Silvia C.S.P. Martinson
Ella era vieja. Tan vieja que ya no se podían contar las arrugas en su rostro. Tampoco ella se acordaba con certeza en qué año había venido al mundo y, en verdad, cuántos años tenía.
Vivía en un pueblo antiguo cerca de la gran ciudad, donde habitaba en una casa tan antigua como ella, pero bien conservada y con cierto confort. No le faltaba nada. En el pueblo, todos la conocían y la respetaban. La llamaban la vieja Alda, que cuando se pronunciaba sonaba de una forma extraña porque era dicho en voz baja, de manera circunspecta por quien lo pronunciaba, casi como una reverencia a un santo.
La vieja Alda había nacido en este pueblo, se había criado, casado y también allí había perdido a todos los de su familia, su marido e hijos, en un fatal accidente de coche donde solo ella sobrevivió. Esto pasó hace muchos y muchos años. A ella solo le quedaron los buenos recuerdos y la gran capacidad que tenía para comprender la vida y superar los momentos duros y tristes que a todos nos ocurren.
Alda sabía lo que iba a pasar, ella lo había previsto. Sin embargo, nada pudo hacer para evitarlo. El Destino en toda su fuerza se impuso a todas las oraciones y peticiones que ella hizo para que tal cosa no sucediera. Su dolor fue enorme, sin embargo, con el paso de los años y gracias al trabajo que ejercía junto a la comunidad, la tristeza de la ausencia se suavizó y dio lugar a lo que realmente importaba: los dones que la vieja Alda traía consigo.
Sí, dones. Alda traía el raro don que acaece a algunas personas sin que se sepa ni por qué, ni por qué no. Ella preveía los acontecimientos, fueran buenos o malos. La gente del pueblo la conocía y respetaba por su capacidad de adivinar. Era común que llamaran a su puerta para consultarla sobre sus vidas, sus anhelos, sus perspectivas y sus dudas. Ella atendía a todos con la misma amabilidad de siempre y les dedicaba el tiempo que les pareciera necesario para que, al salir de su casa, estuvieran más confiados y tranquilos. No aceptaba regalos y mucho menos dinero a cambio de sus consejos. No tenía necesidad de esto.
El marido de Alda, al morir, le dejó una pensión mensual razonable que le permitía vivir con algo de confort y no depender de la ayuda de otras personas, mucho menos recibir dinero por ejercer su don en beneficio de los demás. El propio cura del pueblo la respetaba y nunca hizo ningún comentario despectivo sobre ella, en parte porque hacía algunos años ella había previsto la muerte de su hermano en un accidente de avión, preparándolo psicológicamente para la pérdida que iba a sufrir.
A un residente de la localidad, muy pobre, ella le dijo: "Muy pronto te convertirás en un hombre muy rico." Y así sucedió: él compró un billete de lotería que fue premiado con el mayor valor de dinero de aquel entonces. El hombre hasta hoy le agradece en pensamiento y también destina donaciones a entidades de caridad que visten y alimentan a los pobres. Este fue un consejo que ella le dio en aquel entonces.
A una joven le predijo que en su vida aparecería, viniendo de tierras lejanas, un hombre del que se enamoraría y vendría con él a casarse, y también que tendrían tres hijos; una niña y dos chicos, siendo que la chica nacería después del primer hijo varón. Predijo además que esta niña se convertiría en médica y ayudaría a salvar vidas en una guerra que sucedería en un lugar distante de allí. Esto realmente sucedió.
Los niños la adoraban porque por las tardes ella se sentaba en un banco de la plazuela que allí había y, rodeada por los pequeños, se quedaba horas contándoles historias bonitas, donde los ángeles y los espíritus buenos, en los que creía, hacían que ellos crecieran, fueran felices y alcanzaran la madurez comprendiendo todo y agradecidos admiraran cuán hermoso es vivir.
La vieja Alda vivió muchos, muchos años. Un día desapareció y nunca más fue vista en aquel pueblo. Sin embargo, aquellos que la amaban, en una noche límpida y serena, vieron aparecer en el cielo una nueva y brillante estrella. Y sin saberlo, todos se emocionaron.