Autor/aSilvia Cristina Preissler Martinson

Nació en Porto Alegre, es abogada y actualmente vive en El Campello (Alicante, España). Ya ha publicado su poesía en colecciones: VOCES DEL PARTENÓN LITERARIO lV (Editora Revolução Cultural Porto Alegre, 2012), publicación oficial de la Sociedad Partenón Literario, asociación a la que pertenece, en ESCRITOS IV, publicación oficial de la Academia de Letras de Porto Alegre en colaboración con el Club Literario Jardim Ipiranga (colección) que reúne a varios autores; Escritos IV ( Edicões Caravela Porto Alegre, 2011); Escritos 5 (Editora IPSDP, 2013) y en español Versos en el Aire (Editora Diversidad Literaria, 2022). En 2023 publica, mano a mano con el escritor Pedro Rivera Jaro, en español y en portugués, el libro Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

Confinada

C

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
El edificio era alto, de unos quince pisos. La arquitectura moderna. Grandes balcones.
Puertas y ventanas que daban una vista completa de la calle desde los balcones.
 
Era azul y se mezclaba con el cielo resplandeciente que suele haber en estos pagos mediterráneos, en Campello un "pueblo" de Alicante - España.
 
Enfrente hay un gran parque con árboles y muchos bancos para sentarse y disfrutar del tranquilo entorno.
 
Me sentaba allí casi todos los días para leer, pensar y observar.
 
Una mañana, cuando estaba sentado, después de mi paseo diario, en un banco frente a este edificio, la vi.
 
Desde la distancia parecía más o menos joven, con el pelo corto y castaño que brillaba al sol.
Debe haber vivido en el décimo o undécimo piso. Realmente no había forma de calcular correctamente.
 
Lo que me llamó la atención desde donde estaba en la plaza fue que: entró rápidamente por una puerta y desapareció para salir por otra unos minutos después. Esto sucesivamente, sin parar, durante casi una (1) hora.
 
En los días siguientes volví a pasear por la plaza, como hacía siempre.
 
En este punto, mi curiosidad ya se había despertado y comencé a diario a levantar la vista y observar la misma escena. Durante meses.
 
Quería saber quién era esa mujer y qué hacía.
Fui al edificio donde vivía y hablé con el portero, que no pudo decirme mucho, diciendo que no la conocía y que nunca pasaba por la calle.
 
Pensó que estaba casada, pero no estaba seguro.
 
El tiempo pasó y la escena se repitió hasta que un día no la vi más.
 
Parecía tan hermosa desde lejos.
 
Volví al edificio de nuevo y pregunté al nuevo portero por ella.
 
Era más hablador.
 
Luego me dijo que la bella mujer vivía recluida en su piso. Que cuando su marido salió cerró la puerta y se llevó la llave. Era demasiado celoso.
 
Un día, al volver a casa temprano, encontró al antiguo portero dentro, charlando amistosamente con su mujer.
 
Poseído por la desconfianza y los celos exacerbados, sacó un revólver que llevaba consigo y, sin preguntar, les disparó a ambos.
Se sabía, según el último portero, que el primero había derribado la puerta, al oír los gritos de su mujer, para apagar un fuego que se había instalado en la cocina, y que había tenido éxito en el empeño.
 
Según algunos vecinos, aún hoy se oyen los pasos de la mujer moviéndose de una habitación a otra, sin detenerse, y que desde la plaza quien mira ese piso siempre la ve igual, caminando ahora junto al antiguo portero.
 
Los dos cada día, durante una hora, por la mañana, entran por una puerta y salen por la otra, caminando, siempre caminando...
 
¡Increíble! Esta mañana me pareció verlos.

La muerte de la abuela

L

Silvia C.S.P. Martinson

TRADUCIDA AL ESPAÑOL POR PEDRO RIVERA JARO

Ella murió.

No dejó ninguna herencia importante, sólo escribió una carta a su único y querido nieto.

Vivió cada día con intensidad, con alegría. Con la alegría de quien recibe el don de la vida.
Sufría achaques y dolores como cualquier anciano que, con el paso de los años y el desgaste natural del cuerpo, los tiene.

Tuvo algunos amigos que también conservó hasta el final de sus días. Los que se fueron por razones de la vida lo hicieron en silencio.

Algunos dejaron recuerdos amargos, que ella, sensatamente, arropó en un rincón de su memoria, en el lugar destinado a las cosas perdidas.

Y así, día a día, semana a semana, pasaron meses y años sin que ella se diera cuenta de la historia registrada en la eternidad que poco a poco iba escribiendo.

Y ahora, al final, le dejó a su nieto la versión no contada de su largo viaje en una carta dirigida sólo a él, que empezaba así:

Querido nieto.
Te quiero por encima de todo. Fuiste y eres el recuerdo más entrañable que llevo conmigo.
Mi fin se acerca. Lo siento.
Fui alegre, fui feliz.
He amado y he sido amada.
Y ahora te contaré lo que pasó en mi largo camino.
Yo .......

Su mano cayó, la pluma resbaló, la sonrisa se desvaneció gradualmente de sus labios, sus brazos cayeron a lo largo de su cuerpo, sus ojos se cerraron suavemente.

No terminó la carta.

Inmersa en sus sueños y recuerdos, se quedó dormida para siempre.

 

El mismo

E

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Otro verano, dirían todos.

Así comienza nuestra historia.

Sin embargo, tuvo lugar hace casi 50 años.

Sí, era verano. Un verano como cualquier otro.
Diferentes eran entonces los caminos y las situaciones que conducían a un merecido descanso tras un año de duro trabajo.

Mis padres trabajaban duro para mantener la casa que habían comprado con sacrificio y muchos ahorros. También trabajaron duro para proporcionar comodidad y una mejor educación a sus dos hijas. En otras palabras, a mi hermana y a mí.

Teníamos una vida modesta, pero estábamos rodeados de mucha cultura.

La música clásica impregnaba nuestros días, llenando la casa de sonido y belleza.

La lectura de buenos libros, de buenos autores era una constante en mi casa. Mi madre era una lectora insaciable.

De niños nos parecía algo aburrido, pero con los años nos dimos cuenta de lo mucho que nos ayudaba, tanto en nuestra vida profesional como en nuestras relaciones personales e interpersonales.

Y así pasaban los días y las niñas crecíamos, aprendíamos y también éramos corregidas, a veces duramente, cuando era necesario.

Los inviernos en mi pueblo en aquella época eran duros. Nos asolaba el frío con fuertes heladas, mucha lluvia y humedad.

Mi madre tenía un fogón de leña que mantenía encendido día y noche y con la que nos preparaba deliciosas comidas y proporcionaba a toda la casa un calor realmente acogedor.

De todos modos, así pasábamos los días de invierno, siempre a la espera de la llegada de la primavera, que por consiguiente era el presagio de un verano feliz y muy caluroso. Y esta expectativa se renovaba cada año.

Era la época que esperábamos con impaciencia, porque cada año mis padres alquilaban una casa diferente, siempre en la playa, en cualquier estación balnearia que encontraban, dentro de sus posibilidades económicas.

Recuerdo que uno de esos años alquilaron, según un anuncio del periódico dominical, una casa en la estación balnearia de Cidreira, en Rio Grande do Sul (Brasil).

Cuando llegamos allí, mis padres se quedaron muy sorprendidos. La casa estaba situada al final de un terreno un poco alejado del mar y, para nuestro descontento, era casi un cobertizo, es decir, un gran salón donde estaban alineados todos los muebles de una casa.

El salón, los dormitorios y la cocina estaban en una secuencia normal. El cuarto de baño, situado en el patio trasero, era primitivo y sólo mejoró de aspecto gracias a las labores de higienización llevadas a cabo por mi madre y mi padre. Ambos eran extremadamente meticulosos.

La casa estaba a gran altura del suelo. Había un enorme hueco entre el suelo de madera y el suelo arenoso del patio.

Después de comer nos echábamos la siesta debajo de la casa. Allí, mi padre había colocado unas tablas sobre las que nos tumbábamos a dormir.

Yo miraba al cielo para ver en las nubes figuras que había creado en mi imaginación, como animales, monstruos, hadas, duendes y montañas que formaban parte de este mundo.

Y así, poco a poco, me quedaba dormida.
Para nosotros, los niños, aquel verano fue una experiencia inolvidable.

Hasta el día de hoy lo recuerdo todo como si estuviera allí, ahora, en este mismo momento.

 

Una mañana

U

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
Cuando las olas se rompen en la playa,
y el mar alumbra mis ojos con su majestad,
yo me siento muy pequeña ante tanta magnitud.
Y por supuesto mi gratitud
es solo y únicamente
por todo lo que la vida me ha regalado:
por todas las cosas buenas que ha sembrado,
por las semillas que en mis manos se han quedado,
por todas las alegrías que he tenido.
Ellas con sus movimientos,
sus “ires y venires” me recuerdan
que soy como un barco.
al capricho del viento,
navegando a través del tiempo.
Debajo del sol en calurosos días.
Debajo de la luna en su belleza pura.
Con fuerza y coraje,
superando las dificultades
en las noches más oscuras.

Soy mucho más que yo misma

S

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
Soy mucho más que yo misma,
verdad... ¡Eso es lo que soy!
Cuando la luz del día
muere y la noche finalmente
viene a nublar nuestras esperanzas,
resurjo de las cenizas
y me cubro con la alegría
de saber que soy eterna
que sólo soy una pasajera
en este barco, que vaga
sobre necesarias y diminutas olas,
de esta carne transitoria,
en esta inevitable vida.

Barrio

B

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
De niña, vivía en un barrio alejado del centro de la ciudad que era la capital del estado.
En realidad era la última calle habitada de ese barrio, que se llamaba Passo de la Areia.
Tomó este nombre porque un poco más lejos, en la antigüedad, fluía allí un arroyo de agua clara, bordeado de arena muy blanca, según me dijeron.
 
Sobre este arroyo se cernía una bellísima leyenda que contaba la historia de una india que perdió al amor de su vida en una disputa con otra, y por sus lágrimas de tristeza nació el arroyo que aún hoy existe. Pero como era tan fuerte y la ciudad había crecido tanto, se canalizó para unir los barrios que se habían expandido.
 
Lo que queda de esta leyenda es la escultura que muestra a Ubirici, la mujer india, llorando.
 
Frente a la estatua había un centro de salud que atendía las necesidades de esa región y al que mis padres me llevaban a menudo.
El tranvía de la época tenía allí su terminal.
 
Para nosotros, los niños, era un placer ir allí y luego volver a casa cruzando un parque arbolado que estaba en medio de unos edificios, si podemos llamarlo así, cuyo nombre es IAPI. Se hicieron varios edificios para alojamiento y destinados a los jubilados asegurados del Instituto de la Seguridad Social. De ahí su nombre IAPI.
Esta plaza dedicada al ocio y a la práctica del deporte se llama Alim Pedro, por lo que recuerdo. Es precioso, tiene una ladera muy arbolada que permitía una agradable sombra para los que quisieran disfrutar de momentos de paz y tranquilidad, y también una buena vista del campo de fútbol que estaba situado más abajo, y donde los fines de semana siempre había un campeonato al que los aficionados también acudían a disfrutar y animar.
 
En uno de los edificios de este gran complejo nació Elis Regina, cantante desde niña, que actuaba en las matinales de los domingos y se hizo famosa por su inolvidable voz y estilo, en todo el país e incluso en el extranjero.
Grabó hermosas canciones y nos dejó con su muerte tristemente prematura, dejándonos con el eterno anhelo de escucharla.
 
En la última calle de la ciudad de Porto Alegre - Rio Grande do Sul - Brasil nací y me crié. Se llamó Dr. Eduardo Chartier en homenaje a un gran médico de antaño.
Allí fui educada junto a mi familia, a la que la música, el teatro y la educación se cultivaba con amor y respeto.
Allí crecí teniendo la costumbre de soñar con los ojos abiertos - en una casa con un gran patio, muchos árboles de diversas frutas y abundantes flores cultivadas por mi madre - por lo que a menudo me llamaba la atención que dijera
- Silvia, ¡deja de soñar y estudia!
 
Tenía razón, en ese momento, por supuesto.
Estudié como ellos querían y me hice abogado a mi costa, trabajando al tiempo que estudiaba. Me gradué con distinción y ejercí mi profesión con dedicación y mucho trabajo.
 
Sin embargo, sigo soñando, imaginando y creando con mil ilusiones mis cuentos, mi poesía y mis personajes.
 
Por eso admiro la Naturaleza, a los hombres en su complejidad, y a la vida en su belleza total.
Así que siempre escribo con mucha pasión.
Quizá lo haga hasta el final, quién lo sabe...
 

El viejo intolerante

E

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

 
 El era tan joven como cualquier persona joven.
Jugó, rió, cantó, se enamoró, se decepcionó y se volvió a enamorar.
 
Sus padres y sus superiores le pidieron cuentas muchas veces. Algunos con razón, otros no.
 
Se puso a trabajar muy pronto, tenían necesidad de hacerlo. Sus padres no eran ricos. Tenía que mantenerse a sí mismo y a su familia. Tenía muchos hermanos y hermanas.
Estudió y se graduó.
 
Hizo oposiciones y entró a trabajar en la compañía de teléfonos Telefónica, donde consiguió puestos relativamente importantes a base de competencia, rigor y esfuerzo.
Finalmente se enamoró de una colega, que le pareció bastante bonita, y se casó con ella.
 
Tuvieron hijos.
 
Los educó a su manera.
 
Les dio la formación necesaria para que pudieran trabajar y progresar con menos dificultad que él.
 
Su mujer le acompañó en su viaje, siendo su compañera y ayudándole en las tareas del hogar y en la educación de sus hijos, como suele ocurrir con algunas mujeres de su tierra.
 
Todos ellas, porque en su época las mujeres no se educaban y no mostraban muchas ganas de hacerlo. No consideraban que la educación y el trabajo fuera de casa fueran importantes.
 
Se contentaban con casarse y ejercer la función de madres, esposas, a veces amantes y sirvientas domésticas, sumisas a la voluntad de su marido, a sus apetitos y caprichos.
Esto se debía a su total dependencia financiera.
 
En consecuencia, les aterrorizaba, y todavía les aterroriza a algunas de ellas, salir a la calle a trabajar y ser independientes. A menudo sufren humillaciones, malos tratos y desprecio por parte de sus maridos.
Y así la vida de este hombre siguió con altibajos.
 
Envejeció.
 
La mujer que antes era hermosa se volvió gorda y poco atractiva a sus ojos.
 
A su vez, se volvió cada vez más irritante y molesto.
 
Todo el mundo le parecía mal, a los jóvenes los veía maleducados, criticaba a todo el mundo, mirando sólo el lado negativo de las personas, según sus conceptos.
 
No le vino a la boca ningún elogio o palabra amable para otras personas. Y si lo hizo fue sólo con la intención de reunir apoyos para no sentirse tan aislado y solo en el mundo.
 
La soledad le aterrorizaba.
 
Un día, un trío de jóvenes franceses estaba en la playa muy temprano. Probablemente no habían dormido y habían venido a terminar su velada en aquel agradable lugar.
 
Estos chicos no hacían daño a nadie, cantaban y expandían su juventud, felices e indiferentes a los que pasaban.
 
Una mujer les pidió que cantaran el himno de su tierra y los escuchó con deleite.
 
Accedieron gustosamente a la petición y cantaron la Marsellesa con respeto y dignidad, con las manos en el pecho.
 
Recordó su juventud en la escuela y los acompañó hasta el final.
 
El hombre, molesto por lo que veía y oía, intentó criticarlos.
 
La mujer respondió al implicado diciéndole:
- Nosotros mayores tenemos mucha envidia de estos jóvenes, porque son bellos, sanos, vitales y sobre todo siguen teniendo la sensación de libertad que sólo la inocencia de la juventud les impregna y permite.
 
¡Cuánta envidia causan a las criaturas decrépitas!
 
El hombre se calló y no volvió a hablar.

Marilu

M

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Ella atravesó el parque  lleno de gente, chicos charlando, algunos sentados al sol, hablando, bebiendo “chimarrão”, intercambiando besos y jurándose amor eterno, con el caminar relajado, para aquella que estaba acostumbrada a caminar.
 
Ella usaba pantalones blancos y una blusa azul suelta, era de tipo corto y esmerada confección y tenía abundante cabello castaño.
Cualquiera que la viera de lejos pensaría que se trataba de una niña. Pero no era así.
Se sentó a mi lado en la bancada de la plaza y luego comenzó una conversación.
 
-¿Todo bien? ¡Bello día!
 
-¡De verdad! ¡Demasiado bueno para esta época!
 
Yo pensé: aquí tenemos otra pesada, solo para enterarse de mi vida. Si estoy casada, si tengo hijos, nietos. ¿Dónde vivo? E incluso si me quieren mucho…! ¡Gran equivocación la mía! 
Aquí en el sur somos muy reservados e incluso desconfiamos de los extraños, muy en contra de la cacareada hospitalidad sureña.
 
El gaucho (personas que viven en Rio G. do Sul – Brasil) es un ser solitario por naturaleza, observador y atento vigilante con respecto a nuevas amistades y personas muy espontáneas.
 
¡Genial! No era la chica que pensaba yo creía que era. Tal vez tenía 70 años. ¡Pero qué 70! ¡Vive Dios!
 
Y con intimidad me ha dicho:
 
-¿Sabes tengo una hija que vive en Natal. ¿Sabes dónde está eso? Esta casada y es hija única. Tengo una nieta con 16 años.
Hace poco fui a  vivir allí, porque mi hija insistió mucho.
Estuve unos 6 meses y volví.
¡No me gustaba aquella gente! Pobre gente. 
Tengo muchos amigos aquí. Con ellos salgo y me divierto.
Soy separada. Tuve cuatro esposos o compañeros. Algunos amores, pero no estoy segura. Ahora tengo un compañero.
A él no le gusta salir a viajar como me gusta a mí.
 
En ese momento yo ya estaba interesada en su historia y con gran curiosidad le hice una pregunta, con la idea de dar continuidad a mi narración.
 
-¿Y cómo te va? Le pregunté.
 
-¡Bueno, él incluso ve bien! Me ha contestado.
 
-Cuida de mis gatos. Tengo siete, porque yo adoro a los gatos.
 
-En mis viajes no quiere acompañarme el buen hombre. Su nombre es Airton (Como Airton Senna el piloto de Fórmula 1). Le gusta más estar en su casa y cuidarla bien. Cuando estoy de viaje, el guisa, lava y plancha la ropa. ¡Él es un amor!
-Me apasiona viajar. No permanezco mucho tiempo en ningún lugar.
-Me gusta vagabundear y yo siempre  fui así. Él lo sabe.
-No obstante fue una buena idea que vivamos en Natal, debido a que mi hija y mi yerno consiguieron trabajo en São Paulo. Tienen  una cadena de establecimientos para gestionar la administración de las empresas de sus clientes. Si no fuera de esta manera, tendría que permanecer en la anterior ciudad cuidando yo sola de mi nieta. ¡Ya me contarás! -¡Lejos de mi piso!
-Tengo un bellísimo piso, tengo mucha compañía, con mis gatos, con mis amigos y el pobre Airton.
-No he hecho una mudanza completa y de esta forma no muevo mucho equipaje.
 
Pregunté con alguna indiscreción: ¿Pero qué es lo que haces aquí?
Me contestó:
 -Yo cuando me aburro de estar con Airton  en la casa, llamo a mis amigos y salimos a dar una vuelta y divertirnos. Bebemos, bailamos, vemos cine, paseamos por los centros comerciales y plazas, dependiendo de los días y según sea nuestro estado de ánimo.
 
Seguí animando, diciéndole: por cierto ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Fénix. ¿Y el tuyo?
 
-Marilu, es como me llaman. En realidad es la forma corta de María Luisa, pero como es más largo y complicado prefiero Marilu.
 
-Ok. Marilu. Encantada de conocerte.
 
Y ella continuó:
-¿Miras a ver ese caballero que pasó? Es mi conocido.
Él regresa. Espera… Habla.
 
-¿Hola, todo bien?
 
Ella contesta: 
 
-¡Todo bien!
 
Al saludarnos la miró con intensidad.
 
-¿Has visto? Él es parte de mis compañeros, pero contigo aquí estaba indeciso para llegar. ¡Él es un amor! Solo como yo.
 
¡Ah! He dicho al mismo tiempo que pregunto:
 
-¿Y entonces?
 
-Pero como te digo el Airton es un poco más joven que yo, pero no importa. ¿Verdad?
 
Ella no espera una respuesta y sigue:
-¿Cuánto valen las afinidades?
Yo contesto:! Realmente Marilu!
 
Sus numerosos pendientes, pulseras, anillos y aretes llenos de piedras, hasta una gargantilla con una mariposa que tenía, brillaban bajo el sol de la mañana mientras se movía, señalando las joyas.
 
Las grandes gafas de sombra ocultaban parcialmente sus ojos y parte de las muchas arrugas que marcaban su rostro, debidamente disfrazados por una capa de base y polvo. La sonrisa era hermosa, los dientes bien mantenidos. 
Habría sido una mujer muy hermosa cuando era joven.
Su espíritu estaba vivo, exudaba  alegría y temperamento determinado cuando hablaba.
La escuché.
 
-¡Mira allí! Ella dijo.
 
¡Aquí viene el pobre Airton!
 
Él llega, se sienta a su lado, sonríe. Dientes manchados de nicotina. Simplemente vestido. Más joven que ella, tal vez en sus cincuenta años. 
 
Susurran y ríen los dos.
 
Ella me presenta.
-Airton esta es Fênix .
-Placer .
Yo contesto:
- Placer.
 
Me he sentido demasiado allí en ese momento. El universo en esta hora giraba en torno de los dos.
Entonces les dije:
-Marilu ahora te dejo. Tengo compromiso, debo irme
 
Un placer conocerlo a vosotros, felicidad…
 
-¡Placer Fênix. ¡Hasta cualquier hora!
 
Los dejé, cuando me di la vuelta ya no estaban allí. Caminaban a lo lejos, ella llevaba pantalones blancos ajustados, era una niña.
 
Él cogido de la mano con ella, chaqueta en mal estado, zapatos rotos.
 
Estaban felices, después de todo… 
Él cuidó bien de sus gatos y eso es lo que más importaba.
Por lo demás… Extraña figura era Marilu.
Valió la pena conocerla. ¡El domingo se salvó! 
 
El sol brillaba y seguí mi camino, quizás alguna nueva reunión interesante, he pensado, quién sabe…

Sombras

S

SILVIA C.S.P. MARTINSON 

TRADUCIDO AL ESPAÑOL POR PEDRO RIVERA JARO

Eran dos.
 
Los árboles ya brotaban, los rosales ya florecían.
 
El aire era ligero y el perfume de las flores se esparcía, aportando más frescor al mismo tiempo que las abejas, en profusión, volaban en busca del preciado néctar. Era primavera.
 
El azul intenso del cielo se mezclaba con el verde de los árboles, aportando un multicolor sui generis a los ojos de los transeúntes.
 
Caminaban lentamente. 
 
Observaron todo con atención mientras él le explicaba la historia de aquel parque, por quién y por qué había sido creado, deteniéndose en cada lugar donde el tiempo y los hechos habían dejado su huella.
 
Ella escuchaba con atención porque con él podía viajar en el tiempo.
 
Describía los detalles, los matices y los hechos ocurridos en cada lugar. Lo hacía de una forma tan natural como si hubiera estado allí y lo hubiera vivido todo en sus más mínimos detalles.
 
Al mismo tiempo, ambos disfrutaban de la
presencia del otro.
 
Fue un momento de intensa ternura y encanto que les hizo sonreír con tanta implicación.
Fue como si una serie de recuerdos afloraran en sus mentes.
 
Caminaban lentamente.
 
Al acercarse a una puerta que daba acceso al parque, se toparon con un cartel que se veía en el suelo.
 
El sol ya era fuerte.
 
El paseo deseado, programado y permitido llegaba a su fin. Sentían y anticipaban el dolor de la separación sin, no obstante, comunicárselo el uno al otro.
 
Caminaban lentamente.
 
Se acercaron a la placa y miraron la fecha. Su memoria se aclaró, comprendieron por fin que habían vuelto al lugar donde siempre se habían encontrado cuando querían estar juntos, y lo habían hecho durante mucho, mucho tiempo.
 
En la placa, se besaron y concluyeron lo que por fin estaba ocurriendo.
 
Eran solo… dos sombras del pasado.

Tu ausencia

T

Silvia C.S.P. Martinson 

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Caminé sola por las calles
sintiendo como puñaladas
de vacío, incongruencias
en mi corazón.
Te has ido y lo que has vivido
lo dejaste olvidado en los caminos,
abandonado sin remordimiento:
el gran cariño y todo el amor
aquél que recibiste.
la alegría, la esperanza,
dejando de tu ausencia
solamente del amor
sólo dolor. Y total de ti, la falta.
¡Cómo duele
tu ausencia!

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