Autor/aSilvia Cristina Preissler Martinson

Nació en Porto Alegre, es abogada y actualmente vive en El Campello (Alicante, España). Ya ha publicado su poesía en colecciones: VOCES DEL PARTENÓN LITERARIO lV (Editora Revolução Cultural Porto Alegre, 2012), publicación oficial de la Sociedad Partenón Literario, asociación a la que pertenece, en ESCRITOS IV, publicación oficial de la Academia de Letras de Porto Alegre en colaboración con el Club Literario Jardim Ipiranga (colección) que reúne a varios autores; Escritos IV ( Edicões Caravela Porto Alegre, 2011); Escritos 5 (Editora IPSDP, 2013) y en español Versos en el Aire (Editora Diversidad Literaria, 2022). En 2023 publica, mano a mano con el escritor Pedro Rivera Jaro, en español y en portugués, el libro Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

Sensible

S

Silvia C.S.P. Martinson

Tu mirada es sensible
cuando me miras al saludarme;
en ella veo mil promesas,
en ella siento historias ocultas.
No dices palabras y en el silencio guardas
todos tus secretos.
Tu sentimiento es como tierras
que debo explorar.
Y de tesoros y oro escondidos
son tus sentimientos y deseos
que percibo y veo en ellos,
que me ocultas,
con la precaución de que tampoco
yo te haga daño.
Todavía no lo entiendes,
no confías, que mi amor,
sensible y definitivo,
aún pueda ser
tan grande, igual o mayor,
mucho mayor que el tuyo.

 

El estafador

E

Silvia C.S.P. Martinson

 

Había un ruido intenso. Casi no se podía oír lo que él hablaba. A pesar de ello, continuaba haciéndolo sin parar. Al hombre no le daba vergüenza. Se cree joven, a pesar de tener 78 años.

Estuvo casado en varias ocasiones, cinco para decirlo con exactitud, y les echa la culpa de las separaciones a las mujeres. En su forma de ver, todas tienen algún defecto: bien físico, bien intelectual o bien moral. ¡Impresionante!

Está bien físicamente, a pesar de no ser un hombre atractivo, porque no es guapo y es bajito (1,60 m), pero relativamente tiene algún encanto porque es simpático. Es europeo y habla bien francés y español.

Como compañero para un chat de playa, es incluso interesante. Para sus amigos ricos es especialmente útil. Sí, para sus amigos ricos. En verdad, eso es lo que más le gusta: tener amigos y mujeres muy ricos, con los que pueda conocer y participar en sus fiestas y ambientes refinados. Aparentemente es una persona sencilla. Y es claro, cuando expone su situación financiera, aun entre sus palabras y acciones delata sus auténticas intenciones.

A los amigos que están en igual situación que él, cuando no tiene ninguno, se les acerca para cubrir su soledad. Sin embargo, a la primera ocasión, por negligencia, cambia cuando le surge alguien más rico. La vida también, en ocasiones, da sus sorpresas. Y así pasó.

Por un chat de internet, en el que intenta normalmente conocer a otras personas y relacionarse con ellas, conoció a una mujer hispanoamericana que parecía de buena posición financiera. Bien parecida, esbelta y relativamente joven para él. La diferencia de edad entre los dos ronda los 20 años (ella más joven que él).

Se fue a visitarla a su ciudad de residencia y se hospedaron en un hotel, donde mantuvieron relaciones íntimas que a él le parecieron bastante satisfactorias. Después, la convidó para que pasara unos días con él en su casa de la playa.

Ella vino. Llegó encantadora, se reunieron en la estación, a donde él fue a recogerla, como suelen hacer los hombres bien educados. La dama pensó entonces que había encontrado al hombre de su vida, el cual habría de satisfacerla en todas sus expectativas, que fundamentalmente consistían en casarse con un europeo para obtener la misma ciudadanía; un hombre más viejo al que pudiese dominar a su antojo, rico y propietario de bienes materiales que pudiesen hacer su vida llena de lujos y sin problemas preocupantes en lo económico.

¡Torpe engaño! Cuando constató la dura realidad, cuando no tuvo acceso a los restaurantes que ella pretendía, cuando pudo comprobar que tal apartamento en que él vivía era alquilado y que la comida era hecha en casa y escasa, pensó en cómo desembarazarse de la situación en la cual se había metido.

Urdió entonces y ejecutó con frialdad, calculadamente, su plan. Comenzó bebiéndose todas las botellas de cerveza que él tenía almacenadas en su casa, que eran aproximadamente quince. Después de bebérselas, durmió toda la noche en su cama, ocupando incluso el sitio de él. El día siguiente fueron a la playa y, después de almorzar en un restaurante modesto, donde nuevamente bebió ocho o nueve cervezas sin embriagarse.

Ante lo que estaba viendo, él se puso cada vez más enfadado y frustrado en sus sueños de grandeza. El plan de ella surtió el efecto deseado. Al acabar el fin de semana, ella se despidió y le dijo:

"¡Adiós, amor! Sencillamente no coincidimos en nuestros gustos. A mí me gusta el champán francés y a usted le gusta el agua. Lo siento."

El reloj

E

Silvia C.S.P. Martinson

 
Escribo sin la prisa
porque te dejas dominar,
mientras miro el paisaje,
los pájaros, las olas, el mar.
Tú sigues caminando,
pendiente del tiempo que calculas
para que la caminata se acabara.
Al escribir, te describo, te hablo
de ello, de quien eres eterno esclavo.
Ello marca y determina para ti, sobre todo,
en cada minuto o en cada hora,
cuándo todo empieza,
cuándo, a tu antojo,
todo, al fin, debe se acabar.
Y a tu lado sigo,
pensando y rezando,
por quererte tanto,
que a mi lado sigas
olvidado del maldito,
en un rincón, en un sótano
ese reloj, de él, mal amigo,
¡El proscrito!

Exaltación

E

Silvia C.S.P. Martinson

 
Mil colores refleja el agua cristalina
en las olas que se extienden.
Es el sol que nos ofrece
el cielo azul de este día.
El alma alegre exulta
ante la intensa belleza, y se extasía
se funde en todo y en esta magia
vuela con los pájaros y en la alegría
hasta el infinito se eleva y planea...
Se despide de lo que le angustia
vibra, baila, canta y en hosannas,
nuestro pan, agradece a la Vida

Despedida del poeta

D

Silvia C.S.P. Martinson

 
Cuando de esta vida partió,
no dejó nostalgias,
ni alegrías no resueltas.
De los sueños, quimeras perdidas,
de las ilusiones, amores, almas partidas,
de los días gloriosos y soleados
¡y de las Estaciones se apropió!
De las diurnas, matutinas explosiones de colores,
las luces y sombras consigo guardó.
¡Se apoderó de la palabra,
del sonido, del verso, de la expresión,
del arte, de la maestría y del amor...!
Y de todo se lo llevó, lo escondió, lo hurtó.
Nos dejó el cuerpo, el Poeta,
pálido, exangüe, sin vida...
¿Y el alma? El alma nos la robó,
sigiloso, llevándose en su esencia
la inspiración, la luz, el brillo,
la alegría, el amor, la nobleza
y también, dolorosamente: se llevó la Poesía.
¿A nosotros? ¡Ninguna sonrisa ni mirada!
¡Ninguna! … En la partida. En la despedida.

Distraídas

D

Silvia C.S.P. Martinson


La calle estaba llena de gente, algunos caminaban con prisa, otros más despacio. Estos últimos se tomaban su tiempo, mirando los escaparates que ya estaban abiertos.
Era la semana anterior a Navidad.
 
La mayoría de las tiendas tenían sus escaparates llenos de bonitas propuestas para que la gente se interesara en comprar algo, ropa o juguetes para regalar a sus seres queridos en Nochebuena. Esta costumbre es muy común en algunos países.
 
Los tres caminaban por la misma acera, cada uno a su ritmo. André tiene unos 65 años y camina con cierta prisa, mientras atiende una llamada en el móvil de su nieto, que le recomienda que le compre una bicicleta que ha visto en una tienda concreta y que le gusta mucho, sobre todo porque cumple sus expectativas y necesidades para cuando vaya a la universidad donde estudia.
 
Lidia caminaba tranquilamente, mirando a la gente que pasaba mientras recordaba sucesos que habían ocurrido en su pasado. Uno de ellos le hizo recordar que a los 20 años, ahora con 65, se había enamorado de un joven y él de ella. Se llamaba André. Ambos estaban en la universidad y estudiaban asignaturas diferentes, ya que él quería ser abogado y ella médico.
 
También recuerda que, al final de sus estudios, ambos se separaron. Cada uno perseguía sus propios objetivos de especializarse en cursos de postgrado en otras universidades. Finalmente se encontraron, pero la vida, los compromisos y otros intereses acabaron separándoles.
 
Más atrás y en dirección contraria, un hombre mayor caminaba por la misma acera, apoyado en un bastón, pues el peso de los años le hacía sentirse más débil, inseguro, sin la higiene de la juventud. Se llamaba Francisco, este anciano que caminaba despacio. Había sido profesor en la universidad.
 
Al mirar a aquellas dos criaturas tan distraídas y retraídas, se acordó inmediatamente de sus alumnos André y Lidia, a los que siempre había mirado con cierta envidia por su juventud y belleza de entonces.
 
También se fijó en que, a pesar de su edad, ambos conservaban vestigios de belleza que el tiempo no les había arrebatado.
 
Francisco notó que los dos caminaban separados, no como antes en la universidad cuando estaban enamorados y caminaban de la mano, y los veía a menudo besándose en las esquinas.
 
Francisco intentó llamarles en ese momento.
Lidia miraba distraída el escaparate de una tienda de ropa. André estaba ocupado contestando a su llamada de móvil, completamente absorto.
 
André y Lidia simplemente no se habían dado cuenta de que ninguno de los dos estaba en la calle.
Francisco, conmovido por tantos recuerdos, intentó una vez más atraer la atención de sus antiguos alumnos, pero su voz se volvió ronca y sus ojos se llenaron de lágrimas. Un fuerte dolor en el pecho le hizo sentarse en un banco de la acera.
 
Francisco se durmió allí para siempre mientras la gente, cada uno por su lado, seguía su camino, sus propios destinos por los caminos de la vida, total y absolutamente distraídos.

Espejismos

E

Silvia C.S.P. Martinson

 
En el silencio de la noche
cuando de mí voz ya no oigas,
imagina que en las estrellas
tu me encuentras
mirándote desde lejos,
soñando mil amores,
viajando en el calor envuelta,
arrebatada en tus fuertes brazos.
Caminaremos por la noche
como los pájaros, como el Fénix
cambiaremos de plumas
y abrazados amantes
en el lejano infinito
felices al fin
nos perderemos.

Invitación

I

Silvia C.S.P. Martinson

Me invitas a vivir, a quererte
y te sigo sin parar,
ilusionada en soñar
que podrías querer,
en algún momento,
en algún lugar,
dejar en mi cuerpo
las huellas de tu ardor.
Y yo, como tu amante,
me quedaré para siempre
y cada vez más
deseándote,
eternamente, esperándote,
vibrando y amándote.

El encuentro

E

Silvia C.S.P. Martinson

 

Ella caminaba deprisa. Todo lo que podía. Quería correr, pero las piernas y los pies no se lo permitían.

Las calles estaban atestadas de personas que iban y venían despreocupadas.
La tarde ya se encontraba a medio camino de la noche, lanzando el sol sobre el horizonte sus últimos rayos luminosos, tiñendo el cielo de tonos amarillo-rojizos.
Mientras caminaba, iba pensando en cómo sería ese encuentro.
Tantas cosas habían pasado, el tiempo, la vida, hicieron que hechos importantes se olvidaran poco a poco.


Recordó cuándo se habían conocido. Ella caminaba por la orilla del mar en una mañana tranquila, cuando las olas se derramaban lánguidamente sobre la playa.
En ese momento apreciaba solamente la naturaleza, sin darse cuenta de los obstáculos del camino. Fue entonces que, en un desnivel de la acera, tropezó y ya estaba por caer al suelo cuando unas manos poderosas la sujetaron por los brazos.

Esas manos que la ampararon de un daño mayor, en caso de haberse estrellado contra el suelo, fueron las mismas que muchos siglos atrás la habían socorrido en el mismo sentido, en situaciones idénticas. Entonces, en ese momento, la empatía que existía de antemano se hizo notar nuevamente. Sin embargo, ninguno de los dos se dio cuenta, el pasado se había borrado momentáneamente de sus vidas. No obstante, este acontecimiento permitió que ambos comenzaran a entablar una conversación.

De esa charla surgió el descubrimiento de que hacían ese recorrido todas las mañanas.
Con cada encuentro, cada mañana en horarios previamente acordados, caminaban juntos por la orilla del mar mientras intercambiaban ideas sobre los más variados temas, notando que esas ideas eran muy semejantes en su forma de ver la vida y de actuar frente a las situaciones que se les presentaban, fueran de fácil o difícil resolución.


Así fue pasando el tiempo, y las afinidades entre ambos se fueron consolidando cada vez más.

Ambos llegaron a ser muy ancianos, se empezaron a querer cada vez más, cada uno respetando la libertad del otro y comprendiendo las diferentes manifestaciones de sus personalidades, inherentes a cada uno debido a las vivencias y experiencias sufridas en esa vida.

Y caminando hacia su encuentro, en la playa, ella recordó aún que: el amor entre los dos, en consecuencia, también fue inevitable, intenso, especialmente hermoso y, por encima de todo, sincero.

Tío Raimundo y el escorpión

T

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por José Manuel Lusilla
 

Tío Raimundo, como siempre, llegaba sigilosamente, sin hacer alarde de su presencia.
Cuando nos dábamos cuenta, ya estaba sentado en una silla frente a la gran mesa de mármol que había en la terraza cubierta, en el fondo de la casa de su sobrina. Cuando lo veíamos, allí estaba él, sentado, tranquilamente, con una leve sonrisa en el rostro, como si adivinara que nos estábamos acercando.

Normalmente, esto ocurría después del almuerzo. Nunca venía a almorzar, pues ya lo había hecho en su casa. Tomaba una barca, porque vivía en una isla cercana a la capital, y llegaba a primera hora de la tarde, ya fuera para ir al médico, porque era muy anciano, o para visitar a los parientes, siendo siempre bien recibido por todos.

Los niños lo adoraban por las historias que siempre tenía para contar. En una de esas visitas, contó que, en una ocasión, estaba pescando a la orilla del río y, como había pescado muchos peces, decidió limpiarlos ahí mismo, acuclillado en un barranco de arena, junto al agua. Mientras los limpiaba, no se dio cuenta de que un escorpión había empezado a subir por su pierna. Solo cuando sintió la picadura del animal y el dolor que le causó, se percató del peligro que esto representaba.

Las personas que viven en el campo saben lo mortales que pueden ser las picaduras de ciertas serpientes o escorpiones. Aquel escorpión, según contó el Tío Raimundo, era dorado y, como él decía, estos son los más mortales, pues son altamente venenosos.

Así, narrando su historia, explicó cómo logró salvarse. Dijo que sacó el machete que siempre llevaba consigo y, de un solo golpe, cortó un trozo de carne de su espinilla, dejando el hueso expuesto en el lugar donde el bicho lo había picado.

La sangre le brotó en abundancia, pero, como siempre llevaba consigo algodón y compresas en sus pescas, se hizo un vendaje allí mismo. Después de esto, recogió todo y se dirigió a un hospital en la ciudad para ser atendido. Con el tiempo y mucha atención médica, logró curarse.

Sin embargo, lo más interesante e inexplicable de todo es que, cada año, en el mismo lugar de la picadura, la piel que había crecido allí se enrojecía y ardía intensamente, causándole dolor y obligándolo a tener mucho cuidado para que la herida no se abriera nuevamente, dejando expuesto el hueso de su pierna.

Y así, contando su historia, el Tío Raimundo levantó la pernera del pantalón que llevaba y mostró a los niños la gran cicatriz que tenía.
Los niños quedaron boquiabiertos y con los ojos muy abiertos mientras el Tío Raimundo les mostraba lo que le había sucedido y, al mismo tiempo, aprovechó para aconsejarles:

—Queridos niños, nunca se acerquen a un escorpión dorado. Es hermoso, pero traicionero y malvado.

Y sonriendo, se despidió con un gesto de la mano, se levantó y, tranquilamente, como siempre, se marchó.

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