Autor/aSilvia Cristina Preissler Martinson

Nació en Porto Alegre, es abogada y actualmente vive en El Campello (Alicante, España). Ya ha publicado su poesía en colecciones: VOCES DEL PARTENÓN LITERARIO lV (Editora Revolução Cultural Porto Alegre, 2012), publicación oficial de la Sociedad Partenón Literario, asociación a la que pertenece, en ESCRITOS IV, publicación oficial de la Academia de Letras de Porto Alegre en colaboración con el Club Literario Jardim Ipiranga (colección) que reúne a varios autores; Escritos IV ( Edicões Caravela Porto Alegre, 2011); Escritos 5 (Editora IPSDP, 2013) y en español Versos en el Aire (Editora Diversidad Literaria, 2022). En 2023 publica, mano a mano con el escritor Pedro Rivera Jaro, en español y en portugués, el libro Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

Chico

C

Silvia Cristina Preissler Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Salió de una camada de gallinas de pecho doble.

Eran criadas por nosotros en un gallinero muy bien hecho por mi marido, en un terreno baldío al lado de nuestra casa.
Eran hermosos especímenes de una raza criada para el sacrificio y también para producir huevos de calidad.

Teníamos varias, y muchas eran ponedoras.
No dábamos abasto con la cantidad de huevos producidos, así que vendíamos o regalábamos los excedentes.

Pues un día, una de ellas, al estar en contacto con el gallo, al que llamábamos Rojo y que formaba parte del lote, puso huevos fecundados y, gracias a su cuidado, estos eclosionaron. Y así fue. Los huevos eclosionaron y surgió una hermosa camada de pollitos.

Pronto, entre ellos se destacó por su fuerza y, de cierta forma, agresividad, un macho. Este, poco a poco, se fue transformando y se mostró, con el tiempo, como un hermoso gallo blanco. Le dimos el nombre de Chico.

Chico creció rápidamente debido a la alimentación y los cuidados que teníamos, como limpieza, higiene y medicamentos propios para una buena crianza.

¡Chico quedó hermoso! Sus plumas eran totalmente blancas, la cresta de un rojo vivo y tenía enormes espolones en los pies.
Su único defecto: su carácter.

Era profundamente celoso y protector del gallinero y de las gallinas que allí vivían.
Y un día, en su envidia y celos, mató a Rojo, su padre, a espolonazos. Cuando logramos acercarnos, Rojo ya estaba muerto. No quedaba nada por hacer.

Este gallo era tan bravo que casi no podíamos recoger los huevos. Simplemente atacaba, y era necesario entrar al gallinero con botas y mucha protección para poder aislarlo en un rincón y proceder a la limpieza y recolección de los huevos.

Hay un animal silvestre que gusta mucho de atacar a las gallinas para chuparles la sangre y comer sus huevos. Popularmente se llama Zorrillo (Gambá en portugués).

¿Zorrillo por qué? Porque adora la bebida alcohólica, y si quieres capturarlo, la mejor forma es poner un recipiente lleno de aguardiente y dejarlo en un lugar al que él pueda acceder fácilmente. Se embriaga y cae en un sueño profundo.

Pues bien, el tal zorrillo olfateó las gallinas y sus huevos y, en su afán, intentó entrar al gallinero trepando la cerca de alambre que lo protegía. No fue de otra manera... Chico, furioso, voló hacia la cerca y con sus espolones golpeó al zorrillo varias veces hasta que cayó muerto al suelo.

El gallinero tuvo que ser demolido, el terreno donde se encontraba fue vendido.

Las gallinas, así como el gallo Chico, las donamos a un vecino que tenía un gallinero grande y se ofreció a cuidarlas.

Después de unos días, nos enteramos de que Chico había matado al gallo del vecino y se había adueñado de todas las gallinas, manteniéndolas celosamente bajo su estricta vigilancia.

No se recogía por la noche antes de que todas las gallinas estuvieran cada una en su nido.
Y si alguna se retrasaba, la empujaba bruscamente con las alas para que se acomodara en el nido.

Era un gallo loco.

El señor Jaime, así se llamaba el vecino, se vio obligado a matarlo. Nadie más podía entrar al gallinero para recoger los huevos o alimentar a las gallinas.

Chico, el de las plumas blancas, después de muerto, nos proporcionó a todos un delicioso almuerzo, comenzando con un soberbio caldo y seguido de arroz con trozos de pollo en salsa, ensaladas y todo regado con un buen vino, que disfrutamos alegremente.

Chico tuvo su gloria y su merecido final.

Letras

L

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por
PEDRO RIVERA JARO
 
Comí un trozo de pan
tenía miel,
pensé: ¿por qué no tomarla
también de las palabras
todo el sabor de la hiel?
Endulza así la vida
hazla día a día
más alegre, más bonita,
¿pintada y coloreada?
Así adorné las letras
juntando unas con otras
en el significado buscando
de esta unión, la razón
para hacerlas más bellas,
quitándoles la amargura
y dejarlas bailar alegremente
felices y dulcemente,
como el sabor del pan
todo cubierto. Y ellas…
Con el olor de Madre
y el sabor más puro de
miel

Pacha

P

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
Mi tío, que se casó con la hermana de mi padre, era francés de nacimiento, pero de familia y origen alemanes. Era muy culto y rico, gracias a su inteligencia y trabajo.
Vivió en muchos países antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Se casó con mi tía, la hermana mayor de mi padre, y fueron los únicos hijos de mis abuelos nacidos en Brasil. Hubo otros hijos mayores del primer matrimonio de mi abuelo que nacieron en Europa.
 
Voy a dar a este tío un nombre ficticio para que no se le identifique, al igual que a mi tía y a sus dos hijos. Así que a partir de ahora se llamará Martín, su mujer Ana y sus hijos André y Rosa.
 
Por supuesto, con su fuerte y dominante personalidad de maestro, a la que se sumaba su origen alemán, estos nombres no le irían bien.
 
En su casa, como en la de mis abuelos, el único idioma que se hablaba era el alemán. Mi padre escribía y hablaba perfectamente esta lengua, ya que había estudiado en una escuela tradicional donde, además de una excelente formación cultural, la lengua hablada era el alemán. Conocí esta escuela en una ciudad que visité y estaba dirigida a una clase más acomodada.
 
Bueno, para seguir con nuestra historia, el tío Martin llevaba su negocio y su familia de forma muy estricta.
 
Tenían una casa preciosa y muchas comodidades y modernidad para la época. A sus hijos no les faltaba de nada, incluso juguetes bonitos y caros.
 
La música era una de las prioridades de la familia, incluida la mía.
 
Los niños estudiaban y tocaban el piano con maestría y su madre era experta en un instrumento que casi nadie conoce hoy, el sitar.
 
Cambiando de tema, volvamos a hablar de Martin.
 
Le encantaba cazar y para ello tenía en casa dos perros de raza, Pointers que eran sus fieles compañeros. Uno de ellos, de pelaje blanco y manchas marrones, se llamaba Pacha. Era un perro muy guapo y manso con los niños pequeños, pero cuando estaba en el campo, sólo obedecía ciegamente a su amo y hacía fielmente todo lo que se le mandaba. Y así sucedía con todas las salidas de caza del tío Martín.
 
Pero un día, todo fue diferente. Os contaré lo que pasó.
 
El tío Martín estaba cazando liebres en el campo con su rifle. La maleza era un poco alta, llena de arbustos que no le permitían visualizar bien su entorno.
 
Sin embargo, con su precisión habitual, divisó a la liebre que corría entre los arbustos a poca distancia de donde el se encontraba. Apuntó a la cabeza del animal y efectuó un único disparo con su potente rifle. El animal cayó entre las plantas.
 
Martin ordenó entonces a Pacha que fuera a buscar la pieza, como estaba acostumbrado y entrenado a hacer. Pacha siguió el rastro del animal y cuando estuvo cerca de él, se detuvo y no lo recogió en la boca como hacía siempre para llevárselo a su amo.
 
Martin, asombrado y molesto al mismo tiempo, ordenó en voz alta a Pacha que le trajera la caza. Finalmente el perro le obedeció y regresó lentamente con la liebre entre los dientes. Cuando se acercó al tío Martín, cayó a sus pies con la caza y tres mordeduras de serpiente en el hocico.
 
Cuando mataron a la liebre, ésta había caído sobre un nido de jararacas y cuando Pacha las vio, al principio se echó atrás, pero como era obediente y fiel a su amo, obedeció la orden de recoger el animal cazado. Pacha yacía a los pies de Martín terriblemente herido y moribundo.
 
En aquella época, las serpientes campaban a sus anchas por el campo y era normal que la gente sufriera mordeduras y muriera a causa de su veneno.
 
Siempre que Martin salía de caza, llevaba consigo suero antiofídico, que ya existía en aquella época.
 
Cuando el tío Martin vio a su perro favorito en ese estado, empezó a llorar copiosamente. Amaba a ese animal.
 
Desesperado, aplicó el suero al perro, lo metió en su coche y condujo de vuelta a la ciudad a la velocidad que le permitían las primitivas carreteras de tierra de la época.
 
Pacha, con los cuidados de un veterinario, se salvó, no murió, pero permaneció ciego hasta el final de sus días y cuando percibía la presencia de su dueño, cuando éste llegaba a casa del trabajo, le esperaba tumbado en el portal moviendo el rabo, gimoteando y de sus ojos ciegos caían lágrimas.
 
Y así fue hasta el final de sus días.
 
Martin no volvió a salir de caza.

Confinada

C

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
El edificio era alto, de unos quince pisos. La arquitectura moderna. Grandes balcones.
Puertas y ventanas que daban una vista completa de la calle desde los balcones.
 
Era azul y se mezclaba con el cielo resplandeciente que suele haber en estos pagos mediterráneos, en Campello un "pueblo" de Alicante - España.
 
Enfrente hay un gran parque con árboles y muchos bancos para sentarse y disfrutar del tranquilo entorno.
 
Me sentaba allí casi todos los días para leer, pensar y observar.
 
Una mañana, cuando estaba sentado, después de mi paseo diario, en un banco frente a este edificio, la vi.
 
Desde la distancia parecía más o menos joven, con el pelo corto y castaño que brillaba al sol.
Debe haber vivido en el décimo o undécimo piso. Realmente no había forma de calcular correctamente.
 
Lo que me llamó la atención desde donde estaba en la plaza fue que: entró rápidamente por una puerta y desapareció para salir por otra unos minutos después. Esto sucesivamente, sin parar, durante casi una (1) hora.
 
En los días siguientes volví a pasear por la plaza, como hacía siempre.
 
En este punto, mi curiosidad ya se había despertado y comencé a diario a levantar la vista y observar la misma escena. Durante meses.
 
Quería saber quién era esa mujer y qué hacía.
Fui al edificio donde vivía y hablé con el portero, que no pudo decirme mucho, diciendo que no la conocía y que nunca pasaba por la calle.
 
Pensó que estaba casada, pero no estaba seguro.
 
El tiempo pasó y la escena se repitió hasta que un día no la vi más.
 
Parecía tan hermosa desde lejos.
 
Volví al edificio de nuevo y pregunté al nuevo portero por ella.
 
Era más hablador.
 
Luego me dijo que la bella mujer vivía recluida en su piso. Que cuando su marido salió cerró la puerta y se llevó la llave. Era demasiado celoso.
 
Un día, al volver a casa temprano, encontró al antiguo portero dentro, charlando amistosamente con su mujer.
 
Poseído por la desconfianza y los celos exacerbados, sacó un revólver que llevaba consigo y, sin preguntar, les disparó a ambos.
Se sabía, según el último portero, que el primero había derribado la puerta, al oír los gritos de su mujer, para apagar un fuego que se había instalado en la cocina, y que había tenido éxito en el empeño.
 
Según algunos vecinos, aún hoy se oyen los pasos de la mujer moviéndose de una habitación a otra, sin detenerse, y que desde la plaza quien mira ese piso siempre la ve igual, caminando ahora junto al antiguo portero.
 
Los dos cada día, durante una hora, por la mañana, entran por una puerta y salen por la otra, caminando, siempre caminando...
 
¡Increíble! Esta mañana me pareció verlos.

La muerte de la abuela

L

Silvia C.S.P. Martinson

TRADUCIDA AL ESPAÑOL POR PEDRO RIVERA JARO

Ella murió.

No dejó ninguna herencia importante, sólo escribió una carta a su único y querido nieto.

Vivió cada día con intensidad, con alegría. Con la alegría de quien recibe el don de la vida.
Sufría achaques y dolores como cualquier anciano que, con el paso de los años y el desgaste natural del cuerpo, los tiene.

Tuvo algunos amigos que también conservó hasta el final de sus días. Los que se fueron por razones de la vida lo hicieron en silencio.

Algunos dejaron recuerdos amargos, que ella, sensatamente, arropó en un rincón de su memoria, en el lugar destinado a las cosas perdidas.

Y así, día a día, semana a semana, pasaron meses y años sin que ella se diera cuenta de la historia registrada en la eternidad que poco a poco iba escribiendo.

Y ahora, al final, le dejó a su nieto la versión no contada de su largo viaje en una carta dirigida sólo a él, que empezaba así:

Querido nieto.
Te quiero por encima de todo. Fuiste y eres el recuerdo más entrañable que llevo conmigo.
Mi fin se acerca. Lo siento.
Fui alegre, fui feliz.
He amado y he sido amada.
Y ahora te contaré lo que pasó en mi largo camino.
Yo .......

Su mano cayó, la pluma resbaló, la sonrisa se desvaneció gradualmente de sus labios, sus brazos cayeron a lo largo de su cuerpo, sus ojos se cerraron suavemente.

No terminó la carta.

Inmersa en sus sueños y recuerdos, se quedó dormida para siempre.

 

El mismo

E

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Otro verano, dirían todos.

Así comienza nuestra historia.

Sin embargo, tuvo lugar hace casi 50 años.

Sí, era verano. Un verano como cualquier otro.
Diferentes eran entonces los caminos y las situaciones que conducían a un merecido descanso tras un año de duro trabajo.

Mis padres trabajaban duro para mantener la casa que habían comprado con sacrificio y muchos ahorros. También trabajaron duro para proporcionar comodidad y una mejor educación a sus dos hijas. En otras palabras, a mi hermana y a mí.

Teníamos una vida modesta, pero estábamos rodeados de mucha cultura.

La música clásica impregnaba nuestros días, llenando la casa de sonido y belleza.

La lectura de buenos libros, de buenos autores era una constante en mi casa. Mi madre era una lectora insaciable.

De niños nos parecía algo aburrido, pero con los años nos dimos cuenta de lo mucho que nos ayudaba, tanto en nuestra vida profesional como en nuestras relaciones personales e interpersonales.

Y así pasaban los días y las niñas crecíamos, aprendíamos y también éramos corregidas, a veces duramente, cuando era necesario.

Los inviernos en mi pueblo en aquella época eran duros. Nos asolaba el frío con fuertes heladas, mucha lluvia y humedad.

Mi madre tenía un fogón de leña que mantenía encendido día y noche y con la que nos preparaba deliciosas comidas y proporcionaba a toda la casa un calor realmente acogedor.

De todos modos, así pasábamos los días de invierno, siempre a la espera de la llegada de la primavera, que por consiguiente era el presagio de un verano feliz y muy caluroso. Y esta expectativa se renovaba cada año.

Era la época que esperábamos con impaciencia, porque cada año mis padres alquilaban una casa diferente, siempre en la playa, en cualquier estación balnearia que encontraban, dentro de sus posibilidades económicas.

Recuerdo que uno de esos años alquilaron, según un anuncio del periódico dominical, una casa en la estación balnearia de Cidreira, en Rio Grande do Sul (Brasil).

Cuando llegamos allí, mis padres se quedaron muy sorprendidos. La casa estaba situada al final de un terreno un poco alejado del mar y, para nuestro descontento, era casi un cobertizo, es decir, un gran salón donde estaban alineados todos los muebles de una casa.

El salón, los dormitorios y la cocina estaban en una secuencia normal. El cuarto de baño, situado en el patio trasero, era primitivo y sólo mejoró de aspecto gracias a las labores de higienización llevadas a cabo por mi madre y mi padre. Ambos eran extremadamente meticulosos.

La casa estaba a gran altura del suelo. Había un enorme hueco entre el suelo de madera y el suelo arenoso del patio.

Después de comer nos echábamos la siesta debajo de la casa. Allí, mi padre había colocado unas tablas sobre las que nos tumbábamos a dormir.

Yo miraba al cielo para ver en las nubes figuras que había creado en mi imaginación, como animales, monstruos, hadas, duendes y montañas que formaban parte de este mundo.

Y así, poco a poco, me quedaba dormida.
Para nosotros, los niños, aquel verano fue una experiencia inolvidable.

Hasta el día de hoy lo recuerdo todo como si estuviera allí, ahora, en este mismo momento.

 

Una mañana

U

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
Cuando las olas se rompen en la playa,
y el mar alumbra mis ojos con su majestad,
yo me siento muy pequeña ante tanta magnitud.
Y por supuesto mi gratitud
es solo y únicamente
por todo lo que la vida me ha regalado:
por todas las cosas buenas que ha sembrado,
por las semillas que en mis manos se han quedado,
por todas las alegrías que he tenido.
Ellas con sus movimientos,
sus “ires y venires” me recuerdan
que soy como un barco.
al capricho del viento,
navegando a través del tiempo.
Debajo del sol en calurosos días.
Debajo de la luna en su belleza pura.
Con fuerza y coraje,
superando las dificultades
en las noches más oscuras.

Soy mucho más que yo misma

S

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
Soy mucho más que yo misma,
verdad... ¡Eso es lo que soy!
Cuando la luz del día
muere y la noche finalmente
viene a nublar nuestras esperanzas,
resurjo de las cenizas
y me cubro con la alegría
de saber que soy eterna
que sólo soy una pasajera
en este barco, que vaga
sobre necesarias y diminutas olas,
de esta carne transitoria,
en esta inevitable vida.

Barrio

B

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
De niña, vivía en un barrio alejado del centro de la ciudad que era la capital del estado.
En realidad era la última calle habitada de ese barrio, que se llamaba Passo de la Areia.
Tomó este nombre porque un poco más lejos, en la antigüedad, fluía allí un arroyo de agua clara, bordeado de arena muy blanca, según me dijeron.
 
Sobre este arroyo se cernía una bellísima leyenda que contaba la historia de una india que perdió al amor de su vida en una disputa con otra, y por sus lágrimas de tristeza nació el arroyo que aún hoy existe. Pero como era tan fuerte y la ciudad había crecido tanto, se canalizó para unir los barrios que se habían expandido.
 
Lo que queda de esta leyenda es la escultura que muestra a Ubirici, la mujer india, llorando.
 
Frente a la estatua había un centro de salud que atendía las necesidades de esa región y al que mis padres me llevaban a menudo.
El tranvía de la época tenía allí su terminal.
 
Para nosotros, los niños, era un placer ir allí y luego volver a casa cruzando un parque arbolado que estaba en medio de unos edificios, si podemos llamarlo así, cuyo nombre es IAPI. Se hicieron varios edificios para alojamiento y destinados a los jubilados asegurados del Instituto de la Seguridad Social. De ahí su nombre IAPI.
Esta plaza dedicada al ocio y a la práctica del deporte se llama Alim Pedro, por lo que recuerdo. Es precioso, tiene una ladera muy arbolada que permitía una agradable sombra para los que quisieran disfrutar de momentos de paz y tranquilidad, y también una buena vista del campo de fútbol que estaba situado más abajo, y donde los fines de semana siempre había un campeonato al que los aficionados también acudían a disfrutar y animar.
 
En uno de los edificios de este gran complejo nació Elis Regina, cantante desde niña, que actuaba en las matinales de los domingos y se hizo famosa por su inolvidable voz y estilo, en todo el país e incluso en el extranjero.
Grabó hermosas canciones y nos dejó con su muerte tristemente prematura, dejándonos con el eterno anhelo de escucharla.
 
En la última calle de la ciudad de Porto Alegre - Rio Grande do Sul - Brasil nací y me crié. Se llamó Dr. Eduardo Chartier en homenaje a un gran médico de antaño.
Allí fui educada junto a mi familia, a la que la música, el teatro y la educación se cultivaba con amor y respeto.
Allí crecí teniendo la costumbre de soñar con los ojos abiertos - en una casa con un gran patio, muchos árboles de diversas frutas y abundantes flores cultivadas por mi madre - por lo que a menudo me llamaba la atención que dijera
- Silvia, ¡deja de soñar y estudia!
 
Tenía razón, en ese momento, por supuesto.
Estudié como ellos querían y me hice abogado a mi costa, trabajando al tiempo que estudiaba. Me gradué con distinción y ejercí mi profesión con dedicación y mucho trabajo.
 
Sin embargo, sigo soñando, imaginando y creando con mil ilusiones mis cuentos, mi poesía y mis personajes.
 
Por eso admiro la Naturaleza, a los hombres en su complejidad, y a la vida en su belleza total.
Así que siempre escribo con mucha pasión.
Quizá lo haga hasta el final, quién lo sabe...
 

El viejo intolerante

E

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

 
 El era tan joven como cualquier persona joven.
Jugó, rió, cantó, se enamoró, se decepcionó y se volvió a enamorar.
 
Sus padres y sus superiores le pidieron cuentas muchas veces. Algunos con razón, otros no.
 
Se puso a trabajar muy pronto, tenían necesidad de hacerlo. Sus padres no eran ricos. Tenía que mantenerse a sí mismo y a su familia. Tenía muchos hermanos y hermanas.
Estudió y se graduó.
 
Hizo oposiciones y entró a trabajar en la compañía de teléfonos Telefónica, donde consiguió puestos relativamente importantes a base de competencia, rigor y esfuerzo.
Finalmente se enamoró de una colega, que le pareció bastante bonita, y se casó con ella.
 
Tuvieron hijos.
 
Los educó a su manera.
 
Les dio la formación necesaria para que pudieran trabajar y progresar con menos dificultad que él.
 
Su mujer le acompañó en su viaje, siendo su compañera y ayudándole en las tareas del hogar y en la educación de sus hijos, como suele ocurrir con algunas mujeres de su tierra.
 
Todos ellas, porque en su época las mujeres no se educaban y no mostraban muchas ganas de hacerlo. No consideraban que la educación y el trabajo fuera de casa fueran importantes.
 
Se contentaban con casarse y ejercer la función de madres, esposas, a veces amantes y sirvientas domésticas, sumisas a la voluntad de su marido, a sus apetitos y caprichos.
Esto se debía a su total dependencia financiera.
 
En consecuencia, les aterrorizaba, y todavía les aterroriza a algunas de ellas, salir a la calle a trabajar y ser independientes. A menudo sufren humillaciones, malos tratos y desprecio por parte de sus maridos.
Y así la vida de este hombre siguió con altibajos.
 
Envejeció.
 
La mujer que antes era hermosa se volvió gorda y poco atractiva a sus ojos.
 
A su vez, se volvió cada vez más irritante y molesto.
 
Todo el mundo le parecía mal, a los jóvenes los veía maleducados, criticaba a todo el mundo, mirando sólo el lado negativo de las personas, según sus conceptos.
 
No le vino a la boca ningún elogio o palabra amable para otras personas. Y si lo hizo fue sólo con la intención de reunir apoyos para no sentirse tan aislado y solo en el mundo.
 
La soledad le aterrorizaba.
 
Un día, un trío de jóvenes franceses estaba en la playa muy temprano. Probablemente no habían dormido y habían venido a terminar su velada en aquel agradable lugar.
 
Estos chicos no hacían daño a nadie, cantaban y expandían su juventud, felices e indiferentes a los que pasaban.
 
Una mujer les pidió que cantaran el himno de su tierra y los escuchó con deleite.
 
Accedieron gustosamente a la petición y cantaron la Marsellesa con respeto y dignidad, con las manos en el pecho.
 
Recordó su juventud en la escuela y los acompañó hasta el final.
 
El hombre, molesto por lo que veía y oía, intentó criticarlos.
 
La mujer respondió al implicado diciéndole:
- Nosotros mayores tenemos mucha envidia de estos jóvenes, porque son bellos, sanos, vitales y sobre todo siguen teniendo la sensación de libertad que sólo la inocencia de la juventud les impregna y permite.
 
¡Cuánta envidia causan a las criaturas decrépitas!
 
El hombre se calló y no volvió a hablar.

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