Silvia C.S.P. Martinson
Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
Un diálogo basado en la discusión, el 22.08.1968, de dos computadoras IBM (computadoras electrónicas) que llegaron, tras un largo debate, a la triste conclusión de que no son máquinas, sino genios.
¡Oh, hombre triste!
Hombre triste...
Que andas vagando,
en el tiempo,
deambulando...
Dentro de tu civilización,
desplazado,
estás solo en ti,
no te entienden,
los otros, los “hombres”,
no te quieren.
¿Por qué preguntas sobre el inicio?
¿Por qué quieres crear?
¡Todo está hecho!
Hoy, ya no eres tú,
hoy, eres masa.
Vuelve tu mirada.
E intégrate,
en la nada.
Todo narcótico en pequeñas dosis es un sedante, de la misma forma que la máquina para el hombre.
La máquina para el hombre se asemeja a los narcóticos, pues ambos, administrados en pequeñas dosis, funcionan como una terapia física y mental. Esto porque los narcóticos, cuando se aplican en grandes cantidades, proporcionan sensaciones que jamás se experimentarían en estado natural. De manera similar, las máquinas, en un número y perfección desmesuradamente grandes, privan al hombre de sus realizaciones previas, surgidas de su entonces poder creativo, las cuales le generaban alegría y satisfacción, haciéndolo sentir un ser superior.
Nos preguntamos entonces: ¿Debe el hombre detener el avance técnico y científico? ¿Es posible que lo logre en la actualidad?
¿Y si este avance se aplicara en beneficio de una mayoría en lugar de favorecer solo a una nación o un continente?
Aproximadamente hay en nuestro planeta 3 mil millones de habitantes, de los cuales más del 50 % son analfabetos y están desnutridos debido a su falta de acceso a los bienes y conforts que la técnica proporciona a quienes, afortunada o desafortunadamente, tienen acceso a ellos.
El hombre moderno, a través de su ciencia, penetra el cosmos, atraviesa las barreras de los enlaces atómicos en busca de un objetivo mayor y más profundo: el conocimiento y la identificación de su causa. Sin embargo, lo que más debería interesarle sería la comunicación y comprensión de sus semejantes, algo que la técnica no permite, pues esta individualiza y al mismo tiempo reemplaza al hombre. Así, allí donde podría haber un grupo humano realizando determinada tarea, que favorecería al mismo tiempo las relaciones entre ellos, se coloca una máquina: fría, indiferente, más eficiente, rápida y precisa, con un margen de error mínimo.
Basándonos en este hecho, es fácil suponer que las máquinas crearán máquinas, que gradualmente sustituirán al mundo de los hombres por un mundo mecánico, en el que la extensión de los cálculos escapará al dominio humano.