mi mujer opinaba, y seguramente tenía razón, que podrían haber sido mucho más graves las consecuencias de mi caída. Así que, encima, tengo motivos para alegrarme.
 
A las 17,30 mi esposa me llevó al aeropuerto, y allí me bajé del coche con mi maleta, y ella volvió para Madrid.
 
Yo llevaba el cuerpo dolorido y los dedos vendados. En la barbilla me pusieron tres puntos de aproximación, que la doctora me recomendó no mojar en unos cuantos días, para a la cicatrización de la herida.
 
Cuando llegué al control de equipajes, donde los arcos detectores buscan armas o bombas, gracias al regalo que nos hicieron los terroristas a las personas normales, me dijo el agente al que correspondía registrarme a mí, que me quitase el cinturón y los tirantes, y además debería vaciar mis bolsillos. Yo le contesté, que lo sentía, pero que tendría un dedo roto de la mano izquierda y la mano derecha completamente hinchada y dolorida, como podía comprobar por mis vendajes. Y además le hice saber que tengo 6 clavos de titanio en mi columna vertebral, así como una prótesis de cadera, en el lugar que antaño ocupaba mi cadera izquierda original.
 
Aquel agente debió de entenderlo, y me ordenó pasar el arco hasta donde él estaba, y allí me estuvo registrando sin encontrar ningún objeto que pudiera resultarle digno de sospecha.
 
Una vez llegué a las pantallas luminosas donde se describían los vuelos, busqué mi vuelo
UX-6097 de la compañía AIR EUROPA, que tenía prevista la hora de embarque a las 18:15, la salida de Madrid a las 19:00, con destino al Aeropuerto de Mallorca y llegada a las 20:20.
La única información era que el vuelo estaba retrasado.
 
Desde las 18 horas en que yo llegué a la zona de embarque, hasta las 19:40 en que subí al avión, los sufridos clientes de AIR EUROPA, tuvimos que soportar la total desinformación a la que nos sometió la aerolínea.
 
La principal causa del retraso era que solamente tenían un avión para hacer los recorridos de la ida y los de la vuelta, y cualquier retraso producido, se iba acumulando a lo largo del día.
 
No terminó el sufrimiento todavía, porque a las 20:09 todos los viajeros llevábamos dentro del avión casi media hora, con un calor horroroso, cuando empezaron a explicarnos el protocolo de seguridad, y en ese momento algunos viajeros, ya nerviosos con las demoras, empezaron a pedir a gritos que pusieran el aire acondicionado.
 
En ese momento, la sobrecargo se dirigió a una viajera de las que protestaban por el retraso y por el calor, y la manifestó que no se podía poner el aire acondicionado hasta que no despegáramos.
 
Desde las 20:09, el avión estuvo desplazándose dentro del aeropuerto, desde la Terminal 2, hasta la pista de despegue de la Terminal 4, y no fue hasta las 21:06 que se produjo el despegue del aparato.
 
A las 22:07 tomamos tierra en el aeropuerto de Son San Joan de Palma de Mallorca, y ahora viene el remate, de un viaje que habitualmente dura 50 minutos, y que había sufrido un retraso de 127 minutos, cuando por la megafonía del avión nos comunica la sobrecargo, que teníamos que esperar a que viniera la Guardia Civil del Aeropuerto, para detener a la señora que había expresado su protesta por el retraso y por el calor.
 
La mayoría del pasaje empezamos a gritar que queríamos salir del avión, pero no nos permitieron salir hasta las 22:28, hora en que empezamos a evacuar el avión.
 
Junto a la puerta delantera por la que salíamos del mismo y entrábamos al finger, estaba un sargento de la Guardia Civil, acompañado de un número del mismo Cuerpo, esperando a la señora que venía saliendo detrás de mí.
 
Me pareció injusto e insoportable que retuvieran a aquella viajera, y me dirigí a los agentes, manifestándoles mi desacuerdo, porque no había motivos para hacerlo ya que lo único que hizo, fue protestar de un trato denigrante a los viajeros, por parte de la compañía y su sobrecargo.
 
Manifesté igualmente mi voluntad de declarar lo que había ocurrido, a lo que el sargento me respondió que estuviese tranquilo, porque no habría ninguna consecuencia para aquella viajera.
 
No faltó tampoco un trabajador de tierra de la compañía que se manifestase en apoyo de la sobrecargo, diciendo que el aire si estaba funcionando en el aeropuerto de Madrid. Yo le contesté que cómo podía él saber lo que había ocurrido en Madrid, desde su puesto de trabajo en aquel pasillo de Palma de Mallorca a lo que no le quedó otro remedio que callarse.
 
Varias personas paramos en el mostrador de Air Europa, para pedir la Hoja de Reclamaciones, y argumentaron que no tenían allí, que deberíamos protestar por vía telemática. Lo único que pudimos conseguir, fue un folio escrito a doble cara, escrito en inglés, con información de los derechos de los pasajeros aéreos en la Unión Europea, con el código AEA-ME-026-ANO4-R12.
 
Lo cierto es que aguantamos una situación abusiva, y que, por no querer molestarnos en gestionar la protesta de estos abusos, AIR EUROPA repite el abuso una y otra vez, porque no es la primera vez que yo mismo he tenido que padecerlo.

Sobre el autor/a

Pedro Rivera Jaro

Nació el 24 de febrero de 1950 en Madrid, España. Jubilado con estudios de Empresariales, Marketing y Logística. Dedicado por afición a la narrativa y poesía. Jurado en el Concurso Cultural FECI/INTE, participante en el Libro Versos en el Aire, con el poema ¿A dónde va?
Concurso Villa de Lumbrales XXII, de la Asociación de Mujeres.
Concurso de Editora Ex Libric, con el trabajo 48 Palabras.
En 2023 escribió, mano a mano con la autora Silvia Cristina Preysler Martinson el libro, en español y portugués, Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

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