Silvia C.S.P. Martinson
Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
Todos los días ella iba a su ventana y cantaba una canción para que él despertara por la mañana. Al atardecer, cuando la noche se acercaba, hacía lo mismo para que él durmiera plácidamente y lleno de encanto.
Tenía una voz bellísima y cada día traía consigo nuevas formas y matices en su canto.
Se conocían desde hacía muchísimo tiempo.
En verdad, por muchos años ella hacía inexorablemente lo mismo cada día.
Él la había salvado de morir, y desde entonces, ella le tenía un enorme cariño y un profundo amor. De la misma manera, él la quería y respetaba.
Así, ambos fueron creciendo, cada uno a su manera, madurando y disfrutando de la vida y la belleza de vivir cada día con nuevas experiencias.
Él se convirtió en un hombre apuesto, culto y elegante, siempre cortejado por mujeres hermosas. Ella lo observaba y admiraba mientras él siempre la acogía y protegía de todos los males.
Un día, él viajó muy lejos y estuvo ausente durante mucho tiempo.
Ella, sin embargo, en su simplicidad e inocencia, no dejó ni un solo día de visitar su ventana como siempre lo hacía.
Por fin, después de un tiempo, él regresó, y ella, feliz, fue a cantar en su ventana por la mañana esperando verlo, como siempre había sucedido. Pero entonces tuvo una sorpresa.
Él estaba acompañado por una hermosa mujer que, al verla cantar, sonrió y cerró la ventana. Aquella no apreciaba su canto.
Ella, entonces, celosa, arrancó de su cuerpo, con su pico, una pluma colorida y la dejó allí como recuerdo.
Se alzó al cielo, voló muy alto, altísimo, y nunca más regresó.
El hombre, sintiendo la ausencia de Laverca, su canto y la melodía que arrullaban sus sueños y escondían las tristezas del mundo, simplemente, sin consuelo, lloró hasta morir.
Las mañanas y las tardes quedaron silenciosas, tristes y vacías sin el bello canto de Laverca o Alondra.