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La barbacoa

L

Alfredo Boné Riquelme

Las risas espantaban a los pajarillos de los árboles cercanos, mientras en la amplia terraza el grupo de amigos bebían de sus botellas o sus vasos y conversaban mientras en un lado, casi pegado a la cerca de hierro que separaba la casa del amplio rio que corría apacible sin desviarse rumbo al mar; no lejos de este lugar, un gran "quincho", de esos llamados Argentinos, fabricados en ladrillo, con espacio para mucho carbón, y largas parrillas de hierro negro, se podían ver los trozos jugosos de carne, las largos tiras de costillar, y las longanizas que botaban un jugo que hacía encresparse el fuego, mientras el parrillero, especialmente contratado para el evento, hace girar la carne para evitar que se recuezan por un solo lado.

Tambien se escucha música tropical que escapa por las abiertas puertas de la casa, mientras un par de muchachas vestidas de negro se pasean entre los asistentes a la barbacoa, con bandejas con copas y algunos bocadillos para alimentar el hambre que se acrecienta con el olor de la carne asada. Este era un día especial para la dueña de casa, Mariluz, pues cumplía un ano de casada con su marido Felipe, y ambos habían decidido celebrar el acontecimiento en casa, con la familia y amigos cercanos.

Felipe contrató personal especializado, de esos llamados "catering" para que ella no se molestara en hacer nada, y ella planifico los bocadillos de salmón, de pate fois, de huevos con mayonesa y pimientos, todo delicioso; y la decoración alrededor de la casa, de la cual estaba muy orgullosa, fijándose atentamente de que los baños tuvieran suficiente jabón para las manos, papel higiénico, y desodorante ambiental. Nada podía salir mal. Desde donde ella se encontraba parada, podía ver a Felipe, alto, delgado, de cabello rubio y muy atractivo, parado y conversando con algunos amigos, y ella sintió un ardor allá abajo, pues él se veía tan apuesto, tan fuerte y seguro de sí mismo; la verdad, es que todo parecía un sueño.

Ellos se conocieron en una fiesta en casa de unos amigos, y desde que se miraron fue como lo que llaman, "amor a primera vista", y desde ese día no se separaron más. Claro que no todo era perfecto. Él era divorciado, y tenía dos hijos aun pequeños a los cuales ella tenía que soportar los días que les tocaba visita con el padre. Pero todo, " era aceptable", pensaba Mariluz, si podía disfrutar de él, el resto del tiempo. Ella, "ni loca tendría hijos", y para eso ella se cuidaba, tomaba los anticonceptivos sin perder una hora, y por si acaso algo sucedía, la píldora del día después la cual era recetada por un amigo medico de ella.

Felipe había mencionado un par de veces, "sería fantástico tener hijos, una parejita quizás", y a ella se le erizó el pelo con solo la idea. Pero ella sabía cómo mantenerlo contento, y evitaba las conversaciones que fueran sobre hijos, " ni tonta arruinaría su figura, o dejar que los pechos se cayeran, o tener estrías en la barriga y piernas", pensaba, y pensando en eso, gastaba cantidades de dinero en cremas, gimnasio, masajes.

La fiesta continuaba, y Felipe pensaba en el gasto inútil de esta fiesta, y la cantidad de gente a la que no le interesaba ver, como la familia de Mariluz, la cual era pesada y siempre mirando todo por encima del hombro como si ellos fueran de alguna clase especial. Sobre todo, la hermana, Fernanda, quien siempre tenía una palabra cortante, o una broma plagada de ironía con la cual trataba claramente de molestarlo, pero el, la ignoraba sin darle el gusto de contestar las idioteces que se le ocurrían. Luego se distrajo pensando en la oficina, pues él era el ingeniero jefe de una gran compañía constructora, e iba en ascenso.

Felipe era hijo de una familia modesta, provinciana, de Talcahuano, y el padre trabajaba en la pesca artesanal junto al algunos amigos con los cuales lograron adquirir unos botes, pero los precios del pescado habían bajado debido a la competencia y a la poca pesca por los barcos chinos que asolaban los mares del Pacifico.

La madre se dedicaba a la casa, y los hermanos mayores ayudaban al padre en sus labores, y aunque no vivían mal, el dinero solo alcanzaba para lo justo.

Felipe desde niño fue estudioso, y se las arregló para sacar becas que lo ayudaron a mantenerse en el colegio, pues su madre vio en el algo diferente al resto de la familia, asi que cuando el padre quiso subirlo al bote, ella se opuso con dientes y garras, y el padre sin decir nada, pues nunca decía nada cuando la esposa tomaba una determinación, dejó a Felipe tranquilo.

Felipe fue el único de la familia que terminó la secundaría, y luego entró a la universidad con notas altísimas las cuales mantuvo hasta su graduación, lo que le significó un contrato con una de las compañías más prestigiosas del país. También significaba que la familia de Mariluz lo trataba como si tuviera alguna infección, y lo aceptaban con la nariz respingada.

Mientras pensaba sobre todo esto, entró a la casa y se dirigió al baño de su cuarto en el segundo piso, pero cuando se aprestaba a hacer sus necesidades, sintió una mano que lo cogía y antes de reaccionar, una boca se pegó a la suya. Miro asustado, y vio que era la hermana de su esposa. La empujó separándola de él, y le preguntó, ¿“qué te pasa?, estas borracha?”, y ella continuaba empujándolo hacia la pared mientras su mano le cogía el miembro y él trataba de zafarse, pero sin hacer escándalo, pues no quería que nadie los encontrara en esta situación inaudita.

“Vamos”, le decía el, ¿“que tú quieres?, hacerme un problema?”, y ella arrodillándose en el piso lo miro y le contesto casi con rabia, ¿“es que acaso no te has dado cuenta de que siempre he querido tener algo contigo?, ¿de qué desde siempre he estado enamorada de ti?, si, si, desde que empezaste a pololear con mi hermana solo he querido estar contigo, pero ella siempre se lleva todo lo que yo quiero, todo”, y seguía ella tratando de introducirse el pene en la boca, mientras él se trataba de alejar, asustado, horrorizado de lo que escuchaba pues no podía creerlo.

“Vamos”, le dijo Felipe, “esto es una equivocación tuya, yo estoy enamorado de tu hermana y no puede ser”.

Él trataba de hacerla entrar en razón, pero ella estaba fuera de sí. Felipe no podía entender la situación, pues ella siempre se había mostrado irascible con él, así que en su interior pensaba que podía ser una trampa de la familia para indisponerle con su esposa. Y en eso estaba, cuando su esposa y el resto de la familia entraron en el baño y los encontraron en esta incómoda situación.

La esposa se queda mirando la escena, con la familia detrás de ella, y dándose vuelta sale, mientras Felipe soltándose de la hermana trata de correr detrás de ella, pero la familia, o sea el padre, le impide el paso. Felipe trata de zafarse de él, pero el padre mirándolo directo a los ojos le dice, “ella no quiere verte, aparecido, mugroso con título, así que déjala sola…”, Felipe se gira y puede ver a la hermana de su esposa riéndose por lo bajo, y la madre sonriendo por lo bajo. Lo habían engañado de la manera más baja, pero la situación era muy difícil de explicar.

La hermana sale corriendo del baño detrás de Mariluz, mientras los padres lo mantenían encerrado dentro del baño. Felipe mira a los padres y les dice furioso, “no puedo creer que hayan hecho esta bajeza, y quieran destruir la felicidad de esta familia solo por sus intenciones malévolas”.

Ellos lo miran displicentes, contestando irónicos, “tú nunca fuiste parte de esta familia, advenedizo, así que puedes volverte por donde viniste hijo de mala muerte, pues nuestra hija no volverá a mirarte, de eso nos encargaremos nosotros”.

Cuando Felipe logra salir de la habitación, puede ver que todos los amigos estaban parados afuera mirando lo que había sucedido, y la música se había detenido. El bajó al primer piso a tiempo de ver el carro de Mariluz despareciendo calle abajo. Detrás de él, los padres salieron y se marcharon sin decir nada más. Y no era necesario. Los amigos empezaron a marcharse de a poco sin decir palabra. Todos posiblemente convencidos de su mal actuar.

Pronto él se quedó solo en la casa con la gente del catering, que estaban limpiando y guardando la comida intacta de la fiesta, mientras lo miraban con pena. El tomó una botella de whisky y sentándose en la terraza empezó a beber. No se percató cuando quedo solo en la casa, pues ya estaba completamente borracho y dormido en una de las silla de la terraza.

Felipe y Mariluz se separaron y ella nunca quiso escuchar las explicaciones que él le pudiera dar. La familia impidió cualquier contacto directo con ella, así que él, al final, dolido además por la actitud de ella que ni siquiera le daba el beneficio de la duda, firmó los papeles del divorcio, y se dedicó exclusivamente a trabajar.

Al poco tiempo, como recompensa por su excelente trabajo, fue manado a la oficina principal en Texas, USA, y así dejo el país y los lugares donde él fue feliz con Mariluz.

No la había vuelto a ver, y dejó que sus abogados se encargaran de todo. Le trató de escribir unas cartas, pero todas volvieron a su remitente sin abrir, así que cansado, dolido, y entendiendo que no habría forma de entenderse con ella, partió dejando todo atrás.

Houston en Texas fue un lugar que logró después de mucho tiempo calmar su desesperanza, y le dio nuevos impulsos para seguir creciendo profesionalmente. Hizo contactos que lo ayudaron a conseguir un nuevo trabajo en una multinacional, y viajó a Europa donde se instaló en Milán, Italia, y allí conoció a Stephania, una bella muchacha original de Bruselas con la cual empezaron una relación que los llevo a viajar por todo el mundo.

Tomaron cruceros por el mediterráneo, pasaron bellas vacaciones en Grecia y Creta, se perdieron en compras en el mercado de Ankara, un lugar que parecía sacado de las mil y una noches. Pasearon por París, de noche, y se sentaron en la plaza de la bastilla a deleitarse comiendo caracoles y bebiendo vino mientras la música de los violines los transportaba a otras épocas.

Conoció a la familia de ella, y él, trajo a su familia de Chile para que todos se conocieran, especialmente a sus hijos que ya estaban grandes y bajo el cuidado de su madre, pero era hora que él asumiera su responsabilidad.

Al final, él y Stephania decidieron casarse, y así lo hicieron en una ceremonia muy íntima, con solo la familia y algunos amigos de ella, y después de una breve luna de miel en Tailandia, los dos volvieron a Milán y empezaron su vida juntos.

Los dos hijos de Felipe entraron al colegio y pronto se adaptaron a la vida en esta ciudad donde los negocios eran lo más importante.

Ella quedó embarazada y tuvieron una hija bellísima, como la madre, y los viajes a Bruselas a ver a los padres de ella eran frecuentes. O viceversa. Ellos viajaban a Milán y pasaban unos días que a veces se volvían viajes a Suiza, distante solo un par de horas de Milán.

Stephania estaba muy enamorada, y ambos llevaban una vida familiar que se extendía al resto de la familia chilena, quienes ahora viajaban muy seguido a visitar a los nietos.

Un día decidieron viajar a Chile de vacaciones, y prepararon las maletas, él quizás un poco preocupado pues había sido mucho tiempo desde que salió de allí y nunca más volvió; solo se enteraba de algunas cosas por boca de su padres.

De su primera mujer, no sabía nada pues ella no tenía contacto ni siquiera con los niños, que ya después de tantos años no preguntaban por ella; de Mariluz nunca quiso saber más pues salió muy herido de aquella relación, especialmente porque ella nunca quiso conversar con él y aclarar la situación acontecida el día de aquella barbacoa.

Los padres no la mencionaban, pues quizás ellos podían sentir el dolor profundo de él. Pero, aun así, Felipe estaba contento de regresar a Chile, su país, al cual siempre extraño.

Los lugares donde había vivido estos últimos años eran bellos y la gente lo trató muy bien, pero no era su patria, aquella misma que lo vio nacer pobre, que lo vio crecer esforzándose por mejorar, y la que pudo ver su caída y frustración de perder a Mariluz a la que había amado.

A la llegada de todos ellos al aeropuerto de Santiago, encontraron a los padres de él esperándolos. Vio el aeropuerto más grande, con más tienda y con mucho movimiento, y cuando salieron a la carretera, no podía creer la cantidad de vehículos, algunos muy elegantes que transitaban.

Cuando llegaron a la casa de sus padres, pudo ver una bella casa de ladrillo, con una cerca de hierro y un  jardín muy cuidado, donde Felipe reconoció la mano de su madre.

Los niños estaban felices y corrieron al patio donde se escuchaban los ladridos de un perro al que llamaban Larry. La casa no era muy amplia, pero si bastante cómoda, así que ellos se acomodaron en un cuarto, los niños en otro, y sus padres tenían la habitación matrimonial.

Ese día en la noche llegaron familiares a saludar, y algunos viejos amigos que se habían enterado del retorno de Felipe. Se destaparon algunas botellas de vino, se puso carne a la parrilla, y las cervezas abundaban, y en ese momento uno de los amigos le dijo, “supongo que sabrás algo de Mariluz, ¿no?”, y él negó con la cabeza sin decir palabra, pero el amigo siguió, “el padre falleció al poco tiempo de que ustedes se separaron, y la madre quedó en la ruina pues tenían muchas deudas”. Felipe no dijo nada, así que el amigo prosiguió, “la hermana se fue con un tipo que decía que era extranjero, que la embarazó y la abandonó, así que volvió a casa de la madre, y junto con Mariluz la ayudan a cuidar del bebe mientras ella trabaja en una tienda del centro comercial. Mariluz está de secretaria en la oficina de unos corredores de propiedades, y según lo que yo sé, pues un día me encontré con ella en la calle, la hermana y la madre le contaron la verdad sobre aquella barbacoa en tu casa, recuerdas?”.

El amigo miro a Felipe, y tomándolo del brazo, le dijo en un murmullo, “ella está muy arrepentida de no haberte escuchado, pero la familia le llenó la cabeza de tonteras en contra tuya, y creo que le gustaría verte solo para pedirte disculpas”.

Felipe miró al amigo, y tomando un sorbo de la botella de cerveza, se alejó sin decir palabra. El pasado que parecía tan lejano lo estaba cercando en un murmullo constante de lo que podría haber sido, claro, él no se arrepentía del camino tomado, pero siempre la duda lo perseguía, ¿“como hubiera sido si…?’.

Los días pasaron rápido, y estaban casi a punto de retornar a Milán, cuando un día al entrar a un supermercado, se encontró con Mariluz de frente. Ella se veía cansada, quizás un poco más degastada, no físicamente, pero sí emocionalmente.

Se miraron por unos segundos, y ella le saludó con una sonrisa; “hola, Felipe, cómo estas?”, y él, sin saber qué más decir, le contestó, “muy bien Mariluz, y tú, cómo estas?”.  Ella guardó un minuto de silencio, y luego le dijo: “tenía muchos deseos de verte desde que supe que estabas en Chile, aunque nunca supuse que sería en estas circunstancias, pero bueno, por favor no digas nada, déjame decir lo que debería haber dicho hace mucho; perdóname pues cometí el error más grande de mi vida. Mi hermana finalmente me confesó lo que aquel día sucedió, y después de la muerte de mi padre, mi madre me dijo todo lo que ellos habían hecho para separarnos, pero la verdad es que la culpable fui yo por no escucharte y creer”.

Felipe la miró con extrañeza, y le dijo muy suavemente, “siento que sea tarde ahora, Mariluz, y lamento que hayas visto mi inocencia cuando no hay nada que hacer, pues yo estuve muy enamorado de ti y nunca te fui infiel”.

"Yo lo sé, Felipe, ahora lo sé, -dijo ella- pero en aquel entonces era muy joven y no sabía lo que hacía o sentía, y me dejé engañar por el estúpido orgullo de mi familia”.

Felipe la miró detenidamente, y le contesóo con voz apesadumbrada, “ así es Mariluz, pero ya no hay nada que hacer, pues estoy muy enamorado de mi esposa, y tengo una maravillosa familia con la cual vivimos en Italia”. Y ella le dijo, “eso lo sé tambien, Felipe, solo quería que supieras la verdad; la mía. Y que sea muy feliz”.

Y dándose vuelta, se marchó dejando a Felipe solo en aquel pasillo de supermercado sin saber qué sentir. Pero solo había una decisión que tomar, y pagando lo comprado retornó al hogar de la familia y apenas entró, tomó a Stephanie en sus brazos y le dijo muy quedo al oído, “te amo más que nunca”.

 

Doña Chiquiña

D

ALvaro de Almeida Leão

Traducido al español por José Manuel Lusilla

Ariovaldo, recién llegado a un pequeño pueblo del interior, iba pasando, como de costumbre, por una calle cuando, un día, una pequeña multitud dentro de una casa le llamó la atención. Curioso, le preguntó a la primera persona con la que se cruzó:

— Hola, ¿Cuál es el motivo de esta reunión festiva?

— Festiva no, más bien al contrario. Estamos velando a la profesora doña Chiquinha, que, lamentablemente, ha fallecido.

— ¿Qué? ¡La profesora doña Chiquinha murió! Pero, ¿cómo? No puede ser. Me niego a creerlo.

Dicho esto, empieza a llorar con fuerza, alto y con profundo sentimiento. Llama tanto la atención que los familiares de la fallecida, conmovidos por la escena, lo invitan a entrar. Él, sin dudarlo, acepta y pronto comienza a interactuar con los presentes.

Es pleno invierno, un frío que cala los huesos. Ofrecen sándwiches, cafés, coñac, vino, quentao y nuestra tradicional cachaza. Cuando le preguntan a Ariovaldo qué prefiere, no duda en responder:

— Lejos de mí la intención de causar molestias... Pero ya que insisten, con este frío acepto unas cachacitas, con todo respeto y consideración, a gusto, bien servidas.

Así, se le sirven seguidas dosis de la "purita" y, a medida que Ariovaldo las consume, más se embriaga, causando disturbio.

Ante tan insostenible situación, alguien le dice, aunque no sea cierto, que se ha acabado la cachaza. Al oír tan nefasta noticia, Ariovaldo decide irse, no sin antes despedirse de la fallecida.

Frente a doña Chiquinha, entre lágrimas, se desahoga:

— ¡Querida y amada doña Chiquinha! ¿Cómo pudo ocurrirle una desgracia así? ¿Cómo, Dios mío? ¿Cómo?

Se abraza al ataúd sollozando con tanta fuerza que parece a punto de desplazarlo de los caballetes. Algunas personas comienzan a cuidar tanto del ataúd como de Ariovaldo para que ninguno se caiga, lo cual sería un gran bochorno.

Los familiares de doña Chiquinha, intrigados, intentan averiguar más sobre el desconsolado Ariovaldo y le preguntan:

— ¿Usted también es pariente de doña Chiquinha?

— No, no soy pariente de doña Chiquinha.

— ¿En alguna época fue alumno de doña Chiquinha?

— No, nunca fui alumno de doña Chiquinha.

— Entonces, tal vez alguna vez fue vecino de doña Chiquinha.

— No, nunca fui vecino de doña Chiquinha y, a decir verdad, hasta ahora ni siquiera la conocía.

— Entonces, señor Ariovaldo, si no es pariente de doña Chiquinha, ni fue su alumno o vecino, y ni siquiera la conocía, ¿por qué llora tanto?

— Porque ahora mismo un aguafiestas me dijo que se ha acabado la maldita cachaza. Así que, siendo así, solo me queda llorar, llorar y llorar desconsoladamente.

¡Fue la gota que colmó el vaso! Invitado a retirarse, Ariovaldo se marcha apresurado a buscar más y más bebida.

Tal situación, lamentablemente, es lo que le ocurre desde hace algún tiempo a Ariovaldo. Un día, quién sabe, tal vez un alma noble pueda ayudarle a salir de esto, y que sea lo antes posible.

Saulo – El despacho

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Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por José Manuel Lusilla
 

Mi nombre: Saulo Jardim.
35 años.
Por opción: alcohólico y poeta.
Soy moreno, delgado, alto y bonito.

Si no fueran mis ropas andrajosas, sería considerado un buen partido... una gran compañía para mucha chica solitaria.
Culto, bueno para la charla y siempre bien informado por recoger de las calles por donde vago, todos los periódicos y revistas que tiran. Los leo con ansia y con ellos también me cubro. Así soy yo.
“Las estrellas son mi techo por la noche. Las letras, mis mantas”.
Ando por las calles de noche, nunca paso por postes sin luz.
Tampoco cruzo frente a velas encendidas y gallinas muertas en las esquinas.
Si así sucede, doblo la esquina y me persigno.
Me volví adicto al alcohol . No acato órdenes de cualquier “jefecillo” o de pseudo-intelectuales.
Agarré a mi antigua jefa arreglando sus medias de seda, a la altura de la entrepierna, no resistí como siempre. La agarré por la fuerza. Me ocasionó esta cicatriz en la cabeza. Recibí un golpe certero.


¿Mi vida anterior?

Es mejor no hablar de ella ahora, quién sabe si aún escribo un libro y cuento todo, quién sabe...
Cuando ataqueé a la jefecita, fui despedido. Amaba mi empleo – era periodista – y mil lágrimas lloré.
Superé todo, pienso, arrojándome a la bebida.
Me sentí en el declive de la vida, aferrándome a las calles, viviendo los dolores y las alegrías ajenas, ensimismado.

André, viejo amigo y compañero de trabajo de Saulo, viendo fotos antiguas, mentalmente conversa consigo mismo y con un interlocutor a quien narra parte de su historia. Es como si estuvieran los tres, André, Saulo y el interlocutor, sin duda éste último imaginario también.

Aquel que aparece a la derecha de esta foto vieja, casi borrada, es Saulo Jardim. Sucedió en un evento para periodistas en Sao Paulo, en el año 1999.
Saulo fue mi amigo y colega.
Joven prometedor, buena labia, inteligencia, agudeza y capacidad crítica. Gran lector y escritor contundente... casi genial. Alto, moreno y bonito, se destacaba, como se ve en la foto, por su encanto y buen vestir. Cabellos negros, casi siempre en elegante desaliño. Sus ojos negros, penetrantes, encaraban profundamente a su interlocutor, casi hipnotizándolo, cuando por él era entrevistado.
Era galanteador inveterado. Las mujeres no le resistían.
La medalla que se le ve al pecho, es una de los homenajes que recibió como mejor reportero del año por coberturas nacionales e internacionales que hizo en el área política.

En el centro de la foto me encuentro yo, André, de estatura media, rubio y un poco gordito. Siempre con la cámara fotográfica colgada al cuello.
Era el fotógrafo acompañante de Saulo en sus andanzas y reportajes por el mundo, además de ser su mejor amigo.

“La soledad, mi querido Saulo, es como un vaso vacío, es el champán no sorbido de sueños soñados, porque derramada en cáliz ajeno, es la copa, rota de ilusiones partidas, es la ausencia voluntaria de amigos, amores, hasta de enemigos... Es chicle, es asfalto que se pega y no se suelta del zapato, único, del desilusionado, es mancha que no sale de la ropa sucia, es como bolero o tango sonante, penetra en el alma, no apacigua el dolor, es como ropa vieja, pero preferida y la cachaza no descartada vuelve y es siempre tomada, es siempre vestida”.

Saulo por su parte, en su abrigo miserable, comienza a recordar su vida y piensa: Esta mañana me levanté, sacudí los cartones y trapos que me cubren y descubrí que estoy harto, cansado, de esta vida de andariego mentiroso. Además, estoy cansado de mentir, de engañarme a mí mismo, tratando de parecer un vagabundo. En verdad lo que soy es mendigo, pordiosero, necesitado, casi demente. Estoy harto de la cachaza mal servida, adquirida por subterfugio, por la excusa, de la limosna solicitada para el pan. Estoy cansado de ver el mundo girar en la ignorancia, en la mala fe, en la inoperancia y en la guerra. Estoy harto de ver drogados, bandidos y prostitutas de todos los géneros. Estoy injuriado por vivir debajo de este puente sobre el arroyo, del ruido constante de los coches y autobuses, de la compasión de los transeúntes, de la falta de una mirada amiga, de lo que fui, de lo que soy... ¿en qué me he convertido? Cansado de estar cansado, de no tener esperanzas, de ser maldito. Pensando bien, estoy harto, agotado, es...¡cansado de mí mismo!

Hace tiempo tuve un amor. Es gracioso recordarlo ahora...
En verdad, no sé por qué. ¿O lo sé?

Fue aquella chica que pasó por mí y que me hizo recordar... En realidad, ella era especial y yo la amaba tal como era. Acostumbraba a acomodarse la braguita a cada rato y en cualquier lugar donde estuviese, para ajustarla mejor, entre las nalgas. Tenía una predilección especial por tanguitas mucho más pequeñas de lo que su tamaño comportaba. Era gordita, bien fornida, caderas anchas, pechos grandes. Los amigos la consideraban horrible.

Y yo, sin embargo, cada vez que ella llevaba la mano a su trasero, para ajustar el tanga, me subía por las paredes excitado y la amaba aún más. ¡Pasión loca por la gordita!

Fui tan injustamente despedido, por razones sexuales. prejuicio puro. ¿Qué mal haría adorar medias de seda?  Y mucho más en piernas bonitas

Hoy hago un llamamiento. Hoy,  que estoy en el destierro, a las poderosas empresas: Hagan cursos, contraten psicólogos, para que se verifiquen los traumas de sus empleados. Que puedan trabajar libremente, con sus taras bajo control. Que su capacidad y productividad no sean evaluadas por sus deficiencias emocionales.
A final, de médico y loco, todos nosotros tenemos un poco. ¿No es consenso general?

La cachaza, el maíz y la gallina quedaron atrás, restaron en el despacho.
Se subió la cremallera, guardó su “arma”…Se atascó... ¡mala suerte!
Cruzó los brazos. Acarició su mentón. Se agachó, miró, sonrió y se persignó.
La orina se escurría por la acera. Mojó todo.

Saulo en pensamiento exclama y al mismo tiempo recuerda

“Muna muna, animunaanimuna, ramararamarana”.
Nuestro mantra, nuestro código, ¿recuerdas? gritó.

Increíble, yo Saulo Jardim, escribiendo a mi padre una carta.
Sí, al señor Eduardo Jardim, mi padre.
Para quien no sabe, o mejor, para recordarme, es residente y domiciliado en el barrio Jardín de Flores, calle de Las Rosas nº 15 en Guaraparí, Sao Paulo.
Eduardo Jardim, viejo, como me gusta llamarte. Nunca lo permitiste.
Aquí, una de nuestras grandes diferencias, entre tantas otras... la falta de intimidad.
Yo quería tanto tratarte con cariño. Nunca me dejaste.
Entiendo, querías hacer de mí un hombre serio, no un llorón sentimental.
Sólo no sabes cuánto me hizo falta.
No fui enseñado a amar...
Los amores que doné fueron tan solo manifestaciones físicas, nada espirituales.
Me hiciste un egoísta, pero aún así, te perdono.

En mi última y reciente conversación con André, pude a través del ser humano que es él, comprenderte más.
Espero tengamos, aún, la oportunidad de encontrarnos para, por fin, liberar las emociones contenidas, por tantos años, en nuestros corazones.

Te abrazo, respetuosamente.

Saulo continúa pensando y recordando los viejos tiempos……es simple cómo me gusta quedarme en el crepúsculo como al atardecer. La luz que penetra entre las cortinas entreabiertas me hace bien.

La cama en desorden, los cuadros, mal dispuestos, torcidos, con las paredes descascaradas, gris de color, me recuerda mi confort: El no hacer nada.

Me siento bien así, no es lúgubre como pueda parecer. Es simplemente la esencia y la representación de  mi manera de ser: Displicente pero atento.

Sentado en esa silla raída leo, en mi cuarto imaginario, El cuervo de Edgar Allan Poe; misterio, suspense, poesía pura, tal cual la vida.
Cierro el último capítulo, la frase final, embebido, en este cuarto, espacio solo mío, inalcanzable para los demás, ahora leo y releo algo que hace mucho vi escrito por Manoel de Barros... “Hay historias tan verdaderas que a veces parece que son inventadas”.

Como periodista, entre tantas historias que escribí, en los más variados lugares del mundo por donde anduve, hubo un incidente que me llamó sobremanera la atención.
Este incidente me otorgó el premio de mejor periodista del año y a André, mi colega y amigo, el de mejor fotógrafo.
Ocurrió en Porto Alegre, mi ciudad natal, más precisamente en la plaza conocida como Redenção.
El titular era: “Arboles – accidente o negligencia”.
…”Cuando en los países considerados civilizados los árboles, que forman parte de plazas y jardines, son supervisados y podados anualmente, procurando no solo el bienestar sino, principalmente, la seguridad de los transeúntes, aquí, en Brasil, específicamente en la capital de Rio Grande do Sul, son olvidados ya que no son inspeccionados por una entidad competente”.

Evidencié en mi artículo el absurdo de considerar un accidente la muerte de una persona y las lesiones graves causadas a otras por la caída de un árbol, hecho debidamente narrado por mí y fotografiado magistralmente por André.

Hasta hoy recuerdo con nostalgia los buenos tiempos de reportaje.
“¡Ah,! ¡Qué nostalgia…!” suspira Saulo.
- “Saulo, ¿un sándwich?” pregunta André.
- “Acepto”.
- “André?” dice Saulo.
- “¿Me reconociste?. ¿Cómo?” indica Saulo.
- “Por la mirada... miento”, afirma André.
- “Hace tiempo que te observo"

-“ ¿Desde dónde?” pregunta Saulo.
- “Recogiendo las revistas que lees”, responde André.
- “Nuevamente, ¿desde dónde?” repite Saulo.
- “De mi basura”, responde André.
- “Vivo cerca, en la Avenida João Pessoa.. solo hay que cruzar el arroyo.”
- “¡Ah!” suspira Saulo.
- “¿Volvemos? ¿Saulo? ¿Estás listo?” pregunta André.

- “Hay vacantes, nuevamente”...
- “¿Seré capaz?” interroga Saulo.
- “Sin alcohol, evidentemente”, responde André.
- “Ya dejé. ¿Y la jefa?” pregunta de nuevo Saulo.
- “Se fue. Ama São Paulo…” responde André.

El tránsito estaba caótico en ese momento. Entonces se oye el sonido de las bocinas, el choque, los vidrios rotos y las latas retorcidas.... se formó el caos. Los amigos se dirigieron a la esquina. ¡peligro! el semáforo indicaba rojo.

Las velas negras y moradas aún ardían sobre el maíz, la sangre de la cabeza, decapitada, del gallo y un papel escrito en letras grandes: "Nunca más".

Saulo piensa: “A la gorda amada no la veré más, el cáncer se la llevó. Solo me queda arriesgarme. De aquí me voy y entrego mi destino”… ¿Dará tiempo?

El semáforo cambia, él corre, esquiva los vehículos al mismo tiempo que sueña con nuevos reportajes. El sonido de la frenada es estridente, espeluznante. En la acera de enfrente, sin embargo, él salta y grita locamente:
- ¡Lo logré! ¡Lo logré! ¡Lo logré!

Moraleja: Es preciso saber la hora de cambiar y desearlo.

Lección de vida

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Pedro Rivera Jaro

 
 Yo tenía entonces 6 años. Era un día soleado y caluroso del mes de Mayo de 1956. Eran unos minutos más tarde de las 12 del mediodía cuando volví a casa del colegio, y recuerdo que llegué hambriento. Entré en la cocina y miré por los cajones del armario, donde mi mamá solía guardar alimentos, como chorizo, salchichón, membrillo, etc. (entonces no teníamos frigoríficos), pero no encontré nada más que un paquete de papel de estraza, con tajadas de bacalao seco y salado, con el que mi madre acostumbraba a hacer patatas guisadas, pero que yo no alcancé a recordar que previamente ponía el bacalao en agua para desalarle.
 
Empecé a quitar la piel de algunas tajadas y a comérmelas para calmar mi apetito. Al cabo de un rato empecé a sentir una sed tremenda y la necesidad imperiosa de beber. Entonces no teníamos agua corriente del canal de Isabel II en casa, sino que mi mamá tenía que ir a buscarla a la fuente pública, con cántaros de barro, y los colocaba en una cantarera de madera que teníamos junto al fregadero de la cocina.
 
Yo todavía no tenía las fuerzas necesarias para manejar los cántaros de barro sin riesgo de romperlos, como ya me había ocurrido no hacía mucho tiempo y me había ganado unos cachetes.
 
Solo me quedaba para beber una botella de vidrio blanco transparente, con vino blanco en su interior, del cual mi papá bebía un vaso en las comidas, y que se hallaba habitualmente en la ventana.
 
Ni corto ni perezoso subí por el fregadero hasta la ventana y alcanzando la citada botella, me soplé un buen trago de vino blanco y apagué momentáneamente mi sed.
 
Pasado un rato yo tenía todos los efectos de una borrachera, aunque entonces no lo sabía.
 
Después de experimentar mareos y pasar muy mal rato,me tumbé en el suelo y me quedé dormido. Cuando mi mamá regresó a casa después de hacer los recados, me encontró en el suelo y se llevó un susto tremendo. Hasta que yo me fui espabilando y la conté lo que había comido y bebido. Ese día no tuve ganas de comer a mediodía, y hasta por la tarde estuve acostado, hasta que todo dejó de dar vueltas y se me arregló el mal cuerpo.
 
Aquel día aprendí a ser precavido y a no aventurarme a comer ni beber nada que no viniera directamente de la mano de mis mayores

La silla vacía

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Sílvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Un amigo muy querido, cuando hablábamos me contó que es histórico que los reyes de la antigüedad solían sentarse en una silla, semiabierta en su asiento, para hacer sus necesidades fisiológicas mientras recibían a sus invitados y embajadores para charlar.
Era extraño, prepotente e imagino que desagradable para los visitantes oler en ese ambiente.

Y me detuve, no sé por qué, a pensar en ello.
A veces un acontecimiento nos lleva a pensar o recordar cosas que hace tiempo que pasaron.
Extraño...

Mientras pensaba en esto, recordé una historia que me contaron hace mucho tiempo. Por lo que recuerdo, ahora la transmitiré y la contaré.

A él, cuyo nombre no importa, le gustaba viajar y también las mujeres. Tuvo muchas durante mucho tiempo (las mujeres).
Sin embargo, hasta entonces, no se había apegado con amor a ninguna de ellas.
Todas simplemente satisfacían sus instintos y exaltaba su libido. De ninguna se había enamorado él y tampoco habían logrado satisfacer su espíritu aventurero, es decir, viajar por el mundo para descubrir nuevos lugares y apreciar nuevos paisajes y culturas.

Entonces, un día, cuando volvía a casa, la vio paseando por una calle en la que había muchos turistas. Sucedió algo inesperado. Sus miradas se encontraron y un magnetismo inexplicable los atrajo.

Ambos se detuvieron en seco y olvidaron momentáneamente lo que se habían propuesto. Se miraron, sonrieron -como si se conocieran desde hacía milenios- y se saludaron, lo que desencadenó una conversación.

Por los temas que trataron, se han dado cuenta de que tenían muchas ideas y opiniones en común.

Este encuentro, por voluntad de ambos, dio lugar a otros nuevos que se fueron sucediendo con el tiempo.

Decidieron irse a vivir juntos. Ella le quería intensamente.

Ella creó un ambiente seguro y agradable donde él disfrutó de toda su libertad. No había quejas entre los dos. Eran creativos en su convivencia diaria y también en su amor.

Un día, ella, fue a una tienda de muebles de segunda mano que le había llamado la atención y compró una silla de madera. Era vieja, pero estaba bien cuidada y era especialmente cómoda.

Se la llevó a casa y la colocó en el salón.
Cuando él volvía de la calle, ella le presentó la compra, diciéndole que allí, cuando él no estuviera, siempre le esperaría con alegría y con la esperanza de que llegara sano y salvo, fuera la hora que fuera.

El deseo de viajar y ver mundo volvía a él una y otra vez.

Por fin tuvo el valor de contárselo y llevar a cabo sus planes de viajar solo.

Cuando ella lo escuchó todo, se limitó a bajar los ojos y a sonreír tristemente y le dijo que lo esperaría como siempre en aquella silla que estaba ahí.

Pasaron los años y él no tenía la costumbre de escribir ni de enviar noticias de ninguna forma.

Un día, cuando ya era viejo, se cansó de todo. La echaba de menos, a su casa, a su amor, a su vida anterior. Decidió regresar. Llegó a su pueblo y se dirigió a su casa, feliz de encontrarse allí.

Entró en la casa y lo encontró todo como lo había dejado, pero con un detalle: la habitación estaba cubierta de polvo que, se dio cuenta, llevaba allí depositado por mucho tiempo.

La silla estaba en su sitio, como si le hubiera estado esperando.

Allí, en el silencio, sólo le esperaba ella, pero ahora estaba completamente vacía.

Recordaba la historia de la silla de los reyes y pensaba que, a veces, las visitas o los embajadores nunca llegan y los monarcas en su orgullo,  se quedan solos, abandonados y olvidados.

La mentira institucionalizada

L

Pedro Rivera Jaro

 
 Leo en un artículo en “20MINUTOS” que explica la asistencia al foro “Información y Desinformación en el Metafuturo” de un Ministro del actual Gobierno de España, y varios reconocidos periodistas.
 
Se critica la mentira que se extiende en forma de bulos por las redes sociales. Otro de los periodistas carga mas el problema en las medias verdades, puesto que inducen a creencias falsas.
 
Joaquín Manso opina que vivimos una etapa en la que la mentira se ha institucionalizado, a diferencia de lo que ocurría en etapas anteriores, puesto que ahora la mentira se utiliza como herramienta y con ostentación.
 
Por último, Ignacio Escolar opina que en el futuro se conseguirá corregir el uso de las mentiras, aunque compartió que ahora las mentiras son mas difíciles de detectar y combatir, porque somos una sociedad sin anticuerpos ante la mentira.
 
Después de escuchar todas estas opiniones, yo me pregunto: ¿Cómo puede nuestra sociedad mantenerse fuera de la mentira, si nuestros principales líderes, sin querer detallar nombres y apellidos, (aunque se me vienen a la cabeza algunos muy conocidos e importantes), prometen en sus campañas políticas una serie de cosas que harán, y otra serie de cosas que nunca harán si consiguen el poder, pero cuando lo alcanzan hacen lo contrario de lo que prometieron?
 
Esto supone un ejemplo nefasto de indignidad y falta de escrúpulos, que el pueblo llano (usted y yo) aprende a tomarlo por costumbre, lo mismo que ocurría en los años del plomo, que llegábamos a ver con normalidad los asesinatos terroristas efectuados por los asesinos de ETA, por el simple hecho de que los cometían con total habitualidad. Hasta que llegó un detonante que hizo saltar a toda España a la calle para protestar contra ETA, y fue cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco provocó el hartazgo de todos los españoles de paz, orden y justicia.
 
Ahora yo pregunto a todos los españoles de a pie, los que nos dedicamos a llevar una vida digna y a enseñar a nuestros hijos todos los principios que a su vez nos transmitieron nuestros padres, ¿Cuándo vamos a echarnos a las calles nuevamente para pedir que cese la desvergüenza de aquellos que no tienen respeto por la verdad y solo llegan al poder para aprovecharse del pueblo trabajador y honesto que compone la mayoría de nuestra ciudadanía?

Buenos tiempos

B

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
No vivo para recordar el pasado como si fuera la mejor época de mi existencia. Pero a veces algunos recuerdos vuelven a mi mente y me hacen sonreír al recordarlos.
 
Creo que ahora vivimos una vida nueva y maravillosa en relación con el confort y la tecnología, nunca imaginada por nuestros padres, especialmente para las mujeres de aquella época.
 
Desgraciadamente, debido a otros muchos factores, la inmensa mayoría de la población mundial pasa hambre y no ve cubiertas ni siquiera sus necesidades básicas como seres humanos.
 
Pero, dejando a un lado todo esto, voy a narrar un pequeño hecho que ha quedado grabado en mi memoria y que hace justicia al título de esta narración.
 
Éramos niñas. Mi madre trabajaba mucho en casa. Era una modista muy conocida por su impecable trabajo. Tenía una clientela excelente.
 
Nuestra casa era grande y cómoda para la época y la clase social a la que pertenecíamos, gracias al trabajo de mis padres. No éramos ricos, pero teníamos mucha comida en la mesa, ropa modesta y zapatos siempre limpios, y sobre todo acceso a la educación y el estudio.
 
Dejando a un lado mis divagaciones, les contaré por fin lo que ocurrió.
 
Mi madre estaba cosiendo y nosotras estábamos en el patio jugando. Era verano.
 
En aquella época no era costumbre cerrar con llave las puertas de la casa que daban a la calle. La gente era respetuosa.
 
Jugamos distraídas durante casi toda la mañana y cuando volvimos a entrar en casa para comer mi madre nos dijo que debíamos lavarnos las manos antes de comer.
 
El salón de la casa estaba junto al comedor y la cocina y había dos sillones y un sofá grande y cómodo.
 
En cuanto nos sentamos a comer miramos, tampoco sé por qué, lo que había en el salón.
Y para nuestra sorpresa había una persona - por lo que veíamos- simplemente tumbada en el gran sofá del salón. Era un hombre.
 
Gritando, llamamos a nuestra madre, que corrió a ver qué pasaba, cuando también encontró a aquel desconocido en nuestra casa.
Entonces se acercó al sofá y vio que la criatura dormía y también olía a aguardiente. Ella era valiente. Sacudió al hombre con cuidado y lo despertó preguntándole qué hacía allí. Balbuceó, medio avergonzado, que estaba cansado, hambriento y que la puerta de la casa estaba abierta y por eso había entrado. Dijo que estaba en paro . Mi madre le dijo que no podía entrar así en las casas.
 
Teníamos miedo, pero mi madre, además de valiente, era una mujer caritativa y se apiadó del pobre desgraciado. Dijo que le daría comida. Y así lo hizo. Preparó un buen plato de alubias con arroz, carne y una ensalada que se sirvió aparte. Le ordenó que se sentara a la mesa y le sirvió. Recuerdo bien...
 
El pobre hambriento comió con avidez y luego fue a sentarse de nuevo en el sofá.
 
Mamá entonces con toda paciencia y por qué no decir, prudencia, le dijo que no podía quedarse allí ya que su marido volvía del trabajo y seguramente no le gustaría esta situación. Lo comprendió, se levantó y ayudado por mi madre, ya que aún se tambaleaba por la bebida, lo condujeron a la calle. Siguió su camino. Nunca lo volvimos a ver.
 
Ese día, la puerta del jardín que daba a la calle estaba cerrada.
 
Desde entonces se tomó la costumbre de mantener la puerta cerrada en todo momento.
 
Los buenos tiempos eran aquellos en los que teníamos paz, no había cerraduras ni teléfonos para llamar a la policía. Sin embargo, la gente no era agresiva y el mal no estaba tan extendido, al menos en mi ciudad.
 
Buenos tiempos aquellos...

El derecho a ser distinto

E

Pedro Rivera Jaro

He leído un artículo de Álvaro J. San Juan, acerca de un libro que ha escrito y que ha titulado "Grandes maricas de la historia" y que me ha descubierto algo que desconocía. Él declara ser homosexual y habla también de grandísimos personajes de las ciencias, de las artes, de la literatura y de la historia, y explica la condición de homosexuales de estos hombres del pasado, que yo desconocía, salvo en el caso de alguno de ellos como por ejemplo, Alejandro Magno. 
   
Yo desconocía que Miguel Ángel Buonarotti, Leonardo da Vinci, William Shakespeare, Isaac Newton, Hans Cristian Andersen, Botticelli, Miguel de Cervantes, George Washington, Tchaikovski, fuesen  homosexuales.
   
Tuvieron que disfrazar su homosexualidad, porque las sociedades donde vivían no toleraban lo diferente, y porque para la intelectualidad cristiana lo “normal” era ser hetero.
 
   Dice el articulista que a lo mejor habrá niños o jóvenes que un día lean su libro, y verán que no están solos. Si él cuando era solamente un niño, hubiera conocido que todos estos grandes hombres eran como era él, y como sigue siendo, o sea homosexuales, se hubiera sentido acompañado, mucho mejor de cómo se sentía.
 
   Voy a contaros una vivencia de cuando yo rondaba la treintena. Sería más o menos el año 79, tal vez el 80, en un barrio de Salamanca, que se llama Tejares. Acabábamos de pesar en la báscula pública un camión Pegaso de 4 ejes, que habíamos estado cargando con mercancías destinadas a una fábrica de los alrededores de Madrid. Eran como las once de la noche y entramos a tomar unas cervezas en el Bar Esteban, antes de irnos a cenar cada uno a su casa. 
 
Al entrar observé que tres chavalones como de 20 años estaban acosando e insultando a otro chico de edad aproximadamente igual. Me interesé por el asunto y les pregunté qué era lo que ocurría. 
 
Los acosadores me dijeron que se metían con él porque era mariquita y le llamaban despectivamente Marijose, aunque el nombre suyo era José. 
 
Yo entonces me interpuse, y les dije que no tenían ningún derecho, porque eso no era un motivo para que maltrataran a aquel muchacho. Entonces uno de aquellos tres acosadores me gritó que seguramente yo también era otro maricón, y que por eso le defendía.
 
 Lo que siguió a continuación no puedo contarlo aquí, solo puedo decir que Esteban, que era el propietario del bar, intervino y me rogó que parase la pelea. 
   
Así lo hice, y el por su parte echó a la calle a los tres acosadores. 
 
El muchacho gay me dio las gracias con mucho sentimiento, y me dió un abrazo de agradecimiento antes de marcharse para su casa.
 
Eran los días en que empezaban a notarse cambios relacionados con las libertades en todos los ámbitos de España y afortunadamente hoy están arraigados en nuestra sociedad, pero es que el mundo es muy grande y tiene muchas partes donde se siguen sometiendo a los diferentes. Hay en marcha una gran revolución en Irán por las libertades de las mujeres. 
 En Qatar donde se celebró el Mundial de fútbol, siguen ajusticiando a los homosexuales, alegando que tienen la mente enferma. 
 
¿Qué nos pasa a los seres humanos que no somos capaces de respetar al otro, solo porque sea diferente a nosotros? 
 
Todo el mundo tiene derecho a ser distinto, eso sí, respetando a su vez a los demás.
Vive y deja vivir es un lema que toda mi vida he practicado y, que forma parte de mis principios básicos.

La tumba

L

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
Fui a visitar aquella tumba cuando estuve en Gaurama, antigua provincia de Erechim en el estado de Rio Grande do Sul, Brasil.
 
Era simple, pero bien conservada. Estaba situada justo al inicio del cementerio y consistía en una cerca de hierro torneado y una cruz donde estaban escritos en una placa de metal los nombres de las personas allí enterradas.
 
No había lápida, la tumba era de tierra, que sin embargo estaba cubierta por flores silvestres de varios colores y un rosal con rosas rojas.
 
Allí había paz y soledad al mismo tiempo. La impresión que daba el lugar era que hacía mucho tiempo que nadie lo visitaba.
 
Entonces, en ese momento, me volvieron a la memoria las historias que había escuchado tantas veces cuando era niña.
 
Allí estaban enterrados un matrimonio.
 
Había escuchado su historia contada por otros.
Él era, según me dijeron, ruso. Era ingeniero agrícola. Pienso que por su apellido debía de ser judío, ya que ese nombre no parecía del idioma ruso. Se llamaba Carlos, Carlos Martinson.
 
Trabajaba en el palacio del Zar como ingeniero jefe, encargado de administrar los jardines y plantaciones del mismo.
 
Me contaron que ese Zar estaba loco y que, en pleno invierno, cuando todo quedaba cubierto de hielo, exigía que los jardines estuvieran llenos de flores cuando él pasaba en carruaje. Su nombre era Nicolás II.
 
Carlos, debido a su habilidad y conocimiento agrícola, criaba rosales en invernaderos y tenía, para satisfacer a ese déspota, rosas que colocaba en los parterres esperando el paso del todopoderoso Zar, las cuales, al final de su recorrido, ya estaban muertas y secas por el frío.
 
Carlos estaba casado. Su esposa era procedente de Lituania, hija de una familia de origen noble y cuyo apellido era Von Rohnes o Rhouness. Se llamaba Cristina.
 
En esa familia, como en toda su descendencia, la hija primogénita lleva el nombre de Cristina, sea como primer o segundo nombre.
 
Ella era enfermera de alto nivel, es decir, especialmente cualificada para participar, incluso, en cirugías. Era una mujer muy culta, habilidosa y elegante. Sabía, incluso, hacer perfumes.
 
Bien, continuemos con la historia de los dos.
 
Se conocieron en algún lugar de Europa, no sabemos dónde. Se casaron y fueron a vivir a San Petersburgo, ciudad ubicada en el mar Báltico, un puerto que fue durante dos siglos la capital imperial de Rusia, y donde Carlos desempeñaba sus funciones en el palacio del Zar. De su unión nacieron 10 hijos.
 
El pueblo estaba hambriento y descontento con el Zar por su gestión desastrosa en la conducción del país, que se encontraba en la miseria mientras él, su familia y sus cortesanos vivían en el mayor lujo y opulencia. La revolución comunista y el descontento general ya se sentían por las calles de la ciudad.
 
Carlos tenía un hermano que era comunista. Este le advirtió lo que iba a suceder a la familia real y a todos los que la rodearan, incluidos los sirvientes. Todos serían asesinados, encarcelados y fusilados a ser posible, para que el nuevo sistema gubernamental se implantara sin mayores resistencias.
 
Ante tal conocimiento, Carlos hábilmente abandonó el palacio con su familia, atravesó Europa y, después de un tiempo, embarcó rumbo a las Américas. Su hermano hizo lo mismo, pero por otro camino. Atravesó Siberia a pie y llegó a Canadá, donde se estableció.
 
Carlos llegó a América del Sur, más concretamente a Brasil, donde primero se estableció en la ciudad de Campinas, donde trabajó en las plantaciones.
 
En Campinas, él y su esposa tuvieron dos hijas más, las únicas brasileñas, una se llamaba Natalia, la mayor, y la otra más joven, María.
 
Sin embargo, no permanecieron mucho tiempo allí. Carlos quería tener su propio espacio, ser dueño de su vida y de su propiedad, es decir, dejar de ser empleado.
 
Y así, de acuerdo con Cristina, su esposa, compraron tierras en el sur del país,  en un pueblecito llamado Gaurama, nombre que conserva hasta hoy.
 
No obstante, para llegar allí solo se podía ir a lomos de burros y en carretas que eran conducidas con las familias de inmigrantes hasta esas tierras inhóspitas. Había en esas tierras pumas, monos y serpientes de todo tipo.
 
Construyeron su casa, que adornaron con los objetos que habían traído de Rusia, tales como aparatos para hacer los perfumes que Cristina tan bien sabía elaborar junto con sus hijas mayores, además de un candelabro de 7 velas y un samovar para preparar el té.
 
Los habitantes de esa región, muy pocos, eran personas más simples, con poca educación y cultura, y por eso miraban a esta familia con cierto desdén y, al mismo tiempo, con disimulada envidia.
 
Las hijas más pequeñas fueron bautizadas en la religión católica ortodoxa.
 
Los árboles en ese lugar eran tan viejos y grandes que los doce hijos juntos no podían abrazarlo sus troncos.
 
La rigidez del clima, las costumbres, y las dificultades inherentes al lugar, hicieron que una de las hijas muriera durante la famosa gripe española, que diezmó grandes poblaciones y arrebató a muchas familias a sus seres queridos.
 
Desafortunadamente, para los hijos, los padres Carlos y Cristina vivieron poco tiempo allí.
 
Carlos murió como consecuencia de la caída de un caballo sobre él mientras cruzaba un río.
 
Ella falleció algún tiempo después a causa de una neumonía mal curada en un lugar donde no había médicos ni medicinas.
 
Los hijos mayores se dispersaron en busca de nuevas tierras y oportunidades.
 
Solo quedó allí un hermano casado, quien crió a la hija menor, María, y hasta hace algunos años, ella, también casada y con nietos, aún vivía en esa ciudad.
 
Hoy no se tienen más noticias de ellos.
 
Natalia fue llevada para ser criada por otra hermana que, también casada, la llevó a su casa y, junto con su esposo, la tuvo, dándole poca educación, viéndola más como una empleada doméstica.
 
Sin embargo, a pesar de todas las dificultades y de quedar huérfana a los cuatro años, Natalia creció y aprendió un oficio y, prácticamente autodidacta, mantuvo durante toda su vida un gran amor por los libros, siendo una lectora voraz y amante de la buena música, asistiendo cuando podía a los conciertos que se daban los domingos en la ciudad donde, después de casarse, fue a vivir.
 
Natalia fue mi adorada madre.
 
Carlos y Cristina fueron los abuelos que, lamentablemente, no conocí y a cuya tumba rendí mis homenajes póstumos.

Algún día

A

Carlos Boné Riquelme

Los primeros recuerdos que tengo de mi madre son confusos, bañados de una neblina que solo el tiempo y la distancia nos da.

La recuerdo alta, aunque ella nunca lo fue, pero desde mi casi metro de estatura, posiblemente ella era enorme, llena de vitalidad, de respuesta punzante y alegría sin freno.

Fueron tantos los momentos que compartimos, quizás no cercanos, pues mi madre no fue de cercanías, mas que eso, de horizontes plagados de distancias, que a veces semejaban intimidad.

Claro que tengo aun presentes los momentos en que me recostaba en su regazo, y sentía su mano volar por mis cabellos, casi ausente, con besos que me rozaron y que los mantuve en secreto para no compartir mis sueños.

Luego vino el tiempo de la rebeldía, de querer lo que ya era pasado; de pensar que la vida no es justa, y que no tenía lo que creía merecer.

Cuesta tanto llegar a la edad donde nos percatamos de que nada merecemos, solo lo que conseguimos a lomo de caballo salvaje; y siempre y cuando no te caigas de la silla, al primer salto de rodeo.

Hay que peinar canas, como dicen los antiguos, para saber que la vida nos entrega el trabajo sin hacer.

Que lo que creímos que era nuestro, solo era un préstamo, y solo en aquel momento, llegamos al punto de percatarnos, ya despejados de egoísmo, que la vida es lo que es, y la gente da lo que puede, cuando puede.

Eso es lo que llamamos madurez.

El empate de lo tuyo y lo mío, donde puedo volver a recordar risas y llantos y complementar las dos en una sola.

Pues mi madre no ha sido perfecta; pero yo tampoco.

Mi madre ha sido egoísta; y yo, tambien.

Mi madre ha regalado risas, y chistes a montón, y yo the dejado lo mío sobre el tablero.

No tenemos nada que regañarnos, o arrepentirnos. Estamos en el empate, o quizás, en un jaque mate.

Lo único que puedo hacer, es recordar los buenos momentos, y pensar que pudieron ser mejores si yo hubiera abierto mi corazón sin rencores.

Como no reír de aquellas caminatas por calles desconocidas, con un “condorito” en mis manos.

¿O de tantas cosas compartidas en el secreto de la consagración divina?

Hoy solo veo la despedida; el camino truncado, los arboles tapando mi distancia, mis ojos cubiertos de nubes, y mi corazón desgarrado por la culpa.

Quizás pude hacer más por ti, pero no lo hice.

No quiero excusarme, pero es que siempre te vi tan fuerte, tan llena de vida, completamente hinchada de vientos y tempestades, que no pude ver la realidad, si no solo mis sueños y pesadillas.

Tuvo que pasar todo este tiempo para poder abrir mis ojos y abrazarme a tu recuerdo.

Y me abrazo a tantos recuerdos, a tantos momentos, a tantas cercanías, y quizás, a tantas lejanías.

Te miro en tu delgadez, y quizás hoy, te sentirías orgullosa del peso perdido, pues mas de algún día te quejaste de sobrepeso.

Y te recuerdo caminando sobre la línea del tren camino al casino de Schwager.

O equilibrar la cartera, aquella llena de maquillaje y que hoy solo está vacía.

Te recuerdo sentada en una micro, rumbo a tu destino, con tus labios pintados, tu cabellera rubia y tus ojos azules que miraban un mundo que se venia encima.

Y nunca lo compartimos, pues tú y yo, teníamos mundos que diferían como las piedras de la cascada.

Te recuerdo con el plato en la mano, hablando de lo que no se ni me interesa, pero si puedo admirar tus labios moviéndose y quisiera amarrar aquellas palabras para que fueran solo mías.

Y hoy extraño los recuerdos, y lloro por el silencio. Por aquellos huesos desnudos que nos miran desde la distancia.

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