Él caminaba en una tarde muy fría.
Los recuerdos le acudían, a veces lentamente, a veces a raudales, impregnando su mente de hechos e imágenes de lo que había sucedido hacía mucho tiempo y no estaba seguro de por qué estaba sucediendo en ese momento.
Recordó la época en la que estaba en el Gymnasium, cuando en clase de Francés escribió un poema y el profesor dudó de que lo hubiera escrito él, pero hasta que no demostró lo contrario le puso un 10, la nota más alta en ese momento.
Se le daba muy bien el latín, le gustaba la asignatura y el profesor era estupendo. Entonces recordó que tal vez estaba predestinado a ser sacerdote o abogado. Optó por lo segundo.
Hizo el examen de acceso a la universidad y el idioma elegido fue el francés. Lo consiguió, traduciendo un texto del escritor francés Victor Hugo.
En aquella época las escuelas, incluso las públicas, eran muy buenas y la enseñanza cualificada.
Allí se estudiaban matemáticas en sus diversas formas, idiomas como el francés, el inglés y el latín eran obligatorios hasta el final del curso, el dibujo artístico y geométrico también lo eran, al igual que la Historia General y Nacional y la Geografía. La música teórica y el canto orfeónico formaban parte del programa escolar tanto como las clases de gimnasia.
El Día de la Patria, las escuelas llevaban a sus alumnos a las principales avenidas de la ciudad, donde se celebraban desfiles acompañados por las bandas de música de las escuelas, por supuesto con los alumnos debidamente uniformados.
Cada escuela quería tener una banda de música más completa y mejor que la otra. Había una competición en este sentido.
De repente, estos recuerdos se evaporaron de su mente y dieron paso a los de su época universitaria, cuando las ilusiones se desvanecieron y dieron paso a la dura realidad de estudiar por la noche y trabajar durante el día.
Sencillamente, se enamoró de la Facultad de Derecho. Allí desarrolló sus verdaderas aptitudes.
Era, como él pensaba y creía, un estudiante casi brillante, tanto que para su graduación fue invitado a prestar el juramento de su promoción. Este juramento constaba de varios puntos que podían resumirse diciendo que se proponía ejercer su profesión con determinación, ética y respeto a los dictados de la ley.
Durante su estancia en la universidad, tuvo una serie de profesores capaces e ingeniosos en sus materias, pero también tuvo profesores que adolecían de graves defectos, tanto por su cultura como por su falta real de conocimientos jurídicos sobre lo que intentaban transmitir, lo que provocaba el desconcierto y el desinterés de los alumnos, que en realidad eran todos adultos procedentes de las profesiones más diversas y que, debido a su trabajo, necesitaban estudiar por la noche.
En ese momento, también se acordó de los compañeros que había conocido allí.
Recordó a un político que había sido secretario en otro municipio y que solía llegar a la escuela con todo su séquito de asesores, algunos de los cuales eran mayores y más sabios que él.
Este hombre era conocido por su petulancia y altanería, así como por maltratar a su mujer y a sus subordinados. Faltaba mucho a clase, lo que le hizo suspender ese curso.
Intentó corromper los dictados de la facultad haciendo uso de su poder político, lo que naturalmente no fue aceptado porque se trataba de una universidad celosa de su expediente, donde incluso para aprobar las notas anuales mínimas eran más altas que en otras facultades. Lo mínimo que tenía que sacar el alumno para aprobar el año era un 7 en cada asignatura.
Los asesores de confianza de este hombre le abandonaron más tarde y siguió estudiando en esta universidad. Insatisfecho, buscó otra que favoreciera sus intereses.
Mientras caminaba, se acordaba de sus compañeras, que entonces no eran tantas y luchaban valientemente contra los prejuicios y el acoso de sus colegas masculinos, algunos de los cuales se consideraban muy varoniles e irresistibles.
Recordó a su compañera Vania, una guapa morena, acosada por un colega maleducado y a la que dirigió una frase y ella le regala una respuesta inolvidable mientras paseaba con otra chica en el descanso entre clases.
Esto es la que dedicó el engreído:
- Esta noche, cariño, ¡voy a dormir contigo!
A lo que ella respondió inmediatamente:
- Así será, porque si fueras realmente un hombre, ¡te quedarías despierto conmigo!
Se echó a reír, y con ella todos los demás colegas masculinos que estaban allí.
Las personas inteligentes y perspicaces, con una mente rápida y una inclinación por la ironía, siempre destacan entre sus compañeros.
El rompecorazones era, y seguía siendo, un ser insignificante, sin mayor trascendencia, tanto en sus estudios como más tarde en su vida profesional.
Vania, en cambio, era una abogada brillante y exitosa por su inteligencia e ingenio.
Los recuerdos fueron sustituyendo poco a poco a aquel hombre por la atención que merecía en su paseo de aquella fría tarde, en la que la necesidad de un refugio seguro era más que acuciante por la noche .