Pedro Rivera Jaro
La palabra de un hombre tiene que valer tanto como una escritura pública, firmada ante Notario .
Así me lo enseñó mi padre, que a su vez lo aprendió de mi abuelo. No soportaba que un hombre diese su palabra y después no la cumpliera. Y eso era aplicable y valía para todas las actividades de la vida, bien fuera un negocio, o bien una cita con los amigos.
Yo recuerdo siendo un niño, a finales de la década de los cincuenta, que mi padre había adquirido un segundo camión Basculante, marca Chevrolet, para trabajar en la construcción, y habiendo llegado a la conclusión de que por varios motivos, no le resultaba interesante, decidió ponerlo en venta.
Un industrial amigo de él, se ofreció a comprarlo. Hablaron ambos, y de palabra cerraron el trato en 95.000 pesetas, y quedaron, en documentar la venta y escrituras, la próxima semana.
Una hora más tarde, mi padre fue a la barbería de Miguel El Peluca para que le afeitaran (entonces estaban empezando a popularizarse las primeras afeitadoras eléctricas, pero la barbería era un lugar de actividad social y un centro de contacto público).
Allí, en la barbería, otro transportista conocido de mi padre, que se había enterado de que vendía el Chevrolet, le hizo una oferta de 125.000 ptas. a lo que mi padre le contestó, que lo sentía mucho, pero que ya había empeñado su palabra.
Era una diferencia importante de dinero, 30.000 pesetas, que era, más o menos lo que costaba un piso en la zona sur de Madrid en aquellos años, pero la palabra para mi padre, valía mucho más. Esa cantidad era aproximadamente lo que ganaba un obrero en dos años de trabajo.
Bastantes años más tarde, cuando yo era estudiante de Ciencias Económicas y Empresariales, tenía una asignatura que era Banca y Bolsa. En ella hacíamos prácticas en la Bolsa de Madrid y durante las mismas aprendimos que los Agentes de Cambio y Bolsa en sus operaciones de Compra y Venta de títulos bursátiles, cuando operaban en los distintos Corros, comprando o vendiendo, daban su palabra, aceptando una operación, que luego se reflejaría por escrito, pero en principio “Tomo” o “Vendo” a las distintas cotizaciones que iban circulando por los Corros, era respetada siempre. La palabra dada por los Agentes, se respetaba al 100 por 100, porque si alguno de ellos, se hubiera vuelto atrás del trato aceptado, habría sido apartado de la actividad.
Sin embargo, actualmente observamos cómo, personas que deberían ser el paradigma de la honradez y de la honorabilidad, por los altos cargos públicos que desempeñan, cambian de opinión sin el menor empacho, demostrando con sus actos, todo lo contrario de lo que habían prometido muy poco tiempo antes.
Este comportamiento debería ser causa suficiente para que, dichos cargos públicos, fuesen apartados de dichos puestos conseguidos a base de mentir a los que les pusieron con sus votos en los mismos.