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Solamente una vez

S

Carlos Bone Riquelme

 

El salón estaba iluminado con cientos de fulgurantes lucecillas que mostraban el resplandeciente espectáculo de decenas de muchachitas, las cuales, enfundadas en bellos vestidos, adornadas con joyas finísimas, y maquilladas y perfumadas para la ocasión, se desplegaban como mariposas por el lugar.

Las mesas con manteles blancos, vajilla de porcelana decorada con finísimas filigranas, servicio plateado (no se podría decir que es plata), y unos candelabros de centro de mesa con largas velas encendidas solo para dar la apariencia de luz.

La orquesta, vestida de negro, deja escapar ritmos tropicales como la rumba, cha-cha-cha, a veces algún bolero, donde las parejas de enamorados, o las que están por enamorarse, aprovechan para mezclar sus suspiros con las fragancias de los aromas femeninos y los aftershave de los caballeros.

De pronto, las luces bajan un poco de tono dejando aquello que llaman media luz, que, sin ser oscuro, da un aire de misterio y romanticismo al ambiente.

El director de la orquesta pide silencio con un gesto desde el escenario y anuncia que cantará algunas canciones el capitán del regimiento Chacabuco.

Los soldados, vestidos de uniforme de gala, aplauden entusiásticamente, pues el capitán era conocido por sus habilidades vocales, ya que en cada fiesta le pedían que cantara.

Del fondo del salón camina al centro una delgada figura, vestida de uniforme, pero sin gorra, y los ojos de todos se fijan en él, escuchándose algunos suspiros, pues el oficial era muy atractivo, no alto, pero muy apuesto.

Y de pronto, su voz profunda hechiza a los asistentes con algunas armonías bien vocalizadas, mientras él se desplaza por el salón, deteniéndose a veces delante de alguna mesa para luego proseguir su camino dejando que las notas se distribuyan por todo el lugar.

En algún momento se detuvo frente a una muchacha de resplandecientes ojos azules, largo cabello claro, bien peinado pero suelto por la espalda, y una sonrisa que mostraba aquellos dientes blancos y una mano enguantada que se levantaba para tapar un poco la excitación que ella sentía mientras él, el apuesto joven, cantaba el bolero: “Solamente una vez, amé en la vida… solamente una vez, y nada más…”, para luego continuar con aquella canción que decía: “Luna que se quiebra sobre las tinieblas de mi corazón…”

Y las demás muchachas miraban con envidia a la poseedora del corazón del joven oficial, que, una vez terminadas varias canciones, con las luces nuevamente iluminando el salón, se acercó a ella para invitarla a bailar.

Y bailaron esa noche, toda la noche, y muchas noches más, pues el casino de oficiales del regimiento Chacabuco se abrió para la boda de ambos.

El capellán del ejército los casó en una emocionante ceremonia, para luego salir bajo la corona de sables alzados para honrar a la pareja.

La fiesta fue la culminación de aquel romance que creció a la sombra de los tilos de la plaza de la Independencia, en paseos por el parque de Lota, paseos en bote desde la bahía de Talcahuano, y tantas cenas en el hogar de los padres de ella, pues los padres de él eran de Viña del Mar.

Para decir la verdad, no fue muy bien mirado por el padre de ella que se casara con un oficial de ejército, debido a la mala fama que tenían los oficiales por bebedores, fiesteros y busca pleitos.

El padre era un abogado conocido en la ciudad, relacionado con una familia antigua de Concepción y muy querido por todos los habitantes de la región, pues él trabajaba en Lota y Coronel.

El padre del señor abogado fue médico cirujano del ejército, y peleó en la guerra del salitre, y luego en la revolución del 91, terminando su carrera viviendo en Coronel.

Sus huesos están enterrados a la entrada del cementerio general de Concepción, donde se encuentra el monumento a los héroes del 79.

Pero a pesar de esta cercanía al ejército, o quizás por esto mismo, él no miró con buenos ojos esta relación, aunque no la impidió, pues eso iba en contra de sus pensamientos liberales.

Entonces aceptó como mal menor que la hija se casara con este oficial, que era muy simpático, atractivo y con gran futuro en su carrera militar.

La madre era hija de una ilustre familia de la ciudad, elegante, pero quien no dijo ni “chus ni mus” a esta relación, pues ella pensaba: “ya era hora de que las niñas se casaran”.

La otra hija era muy rubia, de ojos azules pero fulgurantes, los cuales mostraron el carácter fuerte de la muchacha, con lo cual la madre pensaba que sería muy difícil encontrarle pretendiente, por muy bella que fuera.

Además, ella decidió entrar a estudiar a la universidad de Concepción, lo cual no era muy bien visto por la sociedad penquista, pues las muchachas salían de las monjas y se casaban ya preparadas para llevar un hogar.

Pero esta muchacha no quería escuchar de cocina ni bordado: “no pienso zurcir calcetines ni cocinar cazuela”, le decía a su madre, que la miraba moviendo la cabeza en señal de desesperación.

Entonces esta hija iba junto a la otra a las fiestas en el casino de oficiales, como “chaperona”, lo cual le cargaba enormemente, pues ella hubiera preferido quedarse en casa a estudiar, pero con la esperanza de la madre de que: “por lo menos se case con un milico”.

Pero no todo resultó mal, pues en la universidad, esta muchacha conoció a un estudiante de ingeniería de origen ecuatoriano, hijo de una ilustre familia de Guayaquil, y se enamoraron y se casaron en una pequeña ceremonia sin fiesta ni más banquete que una comida en casa con la familia. Así lo quisieron ambos novios.

Luego partirían a vivir a Nueva York.

Y el menor de los hijos, al cual le decían “el rotario” por solo juntarse con rotos, conoció a una muchacha muy bella, delicada, elegante, de origen peruano, con la cual contrajo matrimonio, mientras él conseguía fijar su posición como empleado bancario.

Él llegó a gerente y contralor del banco, y todos fueron muy felices hasta que lo fueron.

Y esta es la historia de mis padres y tíos, a los cuales recuerdo y venero, al igual que a mis abuelos, el “tata” y la “nona”.

 

Sobrevivió

S

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
Caminaba lentamente por el sendero dejando en la arena marcadas sus pisadas. Nada le afectaba y tampoco le importaban las opiniones de los raros transeúntes que, de reojo, lo observaban. Iba absorto en sus pensamientos, envuelto en sus recuerdos. Recordaba los días y años pasados cuando día a día luchaba por sobrevivir y elevarse por encima del caos que se había formado.
 
Sus ropas viejas y gastadas eran lo único que le quedaba de lo material. El resto... poco, ahora, no le importaba.
 
No se había olvidado de los años, los meses y las fechas. Ahora era Navidad y él, solo, simplemente caminaba.
 
Los recuerdos asaltaban su mente y lo hacían retornar a tiempos ya tan lejanos. Recordó cuando era niño el árbol de Navidad que su padre cuidadosamente elegía y compraba todos los años para que él con su hijo, juntos, cada día, colocaran los adornos hasta que en la noche navideña se ponía la última bola de colores. Cuando el pesebre ya estaba montado, la estrella dorada se fijaba entonces en la punta del pino.
 
En el pesebre, además del establo de paja donde estaba el niño Jesús en el pesebre rodeado por su familia y algunos animales domésticos, los campos circundantes estaban llenos de animales variados, pastores y los Reyes Magos que, lentamente, se aproximaban cada día a aquel lugar. Estas figuras, hechas de yeso y coloridas, eran movidas diariamente por este hombre cuando era niño. También había un pedazo de espejo que servía para parecerse a un lago donde los patos nadaban tranquilamente.
 
Recordó también la noche de Navidad, cuando previamente su madre había preparado la cena. Una cena que era saboreada y apreciada por un tiempo bastante largo hasta llegar a las 12 de la noche, cuando el entonces viejo reloj de la sala daba las 12 campanadas.
 
En esa época, supuestamente no entendía por qué su padre o su madre se ausentaban de la mesa por unos instantes, inexplicablemente.
 
Terminada la cena, todos se acercaban a la sala contigua para junto al árbol ofrecer, mediante una oración, agradecimiento al niño Jesús por su venida al mundo para enseñar y ejemplificar a los hombres el poder de la oración, la bondad, el amor y el perdón.
 
Hecha la oración, notaba entonces que el árbol estaba rodeado de regalos que brillaban en sus paquetes de papel de colores. Era un momento de extrema felicidad al constatar que las cosas, algunas, con las que había soñado durante todo el año, estaban allí depositadas y serían suyas de ahora en adelante.
Este hombre, mientras caminaba solitario por aquel sendero polvoriento, recordó por qué se encontraba en ese estado tan deprimente: Su país y el mundo estaban en guerras contínuas. Los hombres se habían olvidado de lo que significaban el amor y el perdón. Había muertos y casas abandonadas por los caminos.
 
Recordó que su casa fue destruida por las bombas y que su familia, esposa e hijos, fueron asesinados por los soldados enemigos. Cuánto dolor, cuánta desolación. Entonces, al darse cuenta de todo esto, un gran dolor le apuñaló el alma.
Y allí se sentó en el suelo, en la tierra polvorienta, puso las manos sobre su rostro y, finalmente, en su absoluta soledad, en ese mundo tan cruel y loco, lloró copiosamente. Simplemente lloró.

Arnaldo es el personaje

A

Alvaro de Almeida Leão

Traducido al español por José Manuel Lusilla

Doce comerciantes de una galería comercial, en un barrio de la ciudad, solo Arnaldo —63 años bien vividos, buena salud, trabajador abnegado, con una familia bien estructurada; esposa, hijos y nietos— no va bien en los negocios, por más que se esfuerce.

Poco después de su jubilación como pequeño empresario en la industria del calzado, Arnaldo inauguró su tan soñado despacho de representaciones con sede propia.

Adivina cuántos negocios, en tres meses, Arnaldo logró cerrar, en un parámetro de hasta veinte.
¿Pensaste ya? ¿Tienes tu respuesta? ¿Sí? Pues creo que te equivocaste.

Otra oportunidad. ¿Tienes un nuevo cálculo? ¿Sí? ¿Cuál? Lo siento, creo que tampoco acertaste.

Última oportunidad. ¿Cuántos? Aún supongo que estás errado. Entonces, solo queda decir cuántos. ¿Puedo hacerlo? Declaro, para los debidos fines, que Arnaldo, en tres meses de trabajo, no cerró un solo negocio.

Entonces, ¿de qué vive Arnaldo? De cinco apartamentos, tres casas, cuatro locales en un centro comercial y nueve plazas de estacionamiento, todos relativamente bien alquilados. Dos jubilaciones: una del régimen general de seguridad social y otra por un contrato privado anterior. Inversiones en efectivo en carteras bancarias y acciones en sociedades anónimas.

Por este perfil, es natural suponer: Propietario de inmuebles de uso habitual u ocasional en la ciudad, la sierra y el mar. Bien financieramente, pero no realizado, ya que su empresa no despega.

Arnaldo conocía las dificultades iniciales cuando fundó su empresa actual, ya que no tenía un producto que sirviera de punta de lanza en las ventas. Sin embargo, está convencido de que pronto revertirá la situación: Está cerrando un contrato de representación exclusiva para todo el estado de un producto inédito, de uso esencial y con amplia divulgación en todos los medios de comunicación.

Cada colega comerciante siente por Arnaldo una mezcla de tristeza y orgullo. Tristeza porque no concreta los negocios que tanto desea y orgullo por su apurado sentido de responsabilidad.

Algunos comerciantes más cercanos se sienten con la confianza de bromear, con respeto y en buen tono, acerca del comercio de Arnaldo, planteando cuestiones como: negocios versus rentabilidad, cómo atiende solo a tantos clientes, cuándo abrirá una sucursal, o noticias sobre las merecidas vacaciones futuras, entre otras del estilo.

A Arnaldo no le falta tenacidad en la dedicación al deber. Admirador de la puntualidad británica, cumple religiosamente con su horario de trabajo, aunque sus clientes insistan en no presentarse.

Una tarde, al sentir un fuerte dolor de cabeza, Arnaldo decide hacer algo que jamás había hecho: Ausentarse del trabajo en horario comercial. Sin embargo, necesitaba comprar un medicamento en la farmacia cercana. Cuidadoso por naturaleza, elabora un cartel en la computadora y lo pega en la puerta de su tienda con el siguiente mensaje:

"DISCULPEN LA AUSENCIA,
VOLVERÉ EN CINCO MINUTOS."

Arnaldo se esfuerza en cumplir lo prometido. Un minuto antes de que el tiempo se agote, regresa y encuentra el cartel modificado con anotaciones escritas con bolígrafos por algunos de sus colegas comerciantes, en letras de molde. Ahora se lee:

"DISCULPEN LA AUSENCIA,
VOLVERÉ EN CINCO MINUTOS.

— ¿Para qué? ¿No estás cansado por hoy?
— Yo no regresaría.
— ¿Para qué tanta prisa? Igual no harás nada.
— ¿Y las vacaciones, ya están programadas?
— La vida no es solo trabajo.
— Dos clientes estuvieron aquí. Volverán mañana, sin falta.
— Apenas saliste y el teléfono no paró de sonar.
— Ausentarte no fue buena idea. Fue fatal."**

Al leer el texto modificado, Arnaldo, algo contrariado, es consolado por sus colegas, quienes le aseguran que solo era una broma y que no lo tomara a mal. Esa tarde recibe palmadas en la espalda y sinceras palabras de aliento: "¡Adelante! Eres un ejemplo para todos nosotros, felicitaciones por tu perseverancia".

Siempre firme en la batalla, un mes después, el "futuro cercano" de Arnaldo llegó. Ni siquiera necesitaba ser tan exagerado como resultó (aunque muy bienvenido).

Con el contrato firmado, las excelentes ventas del nuevo producto trajeron solicitudes de industrias consolidadas para que Arnaldo las representara. La clientela actual también es obstinada: insiste en no dejar de crecer.

Con el progreso surgió el dilema de dónde los clientes estacionarían sus autos (la galería no cuenta con garajes). La solución fue que Arnaldo adquiriera un excelente terreno de 40x120 metros en la esquina de la cuadra donde está su empresa (importante tener reservas financieras) y lo convirtiera en un amplio estacionamiento. ¡Qué buen terreno, ideal quizá para un futuro edificio, nuevo hogar de la empresa de Arnaldo!

El tiempo para progresar nunca caduca. "¡Qué hermoso! ¿Alguien ha dicho eso? Si no, lo digo ahora".

La sede propia de la empresa de Arnaldo, de buen tamaño, se adaptó a la necesidad de contratar a cuatro empleados. La empresa crece cada día. El flujo de clientes circulando por la galería comercial aumentó en un cien por ciento, generando mayor facturación para todos los comerciantes, que ahora sonríen de oreja a oreja.

Todo este éxito repercute no solo entre los comerciantes de la galería comercial, sino también en el barrio en general. La dedicación de Arnaldo fue merecidamente recompensada.

En Navidad, todos los comerciantes de la galería y sus familias se reúnen para celebrar la magna fecha con Arnaldo, en un club especialmente abierto para el evento festivo.

Arnaldo es constantemente acariciado por sus dedicados familiares, amigos y clientes. Comida y bebida de lo más apetitoso. Alegría general e irrestricta.

En un momento, los once colegas comerciantes anuncian que brindarán con champaña en homenaje a Arnaldo, utilizando conceptos previamente seleccionados cuyas iniciales forman una frase significativa. Con sus copas en alto, proclaman brindis por:

Amor, Razón, Naturaleza, Acción, Labor, Deber, Orden, Ética, Oferta, Coraje, Amistad, Remisión y Arrojo.

El resultado, con todos los presentes de pie, emocionados, brinda a la salud del querido y amado Arnaldo y de toda su honrada familia.

 

La hija del tiempo

L

Silvia C.S.P. Martinson

 

Han pasado anos, muchos años.

Los hechos suceden y ella vivió .

La vida poniendo a prueba a situaciones que a veces no entendía.

Personas, lugares, amistades, amores transcurieron en un viaje frenético de días, meses y años,en momentos de sentimientos intensos que parpadearon y luego desaparecieron.

A veces lloraba, a veces sonreía.

Llegó un momento, como siempre, cuando amaba con tanta intensidad y luego se dio cuenta de cuanto tiempo había pasado y que ahora , tardíamente, excoriaría de sus dedos como arena fina, como agua marina que no retiene ni puede detener.

Asombrado detenido.
Ella pensó… ¿Por qué sucedió todo esto?
Y los hechos volvieran a su memoria. Uno por uno. Regresó a la infancia.

Recuerdos explotan en su memoria.

Los juguetes, el risas, amigos, sus observaciones, divagaciones…

Tan pequeña y tan soñadora.

Recuerda los pájaros que cantaban, las nubes que corrieron y las figuras que se formaban.

No se pudo compartir con nadie, pensaban que era una tonta, una tonta.

Los juegos infantiles se seguían en tranquilidad con hermanos y amigos de alegría y relajación

En esta fase de transformación, la inocencia es reemplazada por el conocimiento, por las ilusiones, por los ideales de libertad y el deseo de tomar más vuelos.

La poesía, la música, el arte y la política tomaron sus días siempre con mucha pasión por todo lo que se esforzaron por hacer.

Sueños, ilusiones, ocurrieron con frecuencia y también se desvanecieron como por encanto, ante las novedades que presenta la vida.

En este interin tuvo la experiencia y el contacto con filosofías y prácticas esotéricas, a partir de las cuales obtuvo e instaló en su ser el conocimiento trascendental de su inmortalidad y su capacidad para ejercer la tensión mental, a través de la fuerza del pensamiento , sobre la voluntad y las acciones de otras personas.

Las ciencias ocultas surgieron en su vida, describieron sus pasos y otras personas, actitudes.

En cierto momento se dio cuenta de que estaba interfiriendo con las actitudes de otras personas, llevando a ellas a hacer, por su inducción, lo que quería.

Ya era un Maestro en esta técnica.

Ella no estaba satisfecha consigo misma.
Repensado, verificó su error al interferir en el libre albedrío de los demás.

Se detuvo con todo.

Liberó a otros de su influencia, porque vio cuán falible e imperfecta era cuando se trataba de amor y desapego.

La conciencia de lo que es el verdadero amor ha hablado más fuerte. Solo entonces, el Maestro realmente se ha convertido.

Siguió la edad adulta como otras personas, con éxitos y fracasos, se casó , tuvo hijos y aceptó y luchó, honestamente por sus anhelos y por lo que el destino le tenía reservado cada día. Fue feliz, sufría, reía, lloraba, amaba y era amado.

Tuvo recuerdos de sus viajes anteriores a la Tierra y entendía por qué su existencia actual.

Y al final y solo después se realizó.

Era un ser solitario en la búsqueda constante de crecimiento y evolución.
Ahora estaba preparado para un nuevo tránsito…

El mercadillo del poblado de San Fermín

E

Pedro Rivera Jaro

 

En el año 1955, cuando yo tenía 5 años, como era el hijo mayor de mis padres, mi mamá se servía de mí para hacer pequeñas compras de alimentos en las tiendas próximas a casa. Entre estas estaban la tienda de comestibles del señor Herrero, la carnicería de la plaza, la verdulería y frutería de la señora Matilde, y la casquería de Nieves, entre otras.

Ella me apuntaba lo que necesitaba en un trozo de papel, y yo lo entregaba en las tiendas, donde me daban lo solicitado. Así fue como, desde muy pequeño, aprendí a hacer las compras, distinguiendo la calidad de los productos.

A partir del año 1961, ya con 11 años, recuerdo que cogía mi bicicleta y el capacho, y me iba hasta el mercadillo de fruterías y verdulerías. Este estaba montado con paredes y techos de madera y formaba dos largas filas de barracas, una frente a la otra, además de una fila más corta en la entrada de arriba, que cerraba las filas principales. Recuerdo que, en esta última fila, estaba la tienda del señor Paco Osuna.

Mi madre me daba 25 pesetas y me decía:
—Hijo, no tengo más dinero.
—¿Y qué necesitas, mamá? —le preguntaba yo.
—Necesitamos fruta, judías verdes y patatas. Lo que tú veas, hijo.

En la frutería de la señora Matilde, que estaba al lado de casa, un kilo de plátanos costaba 13 pesetas. En cambio, en el mercadillo todo salía mucho más barato, sin que la calidad disminuyese.

En el capacho, que colocaba en el soporte trasero de la bicicleta, cabían bastantes kilos de fruta. Montado en mi bici, cruzaba la Colonia de San Fermín y llegaba hasta el poblado del mismo nombre. Una vez en el mercadillo, daba una vuelta completa observando las mercancías y los precios de los distintos productos.

En la segunda vuelta, iba comprando en cada puesto lo que había seleccionado en la primera. Por ejemplo: 2 kilos y medio de naranjas por 5 pesetas, otros 2 kilos y medio de manzanas por 5 pesetas, 2 kilos de patatas por 4 pesetas, 1 kilo de judías verdes sin hebra por 3 pesetas y 1 kilo de plátanos de Canarias por 8 pesetas. En total, las 25 pesetas que me había entregado mi mamá. En otras ocasiones, si me sobraba una peseta, ella me la regalaba.

En 1964, ya con 14 años, empecé a sentir vergüenza si las chicas de mi edad me veían con el capacho. En aquella época, estaba mal visto que los varones hicieran las compras, pues se consideraban cosas de mujeres. Hoy no es así, pero entonces lo era.

En consecuencia, le pedía a mi madre que mandase a mi hermana Maribel, que ya tenía 12 años, pero ella se negaba porque decía que los tenderos la engañaban y, en cambio, a mí no, porque sabía muy bien lo que compraba.

Siempre creí que exageraba.

La creceste oscuridad

L

Carlos Boné Riquelme

 

La mañana estaba calurosa, y el centro de la ciudad parecía haber explotado de un momento a otro con la presencia de cientos de personas que caminaban; algunas rápidas, otras lentamente, mirando vitrinas, y muchas otras paradas en los lados con mantas extendidas en el piso, vendiendo miles de objetos de diferentes colores cuyo propósito no podía adivinar.

Allí, en medio de esta multitud, la vi: delgada, con pechos grandes, cabello castaño cayéndole por la espalda, y un bebé en los brazos. De edad indefinida, pero bebé, al fin y al cabo.

Una mesa pequeña se encontraba frente a ella, y pude divisar algunas pulseras doradas, collares de piedras de colores, cintas para el pelo, y algunas otras baratijas expuestas a la mano de quien quisiera adquirirlas.

La observé por largo rato, mientras ella compartía su tiempo hablando con algún posible comprador y susurrándole algo al niño, que a veces parecía moverse inquieto, o a veces dormía. Aquellas quedas palabras eran como cantos de cuna que ella soltaba tranquilamente, mientras su talle se movía en un gesto que daba cierta calma al bebé.

No pude evitar acercarme, y me paré enfrente de ella mientras cogía una pulsera entre mis dedos y le preguntaba por el precio. Así pude mirarla directamente a los ojos y observé su mirada quieta, modesta, casi perdiéndose en un río de miel.

Su nariz era pequeña y recta, y sus labios, mórbidos, de aquellos que llaman al beso y al erotismo, invitaban a solazarse mordiendo y restregando tus labios contra los de ella.

Su voz repitió el precio, mirándome extrañamente. Quizás percibió que mis intenciones no eran comprar, solo pararme allí como un pervertido para observarla en la quietud de su maternidad.

Entonces, decidido, saqué un billete y pagué por la pulsera mientras ella me miraba sorprendida. Yo me reí interiormente, pensando que quizás la había descolocado de aquella posición de adivinar y de no estar segura.

La volví a mirar mientras ella buscaba el sencillo para darme el cambio en el bolsillo de su chaleco deslucido, de un color verde suave, pero que le colgaba de los hombros como si le quedara grande.

Le hice un gesto de que no importaba, que se quedara con el vuelto, y me marché sin volverme a mirar, pero sintiendo la mirada de ella en mi espalda, como si me quemara.

Entré a una de las galerías, una de las tantas que se encuentran en el paseo, y allí, a resguardo de las miradas, me detuve sintiendo que mi acelerado pulso se calmaba un tanto.

Esperé un rato y, luego, dando la vuelta por otra galería, salí nuevamente al paseo y traté de llegar al mismo lugar donde ella se encontraba.

Pero ella ya no estaba allí.

Miré alrededor buscándola, pero entre el movimiento de la gente y los vehículos que transitaban por la avenida, tuve que darme por vencido y darme la vuelta, dirigiéndome a la plaza donde ya el monumento a Don Pedro de Valdivia no existe.

Solo la base de color blanco, o quizás crema, se encuentra allí como recuerdo de algunos días de violencia sin sentido.

Me senté en uno de los bancos de la plaza, y un muchachito de tez oscura con un cajón de lustrado me ofreció sacar brillo a mis zapatos. Yo, sin casi sentir o saber lo que hacía, le indiqué que aceptaba su oferta.

Casi sin respirar, el muchacho se sentó en una pequeña banquita que traía junto al cajón y, tomando uno de mis pies, lo acomodó encima de la caja negra, empezando a pasar un cepillo de oscuras cerdas sobre mi zapato.

Yo, olvidado de lo que me trajo a la plaza, me dejé ir, sintiendo el sol en mis ojos y el calor agradable que me envolvía entre el ruido de la calle y el zumbido de las conversaciones.

De pronto, una voz me despertó de mi sueño ligero, y al levantar la vista, la vi a ella parada frente a mí, mientras el muchacho proseguía con su labor de abrillantar mis zapatos de cuero viejo y gastado.

La miré sorprendido, sin decir una palabra, y ella, aún sosteniendo al bebé en sus brazos, se sentó a mi lado.

La dejé sentar mientras sentía algo extraño recorrer mis entrañas, y, sin pararme a pensar —pues, de lo contrario, no me atrevería nunca más—, le pregunté si quería irse conmigo.

Ella, sin decir palabra, asintió moviendo su cabeza, y allí supe que este era mi destino. No sé si bueno o malo, o quizás si algo resultaría de una mujer sola con un niño en brazos, pero la respuesta era que había que atreverse a las sorpresas, pues estas solo se dan ocasionalmente.

Cinco líneas y un cuento

C

Silvia C.S.P. Martinson

1.- ES MUY TEMPRANO. ESTÁ AMANECIENDO.
2.- OCTAVIA CAMINA POR EL PARQUE.
3.- EL CHICO LA ESTÁ ACECHANDO. CORRE Y LE ARRANCA LA GARGANTILLA.
4.- ELLA GRITA: ¡ OH SEÑOR! FUE UN REGALO DE BODA.  ¿Y AHORA?
5.- ¡OH SEÑOR! LA HE PERDIDO PARA SIEMPRE...
 

Atardecer

A

Silvia C.S.P. Martinson

 

En la tarde gris que ahora transcurre, es cuando las personas caminan por las calles. Hay una luz que se refleja en cada mirada.
Y al ver pasar tanta alegría, la tristeza se desvanece. En los cuerpos, todo se convierte en paz y armonía.

Los hombres se preocupan, mientras los niños olvidan sus juegos favoritos para correr por las calles solitarias.

Así es. Así pasa.

Un día más en la vida.

Como el tiempo, que, por caminos donde los hombres ni imaginan, llegará al final de su recorrido, dejando tras de sí pequeñas alegrías y grandes preocupaciones sin importancia; en realidad, sin disfrutar la belleza de vivir cada día, de sonreír, de amar y de ser feliz.

La violación

L

Carlos Boné Riquelme

 

Este fue otro impactante caso ocurrido a finales de los años 90. A pesar de haber sido testigo de muchos casos brutales, ya sea siguiéndolos en la prensa o participando en alguna investigación, este me impactó por su carencia de sentido y la brutalidad de lo ocurrido.

Ella era una muchacha de origen colombiano, que estaba terminando sus estudios secundarios. Vivía sola con su madre, quien emigró sin más familia que su hija a Miami, escapando de la violencia que el narcotráfico, impulsado por Escobar, y la guerrilla asolaban en el país.

Pensó que en Estados Unidos, donde impera el estado de derecho, podrían vivir tranquilas las dos, ya que no tenían más familia. Se mudaron a un tranquilo barrio del suroeste, llamado “La Sahuesera” por los cubanos, un lugar de clase media, con buenas escuelas y vecinos, en su mayoría hispanos, gente trabajadora y educada.

Allí se establecieron, y la muchacha se adaptó rápidamente a su nuevo entorno. Por su carácter divertido, amable y estudioso, fue rápidamente aceptada. La madre consiguió un modesto trabajo que les alcanzaba para pagar la renta de un cuarto, comer y, en general, cubrir todos sus gastos. Aunque a veces vivían con limitaciones, la hija entendía la situación y no pedía más de lo que su madre podía ofrecer. Y eran muy felices.

La joven era una estudiante brillante, con excelentes calificaciones y querida por compañeros y profesores. Ya en la adolescencia, conoció a un compañero de curso y vecino, con quien compartía muchas afinidades. Se enamoraron y comenzaron un romance que fue aceptado con alegría por ambas familias.

Llegado el final de la secundaria, la chica obtuvo los mejores promedios del curso y casi de todo el colegio. Fue aceptada en todas las universidades a las que postuló y en la carrera que deseaba. La felicidad de ambas familias era inmensa. Hasta aquí, la historia es similar a la de muchos inmigrantes que, con esfuerzo, logran el éxito.

Sin embargo, en este punto, dos historias se entrelazan.

A pocos kilómetros de Miami, en la ciudad de Orlando, tres muchachos, también de origen hispano pero con una historia de vida diferente, terminaban un día de trabajo en la construcción. Uno de ellos, menor de edad, tenía alrededor de 17 años y era sobrino de uno de los otros dos. El líder del grupo, delgado, fuerte y de carácter violento, propuso alquilar un vehículo y viajar a Miami Beach para un fin de semana de diversión. La idea fue bien recibida.

Alquilaron una camioneta Ford de doble cabina y partieron hacia Miami Beach, ya con algunos tragos en el cuerpo.

Mientras tanto, en La Sahuesera, los jóvenes enamorados, emocionados por la reciente graduación, decidieron celebrar solos en Miami Beach. Aunque no solían visitar esa ciudad, aquella noche era especial. La joven, muy arreglada y con la bendición de su madre, partió junto a su novio, quien ya era parte de la familia.

La madrugada en Miami Beach los marcaría para siempre. La pareja salió de un club, abrazados y felices. Habían celebrado su recién cumplida mayoría de edad y experimentado por primera vez la sensación de ser adultos y libres. Caminaban por una calle lateral, más solitaria, cuando una camioneta blanca se detuvo bruscamente. De ella bajaron dos hombres: uno, delgado y de rasgos duros, llevaba un revólver, y el otro, casi de la edad de la pareja, portaba un cuchillo. Los obligaron a subir a la parte trasera del vehículo.

El conductor tomó la carretera I-95 rumbo al norte. Mientras tanto, uno de los secuestradores mantenía inmovilizado al joven con un cuchillo en el cuello, mientras el otro apuntaba a la cabeza de la muchacha con el revólver, obligándola a desnudarse. La joven suplicaba que no les hicieran daño, pero sus ruegos fueron ignorados. Fue violada repetidamente durante el trayecto.

Finalmente, los atacantes decidieron asesinarlos para no dejar testigos. Intentaron degollar al joven, pero, por falta de experiencia o quizá por vacilación, no lograron matarlo. El muchacho fingió estar muerto, y cuando la camioneta retomó su camino, logró salir del lugar gravemente herido. Detuvo a un conductor que lo ayudó y avisó a la policía.

Horas más tarde, las autoridades encontraron el cuerpo sin vida de la muchacha cerca de Hillsborough Boulevard. Había recibido dos disparos en la cabeza. Así mataron sus sueños.

La policía capturó a los culpables una semana después. El menor de edad fue condenado a cadena perpetua, que comenzó en una cárcel de menores hasta alcanzar la mayoría de edad, cuando fue trasladado a una prisión regular. El otro recibió prisión perpetua tras testificar contra el líder del grupo, quien fue condenado a muerte.

A principios de los años 2000, vi un programa de televisión en el que apareció la madre de la joven. Lideraba un grupo de madres que se apoyaban mutuamente en casos similares, pero los ojos de esa madre estaban tan muertos como su hija.

Adolescente de arrabal en los 60

A

Pedro Rivera Jaro


Aquellos chicos salían los domingos, después de comer, y se juntaban todos en los puntos que conocían y frecuentaban los días laborables. Por ejemplo, en un bar de la calle Antonio Salvador, cuyo nombre no recuerdo, pero que ellos llamaban El Orejas, haciendo alusión a los pabellones auditivos del dueño, y que hoy, sesenta años después, se ha convertido en un Restaurante Chino, como tantos negocios del barrio de Usera.
 
Una vez se juntaron allí, decidieron que irían a “ligar maricones”. Para ello usaban a El Susi, que era un chico de la pandilla, rubito y guapete. Juan Luis el Narices, el Salao, Armando y el Coqui, todos ellos curtidos en las peleas callejeras, lo utilizaban como gancho para atraer homosexuales, que en aquellos años estaban discriminados y perseguídos por su preferencia sexual, y por ello debían de tener un comportamiento muy disimulado a la hora de elegir sus parejas.
 
En la calle de la Concepción Jerónima, junto a Conde de Romanones, en una rinconada, había un local llamado El Toro Negro, que era frecuentado por homosexuales, donde El Susi echaba la red para ligar.
 
Cuando El Susi entablaba conversación con algún homosexual, y le dirigía a algún lugar escondido, cercano al río, y cuando este se las prometía tan felices y soñando con maniobras privadas con El Susi, de pronto irrumpían los otros y a la fuerza le robaban todo lo que llevase de valor, como dinero, pulseras de oro o de plata, reloj, anillos, etc.
 
Pero en una ocasión, aconteció que, cuando ya estaban culminando el aislamiento de la supuesta víctima, esta se resistió con bravura y se negó a dejarse robar. Los muchachos se abalanzaron sobre él dispuestos a darle una paliza, pero aquel hombre, resultó ser un experto practicante de Jiu Jitsu, y manejando hábilmente los cantos de sus manos, les empezó a aplicar golpes en sus cuellos y costillas, que producían gran daño y dolor.
 
Los adolescentes optaron por salir huyendo para no seguir recibiendo el merecido castigo.
Cuando lo contaban en el barrio, nos partíamos de la risa, ante aquella cómica situación.
 
Este comportamiento delictivo, era uno de los motivos por los que yo no quería ir con ellos, aunque eran conocidos míos en el barrio. Nunca me gustaron los abusos sobre otras personas, por el mero hecho de ser diferentes.
En aquella época nos gustaba ir a bailar y deseábamos entrar en los locales de baile, pero, dado que solo teníamos 14 ó 15 años, no nos estaba permitido, y por eso, cuando algún conocido nos habló de un gran salón de baile en Getafe, a donde nos dejarían entrar, a pesar de nuestra edad, pensamos dirigirnos allí.
Getafe hoy es una ciudad importante, que está como a doce kilómetros de Madrid en dirección a Toledo, pero entonces era un pueblo que empezaba a crecer con fuerza, como la mayoría de los que rodean Madrid.
 
Después de tantos años no puedo asegurarlo, pero creo recordar que el nombre del Salón de Baile era Emperador hasta allí nos desplazamos tomando un autobús de la Empresa Adeva y efectivamente, nos permitieron la entrada sin impedimento de edad.
 
Pasamos la tarde bailando, y cuando salimos de nuevo a la calle y nos dirigíamos a tomar el autobús de vuelta, a dos de los miembros del grupo se les ocurrió, intentar arrancar una motocicleta que estaba aparcada en la calle.
 
Consiguieron arrancarla y regresaron a Madrid subidos en ella, mientras el resto del grupo lo hicimos en los autobuses Adeva, como hicimos a la ida a Getafe. Una vez en Madrid, nos reunimos todos en los billares que había en la calle Almendrales, frente al cine Lux de Usera.
 
Uno de los dos que habían robado la motocicleta, cuando expresé mi intención de volver a mi casa, me dijo que me acercaba él, en la moto. Yo hubiese preferido irme en el autobús, pero no podía hacerlo sin ofenderle por mi rechazo. Subí en la moto detrás de él y me llevó hasta mi barrio.
 
Aquel trayecto en una moto robada, me produjo posteriormente preocupaciones familiares, cuando el hecho llegó a oídos de mi madre. La consecuencia fue que mi padre me prohibió frecuentar la compañía de aquellos chicos, que eran jóvenes delincuentes, y que llevaban una vida totalmente fuera de control familiar, y que mi padre no quería, ni para mí, ni para ningún otro de sus hijos

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