Carlos Bone Riquelme
La mañana estaba fresca, aunque ya era enero en concepción y el sol brillaba en el cielo.
Hellen deja su casa en Cochrane, y camina recto hacia el centro de la ciudad.
Sus pasos son no solo apurados, sino seguros, pues tiene una importante cita que será crucial, aunque ella no lo sabe, para su futuro.
Pero volvamos un poco atrás.
Hellen estudiaba en la Universidad de Concepción, pero además había terminado un curso de secretariado en la escuela de Juanita Loosly, la mejor de toda la octava región, la cual ella pensaba que complementaron sus estudios con taquigrafía y otras habilidades propias de una secretaria.
Era verano y toda la familia se había ido al campo dejándola sola, a ella y Alicia, la muchacha que ayudaba en casa, pues ella debía terminar un último certamen de su carrera.
Pero durante el tiempo, sola su cabeza, siempre ocupada en hacer diferentes planes buscaba nuevas formas de ganar dinero adicional, y decidió que una buena manera sería trabajar haciendo reemplazos en el Banco de Concepción.
Así que hoy se levantó un poco más temprano poniendo en orden su Curriculum Vitae con algunos otros documentos que probaban sus estudios, notas, y trabajos hechos, como el de profesora asistente en una escuela de San Pedro.
La familia no sabía lo que ella planeaba, aún más, la esperaban para continuar un periodo de esparcimiento en aquel lugar idílico junto a la familia de cercanos amigos en la Zanja, propiedad de la familia Bruhn.
Hellen apuro un poco el paso, no por temor a llegar tarde, sino por nerviosismo pues la posibilidad de conseguir este trabajo de verano la excitaba mucho.
Cuando llegó frente a la entrada principal del banco, entró sin vacilar dejando que sus ojos verdes recorrieran el primer piso donde estaban las cajas y un sector de atención al cliente.
Hellen era delgada, de pelo castaño oscuro, pero lo que verdaderamente la destacaba, eran aquellos ojos que no solo eran almendrados, pero además brillaban con una pasión casi felina.
Ella apenas vaciló un segundo, y se acercó al guardia vestido de uniforme azul, para que le indicase la oficina de personal.
Una vez en la oficina le explicó a la secretaría el motivo de su visita, y le entregaron varios documentos para llenar, los que ella, lentamente y con mucho cuidado, los completó de punta a cabo.
Pasaron algunos días y recibió una llamada del banco para presentarse a una entrevista con el gerente de personal.
Hellen se sentía segura de que la contratan, pues su juventud le impedía ver dificultades, solo éxitos; y así, la entrevista se desarrolló de la manera que ella esperaba sintiendo que el puesto será suyo, sin importar en qué posición entrara, pues, al fin y al cabo, solo sería un reemplazo que duraría lo que restaba del verano pues luego ella volvería a sus clases en la universidad.
Fue citada a una última entrevista, donde la presentaron a quien sería la jefa durante este periodo de trabajo.
La jefa sería Luz María Larraín, quien era conocida de su familia, así que ella se sentía dueña del mundo.
Sus padres estaban sorprendidos, pero al mismo tiempo orgullosos de su capacidad personal de gestión, así que aquel verano, Hellen, fue integrada a esa magnífica familia que era el banco de Concepción.
Pero aquellos meses de verano se extinguieron con rapidez, y llegó el día en que ella fue llamada nuevamente a personal pues su contrato estaba llegando al fin.
En esta nueva entrevista Hellen fue presentada con la interrogante de si quería continuar trabajando allí, pero ahora como empleada a tiempo completo.
Era una decisión difícil, pues solo le quedaban unos pocos ramos para graduarse de Licenciatura en Francés, Traducción Español Francés.
Ella se encaminó a la universidad, bajando por Cochrane para luego tomar Chacabuco directo hasta la Plaza Perú.
Los días de verano estaban quedando atrás, y el cielo se veía ya atiborrado de negras nubes que auguraban aquellas lluvias tan típicas del otoño penquista.
También corría un viento de aquellos que la hacían tiritar debajo de su abrigo, pero sus mejillas estaban arreboladas y un halo de vapor salía de su boca mientras sus pasos llegaban a la escuela de lenguas.
Podía ver las estatuas blancas que decoraban los caminos de la universidad, y ya el movimiento de estudiantes que regresaban a sus aulas se iba intensificando.
Pronto el tráfico sería mucho más con la llegada de los “mechones” o nuevos estudiantes que vendrían de todos los puntos del país.
Entró al edificio gris de la escuela, y se dirigió a la oficina de asuntos estudiantiles.
Cuando salió de allí, después de conversar con la persona que la orientó sobre sus estudios, se encontró con algunas compañeras con las cuales formaron un pequeño grupo desde donde se podían escuchar las risas de aquellas muchachas que estaban recién comenzando la vida que se les aproximaba con una rapidez que no podían imaginar.
Hellen tampoco lo sabía, pero el futuro se presentaba más complicado de lo que ella podía vislumbrar.
En los días siguientes ella decidió que podía seguir trabajando en el banco, y además terminar las clases que aún le quedaban pendientes.
Ella estaba acostumbrada a realizar varias actividades al mismo tiempo, así que aun a pesar de las dificultades, ella solo veía soluciones.
Y un día de marzo, fue contratada como empleada de planta del banco, con un sueldo mayor de lo que había recibido como reemplazo, y, además, recibiendo beneficios que ni siquiera sonaba a esta temprana edad.
Ella solo tenía 22 años y sentía que la vida le sonreía.