Mi nombre: Saulo Jardim.
35 años.
Por opción: alcohólico y poeta.
Soy moreno, delgado, alto y bonito.
Si no fueran mis ropas andrajosas, sería considerado un buen partido... una gran compañía para mucha chica solitaria.
Culto, bueno para la charla y siempre bien informado por recoger de las calles por donde vago, todos los periódicos y revistas que tiran. Los leo con ansia y con ellos también me cubro. Así soy yo.
“Las estrellas son mi techo por la noche. Las letras, mis mantas”.
Ando por las calles de noche, nunca paso por postes sin luz.
Tampoco cruzo frente a velas encendidas y gallinas muertas en las esquinas.
Si así sucede, doblo la esquina y me persigno.
Me volví adicto al alcohol . No acato órdenes de cualquier “jefecillo” o de pseudo-intelectuales.
Agarré a mi antigua jefa arreglando sus medias de seda, a la altura de la entrepierna, no resistí como siempre. La agarré por la fuerza. Me ocasionó esta cicatriz en la cabeza. Recibí un golpe certero.
¿Mi vida anterior?
Es mejor no hablar de ella ahora, quién sabe si aún escribo un libro y cuento todo, quién sabe...
Cuando ataqueé a la jefecita, fui despedido. Amaba mi empleo – era periodista – y mil lágrimas lloré.
Superé todo, pienso, arrojándome a la bebida.
Me sentí en el declive de la vida, aferrándome a las calles, viviendo los dolores y las alegrías ajenas, ensimismado.
André, viejo amigo y compañero de trabajo de Saulo, viendo fotos antiguas, mentalmente conversa consigo mismo y con un interlocutor a quien narra parte de su historia. Es como si estuvieran los tres, André, Saulo y el interlocutor, sin duda éste último imaginario también.
Aquel que aparece a la derecha de esta foto vieja, casi borrada, es Saulo Jardim. Sucedió en un evento para periodistas en Sao Paulo, en el año 1999.
Saulo fue mi amigo y colega.
Joven prometedor, buena labia, inteligencia, agudeza y capacidad crítica. Gran lector y escritor contundente... casi genial. Alto, moreno y bonito, se destacaba, como se ve en la foto, por su encanto y buen vestir. Cabellos negros, casi siempre en elegante desaliño. Sus ojos negros, penetrantes, encaraban profundamente a su interlocutor, casi hipnotizándolo, cuando por él era entrevistado.
Era galanteador inveterado. Las mujeres no le resistían.
La medalla que se le ve al pecho, es una de los homenajes que recibió como mejor reportero del año por coberturas nacionales e internacionales que hizo en el área política.
En el centro de la foto me encuentro yo, André, de estatura media, rubio y un poco gordito. Siempre con la cámara fotográfica colgada al cuello.
Era el fotógrafo acompañante de Saulo en sus andanzas y reportajes por el mundo, además de ser su mejor amigo.
“La soledad, mi querido Saulo, es como un vaso vacío, es el champán no sorbido de sueños soñados, porque derramada en cáliz ajeno, es la copa, rota de ilusiones partidas, es la ausencia voluntaria de amigos, amores, hasta de enemigos... Es chicle, es asfalto que se pega y no se suelta del zapato, único, del desilusionado, es mancha que no sale de la ropa sucia, es como bolero o tango sonante, penetra en el alma, no apacigua el dolor, es como ropa vieja, pero preferida y la cachaza no descartada vuelve y es siempre tomada, es siempre vestida”.
Saulo por su parte, en su abrigo miserable, comienza a recordar su vida y piensa: Esta mañana me levanté, sacudí los cartones y trapos que me cubren y descubrí que estoy harto, cansado, de esta vida de andariego mentiroso. Además, estoy cansado de mentir, de engañarme a mí mismo, tratando de parecer un vagabundo. En verdad lo que soy es mendigo, pordiosero, necesitado, casi demente. Estoy harto de la cachaza mal servida, adquirida por subterfugio, por la excusa, de la limosna solicitada para el pan. Estoy cansado de ver el mundo girar en la ignorancia, en la mala fe, en la inoperancia y en la guerra. Estoy harto de ver drogados, bandidos y prostitutas de todos los géneros. Estoy injuriado por vivir debajo de este puente sobre el arroyo, del ruido constante de los coches y autobuses, de la compasión de los transeúntes, de la falta de una mirada amiga, de lo que fui, de lo que soy... ¿en qué me he convertido? Cansado de estar cansado, de no tener esperanzas, de ser maldito. Pensando bien, estoy harto, agotado, es...¡cansado de mí mismo!
Hace tiempo tuve un amor. Es gracioso recordarlo ahora...
En verdad, no sé por qué. ¿O lo sé?
Fue aquella chica que pasó por mí y que me hizo recordar... En realidad, ella era especial y yo la amaba tal como era. Acostumbraba a acomodarse la braguita a cada rato y en cualquier lugar donde estuviese, para ajustarla mejor, entre las nalgas. Tenía una predilección especial por tanguitas mucho más pequeñas de lo que su tamaño comportaba. Era gordita, bien fornida, caderas anchas, pechos grandes. Los amigos la consideraban horrible.
Y yo, sin embargo, cada vez que ella llevaba la mano a su trasero, para ajustar el tanga, me subía por las paredes excitado y la amaba aún más. ¡Pasión loca por la gordita!
Fui tan injustamente despedido, por razones sexuales. prejuicio puro. ¿Qué mal haría adorar medias de seda? Y mucho más en piernas bonitas
Hoy hago un llamamiento. Hoy, que estoy en el destierro, a las poderosas empresas: Hagan cursos, contraten psicólogos, para que se verifiquen los traumas de sus empleados. Que puedan trabajar libremente, con sus taras bajo control. Que su capacidad y productividad no sean evaluadas por sus deficiencias emocionales.
A final, de médico y loco, todos nosotros tenemos un poco. ¿No es consenso general?
La cachaza, el maíz y la gallina quedaron atrás, restaron en el despacho.
Se subió la cremallera, guardó su “arma”…Se atascó... ¡mala suerte!
Cruzó los brazos. Acarició su mentón. Se agachó, miró, sonrió y se persignó.
La orina se escurría por la acera. Mojó todo.
Saulo en pensamiento exclama y al mismo tiempo recuerda
“Muna muna, animunaanimuna, ramararamarana”.
Nuestro mantra, nuestro código, ¿recuerdas? gritó.
Increíble, yo Saulo Jardim, escribiendo a mi padre una carta.
Sí, al señor Eduardo Jardim, mi padre.
Para quien no sabe, o mejor, para recordarme, es residente y domiciliado en el barrio Jardín de Flores, calle de Las Rosas nº 15 en Guaraparí, Sao Paulo.
Eduardo Jardim, viejo, como me gusta llamarte. Nunca lo permitiste.
Aquí, una de nuestras grandes diferencias, entre tantas otras... la falta de intimidad.
Yo quería tanto tratarte con cariño. Nunca me dejaste.
Entiendo, querías hacer de mí un hombre serio, no un llorón sentimental.
Sólo no sabes cuánto me hizo falta.
No fui enseñado a amar...
Los amores que doné fueron tan solo manifestaciones físicas, nada espirituales.
Me hiciste un egoísta, pero aún así, te perdono.
En mi última y reciente conversación con André, pude a través del ser humano que es él, comprenderte más.
Espero tengamos, aún, la oportunidad de encontrarnos para, por fin, liberar las emociones contenidas, por tantos años, en nuestros corazones.
Te abrazo, respetuosamente.
Saulo continúa pensando y recordando los viejos tiempos……es simple cómo me gusta quedarme en el crepúsculo como al atardecer. La luz que penetra entre las cortinas entreabiertas me hace bien.
La cama en desorden, los cuadros, mal dispuestos, torcidos, con las paredes descascaradas, gris de color, me recuerda mi confort: El no hacer nada.
Me siento bien así, no es lúgubre como pueda parecer. Es simplemente la esencia y la representación de mi manera de ser: Displicente pero atento.
Sentado en esa silla raída leo, en mi cuarto imaginario, El cuervo de Edgar Allan Poe; misterio, suspense, poesía pura, tal cual la vida.
Cierro el último capítulo, la frase final, embebido, en este cuarto, espacio solo mío, inalcanzable para los demás, ahora leo y releo algo que hace mucho vi escrito por Manoel de Barros... “Hay historias tan verdaderas que a veces parece que son inventadas”.
Como periodista, entre tantas historias que escribí, en los más variados lugares del mundo por donde anduve, hubo un incidente que me llamó sobremanera la atención.
Este incidente me otorgó el premio de mejor periodista del año y a André, mi colega y amigo, el de mejor fotógrafo.
Ocurrió en Porto Alegre, mi ciudad natal, más precisamente en la plaza conocida como Redenção.
El titular era: “Arboles – accidente o negligencia”.
…”Cuando en los países considerados civilizados los árboles, que forman parte de plazas y jardines, son supervisados y podados anualmente, procurando no solo el bienestar sino, principalmente, la seguridad de los transeúntes, aquí, en Brasil, específicamente en la capital de Rio Grande do Sul, son olvidados ya que no son inspeccionados por una entidad competente”.
Evidencié en mi artículo el absurdo de considerar un accidente la muerte de una persona y las lesiones graves causadas a otras por la caída de un árbol, hecho debidamente narrado por mí y fotografiado magistralmente por André.
Hasta hoy recuerdo con nostalgia los buenos tiempos de reportaje.
“¡Ah,! ¡Qué nostalgia…!” suspira Saulo.
- “Saulo, ¿un sándwich?” pregunta André.
- “Acepto”.
- “André?” dice Saulo.
- “¿Me reconociste?. ¿Cómo?” indica Saulo.
- “Por la mirada... miento”, afirma André.
- “Hace tiempo que te observo"
-“ ¿Desde dónde?” pregunta Saulo.
- “Recogiendo las revistas que lees”, responde André.
- “Nuevamente, ¿desde dónde?” repite Saulo.
- “De mi basura”, responde André.
- “Vivo cerca, en la Avenida João Pessoa.. solo hay que cruzar el arroyo.”
- “¡Ah!” suspira Saulo.
- “¿Volvemos? ¿Saulo? ¿Estás listo?” pregunta André.
- “Hay vacantes, nuevamente”...
- “¿Seré capaz?” interroga Saulo.
- “Sin alcohol, evidentemente”, responde André.
- “Ya dejé. ¿Y la jefa?” pregunta de nuevo Saulo.
- “Se fue. Ama São Paulo…” responde André.
El tránsito estaba caótico en ese momento. Entonces se oye el sonido de las bocinas, el choque, los vidrios rotos y las latas retorcidas.... se formó el caos. Los amigos se dirigieron a la esquina. ¡peligro! el semáforo indicaba rojo.
Las velas negras y moradas aún ardían sobre el maíz, la sangre de la cabeza, decapitada, del gallo y un papel escrito en letras grandes: "Nunca más".
Saulo piensa: “A la gorda amada no la veré más, el cáncer se la llevó. Solo me queda arriesgarme. De aquí me voy y entrego mi destino”… ¿Dará tiempo?
El semáforo cambia, él corre, esquiva los vehículos al mismo tiempo que sueña con nuevos reportajes. El sonido de la frenada es estridente, espeluznante. En la acera de enfrente, sin embargo, él salta y grita locamente:
- ¡Lo logré! ¡Lo logré! ¡Lo logré!
Moraleja: Es preciso saber la hora de cambiar y desearlo.