Alvaro de Almeida Leao
Torneo estatal de fútbol . El equipo local, Tamoio Futebol Clube, jugando por el empate contra el equipo visitante, Tupi Futebol Clube.
Árbitro y asistentes contratados de fuera del estado. Estadio lleno. Veintitrés mil espectadores, de los cuales tres mil eran hinchas del equipo visitante. Acercándose al final del partido, con el marcador en cero a cero, es más que normal oír de la hinchada local: ...¡Se acabó!... ¡Se acabó!... ¡Es campeón!... ¡Es campeón!... ¡Es campeón!...
A los cuarenta y cuatro minutos del segundo tiempo, surge una desgracia. ¡Y qué desgracia!... El árbitro pita un penalti contra el equipo local. Faltaba solo que el delantero pasara al último defensor, cuando, en el área pequeña, éste le da un patadón que lo levanta con balón y todo. Penalti claro, legítimo. Aceptarlo, eso es lo que hay. A veces el interés personal no permite el uso adecuado de la razón.
Pocos aficionados felices y la gran mayoría pidiendo morir. En el campo, empujones, ofensas de un lado a otro, ¿cobran el penalti o no?, el empujón, esconder la pelota y el juego, que es lo que se dice, nada. Los asistentes, solidarios con la decisión del árbitro, lo protegen. La policía, astutamente haciendo "vista gorda" cuando se trata de las acciones en favor del equipo local.
El presidente del equipo local se acerca al árbitro, ya desabrochando ostentosamente su camisa para que se vea su “revólver” de caño plateado y lo "insulta feo" a gritos:
-¡Oye, tu tonto, cuando vivía en el gallinero de tu ciudad, a cualquier hora del día o de la noche, si quería, me acostaba con tu madre!
El árbitro ni se inmuta. Ya había oído algo similar en otras ocasiones y sabía cuál era su intención: provocar una reacción que lo dejara en una mala situación.
El delegado de la ciudad, ya dentro del campo, se acerca y empieza a coaccionar:
-¡Oye, vago, no tenías nada que pitar ese penalti cuando quedaba poco para terminar el partido! ¡Recapacita!... ¡Cambia tu decisión mientras hay tiempo!
-Aquí, se cometió un penalti, y mi obligación es pitarlo. Duélale a quien le duela.
-¿Conoces el dicho “quien siembra vientos, cosecha tempestades”? Creaste un gran problema, ahora resuélvelo. Sal de ahí si eres un verdadero hombre.
El árbitro y los asistentes con un solo objetivo: cumplir bien sus obligaciones.
Después de “largos e interminables” diez minutos de interrupción, el centro delantero del equipo visitante (su capitán y encargado oficial de los penaltis) se acerca al arquero del equipo local:
-Pues mira, arquero, si ninguna de las partes cede, no llegaremos a ningún lado.
-Sí, no está fácil...
-Tengo un matrimonio en mi ciudad dentro de poco, y de ninguna manera quiero retrasarme, porque soy el padrino de los novios.
-¿Y qué tengo yo que ver con eso?
-Particularmente, creo... No, no creo, estoy seguro de que el penalti fue correctamente señalado. Entonces, quisiera hacerte una propuesta.
-¿Propuesta?!... Piensa bien lo que vas a proponer. ¡Podrías salir mal! ¡Muy mal!
-¡Tranquilo!... Te propongo que convenzas al capitán de tu equipo para que dejen cobrar el penalti. Y entonces...
-Tu equipo ganará el campeonato.
-No, no es eso. Entonces, yo, que soy el encargado de patear el penalti, lo voy a tirar afuera, rescatando así la injusticia cometida.
-¿Lo garantizas?
-Puedes creerlo. Sabes bien que somos hombres de palabra.
-¿Se puede creer?
-Sin duda. No te pongas nervioso en el momento. Lo voy a tirar a unos dos metros por encima del arco.
El arquero no podía creer lo que oía. La situación había cambiado, de la noche a la mañana. Fue a hablar con el capitán de su equipo:
-Capitán, necesito hablar contigo, algo importante. Vamos allá, es una conversación privada.
-“Vale”, pero que sea rápido. Necesito estar con el equipo, levantando su moral.
El centro delantero del otro equipo, que es el encargado oficial de los penales, me prometió hace unos momentos que si dejamos que cobren el penalti, lo tirará afuera. Tiene un compromiso, está de padrino en un matrimonio. Necesita irse cuanto antes.
-¿Y qué piensas? ¿Te parece firme?
-Es un riesgo, es cierto, pero creo que lo hará como propone. Es cuestión de probar... Él hasta resaltó que somos hombres de palabra.
-Creo que es una... Pero me preocupa, el padre, hace un rato, defendió tan firmemente nuestros intereses ante el árbitro. Contradecirlo ahora no sería buena idea.
-El hecho de que, además de ser el capitán, seas hijo del delegado, pesa, es verdad, pero creo que lo más importante es conseguir el título para nuestro equipo.
-También lo creo. Entonces, arquero, hablaré con el árbitro.
-¿No sería mejor informarle primero al presidente de nuestro equipo?
-No. Cuantas menos personas involucradas, mejor.
-Bien recordado.
El capitán del equipo local se acerca al árbitro:
-Señor árbitro, yo, capitán de mi equipo, decido que el penalti, que creo no ocurrió en absoluto, debe ser cobrado. Te equivocaste al señalarlo, pero como no quieres retroceder, paciencia... Tu carrera de árbitro ya se acabó. Un error técnico de esa magnitud es inconcebible.
Al escuchar semejante disparate, el presidente del equipo local se vuelve loco. Furioso se va hacia el capitán desafiante de su equipo y solo no se agredieron porque lo sujetaron.
La hinchada local, atónita, presencia al presidente del club peleando con su propio capitán.
El delegado, tras recomponerse de la sorpresa, va a hablar con su hijo:
-¿Qué hiciste, hijo?!... ¡Estás loco?!... ¿Tienes realmente idea de la responsabilidad que estás asumiendo?
-Sí, papá. Sé lo que estoy haciendo. No va a haber error.
Los jugadores del equipo local, indignados por tan infame decisión. El presidente del equipo local, tan enfurecido, está totalmente fuera de sí. El delegado es la personificación del desánimo.
La hinchada local, al ver a los jugadores y al árbitro dirigiéndose hacia el arco de su equipo, siente que el penalti será ejecutado. ¡Eso es lo que faltaba!... ¡No, no puede ser!...
Frente a frente, el centro delantero del equipo visitante – consciente de su deber – y el arquero del equipo local – tranquilo, para él, promesa es promesa –.
Finalmente, el árbitro autoriza el tiro. El centro delantero pega un potente disparo al ángulo izquierdo del arco y, al ver la pelota entrar en la red, corre “a mil” hacia su vestuario.
El arquero del equipo local, sin que nadie entienda por qué, inicia una persecución al "malhechor tramposo" para hacerlo pagar. Al mismo tiempo, el presidente del equipo local, con un revólver en mano, busca al "maldito" capitán de su equipo. Este, que no es tonto, se dirige a la salida del estadio. El delegado, al percatarse del peligro de vida que acecha a su hijo, lo protege, poniéndose entre los dos. En ese momento, la figura del padre prevalece sobre la del delegado.
El delegado, en súplica, le dice al presidente del equipo local:
-¡Hombre de Dios, no dispares a mi hijo! ¿No es suficiente todo lo malo que está pasando?
De no haber sido por la heroica actitud del delegado, la situación habría sido terrible.
La hinchada local, que pedía morir, está siendo debidamente atendida.
El equipo visitante, "a lo suyo", sin aceptar provocaciones, celebró el gol y ya había reemplazado a su centro delantero. Espera el reinicio del partido.
El equipo local, sin condiciones en todos los aspectos, no regresa. Entonces, el árbitro da por terminado el partido y proclama en el acta al Tupi como ganador, con un marcador de uno a cero.
Por la noche, la fiesta del “matrimonio” en la sede del Tupi. El goleador centro delantero irradia felicidad, ¡y vaya que sí! La novia – la fiel hinchada del Tupi – y el novio – el título de campeón del torneo – todos sabemos que serán felices para siempre.