¿Dónde están las llaves?

¿

Pedro Rivera Jaro

Aquella mañana, el agente de policía municipal estaba dirigiendo el tráfico en la Glorieta de Embajadores, cuando llegó un coche muy lujoso conducido por un señor que hizo caso omiso de las señales de prohibición de aparcar y lo estacionó justo delante de una caseta de la Empresa Municipal de Transportes, donde hacía guardia un empleado de la misma para controlar a su personal.

El conductor se bajó del coche y entró en un bar próximo, cuyo nombre era El Portillo de Embajadores, en memoria del Portillo de la tercera muralla de Madrid, o Cerca de Felipe IV, por donde entraban los embajadores extranjeros que llegaban a la Corte madrileña para presentar sus credenciales al monarca de España.

Pasado un cuarto de hora, el policía se aproximó al vehículo con la intención de sancionar la infracción cometida por su conductor. Cuando llegó, observó que el coche estaba abierto y las llaves estaban puestas en el lugar habitual de arranque.

El agente tomó las llaves y se las guardó en un bolsillo de su pantalón. Luego se dirigió de nuevo al centro de la Glorieta para seguir dirigiendo el tráfico.

Pasaron unos cinco minutos más, y entonces el dueño del coche salió del bar y se dirigió hacia el vehículo. Abrió la puerta y, de repente, observó que las llaves no estaban en su sitio. Pensó que las tendría en alguno de sus bolsillos, así que empezó a palpar por todos y cada uno de ellos, sin conseguir encontrarlas.

Al no obtener resultado, comenzó a buscar por dentro del coche, entre los asientos y debajo de ellos. Pero el resultado siguió siendo exactamente el mismo: ¡NADA!

Luego empezó a buscar alrededor del coche y debajo de él. ¡NADA! Nuevamente, el resultado fue el mismo.

Volvió a entrar al bar para preguntar si acaso se le habrían olvidado allí. Pero tampoco estaban allí, ni nadie las había visto por ningún lado.

Mientras tanto, el agente de tráfico, que había observado todo desde el punto donde dirigía el tráfico, se acercó al coche con la libreta de sanciones y el bolígrafo en la mano. Sacó las llaves del coche de su bolsillo y las dejó debajo del coche, aproximadamente a una cuarta de distancia del borde.

Después se acercó al conductor y le informó de su intención de denunciarlo.

El conductor respondió que solo había parado un minuto para dar un recado urgente a otro señor que le esperaba en el bar, pero que cuando salió no encontraba las llaves.

En realidad, desde que llegó y aparcó, habían transcurrido como treinta minutos. Pero el policía se dio cuenta de que el hombre estaba muy preocupado, y le preguntó si había buscado las llaves detenidamente.

—Sí —contestó él—, por todas partes, pero no sé qué he hecho con ellas ni dónde las he dejado.

El policía se agachó y le dijo:

—Ahí están las llaves.

Esto produjo una tremenda alegría en el conductor.

El policía le dijo:

—Usted sabe que aquí no puede aparcar, y yo tendría que sancionarlo por no haber respetado la prohibición. Sin embargo, si usted me da su palabra de honor de no volver a repetirlo, y habida cuenta del mal rato que ha pasado, le perdonaré la sanción.

El conductor empeñó su palabra, y me consta que cumplió con ella durante todo el tiempo que el agente prestó su servicio de vigilancia y control del tráfico en Embajadores.

Yo personalmente creo que el objetivo de corregir estuvo mejor conseguido de la manera en que se hizo en este caso, que si se hubiera sacado dinero al infractor.

Sobre el autor/a

Pedro Rivera Jaro

Nació el 24 de febrero de 1950 en Madrid, España. Jubilado con estudios de Empresariales, Marketing y Logística. Dedicado por afición a la narrativa y poesía. Jurado en el Concurso Cultural FECI/INTE, participante en el Libro Versos en el Aire, con el poema ¿A dónde va?
Concurso Villa de Lumbrales XXII, de la Asociación de Mujeres.
Concurso de Editora Ex Libric, con el trabajo 48 Palabras.
En 2023 escribió, mano a mano con la autora Silvia Cristina Preysler Martinson el libro, en español y portugués, Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

Síguenos