La bestia asesina (Viva la muerte)

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Pedro Rivera Jaro 

El Pardo es un pueblo de los alrededores de Madrid, donde los reyes de España dada la riqueza cinegética, construyeron un Palacio, donde gustaban de pasar sus jornadas de caza.
 
Allí pastaban venados, jabalíes, conejos y perdices en abundancia. Por su término discurría el rio Manzanares, donde podían pescarse barbos y otros peces de agua dulce como las bogas por ejemplo.
 
Tenían poblados encinares que criaban cantidades ingentes de bellotas que servían sobre todo para alimentar a los animales
salvajes citados. Se fueron construyendo allí varios cuarteles para la protección del Palacio Real y las personas pertenecientes a la realeza y su corte de nobles.
 
Al acabar la guerra Civil, en el año de 1939, el General Franco, nombrado Generalísimo de los ejércitos, pasó a habitar dicho Palacio, por estar lo suficientemente protegido ante posibles y eventuales ataques, y al mismo tiempo se fortalecieron las guarniciones militares que allí existían.
 
El rio Manzanares poseía grandes depósitos de arena limpia, que se utilizaba y se sigue utilizando para la construcción de edificios.
 
Al principio de los años cincuenta, mi padre, Félix Rivera González, con un pequeño camión, transportaba la arena a varias construcciones, como por ejemplo recuerdo en las colonias
 
Experimentales de San Vicente Paul, próximas a la Glorieta Elíptica o de Fernández Ladreda, que por ambos nombres se la conoce. En
aquella época España vivía en la autarquía más absoluta, provocada por el aislamiento al que fue sometida por la denominadas democracias europeas, como Francia y Gran Bretaña, hasta que en el año 1959, el Presidente de USA, Eisenhower, visitó
nuestro país y dio la señal para que empezaran a abrirse las puertas de España a la llegada de todos los adelantos existentes en Europa, incluyendo medicamentos como la penicilina para curar infecciones.
 
Para castigar al General Franco, hacían padecer todo tipo de penurias y escaseces al pueblo español. Como siempre el pueblo llano pagaba todas las facturas de lo que no había
consumido.
 
Explico esto, porque entonces no existían máquinas excavadoras para cargar los camiones con la arena, ni con la grava,
ni con los ladrillos, etc. Todo se hacía a fuerza del sudor de los trabajadores, como mi padre y su ayudante Vicente Rosel , el Chato. Tenían primero que sacar con las legonas, la arena del cauce del río (las legonas son una especie de azadas grandes, con largo mango, del cual se tiraba hasta la orilla). Después de sacar la arena a la orilla, con palas se cargaba en la caja del camión, hasta que estaba llena y después se procedía a conducir el camión cargado
hasta las obras de construcción.
 
Esto lo hacían una y otra vez,
mientras les duraba el día, con otro agravante, que tenían las ruedas racionadas y necesariamente tenían que trabajar con ruedas
viejas y parcheadas que tenían que reparar constantemente porque reventaban con mucha frecuencia, máxime si tenemos en cuenta que las carreteras eran estrechas y llenas de baches, o incluso a veces no había asfalto, ni adoquinado, sino que eran simples
caminos de tierra y zahorra en el mejor de los casos.
 
Personas como mi padre y toda su generación trabajaron hasta el agotamiento, para levantar aquella España de miseria y escasez. Nunca podremos agradecer bastante a aquellas personas por su esfuerzo y dedicación en el empeño de conseguir sacar adelante a
mi generación y las siguientes.
 
Pues bien uno de aquellos días en que mi padre había cargado el camión y se dirigía por aquel estrecho camino hacia la carretera general, escuchó una bocina que sonaba insistentemente y por el espejo retrovisor pudo ver un automóvil de los que
llamaban "haigas", pidiendo paso. Mi padre inmediatamente buscó donde poder orillarse y permitir el adelantamiento, pero no
encontraba donde hasta pasados unos cientos de metros, y pudo encontrarlo y se aparcó a la orilla.
 
El lujoso automóvil le adelantó, y
se le cruzó delante, bajándose un señor de uniforme, muy furioso, que sacando una pistola de la cartuchera comenzó a proferir
insultos y amenazas contra mi padre, que totalmente asustado y aterrorizado, solo acertaba a pedir disculpas y a decir que no había podido apartarse antes. Aquel señor que amenazaba con descerrajar dos tiros en la cabeza de mi padre, tenía un brazo
cortado y le faltaba un ojo. Se trataba ni más ni menos que del Fundador de la Legión, Millán Astray.
 
Yo que siempre he admirado
y admiro a los valientes legionarios por sus heroicos comportamientos en combate, al conocer esta historia años después de haber sucedido de labios de mi progenitor, sentí una
profunda pena y un furioso rencor por aquel señor , que en aquellos momentos podría haberme dejado huérfano de padre, sin
más motivo que un estallido furioso de soberbia.
 
Después de muchos años he entendido el significado del Grito de don Miguel de Unamuno: VIVA LA VIDA, en contraposición de aquel otro que
proclamaba Millán Astray: VIVA LA MUERTE.

Sobre el autor/a

Pedro Rivera Jaro

Nació el 24 de febrero de 1950 en Madrid, España. Jubilado con estudios de Empresariales, Marketing y Logística. Dedicado por afición a la narrativa y poesía. Jurado en el Concurso Cultural FECI/INTE, participante en el Libro Versos en el Aire, con el poema ¿A dónde va?
Concurso Villa de Lumbrales XXII, de la Asociación de Mujeres.
Concurso de Editora Ex Libric, con el trabajo 48 Palabras.
En 2023 escribió, mano a mano con la autora Silvia Cristina Preysler Martinson el libro, en español y portugués, Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

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