Autor/aSilvia Cristina Preissler Martinson

Nació en Porto Alegre, es abogada y actualmente vive en El Campello (Alicante, España). Ya ha publicado su poesía en colecciones: VOCES DEL PARTENÓN LITERARIO lV (Editora Revolução Cultural Porto Alegre, 2012), publicación oficial de la Sociedad Partenón Literario, asociación a la que pertenece, en ESCRITOS IV, publicación oficial de la Academia de Letras de Porto Alegre en colaboración con el Club Literario Jardim Ipiranga (colección) que reúne a varios autores; Escritos IV ( Edicões Caravela Porto Alegre, 2011); Escritos 5 (Editora IPSDP, 2013) y en español Versos en el Aire (Editora Diversidad Literaria, 2022). En 2023 publica, mano a mano con el escritor Pedro Rivera Jaro, en español y en portugués, el libro Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

Yo sé

Y

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Sé que te acordarás de mi,
en el viento que pasa,
en la flor que se abre,
en la primavera que viene,
en la lluvia que se va.
te acordarás yo lo sé,
en lo extraño que se queda,
en lo verde del mar,
en el sentimiento profundo,
de la ola que se desvanece,
en el ciclo de los tiempos
y en las lágrimas que caen.
Sé que te acordarás,
yo lo sé,
en cada día que nace,
en cada tarde que muere,
en la noche que viene en silencio,
como la gota,
en dolente ritmo, despaciada,
en las aguas que siguen tranquilas,
en la palmera inclinada,
y a la sombra de los pinos.
En la tristeza de un sueño,
tuyo, que en la bruma se olvida.
Yo, lo sé.

Un cuento de invierno en Santiago de Compostela

U

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

El día era gris. Grisáceo.
En el cielo las nubes corrían sueltas, casi negras y grises, cargadas de agua y a punto de derramarse sobre las aceras.
No había tráfico.
Parecía que el tiempo y las personas se habían detenido, desaparecido.
Por la tarde, casi de noche, las calles estaban desiertas.
Caminaba solo, despacio, inhalando el aire húmedo del atardecer.
Los pensamientos fluían por su cerebro con la lentitud de cómo había sido su vida, y lo increíblemente tan rápido que había pasado y él tampoco se había dado cuenta.
Había luchado mucho, trabajado mucho, soñado mucho.
¿Y sus sueños? ¿Qué hubo de sus sueños? Se había dado cuenta de lo poco había logrado.
Había ayudado a muchos. A su costa, otros crecieron intelectual y económicamente. Era profesor de idiomas.
Distribuyó sus conocimientos a muchos.
Muchos lo aprovecharon.

Y en esta tarde gris, mientras caminaba, se preguntaba: ¿Qué he hecho por mí?
Amores los ha tenido. Había tenido unos cuantos. Sin embargo, fueron tan fugaces y efímeros, porque la que amó la conquistó durante un tiempo, y ahora la había perdido para siempre.

Descubrió que ella nunca le amó. Sólo le había admirado por su capacidad intelectual, pero ella lo quiso más para sí misma.
Quería comodidad, ocio, viajes, cosas que él no podía ofrecerle como simple profesor.
Tuvieron hijos.
Ella los educó a su manera. No había afinidad entre ellos, sólo les movía el interés económico.
Un día por fin recapacitó y se dio cuenta del tiempo que perdía en ser feliz frente a sus prejuicios y una ética que no le importaba a nadie, y menos a su familia.

Se dio cuenta de que el mundo y los conceptos de felicidad y responsabilidad también cambian. Y que, a pesar de su rigidez, ante todo tenía el deber de quererse a sí mismo.
Al darse cuenta de todo esto y del tiempo que había pasado demostrando a los demás que era rígido en sus conceptos morales, sintió una profunda pérdida.

Aquel día salió a pasear sumido en una profunda introspección y, al pasar por delante de un bar, decidió entrar y tomarse un vaso de vino para, tal vez, aliviar su dolor. Y así lo hizo.

Sin embargo, los vasos se sucedieron.
Se emborrachó. Y, medio inconsciente, regresó tambaleándose a su casa. Cuando llegó allí, nadie prestó atención a su estado; sólo les preocupaba el dinero que se había gastado en el bar.

Aunque borracho, le entristecía profundamente la actitud de sus familiares.
Al día siguiente, ya recuperado, tomó una decisión. Salió, fue al banco y retiró todo el dinero de la cuenta que tenía con su mujer.
Volvió a la casa, escribió una carta dejando a su familia sus posesiones materiales, cogió su reloj que había olvidado en la mesilla de noche, cargó una mochila del armario del dormitorio y metió dentro parte de la ropa que necesitaba para lo que había decidido hacer y todos sus documentos. A continuación abrió la puerta de la casa, salió y la cerró de un golpe.

Caminando, llegó a una carretera por la cual ya caminaban otros vagabundos, solitarios como él.

Por fin decidió ser libre y dirigirse al lugar que siempre había soñado visitar, un pueblo donde la gente solía ir a meditar y a buscar la armonía y la felicidad en su interior.
Se sintió aliviado y rebosante de alegría.
La carga que había llevado sobre sus hombros durante tantos años se desvanecía definitivamente con cada kilómetro que recorría.
Finalmente él estaba feliz.
Nadie en la casa sintió ni notó su ausencia.

Invitación

I

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Llévame a pasear por los caminos.
Me hace olvidar lo que tampoco quiero,
lo que queda conmigo
permanece y perdura,
esta soledad, toda la amargura
de esa ausencia tan tuya.

Quiero caminar contigo, locura
mía, desearte tanto
como el aroma del jazmín
que en mi cuerpo aún perdura.

Voy perderme en tus brazos
en mil besos y abrazos
la noche nos verá entrelazados
de todo y de todos olvidados.

¿Me dejas escucharte? No me canso,
tu voz es remanso
cuando mi invitación aceptas
mis sueños guardas
Y en tu pecho, al fin, descanso.

Marilu

M

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
Ella atravesó el parque  lleno de gente, chicos charlando, algunos sentados al sol, hablando, bebiendo “chimarrão”, intercambiando besos y jurándose amor eterno, con el caminar relajado, para aquella que estaba acostumbrada a caminar.
 
Ella usaba pantalones blancos y una blusa azul suelta, era de tipo corto y esmerada confección y tenía abundante cabello castaño. Cualquiera que la viera de lejos pensaría que se trataba de una niña. Pero no era así.
 
Se sentó a mi lado en la bancada de la plaza y luego comenzó una conversación.
 
-¿Todo bien? ¡Bello día!
 
-¡De verdad! ¡Demasiado bueno para esta época!
 
Yo pensé: aquí tenemos otra pesada, solo para enterarse de mi vida. Si estoy casada, si tengo hijos, nietos. ¿Dónde vivo? E incluso si me quieren mucho…! ¡Gran equivocación la mía! 
 
Aquí en el sur somos muy reservados e incluso desconfiamos de los extraños, muy en contra de la cacareada hospitalidad sureña. El gaucho (personas que viven en Rio G. do Sul – Brasil) es un ser solitario por naturaleza, observador y atento vigilante con respecto a nuevas amistades y personas muy espontáneas.
¡
Genial! No era la chica que pensaba yo creía. Tal vez tenía 70 años. ¡Pero que 70! ¡Vive Dios!
Y con intimidad me ha dicho:
 
-¿Sabes tengo una hija que vive en Natal ¿Sabes dónde está eso? Esta casada y es hija única. Tengo una nieta con 16 años. Hace poco fui a  vivir allí, porque mi hija insistió mucho.
Estuve unos 6 meses y volví. ¡No me gustaba aquella gente! Pobre gente.  Tengo muchos amigos aquí. Con ellos salgo y me divierto. Soy separada. Tuve cuatro esposos o compañeros. Algunos amores, pero no estoy segura. Ahora tengo un compañero. A él no le gusta salir a viajar como me gusta a mí.
 
En ese momento yo ya estaba interesada en su historia y con gran curiosidad le hice una pregunta, con la idea de dar continuidad a mi narración.
 
-¿Y cómo te va? Le pregunté.
 
-¡Bueno, él incluso ve bien! Me ha contestado.
 
-Cuida de mis gatos. Tengo siete, porque yo adoro a los gatos. En mis viajes no quiere acompañarme el buen hombre. Su nombre es Airton (Como Airton Senna el piloto de Fórmula 1). Le gusta más estar en su casa y cuidarla bien. Cuando estoy de viaje, el guisa, lava y plancha la ropa. ¡Él es un amor! Me apasiona viajar. No permanezco mucho tiempo en ningún lugar. Me gusta vagabundear y yo siempre  fui así. Él lo sabe. No obstante fue una buena idea que vivamos en Natal, debido a que mi hija y mi yerno consiguieron trabajo en São Paulo. Tienen  una cadena de establecimientos para gestionar la administración de las empresas de sus clientes. Si no fuera de esta manera, tendría que permanecer en la anterior ciudad cuidando yo sola de mi nieta. ¡Ya me contarás! ¡Lejos de mi piso! Tengo un bellísimo piso, tengo mucha compañía, con mis gatos, con mis amigos y el pobre Airton. No he hecho una mudanza completa y de esta forma no muevo mucho equipaje.
 
Pregunté con alguna indiscreción: ¿Pero qué es lo que haces aquí?
 
Me contestó:
 
-Yo cuando me aburro de estar con Airton  en la casa, llamo a mis amigos y salimos a dar una vuelta y divertirnos. Bebemos, bailamos, vemos cine, paseamos por los centros comerciales y plazas, dependiendo de los días y según sea nuestro estado de ánimo.
 
Seguí animando, diciéndole: por cierto ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Fénix. ¿Y el tuyo?
 
-Marilu, es como me llaman. En realidad es la forma corta de María Luisa, pero como es más largo y complicado prefiero Marilu.
 
-Ok. Marilu. Encantada de conocerte.
Y ella continuó:
 
-¿Miras a ver ese caballero que pasó? Es mi conocido.
 
Él regresa. Espera… Habla.
 
-¿Hola, todo bien?
 
Ella contesta: 
 
-¡Todo bien!
 
Al saludarnos la miró con intensidad.
 
-¿Has visto? Él es parte de mis compañeros, pero contigo aquí estaba indeciso para llegar. ¡Él es un amor! Solo como yo.
 
¡Ah! He dicho al mismo tiempo que pregunto:
 
-¿Y entonces?
 
-Pero como te digo el Airton es un poco más joven que yo, pero no importa. ¿Verdad?
 
Ella no espera una respuesta y sigue:
 
¿Cuánto valen las afinidades?
 
Yo contesto:! Realmente Marilu!
 
Sus numerosos pendientes, pulseras, anillos y aretes llenos de piedras, hasta una gargantilla con una mariposa que tenía, brillaban bajo el sol de la mañana mientras se movía, señalando las joyas.
 
Las grandes gafas de sombra ocultaban parcialmente sus ojos y parte de las muchas arrugas que marcaban su rostro, debidamente disfrazados por una capa de base y polvo. La sonrisa era hermosa, los dientes bien mantenidos.  Habría sido una mujer muy hermosa cuando era joven.
 
Su espíritu estaba vivo, exudaba  alegría y temperamento determinado cuando hablaba.
 
La escuché.
 
-¡Mira allí! Ella dijo.
 
¡Aquí viene el pobre Airton!
 
Él llega, se sienta a su lado, sonríe. Dientes manchados de nicotina. Simplemente vestido. Más joven que ella, tal vez en sus cincuenta años. Susurran y ríen los dos.
 
Ella me presenta.
 
-Airton esta es Fênix .
-Encantado
Yo contesto:
-Igualmente.
 
Me he sentido de sobra allí en ese momento. El universo en esta hora giraba en torno de los dos.
 
Entonces les dije:
 
-Marilu ahora te dejo. Tengo compromiso, tengo que irme. Un placer conocerlo a vosotros, felicidad…
 
-¡Un placer Fênix. ¡Hasta cualquier hora!
 
Los dejé, cuando me di la vuelta ya no estaban allí. Caminaban a lo lejos, ella llevaba pantalones blancos ajustados, era una niña. Él cogido de la mano con ella, chaqueta en mal estado, zapatos rotos.
 
Estaban felices. Después de todo… Él cuidó bien de sus gatos y eso es lo que más importaba.
Por lo demás… Extraña figura era Marilu.
Valió la pena conocerla. ¡El domingo se salvó! 
 
El sol brillaba y seguí mi camino, quizás alguna nueva reunión interesante, he pensado, quién sabe…

Una caza perdida

U

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Se llamaba Luis Federico Guilherme. Vivía en una pequeña ciudad llamada Ijuí, en el estado de Rio Grande do Sul-Brasil, situada en las colinas de Rio Grande do Sul.

Mis abuelos, junto con otros colonos procedentes de Europa, se instalaron allí y compraron sus tierras porque en aquella época no era costumbre dar tierras a los inmigrantes.

Pero, como les cuento al principio de esta historia, los inmigrantes se instalaron allí, fundaron una nueva ciudad y trajeron consigo sus costumbres, habilidades laborales, idiomas y religiones.

Mis abuelos eran alemanes, o eso decían, porque era el único idioma que se hablaba en casa. Los conocí muy poco, ya eran bastante mayores cuando yo nací. Mi padre era el menor de 10 hermanos e hijo del segundo matrimonio de mi abuelo. Mis padres vivían en la capital, lejos de la ciudad de Ijuí.
Los viajes a casa de mis abuelos sólo tenían lugar a finales de año, durante las vacaciones de verano.

Recuerdo que tardábamos un día entero de viaje en el coche de mi padre, por caminos de tierra roja y mucho polvo, para llegar por la tarde muy sucios y con la cara cubierta de polvo, o si mi madre conseguía que parásemos en una gasolinera abierta, nos lavábamos las manos y la cara.

En cualquier caso, este viaje era siempre una fuente de alegría para nosotros y a menudo parecía una gran aventura.

Louis F. Guilherme, como yo lo recuerdo, era llamado Willy por los amigos íntimos. Estaba casado con Martha, la hermana de mi padre, y vivían en una de las casas de mis abuelos.
Toda la casa, incluidos los jardines y el garaje exterior, medía casi cien metros. Estaba muy bien situada en una esquina del centro de la ciudad, cerca de la plaza central, la iglesia luterana y la emisora de radio local.
Mi abuelo tenía una gran carnicería que abastecía a gran parte de la población de la época.

El idioma predominante en este pueblo era el alemán, que mis abuelos, así como mi padre y sus hermanos, hablaban con fluidez y escribían a la perfección.

Mi tío Willy era un hombre guapo e inteligente, era culto y también muy orgulloso. Había sido profesor de matemáticas.
Cuando le conocí, yo tendría unos seis o siete años, pero le recuerdo perfectamente por varias razones. Vestía bien, siempre con camisas blancas impecables, que se cambiaba dos veces al día por la suciedad roja que había y que se metía en todo. Era un hombre muy estricto en sus costumbres y los niños le teníamos cierto miedo.

Cuando volvía del trabajo, porque en aquella época ya era un gran empresario en el sector de la exportación de trigo, que era la principal producción de aquel pueblo y de aquella región, todo el mundo trataba de obedecerle.

Mis primos intentaban entonces presentarle sus trabajos escolares y tocar en el piano de la casa las canciones que habían aprendido y que les gustaban. Mis primos tocaban muy bien el piano. La educación musical era una prioridad en nuestra familia.

Bueno, pasando a otra cosa, el tío Willy era aficionado a la caza, que practicaba a menudo con sus amigos.

Tenía varias armas de caza que guardaba siempre bajo llave, engrasadas y cuidadas en un armario de la casa al que sólo él tenía acceso y cuya llave llevaba siempre consigo.
También tenía tres perros callejeros que había adiestrado para sus cacerías. Uno de los perros, el más bonito que recuerdo, se llamaba Pacha.

Pacha era un perdiguero de pura raza, blanco y marrón claro, de orejas largas, dócil con el resto de los niños, pero muy obediente a cualquier orden que le diera mi tío.

Cuando lo conocí estaba casi ciego, le lloraban los ojos constantemente y siempre estaba tumbado en el umbral de la puerta.
Unos años más tarde supe lo que le había ocurrido.

Durante una cacería en la que participaban mi tío y otros hombres, los perros persiguieron a la presa con ladridos cada vez más fuertes hasta que dejaron de ladrar. Mi tío ordenó a Pacha que avanzara, a lo que él no obedeció al principio. Entonces gritó enérgicamente ¡Vamos Pacha! ¡Vamos, Pacha! ¡Vamos Pacha!
Esta era la orden que Pacha estaba acostumbrado a obedecer sin vacilar para atrapar la caza entre los dientes y llevársela a su amo.

Me enteré de que Pacha obedeció, pero lo que llevó a su amo fue una serpiente de cascabel muy venenosa que le había mordido en el pecho.

Pacha la había matado, pero allí mismo se desplomó casi muerto por el veneno.
Desesperado, mi tío le dio el suero antiofídico que siempre llevaba a las cacerías e inmediatamente volvió al pueblo a buscar un veterinario.

Dicen que aquel día, por primera vez en su vida, sus amigos vieron llorar a Willy. Amaba a aquel perro.

Pasó el tiempo y mi tío no cambió su forma de ser y su costumbre de dominar a los demás, lo que supuestamente le trajo muchos disgustos de su familia en el futuro.
Pacha se recuperó, pero nunca volvió a salir de caza. Se quedó cada vez más ciego -a consecuencia del veneno de la serpiente- y se convirtió en un perro viejo y triste.

Mucho tiempo después supe que se escondió bajo una escalera en un rincón oscuro para morir.

Como amigo fiel y para no hacer pasar un mal rato a nadie, Pacha lo hizo.

Murió solo.

Sin cabeza

S

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Un lugar. Un planeta. Año 3.145.

Las ciudades son enormes, no hay edificios altos como los que conocemos hoy. Son casas de dos o tres plantas, adecuadas a las necesidades de la población, que tienen luz propia y reflejan los rayos de los dos soles que abastecen de energía a este gigantesco planeta. Estas casas son transparentes a simple vista y se puede observar perfectamente lo que ocurre en el exterior sin que la intimidad de sus habitantes se vea perturbada por miradas indiscretas.
De hecho, los habitantes de este planeta no son en absoluto curiosos.

Hablemos de la gente que vive aquí y luego contemos la historia en sí.

Un pueblo extraño para nuestras concepciones actuales, tanto física como psíquicamente.
Sus cuerpos no se deterioran cuando son abandonados. Y abandonados, como veremos más adelante, es literalmente el término más correcto. Físicamente son criaturas casi idénticas. La misma textura, la misma altura -extremadamente altas y bellas, por cierto-, pelo negro o rubio, ojos castaños o azules, piel de color moreno, según nuestros actuales parámetros de color. Los hombres tienen el mismo porte altivo y están sexualmente bien dotados. Las mujeres, con su abundante cabellera, tienen pechos grandes y nalgas y piernas torneadas. Todos ellos son particularmente atractivos sexualmente.

En estas ciudades, todo está programado. Como las criaturas no necesitan comer a la manera tradicional, todo lo que tienen que hacer es inhalar los efluvios procedentes de la "comida" procesada y altamente energética, que procede de las formas básicas milenarias.

No hay trabajo manual ni producción. No hay campos que arar. Por lo tanto, los seres sólo realizan servicios intelectuales, destinados a mantener y preservar el gobierno y la paz, y esto ocurre en cortos periodos del día, que dura una media de 36 horas.

Todos los ciudadanos obedecen el orden programado; los lunes son el día de la afectividad sexual, los martes se dedican a comer, los miércoles se dedican a reunirse y socializar con los habitantes del mismo barrio, los jueves se pasan en el gran anfiteatro de la ciudad escuchando música y aumentando su "colección de sonidos", los viernes se dedican a pasear, cuando las aceras y las calles se paran a tal efecto. Los sábados, todo el mundo se queda en casa, ocupándose de su ropa y utensilios y poniéndolos en orden. Ese día, los únicos vehículos que circulan por la ciudad son los llamados COLECTORES. Hablaremos específicamente de ellos más adelante. Los domingos, todo el mundo duerme hasta tarde.
Como puede ver, se trata de ciudades magníficamente organizadas.

Por cierto, las criaturas, sus habitantes, se llaman y conocen por números y no por nombres.

Mil Quince Millones era su nombre. Su mujer se llamaba Mil Millones Veinte Mil. Se llamaban íntimamente Biquin él y Bevin ella. Estaban acostumbrados.

Aquí comienza nuestra historia.
Biquin, tras haber dormido con su esposa Bevin todo el domingo, se despertó el lunes sintiéndose extraño, no tan dispuesto como de costumbre al "afecto sexual".

Como siempre en esos días (los lunes), ella se acercó a él con sus grandes y duros pechos a medio mostrar, su cuerpo caliente y húmedo, sus nalgas casi vibrando, y se inclinó contra él, apretándose a su cuerpo, haciéndole sentir inflamado y listo para el coito. Al percibir cierta frialdad en ella, algo que nunca antes había sentido, le cogió la mano y la guió lentamente sobre sus pechos, acercándola a sus genitales, que ya vibraban, calientes y húmedos, exudando el perfume que él había puesto allí de antemano. Ella entrecerró los ojos y abrió la boca para recibir su poderosa lengua. Él cedió. Un temblor recorrió su cuerpo, encendiendo su deseo. Copularon todo el día, de las formas más diferentes y atrevidas.

Hay que decirlo: Las mujeres de estos pueblos los lunes siempre, sin excepción, recibían y buscaban a sus maridos semidesnudas, con los ojos entrecerrados y la boca entreabierta, el cuerpo excesivamente caliente, ligeramente húmedo y perfumado.

Martes - Día de comida.
Biquin puso las pastillas energizantes de él y de ella en recipientes separados. Las roció con un líquido especial. Inmediatamente empezaron a salir vapores de ellas, que fueron aspirados individualmente por cada uno. Esto duró varias horas. Al final del día estaban llenos de energía.

El miércoles. Biquin, todavía con una extraña sensación de estar incompleto, como si algo se le escapara de las manos, una vaga e inquietante sensación de ausencia algo que no había sentido desde que se dio cuenta de que era él mismo, hacía tanto tiempo que ya no sabía lo que era-, fue con su mujer, a medias, a la reunión del barrio para hablar e intercambiar ideas con sus compañeros, a los que, sin embargo, no expuso sus sentimientos actuales.

El jueves, como de costumbre, todos fueron al anfiteatro para escuchar música y engrosar su "colección de sonidos". Biquin y Bivin, inevitablemente sentados en cómodos sillones, en silencio, se prepararon para la audición.

La música, transmitida por enormes y complejos aparatos, se extendía por el aire. Era tan relajante como siempre. Sin embargo, añadía nuevos sonidos, que poco a poco se iban registrando en sus cerebros e incorporando a su "colección".

Fue en ese mismo momento, más concretamente ese día, cuando Biquin empezó a darse cuenta de lo que le estaba ocurriendo y se hizo algunas preguntas que no podía responder:
- ¿Por qué necesitamos escuchar música y aumentar nuestras "colecciones"?
- ¿Para qué escuchar música si ya la tenemos registrada en nuestro cerebro? Podemos escucharla íntimamente siempre que queramos.
- ¿Por qué es necesario que toda la gente se reúna en el anfiteatro?
Terminó el día, terminó la audición y todos volvieron a sus casas.
Amanecía, los soles brillaban, las casas resplandecían. Era viernes.

Las preguntas que se había estado haciendo seguían martilleando la cabeza de Biquin.
Las calles y las aceras estaban paralizadas.
Las criaturas caminaban de dos en dos, sin prisa, durante muchos kilómetros, por parques, calles y avenidas. Era necesario moverse, como si nuevos engranajes, recién engrasados, se hubieran puesto en marcha para ajustarse y cumplir mejor sus funciones.

El movimiento era obligatorio.
Biquin se sentó en un banco de la plaza, estaba inexplicablemente cansado, nunca le había pasado. Le hizo una señal a Bevin para que diera el obligado paseo a solas. Ella le miró largo rato, una lágrima, sólo una, corrió por su mejilla, la disimuló, se despidió y siguió caminando.

El desánimo era demasiado grande en él. Las preguntas sin respuesta seguían apareciendo en su cerebro. Y poco a poco una idea extraña, insólita, comenzó a envolverlo, obstinadamente, despojándolo de toda lógica y entregándolo sólo a un violento deseo de:
Desatornillar su cabeza de su cuerpo. ¿Sería posible?

Solo en la plaza, al anochecer, comenzó su intento. Increíblemente, creyó que era posible. Y poco a poco empezó a desenroscarse la cabeza. Al principio hubo algunos chasquidos, como si las piezas estuvieran atascadas por falta de uso. Pero con un poco más de fuerza y un chasquido mayor, empezó a moverse.

Primero en un ángulo de veinticinco grados, luego de cuarenta y cinco, después rápidamente de ciento ochenta y finalmente de trescientos sesenta grados. Ya no se sorprendió; al contrario, sintió un gran alivio. Sólo le quedaba quitárselo del cuello.
Eso fue lo que hizo. Lo colocó suavemente a su lado en el banco.
Ya no sabía si era un cuerpo o una cabeza. Pero, ¿qué importaba eso ahora?
A su alrededor, las cosas, las imágenes y los sonidos se desvanecían y desaparecían por completo.

Lo único que quedaba era un cuerpo y una cabeza que, en aquel planeta, no se deterioraban.

Bivin, por su parte, se sentó en el sofá de su casa y apagó todos sus sentidos. Para siempre.

En la sala de Control de la Población del gran complejo gubernamental, donde se decidía sobre la creación o extinción de las "criaturas programadas", frente a una enorme pantalla de televisión Tresbieum (Tres mil millones y un millón) dice Tresbiedois (Tres mil millones y dos millones), ésos eran sus nombres:
- ¡Por fin Bikin y ella fuera! Todo salió según lo previsto. Eran viejos y obsoletos, sólo ocupaban espacio. Su tecnología estaba anticuada, no había arreglos ni reparaciones que hacer. Las piezas ya no existen.
Ahora habrá un hogar extra para futuras parejas.
- Efectivamente, pero tú Trisbieum debes estar de acuerdo conmigo en algo, ya que somos tan diferentes...
Qué hermosos y perfectos eran nuestros padres para la época en que fueron creados, ¿no crees?
- ¡Sí, nuestros padres!
Pero eso ya no importa, mañana es sábado y los camiones de RECOGIDA los llevarán al depósito de reciclaje. Siempre es así...
- Menos mal que el domingo dormiremos hasta tarde.

También hay que explicar que en este planeta, cuando un cónyuge se desactivaba, el otro seguía inevitablemente su estela.

Vacaciones en casa de la abuela

V

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Cuando éramos niñas lo que más nos gustaba era a final de año, después de Navidad, en pleno verano, visitar a mi abuela. Mis padres se tomaban unos días para descansar.

O íbamos a una casa que alquilaban en la playa, o íbamos a visitar a mi abuela paterna y a mis tíos y primos en la ciudad de Ijuí.

Ijuí se encuentra en el Estado de Rio Grande do Sul-Brasil y fue fundada por mis abuelos y otros inmigrantes alemanes que fueron allí a vivir y formar sus familias.

Creo que no fueron los primeros en llegar.
Cuando yo era niña esta ciudad tenía sus costumbres locales bien arraigadas y típicamente alemanas. Desde los hábitos alimenticios hasta el idioma que se hablaba habitualmente. Mi abuela murió a los 98 años hablando todos los días sólo su lengua materna.

Normalmente los habitantes eran de religión evangélica, seguidores de Martín Lutero, y en los oficios el pastor sólo hablaba alemán.
Mi padre hablaba y escribía alemán con regularidad, también porque había estudiado como interno en una escuela donde se preparaba para ser pastor.

Finalmente lo dejó todo y se fue a servir en el ejército brasileño a otra ciudad del Estado, donde conoció a mi madre y se casó con ella.
Supe por mi padre que hubo mucha persecución, en la posguerra, de inmigrantes alemanes bajo la sospecha de ser nazis.

Mi padre nunca quiso enseñarnos el idioma alemán, creo que por puro miedo, temía la persecución que, por desgracia, hubo en Brasil durante muchos años.

Las ansiadas vacaciones para ir a casa de mi abuela que, por cierto, era muy grande, cómoda, bonita y estaba situada en pleno centro de la ciudad fueron una verdadera epopeya. Hasta llegar allí pasaron muchas cosas.

Salimos muy temprano en la mañana en la camioneta de papá, pasamos por varios pueblos hasta que tomamos el camino que nos llevaría a Ijuí. En aquella época, la carretera era de tierra y no había asfalto.

La tierra estaba roja y el polvo lo penetraba todo, porque teníamos que conducir con las ventanillas abiertas, era verano, hacía calor y no había aire acondicionado en el coche. Cuando se acercaba otro vehículo, mis padres ordenaban cerrar las ventanillas para que el polvo no penetrara aún más.

Aquella región producía mucho trigo y otros cereales. Era hermoso ver los campos de trigo mecidos por el viento como las olas del mar, pero amarillos, casi dorados.

Mi tío, casado con una hermana de mi padre, era uno de los directores y propietarios de una gran empresa de exportación de trigo.

Al anochecer, cuando estábamos a punto de llegar, mi padre iba a una gasolinera que había a la entrada del pueblo para que nos laváramos la cara y los brazos en los barriles de agua que había fuera, para que no llegáramos a casa de la abuela como indios colorados, con la piel roja y además el cabello revuelto, ya que probablemente no nos había de reconocer después de 12 o 14 horas de viaje.

La abuela siempre nos recibía con gran alegría, aunque no entendiéramos ni una palabra de lo que decía, puesto que como he dicho se expresaba en alemán.

Lo que más nos gustaba era la habitación que siempre nos tenía reservada a mi hermana y a mí.

Las camas eran altas y tenían un somier de acero flexible, sobre el que se colocaba un colchón de crin de caballo y plumas.

Las cubiertas también eran de plumón de ganso y todos los días había que sacudirlas de tal manera que esas plumas no se situarán en un solo lugar, dejando las otras partes vacías y, en consecuencia, causando frío a quien las utilizaba.

Nos encantaban esas camas altas y flexibles porque éramos muy traviesas y lo que más hacíamos, para desesperación de mi madre y mi abuela, era saltar sobre ellas hasta casi tocar el techo de la casa que estaba situada a una altura considerable.

Mi madre y mi abuela gritaban a voz en cuello y a los cuatro vientos cuando nos pillaron in fraganti, para que paráramos, o de lo contrario un azote en las nalgas sería la solución.

Una vez rompimos una almohada que también era de plumas. Éstas volaron por toda la habitación y acabaron en la calle, delante de la casa, porque la ventana estaba abierta.
Mi padre, que siempre fue un bonachón, se ha reído mucho, mientras que mi madre, siempre tan estricta, sacaba la zapatilla para pegarnos.
Hasta el día de hoy recuerdo aquella maravillosa escena.
Está viva en mi memoria.

Calma II

C

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

 Balanceándome y cantando...
Yo canto y balanceo
y cantando me encanto
con cuentos de hadas,
sílfides, duendes y gnomos,
que se pierden en los caminos
de la imaginación… de niña
que llevo en mí,
esa que soy aún así…
¡Cabecea y casi se duerme!
Y en la calma
de este mío canto
voy balanceando;
calmando al infante,
ese que no soy yo,
el que sujeto y abrazo.
Las sílfides, el hada,
las brujas, los gnomos,
se desvanecen en lo sueño
y… ¡se pierden en nada!

Tradición de Año Nuevo

T

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Ese año sería diferente.
Pueblo de Ornaisons - Francia.
Un pequeño pueblo con mil y pico habitantes y algunas peculiaridades, diferente de los demás pueblos.
 
Allí vivían productores rurales dedicados a la viticultura, de cuyos viñedos se extraían uvas de cepas finas para la elaboración de vinos de gran calidad, tan apreciados en toda Francia. También producían buenas cervezas con la cebada cultivada allí. En menor cantidad, también se criaban ovejas y cabras para el consumo doméstico y para la producción de lana que, tras ser esquilada, se enviaba a las industrias tejedoras que, posteriormente, enviaban los bellos tejidos a las modistas para la confección de ropa y abrigos para el invierno.
 
Bueno, volviendo a la historia que nos contaron; ya no eran niños, habían crecido. Casi todos tenían entre 16 y 18 años. Se habían criado juntos.
 
De niños esperaban con ilusión la Nochevieja.
El día transcurrió con cierta emoción, tanto por parte de los adultos como de los más pequeños.
 
Los adultos prepararían la casa, las mejores ropas y la cena, que debería ser diferente de otros días y de lo que solían comer durante todo el año.
 
En Nochevieja, la cena, que tenía lugar a medianoche, consistía en carne de cerdo, ensaladas más elaboradas, vinos más finos y, por supuesto, postres más sabrosos de lo habitual.
 
Los niños y los adultos se bañaban antes y se vestían con más cuidado, como era costumbre, también porque en esta época del año allí es invierno.
 
Es costumbre desde antiguo que al amanecer del 1 de enero los jóvenes del pueblo salgan a la calle y recojan todo lo que se encuentra en los umbrales de las casas o jardines sin que el propietario pueda darse cuenta, y depositen los productos en el centro de la plaza local donde también se encuentra el ayuntamiento.
 
Los jóvenes partían al amanecer desde distintos puntos de la ciudad y cargaban con todo lo que encontraban y lo depositaban en el centro de la plaza.
 
Ese año fue excepcional que llevaran bicicletas, macetas, papeleras e incluso un coche que, con la ayuda de unos pocos, abrieron la puerta del conductor, desbloquearon el vehículo y lo empujaron hasta la plaza.
 
Los ancianos ya habían olvidado esta costumbre y cuando se despertaron por la mañana se dieron cuenta de que faltaban sus pertenencias.
 
Hubo un alboroto en la ciudad. La gente corría por las calles buscando lo que les pertenecía.
Cuando llegaron al centro de la ciudad y vieron la plaza llena de las más diversas chucherías, se quedaron asombrados. Y los jóvenes que permanecían a un lado, sonrientes, observaban las reacciones de los supuestamente perjudicados. Se les interrogó duramente sobre si habían sido los autores de las desapariciones, a lo que respondieron con el mayor aplomo:
 
- ¡No, yo no! ¡De ninguna manera sería capaz de tal maldad!
 
Pero lo hicieron entre sonrisas y miradas furtivas de unos a otros.
 
Sin embargo, lo más interesante ocurrió al cabo de unos minutos, cuando la gente empezó a recoger sus pertenencias. Fue entonces cuando se puso de manifiesto la torpe naturaleza del hombre.
 
Algunos pensaban que las pertenencias de sus vecinos eran más valiosas que las suyas y empezaron a argumentar que eran suyas. El caos se instaló definitivamente y los agraviados, tras reclamar sus derechos y no ser atendidos, pasaron a la agresión física.
Viejos amigos se enfrentaron, amistades se desmoronaron, personas que se creían honestas e íntegras dejaron caer sus máscaras por un simple jarrón de flores.
 
Todo esto sucedía ante los ojos estupefactos de los jóvenes que tenían en algunos vecinos e incluso familiares la representación de la más pura honestidad.
 
Esta fecha está grabada en la memoria y en los anales de la historia de este pueblo.
Y hoy, por precaución y por experiencia, los adornos, jarrones, macetas y otros objetos que se encuentran habitualmente en las calles y jardines se recogen después de la cena de Año Viejo, en el paso del 31 de diciembre al 1 de enero, dentro de la casa de cada propietario.
 
Olvidé decírtelo: Ese día también se rompió un compromiso que había durado algunos años.
Los padres de los novios se pelearon por una vieja bicicleta y no permitieron que sus hijos se casaran. La novia sigue llorando hasta el día de hoy, desconsolada, mal considerada y solterona. El prometido se fue a otra ciudad, se casó allí y tuvo un "montón" de hijos.
 
Se dice de pasada, y casi para terminar que fue uno de los líderes que planearon toda la broma. Aún hoy siguen diciendo, los que eran jóvenes entonces, que cuando salen a la calle y se encuentran con los que intentaron robarles lo que no era suyo, los identifican y les lanzan palabras como
- ¡Sé lo que hiciste!

Pequeño cuento

P

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Debe ser así . Y así es.  España, tierra de leyendas y de pasiones. De sus rocas, de su transparente y cálido mar es de donde se extraen muchas historias. Su ambiente es cómplice de muchos sentimientos mientras aquellos que no pueden contarse y han de olvidarse por los caminos inaccesibles de las rocas, a las cuales el aire se acomoda para esconderlos.
Tierra vieja de viejos amores.
 
SIGLO XVII 
 
Aunque Europa vive en pleno Renacimiento y en la  creación artística impera el Barroco, en España el siglo XVII sigue muy influenciado por las tradiciones medievales, marcadas por el fuerte apego al Cristianismo de esa época, a diferencia de las nuevas corrientes de ideas humanistas, cuya penetración e influencia ya se hizo sentir por el resto del continente europeo.
 
En este sentido la Iglesia Católica fue muy influyente y predominante en los países ibéricos, para que no adoptasen tales ideas humanistas, iniciando así  la fase conocida como Contrarreforma, reforzando sobremanera la cultura y la educación del pueblo.
 
Es entonces, precisamente en esta etapa, cuando nuestra historia comienza a desarrollarse, lo que curiosamente para algunos es poco probable que llegue hasta nuestros días. Sin embargo, para otros, es perfectamente aceptable.
 
Empecemos a narrarlo.
(Un pequeño asentamiento en rocosas sierras de España).
Un pueblo formado por campesinos y ganaderos criadores de ovejas y cabras.
(Un palacio medieval, y una familia rica, fanática y dominante).
(Una iglesia muy antigua, construida arquitectónicamente sobre los cimientos de antiguas mezquitas, templos levantados durante la dominación árabe).
(Dos jóvenes con diferentes educaciones, posturas y principios).
 
El nombre de ella era Zaida, pronunciaba hechizos, y sortilegios, hacía pociones medicinales para la salud, conocía los secretos de la tierra, del aire, del fuego y del agua, es decir de los cuatro elementos fundamentales.
 
Era hija de alquimistas y se le dio el conocimiento que conduce a la transformación de los metales y la transmutación y transformación de elementos y energías terrenales y universales.
 
Considerada una bruja en aquel tiempo, porque entonces las mujeres no tenían acceso a la educación y la ciencia era mal vista en el lugar donde vivía.
 
Sin embargo, cuando llegaban enfermedades, la gente del lugar acudía a ella para obtener ayuda de sus conocimientos.
 
España en esos momentos estaba muy retrasada, igual que el resto de Europa, en el campo de la medicina.
 
Zaida vivía en esa aldea española que estaba situada de muy cerca de montañas muy rocosas, en un valle semiárido, habitat adecuado a cabras y ovejas, con muchos animales de caza y también con serpientes venenosas, de las que ella extraía los fluidos necesarios para hacer sus medicinas y pociones, dentro de su hogar ubicado próximo al acantilado rocoso.
 
En este pueblo vivía , en su antigua iglesia, un párroco muy anciano, prior de la misma, que a pesar de las diferencias religiosas, entendía y respetaba los poderes y el conocimiento de la joven Zaida, la del cabello largo y los ojos verdes como las aguas del mar.
 
He aquí que el anciano párroco fallece y un joven sacerdote, culto y educado dentro de los parámetros de la iglesia católica española y en los mejores conventos de la época, destinados precisamente a educar niños de las familias más ricas, influentes y poderosas, como la casa de los propietarios del castillo del pueblo.
Su nombre, Luís de los Ríos.
 
Este joven sacerdote asume su cargo y, poco a poco, llegó a conocer más sobre las personas que allí habitaban, de sus historias y de sus costumbres, ya que él había sido educado casi sin tener contacto con la gente del lugar.
 
Luís tuvo desde la cuna la formación religiosa de la  época, los prejuicios y las limitaciones que su fe le imponía. Al conocer la existencia de una bruja en el pueblo, la persiguió y la denunció a sus superiores eclesiásticos.
 
El destino y la vida son sabios en sus propósitos y a veces crean situaciones insospechadas para los hombres que buscan su progreso y abren sus mentes a las verdades universales.
 
En aquel momento, las plagas y enfermedades eran letales para hombre, la mayoría de las veces, en gran parte por la falta de higiene imperante.
 
He aquí que Luís se enfermó. Todo el conocimiento médico y las medicinas que se dan a la población no obtuvieron éxito. 
 
Finalmente, en un intento por salvarle la vida, Zaida fue llamada a su cama. Ella aceptó con gran amabilidad el encargo de salvarle, sabiendo no obstante que le esperaba una feroz persecución por parte de la iglesia.
 
Ella siguió cuidando al enfermo y le aplicó sus pociones e invocó las fuerzas de la naturaleza que le pertenecían.
 
Pasó el tiempo y Luís fue mejorando gradualmente y fue recuperando sus fuerzas. Al mismo tiempo ayudados por la proximidad y convivencia, ambos jóvenes comienzaron a necesitar la presencia mutua sin darse apenas cuenta.
 
Se enamoraron. La gente se dio cuenta de ello, y condenándolo, lo comunicaron a la familia del sacerdote y a los superiores eclesiásticos.
 
Debido a que fue considerada una bruja e incitada por la poderosa familia del sacerdote que no admitió nunca esa relación, la iglesia persiguió a Zaida. 
 
Conociendo el destino que está reservado para las brujas, la hoguera, los jóvenes acordaron huir a un lejano lugar.
 
Luís debería brindar a Zaida apoyo y cobertura para que sus planes de fuga se cumplieran y su amor pudiera hacerse realidad.
 
Sin embargo, el día acordado, se sintió asustado y, presionado por su familia y su fe, huyó  para no acudir a la cita y dejar a Zaida a merced de sus acusadores.
 
Ella se sintió abandonada por la persona que tanto amaba. No obstante logró escapar por las altas y rocosas montañas y  al llegar al borde de un acantilado, echó una última mirada al horizonte, recordó a su amado, le perdonó mentalmente y pidió a la naturaleza  que le diera la oportunidad de encontrarse con él nuevamente, en tiempos pasados, o en tiempos futuros . ¿Quién lo sabe?
Señaló hacia el horizonte, alcanzó el borde del precipicio y se lanzó al vacío.
 
Se suceden los siglos y con ellos los nuevos encuentros entre los dos van ocurriendo, siempre llenos de pasión y reconocimiento intrínseco, no siempre recordados conscientemente.
 
Hoy depende de Luis, incluso si no lo recuerda, purgarse a sí mismo el sentimiento de culpa por la ausencia y el daño infringidos.
 
Zaida se adapta a las dificultades físicas que sufre por su elección y agresión contra la Madre Naturaleza. Por hora, en esta vida, viejos los dos se reencuentran, se reconocen y se enamoran de nuevo.
 
La vida continúa a su proprio ritmo…
 
Las rocas muy altas y viejas con el correr del tiempo, a veces, caen transformándose en arena, que se va a lo lejos por el aire tanteando.
 
Mientras tanto, los malos sentimientos también son como las arenas, pero con el tiempo se van perdiendo y cambian.

Síguenos