Autor/aSilvia Cristina Preissler Martinson

Nació en Porto Alegre, es abogada y actualmente vive en El Campello (Alicante, España). Ya ha publicado su poesía en colecciones: VOCES DEL PARTENÓN LITERARIO lV (Editora Revolução Cultural Porto Alegre, 2012), publicación oficial de la Sociedad Partenón Literario, asociación a la que pertenece, en ESCRITOS IV, publicación oficial de la Academia de Letras de Porto Alegre en colaboración con el Club Literario Jardim Ipiranga (colección) que reúne a varios autores; Escritos IV ( Edicões Caravela Porto Alegre, 2011); Escritos 5 (Editora IPSDP, 2013) y en español Versos en el Aire (Editora Diversidad Literaria, 2022). En 2023 publica, mano a mano con el escritor Pedro Rivera Jaro, en español y en portugués, el libro Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

Imaginación

I

Silvia C.S.P. Martinson

Ella caminaba solitaria por las calles.

El tiempo pasaba lentamente, el día apenas comenzaba, las luces nocturnas de la ciudad se apagaban y las calles, poco a poco, se llenaban de gente. Gente que pasaba apresurada junto a ella, sin notar su presencia.

A ella poco le importaba la opinión o la atención de los demás.

Caminaba inmersa en sus pensamientos, pero al mismo tiempo apreciaba el hermoso amanecer que se presentaba.

Los árboles se cubrían de hojas después del largo invierno, aunque aún hacía frío. Las flores, cubiertas de rocío en los jardines, y las rosas rojas que tanto amaba extasiaban sus ojos y su alma.

Sus pensamientos iban y venían como por arte de magia y, a cada paso que daba, las cosas a su alrededor se transformaban.

¿En qué pensaba?
¿Qué poderes poseía?
¿Sería una bruja o un hada?

Se observaba a sí misma y le encantaban sus propias acciones cuando las tomaba.

En una avenida por la que pasó, los hombres se enfrentaban con palabras, al mismo tiempo que se agredían físicamente con armas, matándose unos a otros.

Ella se detuvo, los miró por un momento y una lágrima escapó de sus ojos. Al caer al suelo, todo se transformó.

La avenida se llenó de luz, de la luz de un sol nunca visto. Los jardines florecieron y los hombres, extasiados ante tanta belleza, dejaron de pelear, se miraron profundamente unos a otros, se dieron la mano, se abrazaron y siguieron cada uno su camino. Las armas desaparecieron.

En otra calle por la que pasó, las mujeres, preocupadas por su belleza y apariencia, entraban en las tiendas a comprar elegantes ropas, zapatos, perfumes, joyas y mil otras cosas que les parecían importantes. Y, cuando salían de esos lugares, no notaban a otras mujeres que, junto a sus hijos hambrientos, extendían sus manos en una súplica dolorosa de auxilio, de ayuda, para aliviar el hambre y el frío que las consumía.

Ella, al observar todo esto, nuevamente se conmovió y de sus ojos brotó otra lágrima. Lágrima que, al tocar el suelo, lo transformó todo.

El frío cesó, el sol brilló nuevamente, las mujeres ricas y poderosas tomaron conciencia de las otras, más miserables, y comenzaron a ayudarlas, sustituyendo sus harapos por ropas dignas, ofreciéndoles alimento y refugio para ellas y sus hijos.

En su caminar, llegó entonces a la orilla del mar que rodeaba aquella ciudad, bordeada por hermosas playas de arena blanca, donde el agua, de un verde cristalino, se derramaba lentamente sobre ellas, como el tiempo, como la eternidad.

Un grupo de pájaros, posados en el agua, la observó sonreír ante tanto esplendor y belleza. Entonces, alzaron vuelo y, en su camino, la tomaron por los brazos y, con ella, volaron hacia el infinito.

Amaneció el día. Ella despertó con la imagen vívida de lo que había soñado mientras dormía y pensó:

¿Habrá sido todo producto de su imaginación?
¿Sería realmente un hada?

Y así, soñando despierta, sonrió para sí misma una vez más.

 

Memorias

M

Silvia C.S.P. Martinson

El viejo caminaba por la calle como lo hacía todos los días. Sin embargo, en esa mañana de un cielo azul y sol radiante, las personas que, al igual que él, caminaban por allí, le parecían más alegres y felices.

No se había dado cuenta de que, mientras caminaba, los recuerdos de tiempos pasados afloraron ininterrumpidamente en su mente.
Eran memorias de su infancia, cuando vivía feliz e inocente en la casa de sus padres. Aquella casa estaba ubicada en el barrio más alejado de la ciudad.

El tranvía, el medio de transporte para quienes no tenían automóvil –y eran pocos los que lo poseían–, llegaba solo hasta algunos kilómetros antes de su casa. El resto del trayecto debía hacerse a pie, caminando bajo el sol, en días nublados o con lluvia y frío.

Con el crecimiento y expansión de la ciudad, esta situación cambió con los años.

Hoy en día, la población ha aumentado, al igual que los medios de transporte y comunicación, los cuales se han vuelto accesibles para la mayoría de las personas.
También con el progreso –y esto lo observaba el viejo– han surgido algunos inconvenientes, como el aumento de la delincuencia e inseguridad, que ya no permitían a la gente caminar despreocupadamente por las calles como antes.

Mientras caminaba, le surgieron nuevos recuerdos, como aquellos de cuando aún era niño. Se acordó de la casa donde vivía, que tenía un terreno que iba de una manzana a otra, con casi 100 metros de extensión.

En aquel terreno había árboles frutales ya adultos y grandes, como perales de diversas variedades y caquis, cuyos frutos, además de ser muy dulces, si su jugo caía sobre una prenda y no se lavaba de inmediato, quedaba manchada de un color óxido para siempre.
Había también parras de uvas blancas, rosadas y negras, con las que su madre preparaba jugos y deliciosos postres en el verano.

Había papaya, naranjos, limoneros y mandarinos, todos dando sus frutos. Recordó que sus padres cultivaban hortalizas y flores de las más diversas variedades.

Otro recuerdo que le vino a la mente fue el gallinero que había en el fondo del patio, donde criaban gallinas y un gallo cantor que lo despertaba cada mañana. Su padre recogía cada día varios huevos, que se guardaban en una cesta de paja en la cocina para su consumo posterior.

En aquella época no había duchas eléctricas, y el agua del baño se calentaba en el frío invierno en un gran fogón de leña, donde enormes ollas y un hervidor se dejaban hasta llegar al punto de ebullición. En su casa, recordó, había grandes tinas de aluminio en las que cabían él y su hermano, que servían exclusivamente como bañeras y que estaban colgadas en ganchos en el baño, que, sin duda, su madre mantenía siempre impecable.

La casa era sencilla, de madera, pero acogedora. Tenía dos habitaciones, una sala de entrada, otra más grande de estar, una amplia cocina y un baño.

Fuera de la casa había un gran cobertizo donde se guardaban una nevera de hielo comprado a un vendedor que pasaba semanalmente, así como la leche que adquirían del lechero, quien todos los días la vendía en la puerta de su casa.  Además de todo eso, allí se guardaban las herramientas de su padre.

Y así, caminando, recordó también al vendedor de pescado que pasaba todas las mañanas temprano frente a su casa gritando:
—¡pez pin! ¡pez pintado! ¡bagres y dorados! ¡pescado fresquito! ¡Compren para el domingo!

Con estos recuerdos aflorando en su mente, el viejo regresó, caminando lentamente, al final de aquella hermosa mañana a su casa, pensando si al día siguiente nuevos recuerdos volverían a su memoria, trayéndolo la alegría de rememorar tiempos y momentos tan agradables que había vivido.

Y pensó: "La vida es larga e inesperada. No sabemos lo que sucederá mañana, así que seré feliz ahora..."

Alondra

A

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
 
Todos los días ella iba a su ventana y cantaba una canción para que él despertara por la mañana. Al atardecer, cuando la noche se acercaba, hacía lo mismo para que él durmiera plácidamente y lleno de encanto.
 
Tenía una voz bellísima y cada día traía consigo nuevas formas y matices en su canto.
Se conocían desde hacía muchísimo tiempo.
En verdad, por muchos años ella hacía inexorablemente lo mismo cada día.
 
Él la había salvado de morir, y desde entonces, ella le tenía un enorme cariño y un profundo amor. De la misma manera, él la quería y respetaba.
 
Así, ambos fueron creciendo, cada uno a su manera, madurando y disfrutando de la vida y la belleza de vivir cada día con nuevas experiencias.
 
Él se convirtió en un hombre apuesto, culto y elegante, siempre cortejado por mujeres hermosas. Ella lo observaba y admiraba mientras él siempre la acogía y protegía de todos los males.
 
Un día, él viajó muy lejos y estuvo ausente durante mucho tiempo.
 
Ella, sin embargo, en su simplicidad e inocencia, no dejó ni un solo día de visitar su ventana como siempre lo hacía.
 
Por fin, después de un tiempo, él regresó, y ella, feliz, fue a cantar en su ventana por la mañana esperando verlo, como siempre había sucedido. Pero entonces tuvo una sorpresa.
 
Él estaba acompañado por una hermosa mujer que, al verla cantar, sonrió y cerró la ventana. Aquella no apreciaba su canto.
 
Ella, entonces, celosa, arrancó de su cuerpo, con su pico, una pluma colorida y la dejó allí como recuerdo.
 
Se alzó al cielo, voló muy alto, altísimo, y nunca más regresó.
 
El hombre, sintiendo la ausencia de Laverca, su canto y la melodía que arrullaban sus sueños y escondían las tristezas del mundo, simplemente, sin consuelo, lloró hasta morir.
Las mañanas y las tardes quedaron silenciosas, tristes y vacías sin el bello canto de Laverca o Alondra.
 

La técnica y el hombre

L

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 

Un diálogo basado en la discusión, el 22.08.1968, de dos computadoras IBM (computadoras electrónicas) que llegaron, tras un largo debate, a la triste conclusión de que no son máquinas, sino genios.

¡Oh, hombre triste!
Hombre triste...
Que andas vagando,
en el tiempo,
deambulando...
Dentro de tu civilización,
desplazado,
estás solo en ti,
no te entienden,
los otros, los “hombres”,
no te quieren.
¿Por qué preguntas sobre el inicio?
¿Por qué quieres crear?
¡Todo está hecho!
Hoy, ya no eres tú,
hoy, eres masa.
Vuelve tu mirada.
E intégrate,
en la nada.

Todo narcótico en pequeñas dosis es un sedante, de la misma forma que la máquina para el hombre.

La máquina para el hombre se asemeja a los narcóticos, pues ambos, administrados en pequeñas dosis, funcionan como una terapia física y mental. Esto porque los narcóticos, cuando se aplican en grandes cantidades, proporcionan sensaciones que jamás se experimentarían en estado natural. De manera similar, las máquinas, en un número y perfección desmesuradamente grandes, privan al hombre de sus realizaciones previas, surgidas de su entonces poder creativo, las cuales le generaban alegría y satisfacción, haciéndolo sentir un ser superior.

Nos preguntamos entonces: ¿Debe el hombre detener el avance técnico y científico? ¿Es posible que lo logre en la actualidad?
¿Y si este avance se aplicara en beneficio de una mayoría en lugar de favorecer solo a una nación o un continente?

Aproximadamente hay en nuestro planeta 3 mil millones de habitantes, de los cuales más del 50 % son analfabetos y están desnutridos debido a su falta de acceso a los bienes y conforts que la técnica proporciona a quienes, afortunada o desafortunadamente, tienen acceso a ellos.

El hombre moderno, a través de su ciencia, penetra el cosmos, atraviesa las barreras de los enlaces atómicos en busca de un objetivo mayor y más profundo: el conocimiento y la identificación de su causa. Sin embargo, lo que más debería interesarle sería la comunicación y comprensión de sus semejantes, algo que la técnica no permite, pues esta individualiza y al mismo tiempo reemplaza al hombre. Así, allí donde podría haber un grupo humano realizando determinada tarea, que favorecería al mismo tiempo las relaciones entre ellos, se coloca una máquina: fría, indiferente, más eficiente, rápida y precisa, con un margen de error mínimo.

Basándonos en este hecho, es fácil suponer que las máquinas crearán máquinas, que gradualmente sustituirán al mundo de los hombres por un mundo mecánico, en el que la extensión de los cálculos escapará al dominio humano.

Extraña

E

Silvia C.S.P. Martinson

 

Cuando caminó sola y, con sus pasos lentos, pero seguros, emprendió nuevos rumbos en la búsqueda de objetivos más palpables, evidenció, sin duda, la gran capacidad que tenía para crear y ser reconocida.

Durante muchos años vivió insegura y dependiente de la opinión de amigos y parientes, consecuencia de una educación limitante y decadente.

Limitante porque no le permitía ser libre en su entorno para expresar sus sentimientos, deseos y dudas. Así que, hoy libre de tabúes y restricciones, conversa con nosotros, sus amigos, y nos cuenta, gentilmente, una historia antigua.

Todo sucedió en un fin de año, casi en la víspera de Navidad. Estaba en casa de su madre, ya que aún era muy joven y no trabajaba en ninguna empresa.

Sus quehaceres se limitaban a ayudar a su madre en las labores domésticas, tales como: barrer el patio, regar las plantas —su madre tenía muchas rosas, eran sus preferidas-, las poseía en su jardín, de múltiples colores todas ellas.

También ayudaba a poner orden en la casa todos los días. Al levantarse, era su obligación, antes de ir a la escuela, dejar su cama arreglada y su habitación en orden, sin ropa ni zapatos tirados por el suelo, como solía hacerlo antes de dormir por la noche.
Su madre era costurera. Confeccionaba vestidos de alta calidad para las mujeres de la sociedad local.

Este trabajo de costura, en la época de fin de año, cuando se acumulan las festividades junto con los bailes y las graduaciones, tanto en universidades como en escuelas militares, le proporcionaba excelentes ingresos económicos, dada la calidad del servicio que prestaba y la clientela que acudía a ella.
Entonces nos contó que en una Navidad así, su madre, agobiada, tampoco pudo salir a comprar los tradicionales regalos navideños para los hijos.

Los niños, con la ayuda del padre, que también trabajaba fuera, en el comercio, en una noche cercana a Navidad adornaron el árbol, un pino, con el pesebre y todos sus componentes, las bolas de cristal de colores y las luces propias que usaban para iluminar y alegrar el hogar, como hacían todos los años.
La madre, por su parte, el día de Navidad, se dedicó a entregar a sus clientas sus vestidos de fiesta y a recibir el pago por el trabajo realizado.

Aún así logró, esa tarde, en ese día de Navidad, asar en su fogón a leña el pavo que ya habían comprado de antemano.

Era tradición en su casa que en la noche de Navidad la familia se reuniera a cenar pavo relleno, ensaladas y postres diversos, los cuales la madre preparaba durante el mes y almacenaba en tarros de vidrio apropiados para tal fin.

Sin embargo, no había regalos que "Papá Noel" entregara, y los hijos, entristecidos, se alistaron para la cena.

Cuando, a las 12 de la noche, ya estaban cenando, de repente sonó el timbre de la casa.
Era una mujer muy rica en ese momento, por ser propietaria de una casa donde se realizaban grandes fiestas de la sociedad local.

Sin embargo, se sabía que había sido una mujer muy pobre en su infancia y que no había tenido la felicidad de recibir ningún regalo o juguete en Navidad para alegrar su vida.
Pues bien, esta señora, que había conocido la miseria y conocedora de las dificultades de aquella madre, se compadeció de los niños y llegó a la casa con los brazos cargados de juguetes. Osos de peluche grandes, juguetes diversos y perfumes para los padres, pero también telas para que confeccionaran su ropa.
De entre tantas clientas ricas, ella fue la única que recordó a una familia pobre y trabajadora.

Nuestra amiga, con lágrimas en los ojos, nos contó esta historia. Emocionada, dijo que, después de tanto tiempo, todavía recuerda a aquella señora y que todos los años, en la noche de Navidad, eleva su pensamiento a Dios en agradecimiento por la buena vida que tiene ahora junto a sus seres queridos, pero también pide, en oración, que proteja y bendiga a aquella mujer, donde sea que encuentre.

Sobrevivió

S

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
Caminaba lentamente por el sendero dejando en la arena marcadas sus pisadas. Nada le afectaba y tampoco le importaban las opiniones de los raros transeúntes que, de reojo, lo observaban. Iba absorto en sus pensamientos, envuelto en sus recuerdos. Recordaba los días y años pasados cuando día a día luchaba por sobrevivir y elevarse por encima del caos que se había formado.
 
Sus ropas viejas y gastadas eran lo único que le quedaba de lo material. El resto... poco, ahora, no le importaba.
 
No se había olvidado de los años, los meses y las fechas. Ahora era Navidad y él, solo, simplemente caminaba.
 
Los recuerdos asaltaban su mente y lo hacían retornar a tiempos ya tan lejanos. Recordó cuando era niño el árbol de Navidad que su padre cuidadosamente elegía y compraba todos los años para que él con su hijo, juntos, cada día, colocaran los adornos hasta que en la noche navideña se ponía la última bola de colores. Cuando el pesebre ya estaba montado, la estrella dorada se fijaba entonces en la punta del pino.
 
En el pesebre, además del establo de paja donde estaba el niño Jesús en el pesebre rodeado por su familia y algunos animales domésticos, los campos circundantes estaban llenos de animales variados, pastores y los Reyes Magos que, lentamente, se aproximaban cada día a aquel lugar. Estas figuras, hechas de yeso y coloridas, eran movidas diariamente por este hombre cuando era niño. También había un pedazo de espejo que servía para parecerse a un lago donde los patos nadaban tranquilamente.
 
Recordó también la noche de Navidad, cuando previamente su madre había preparado la cena. Una cena que era saboreada y apreciada por un tiempo bastante largo hasta llegar a las 12 de la noche, cuando el entonces viejo reloj de la sala daba las 12 campanadas.
 
En esa época, supuestamente no entendía por qué su padre o su madre se ausentaban de la mesa por unos instantes, inexplicablemente.
 
Terminada la cena, todos se acercaban a la sala contigua para junto al árbol ofrecer, mediante una oración, agradecimiento al niño Jesús por su venida al mundo para enseñar y ejemplificar a los hombres el poder de la oración, la bondad, el amor y el perdón.
 
Hecha la oración, notaba entonces que el árbol estaba rodeado de regalos que brillaban en sus paquetes de papel de colores. Era un momento de extrema felicidad al constatar que las cosas, algunas, con las que había soñado durante todo el año, estaban allí depositadas y serían suyas de ahora en adelante.
Este hombre, mientras caminaba solitario por aquel sendero polvoriento, recordó por qué se encontraba en ese estado tan deprimente: Su país y el mundo estaban en guerras contínuas. Los hombres se habían olvidado de lo que significaban el amor y el perdón. Había muertos y casas abandonadas por los caminos.
 
Recordó que su casa fue destruida por las bombas y que su familia, esposa e hijos, fueron asesinados por los soldados enemigos. Cuánto dolor, cuánta desolación. Entonces, al darse cuenta de todo esto, un gran dolor le apuñaló el alma.
Y allí se sentó en el suelo, en la tierra polvorienta, puso las manos sobre su rostro y, finalmente, en su absoluta soledad, en ese mundo tan cruel y loco, lloró copiosamente. Simplemente lloró.

La hija del tiempo

L

Silvia C.S.P. Martinson

 

Han pasado anos, muchos años.

Los hechos suceden y ella vivió .

La vida poniendo a prueba a situaciones que a veces no entendía.

Personas, lugares, amistades, amores transcurieron en un viaje frenético de días, meses y años,en momentos de sentimientos intensos que parpadearon y luego desaparecieron.

A veces lloraba, a veces sonreía.

Llegó un momento, como siempre, cuando amaba con tanta intensidad y luego se dio cuenta de cuanto tiempo había pasado y que ahora , tardíamente, excoriaría de sus dedos como arena fina, como agua marina que no retiene ni puede detener.

Asombrado detenido.
Ella pensó… ¿Por qué sucedió todo esto?
Y los hechos volvieran a su memoria. Uno por uno. Regresó a la infancia.

Recuerdos explotan en su memoria.

Los juguetes, el risas, amigos, sus observaciones, divagaciones…

Tan pequeña y tan soñadora.

Recuerda los pájaros que cantaban, las nubes que corrieron y las figuras que se formaban.

No se pudo compartir con nadie, pensaban que era una tonta, una tonta.

Los juegos infantiles se seguían en tranquilidad con hermanos y amigos de alegría y relajación

En esta fase de transformación, la inocencia es reemplazada por el conocimiento, por las ilusiones, por los ideales de libertad y el deseo de tomar más vuelos.

La poesía, la música, el arte y la política tomaron sus días siempre con mucha pasión por todo lo que se esforzaron por hacer.

Sueños, ilusiones, ocurrieron con frecuencia y también se desvanecieron como por encanto, ante las novedades que presenta la vida.

En este interin tuvo la experiencia y el contacto con filosofías y prácticas esotéricas, a partir de las cuales obtuvo e instaló en su ser el conocimiento trascendental de su inmortalidad y su capacidad para ejercer la tensión mental, a través de la fuerza del pensamiento , sobre la voluntad y las acciones de otras personas.

Las ciencias ocultas surgieron en su vida, describieron sus pasos y otras personas, actitudes.

En cierto momento se dio cuenta de que estaba interfiriendo con las actitudes de otras personas, llevando a ellas a hacer, por su inducción, lo que quería.

Ya era un Maestro en esta técnica.

Ella no estaba satisfecha consigo misma.
Repensado, verificó su error al interferir en el libre albedrío de los demás.

Se detuvo con todo.

Liberó a otros de su influencia, porque vio cuán falible e imperfecta era cuando se trataba de amor y desapego.

La conciencia de lo que es el verdadero amor ha hablado más fuerte. Solo entonces, el Maestro realmente se ha convertido.

Siguió la edad adulta como otras personas, con éxitos y fracasos, se casó , tuvo hijos y aceptó y luchó, honestamente por sus anhelos y por lo que el destino le tenía reservado cada día. Fue feliz, sufría, reía, lloraba, amaba y era amado.

Tuvo recuerdos de sus viajes anteriores a la Tierra y entendía por qué su existencia actual.

Y al final y solo después se realizó.

Era un ser solitario en la búsqueda constante de crecimiento y evolución.
Ahora estaba preparado para un nuevo tránsito…

Cinco líneas y un cuento

C

Silvia C.S.P. Martinson

1.- ES MUY TEMPRANO. ESTÁ AMANECIENDO.
2.- OCTAVIA CAMINA POR EL PARQUE.
3.- EL CHICO LA ESTÁ ACECHANDO. CORRE Y LE ARRANCA LA GARGANTILLA.
4.- ELLA GRITA: ¡ OH SEÑOR! FUE UN REGALO DE BODA.  ¿Y AHORA?
5.- ¡OH SEÑOR! LA HE PERDIDO PARA SIEMPRE...
 

Atardecer

A

Silvia C.S.P. Martinson

 

En la tarde gris que ahora transcurre, es cuando las personas caminan por las calles. Hay una luz que se refleja en cada mirada.
Y al ver pasar tanta alegría, la tristeza se desvanece. En los cuerpos, todo se convierte en paz y armonía.

Los hombres se preocupan, mientras los niños olvidan sus juegos favoritos para correr por las calles solitarias.

Así es. Así pasa.

Un día más en la vida.

Como el tiempo, que, por caminos donde los hombres ni imaginan, llegará al final de su recorrido, dejando tras de sí pequeñas alegrías y grandes preocupaciones sin importancia; en realidad, sin disfrutar la belleza de vivir cada día, de sonreír, de amar y de ser feliz.

El valiente

E

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
Había un hombre que conocí hace muchos años. Era una persona alegre, inteligente, perspicaz y muy observadora. Ya era mayor. Durante su vida tuvo muchísimas experiencias.
A pesar de su edad, todavía tenía buen aspecto, lo que de alguna forma lo hacía atractivo para las mujeres. Y realmente eran ellas quienes más lo atraían y llamaban su atención.
Se llamaba Juan.
 
Supuestamente, Juan era un nombre muy común en aquella época, dado que el rey de entonces también se llamaba así, pero con una gran diferencia: nuestro Juan no era rey y tampoco pretendía serlo, a pesar de saber manejar muy bien sus cuentas y economías. Vivía en España.
 
Juan había estado casado muchas veces debido a su inevitable predilección por las mujeres, lo que hacía que no permaneciera mucho tiempo con ninguna.
 
Pues bien, nuestra historia comienza con Juan, pero no termina con él.
 
En un paseo matutino, me narró entre risas una historia, de entre las muchas que vivió, que me pareció hilarante y que ahora relataré en estas pocas líneas.
 
Juan fue un alto ejecutivo de una empresa y, como ejercía un cargo de dirección, tenía contacto con los demás empleados, lo que incluso le permitía escuchar sus llamadas telefónicas, digamos, más personales.
 
Entonces, Juan me contó que un empleado suyo recibía diariamente en la oficina llamadas de su esposa, quien estaba en casa y acostumbraba darle órdenes y también reprenderlo por teléfono. Este hombre se llamaba Andrés.
 
Cuando el teléfono sonaba para Andrés y él verificaba que era su esposa, bajaba la cabeza, permanecía callado y con una expresión de sumisión. Movía los brazos como si estuviera asintiendo a todo lo que ella le decía.
 
En la oficina, todos ya estaban acostumbrados a su manera servil de acatar las órdenes de su esposa, y entre ellos intercambiaban miradas burlonas y sonrisas disimuladas.
 
Sin embargo, al terminar la llamada, Andrés se transformaba, se convertía en otro hombre y, para que todos lo escucharan, decía en voz alta y firme, como si aún estuviera hablando con ella, aunque ya no hubiera nadie en la línea:
 
—¡Ana (Ana era su nombre), tú sabes que en nuestra casa el que manda soy yo!
¡Cállate! ¡No me molestes ni me contradigas!
¡Mujer molesta e imprudente!
¿No ves que estoy en el trabajo y no puedo estar a tu disposición, criatura infeliz?
¡Cuando llegue a casa, te castigaré como mereces!
¡Corto ahora la llamada, tengo que trabajar!
 
Juan me contó, entre carcajadas, que en la oficina, después de esta escena cómica que ocurría casi a diario, los hombres, irónicamente y con sarcasmo, aplaudían a Andrés, elogiando entre risas lo valiente que era.
 
Sí, en verdad muy valiente... cuando el teléfono ya estaba colgado.

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