Silvia C.S.P. Martinson
Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
Luego me dijo que la bella mujer vivía recluida en su piso. Que cuando su marido salió cerró la puerta y se llevó la llave. Era demasiado celoso.
Luego me dijo que la bella mujer vivía recluida en su piso. Que cuando su marido salió cerró la puerta y se llevó la llave. Era demasiado celoso.
El frigorífico nuestro era un pozo de agua como de 12 metros de profundidad, en cuyas aguas claras y frescas, mediante un cubo amarrado a una maroma, deslizándose mediante una garrucha de hierro, bajábamos una botella de vino, otra de gaseosa y una tercera de agua, unos tomates y un melón.
Morlim, Oswaldo y Zecão se encuentran diariamente para una partida de cartas amistosa en el bar de Don Cardoso. Allí se quedan hasta las 11 de la noche. Como siempre, Morlim es el primero en llegar y también el que más se emociona con las victorias alcanzadas. Otra vez, gana. Al perder se pone furioso.
Pasado un tiempo, Don Cardoso recibe una llamada telefónica:
—Hola, bar de Don Cardoso, a sus órdenes.
—Hola, soy Oswaldo. Quiero hablar con Morlim, ¿él está ahí?
—Sí, espera un momento. Morlim, teléfono, es Oswaldo.
—Hola, Oswaldo. Están retrasados, ya llevo aquí un buen rato.
—Falleció un amigo en común, mío y de Zecão. Estamos en el velorio y lamentablemente hoy no podemos ir hasta allí para nuestra partida.
—Bah, amigo Oswaldo. Estoy enfadado. Acostumbrado a nuestro juego, ni sé qué hacer para pasar el resto del tiempo.
—Nos pasa lo mismo aquí. Nos sentimos fuera de lugar. Ya sabes cómo es, la adicción es la adicción, ¿no es así, Morlim?
—Claro, Oswaldo, yo lo sé muy bien. Estoy sintiendo comezón por todo el cuerpo. Ya tomé un montón de cafecitos. En fin, ¿qué se le va a hacer? Es la vida.
—Eso era todo, Morlim. Hasta mañana, ¿de acuerdo?
—Más que de acuerdo. Un abrazo para Zecão.
—Se lo daré.
Morlim vuelve a la mesa en la que se encuentra, totalmente desorientado. La falta que le hace la querida y amada partida no tiene comparación. De ahí a una crisis nerviosa fue cuestión de minutos.
En un momento dado, no se contiene y recurre a la bondad de Cardoso.
—Amigo Cardoso, necesito que me hagas un gran favor.
—Claro, Morlim, si está a mi alcance, con mucho gusto.
—¿No quieres jugar conmigo? El bar está tranquilo.
—No, gracias, Morlim, no soy de juegos, ni conozco bien las cartas.
—Entonces, Cardoso, te propongo: los dos nos ponemos detrás del mostrador y jugamos a ver quién puede escupir más lejos. ¿Hecho?
—Perdona, pero no quiero.
—¿Qué piensas, mañana llueve o no llueve? Elige. Yo me quedaré con lo contrario de lo que digas. ¿Jugamos a eso?
—No me lo tomes a mal. Pero los juegos no me atraen.
—Cardoso, pásame un trozo de ese queso de la estantería del medio.
—Perdón, Morlim, lo que hay ahí no es queso, es jabón.
—Es queso.
—Es jabón.
—¿Y entonces... ahora sale una apuesta?
—Está bien. Me venciste por cansancio. Acepto.
—Genial. Pura belleza. Por fin. Yo digo que es queso y tú dices que es jabón. ¿Puedes bajar el producto para ver quién ganó la apuesta?
Cardoso va hasta la estantería donde se encuentran los productos de limpieza y trae la barra de jabón que Morlim había señalado como queso.
—Ahí está, proclama al ganador.
Morlim, con un trozo de jabón en la mano, lo lleva a la boca y, sin darse por vencido —perder no es lo suyo— dice con la mayor cara de piedra:
—Gané el juego. Gané. Gané. Es queso con sabor a jabón.
...Perder no es lo de Morlim. ¡No, en absoluto!...
Ella murió.
No dejó ninguna herencia importante, sólo escribió una carta a su único y querido nieto.
Vivió cada día con intensidad, con alegría. Con la alegría de quien recibe el don de la vida.
Sufría achaques y dolores como cualquier anciano que, con el paso de los años y el desgaste natural del cuerpo, los tiene.
Tuvo algunos amigos que también conservó hasta el final de sus días. Los que se fueron por razones de la vida lo hicieron en silencio.
Algunos dejaron recuerdos amargos, que ella, sensatamente, arropó en un rincón de su memoria, en el lugar destinado a las cosas perdidas.
Y así, día a día, semana a semana, pasaron meses y años sin que ella se diera cuenta de la historia registrada en la eternidad que poco a poco iba escribiendo.
Y ahora, al final, le dejó a su nieto la versión no contada de su largo viaje en una carta dirigida sólo a él, que empezaba así:
Querido nieto.
Te quiero por encima de todo. Fuiste y eres el recuerdo más entrañable que llevo conmigo.
Mi fin se acerca. Lo siento.
Fui alegre, fui feliz.
He amado y he sido amada.
Y ahora te contaré lo que pasó en mi largo camino.
Yo .......
Su mano cayó, la pluma resbaló, la sonrisa se desvaneció gradualmente de sus labios, sus brazos cayeron a lo largo de su cuerpo, sus ojos se cerraron suavemente.
No terminó la carta.
Inmersa en sus sueños y recuerdos, se quedó dormida para siempre.
Otro verano, dirían todos.
Así comienza nuestra historia.
Sin embargo, tuvo lugar hace casi 50 años.
Sí, era verano. Un verano como cualquier otro.
Diferentes eran entonces los caminos y las situaciones que conducían a un merecido descanso tras un año de duro trabajo.
Mis padres trabajaban duro para mantener la casa que habían comprado con sacrificio y muchos ahorros. También trabajaron duro para proporcionar comodidad y una mejor educación a sus dos hijas. En otras palabras, a mi hermana y a mí.
Teníamos una vida modesta, pero estábamos rodeados de mucha cultura.
La música clásica impregnaba nuestros días, llenando la casa de sonido y belleza.
La lectura de buenos libros, de buenos autores era una constante en mi casa. Mi madre era una lectora insaciable.
De niños nos parecía algo aburrido, pero con los años nos dimos cuenta de lo mucho que nos ayudaba, tanto en nuestra vida profesional como en nuestras relaciones personales e interpersonales.
Y así pasaban los días y las niñas crecíamos, aprendíamos y también éramos corregidas, a veces duramente, cuando era necesario.
Los inviernos en mi pueblo en aquella época eran duros. Nos asolaba el frío con fuertes heladas, mucha lluvia y humedad.
Mi madre tenía un fogón de leña que mantenía encendido día y noche y con la que nos preparaba deliciosas comidas y proporcionaba a toda la casa un calor realmente acogedor.
De todos modos, así pasábamos los días de invierno, siempre a la espera de la llegada de la primavera, que por consiguiente era el presagio de un verano feliz y muy caluroso. Y esta expectativa se renovaba cada año.
Era la época que esperábamos con impaciencia, porque cada año mis padres alquilaban una casa diferente, siempre en la playa, en cualquier estación balnearia que encontraban, dentro de sus posibilidades económicas.
Recuerdo que uno de esos años alquilaron, según un anuncio del periódico dominical, una casa en la estación balnearia de Cidreira, en Rio Grande do Sul (Brasil).
Cuando llegamos allí, mis padres se quedaron muy sorprendidos. La casa estaba situada al final de un terreno un poco alejado del mar y, para nuestro descontento, era casi un cobertizo, es decir, un gran salón donde estaban alineados todos los muebles de una casa.
El salón, los dormitorios y la cocina estaban en una secuencia normal. El cuarto de baño, situado en el patio trasero, era primitivo y sólo mejoró de aspecto gracias a las labores de higienización llevadas a cabo por mi madre y mi padre. Ambos eran extremadamente meticulosos.
La casa estaba a gran altura del suelo. Había un enorme hueco entre el suelo de madera y el suelo arenoso del patio.
Después de comer nos echábamos la siesta debajo de la casa. Allí, mi padre había colocado unas tablas sobre las que nos tumbábamos a dormir.
Yo miraba al cielo para ver en las nubes figuras que había creado en mi imaginación, como animales, monstruos, hadas, duendes y montañas que formaban parte de este mundo.
Y así, poco a poco, me quedaba dormida.
Para nosotros, los niños, aquel verano fue una experiencia inolvidable.
Hasta el día de hoy lo recuerdo todo como si estuviera allí, ahora, en este mismo momento.
Al mirar atentamente, veras quizás una arruguita más, que no quieres reconocer y la llamaras, “marcas de expresión”. Guevadas. Son arrugas. Y quizás las bolsas bajo los ojos se marcarán un poco más. Y si eres observador podrás ver que al igual que el caracol, te vas desintegrando de a poco; te vas despareciendo, al igual que hoja en el torrente líquido.
Torneo de aficionados de fútbol entre barrios de Porto Alegre (Brasil). Evento oficial del calendario deportivo de la ciudad. El equipo del Menino Deus está intentando el tricampeonato y el del Caminho do Meio juega su primera final. Árbitros y jueces de línea acreditados por la Federación Ciudadana de Fútbol. Buena asistencia de público entusiasta y participativo.
El Menino Deus juega por el empate, al Caminho do Meio solo le interesa la victoria. El Menino Deus es el equipo más acreditado del torneo, cuenta con el máximo goleador del campeonato, la mejor defensa y el portero menos goleado. Está entrenado por el profesor Aldo Leão y su fiel escudero, el asistente técnico Rafael. El Caminho do Meio se clasificó en su grupo por ser el equipo menos malo. Sus únicos destacados son el portero Carlos Augusto y Richard, un mediocampista con buen regate.
Richard es el capitán del Caminho do Meio y su líder; remata poco, pero cuando lo hace, casi siempre marca. En el partido anterior, su actuación fue decisiva, anotó el gol de la clasificación. En cuanto a los jugadores del Menino Deus, son tan iguales en el manejo del balón que no hay unos mejores que otros. Es un equipo cohesionado y solidario.
Pero, un partido de fútbol es un partido de fútbol, no siempre gana el mejor. Precavido, el profesor Aldo ideó tres planes: el A, el B y el C P, S N, este último solo si es estrictamente imprescindible. Como en caso de vida o muerte. El plan C P, S N solo lo conocen el profesor Aldo, los dos zagueros y el portero del Menino Deus. Después de cada entrenamiento, estos cuatro permanecen en el campo para entrenamientos específicos del plan C P, S N.
En la charla inicial del profesor Aldo, el plan A: jugar en serio, respetar al adversario. Hasta ahora, no hemos ganado nada. Y todo depende de nosotros. Rumbo al título.
Al final del primer tiempo, cero a cero, gracias a la excepcional actuación del portero del Caminho do Meio, Carlos Augusto, que paró todo. Al Menino Deus le faltó competencia. Inconcebible, realmente inconcebible, tantos tiros a gol sin convertir.
En el descanso para el segundo tiempo, en el vestuario del Menino Deus, el plan B: jugar con aún más dedicación. Mejorar y mucho la puntería en las finalizaciones. Defensa con atención redoblada. Y, si nada de esto funciona, jugar según el reglamento.
Reiniciado el partido, el Menino Deus está más precavido de lo deseado. El equipo actúa más en defensa. Con esto, el Caminho do Meio está creciendo en el juego de manera natural.
Las palabras del profesor Aldo: jugar según el reglamento, resultaron en el entendimiento de más o menos, jugar por el empate, es decir, a la defensiva.
Treinta minutos del segundo tiempo y aún cero a cero. A estas alturas, un gol del Caminho do Meio sería un desastre. Señal roja. El peligro acecha al Menino Deus. Entonces el profesor Aldo decide sustituir a un delantero por un mediocampista y pide que este avise a sus dos zagueros y al portero que pongan urgente, urgente el plan C P, S N.
Conscientes del mensaje, los zagueros se colocan uno a cada lado del área pequeña, mientras el portero, un poco detrás, atento y concentrado, deseando que el partido termine pronto como está, pues el empate lo favorece.
¿Y Richard? Ah, Richard está jugando bien. Faltando solo cinco minutos para el final del juego, él, al pasar por todo el mediocampo adversario, dribla a uno de los zagueros y luego al portero, y cuando estaba a punto de disparar a gol, el otro zaguero del Menino Deus, al sentir el peligro, le da una patada a las piernas de Richard, levantándolo con todo y balón, impidiendo que concluya la jugada, que seguramente resultaría en gol. El zaguero sale peor parado, tropieza y cae, con su tórax sobre el balón. Protección de cuello y demás cuidados hasta que pueda ser retirado.
Decidido, el árbitro marca el penalti y espera a que el zaguero se recupere para expulsarlo del juego.
Mientras tanto, Richard no se ofrece para tirar el penalti, pues tiene un trauma con las ejecuciones de penaltis. En un equipo anterior, falló tres penaltis en dos partidos seguidos. En el último, al igual que ahora, era hacer el gol y optar por ganar el campeonato.
Los equipos del Caminho do Meio y del Menino Deus se acobardan, por distintos motivos: Menino Deus con miedo de perder el campeonato y el Caminho do Meio, de ganarlo. ¿Cómo así? Se justifican, por ser equipos amateurs.
Richard, molesto, ve que sus jugadores se alejan cada vez más unos de otros. Piensa que es porque, si estuvieran cerca, tratarían el tema del penalti. Y es todo lo que posiblemente no quieren.
Una coincidencia que nadie se creyó: los dos jugadores del Caminho do Meio que siempre son los encargados de tirar penaltis se desploman en el césped. Uno sintiendo una antigua lesión en el muslo y el otro con molestias en la rodilla. Actitudes entendidas por Róger, técnico del Caminho do Meio, y por el capitán Richard. Entonces, solo queda solicitar un voluntario para la ejecución del penalti.
El lateral izquierdo del Caminho do Meio, conocido como Trapalhão, no necesita explicar la razón del apodo: es su peor jugador, con diferencia. Juega porque no hay otro en la posición. Rápidamente razona: al ofrecerse para tirar el penalti y convertirlo, será considerado un héroe. Todo su pasado como pésimo jugador será olvidado. Así convencido, se ofrece para tirar el penalti.
-No, no, cualquiera menos él. ¿Qué hacer? Solo queda rezar y rezar.
Trapalhão se dirigía hacia el punto de penalti, cuando los hinchas del Caminho do Meio, en la alambrada, se alternan en manifestaciones de su descontento ante la desastrosa decisión de Trapalhão de ofrecerse para cobrar el penalti:
-Pô, Trapalhão, date cuenta. Pide que te llamen por teléfono y vete de aquí.
Un amigo avisa:
-si fallas el penalti, te castro y hago la fiesta de los perros.
-Sabía que eras torpe, pero ahora loco, eso es nuevo para mí.
-Trapalhão, Trapalhão, mira aquí: estoy en régimen semiabierto; para mí matar a uno más o a uno menos da igual. Falla el penalti y verás lo que te pasará.
-Oh, Trapalhão, hijo de tu madre, saldrás de aquí hoy en brazos de la multitud, de un modo u otro. Si haces el gol, serás consagrado. Si fallas, saldrás en un ataúd de madera.
Ante tantas "amabilidades", Trapalhão fue invadido por una fuerte necesidad de orinar. Solo tuvo tiempo de agacharse, fingiendo que iba a atarse los cordones de las botas, y a duras penas contenerse para dejar fluir la orina, solo la orina, nada más que la orina. No fue fácil solo orinar, pero al fin lo logró. Al volver a caminar, sacudió las piernas, de una en una, para que el resto de la orina se escurriera. Las botas empapadas hicieron que sus pies, mojados, se movieran dentro de ellas, produciendo los conocidos sonidos: ploft...ploft...ploft.
Avergonzado y humillado bajo todos los aspectos, Trapalhão dialoga con Richard.
-Capitán, desisto de tirar el penalti. Encuentra a otro. Estoy sin condiciones morales y psicológicas. Por favor, ahórrame más vergüenzas.
-Tuviste el coraje de ofrecerte para tirarlo. Ahora lo tirarás, por las buenas o por las malas, dijo Richard.
-Entonces lo patearé con el pie que no es el bueno, el derecho, intentando engañar al portero, espetó Trapalhão
-Haz como creas mejor. –concluyó Richard- Mientras lo conviertas, está bien.
Estos diálogos, aunque en voz baja, fueron captados por jugadores del Menino Deus que estaban cerca. Entonces, uno de ellos le dijo al portero que Trapalhão iba a tirar el penalti con el pie derecho.
Finalmente, el árbitro autorizó la ejecución.
Trapalhão, que nunca había tirado un penalti en su vida, muy nervioso y aún más angustiado por la fuerte necesidad de orinar que volvió con más fuerza, no calculó correctamente la distancia para posicionarse y, al correr para ejecutar el penalti, su última zancada fue insuficiente para llegar junto a la pelota en condiciones ideales.
En ese momento, desequilibrado, solo pudo darle un leve toque con la punta del pie, sin fuerza alguna, en lugar de un fuerte tiro con el empeine, que daría dirección a la trayectoria del balón. Resultado, la pelota pasa muy lentamente, a medio metro, al lado del arco. El portero se dirige caminando hacia el lado correcto y solo acompaña el balón que sale hacia fuera. Si hubiera ido hacia la portería, la habría atajado tranquilamente.
Trapalhão mira a sus pretendidos verdugos y los ve bordeando la alambrada para luego entrar en el campo. Al frente, el convicto, ya exhibiendo el revólver cargado y el hincha que afirmó que iba a castrarlo, blandiendo un cuchillo afilado, seguido por los demás. Cada uno más furioso que el otro.
Trapalhão, sintiéndose a punto de ser mutilado y, luego, de enfrentar su inminente muerte, corre hacia los policías uniformados que se encuentran al borde del campo y pide ayuda:
-Señores ilustres y dignos militares, soy el asesino de dos crímenes aún no resueltos por la policía civil, me estoy entregando, arréstenme, llévenme a una comisaría. Esas personas que vienen allí quieren matarme, sin que yo sepa por qué. Sálvenme la vida, sálvenme la vida, lo imploro, por el amor de Dios.
La Policía Militar contuvo a los agresores, calmó los ánimos y resolvió el problema. Atendiendo a la solicitud de Trapalhão, lo llevaron, a salvo, a una comisaría.
Nueva salida para los cinco minutos finales más seis minutos de tiempo añadido. El Menino Deus, reencontrando su verdadero fútbol, creció en el partido y aún logró hacer dos hermosos goles. El tri estaba más que garantizado.
En la vuelta de celebración al estadio, el asistente técnico Rafael, alegando su condición de compadre de Aldo, no se contiene y pregunta qué significa el CP, SN.
Aldo responde con una pregunta:
-¿Qué hizo nuestro zaguero?
-Cometió un penalti, contesta
-Entonces tenemos el CP. ¿Y cuál es la única condición aceptable para cometer un penalti?
-Si es necesario.
-Y ahora el SN.
-Cometer Penalti, si Necesario. CP, SN, explica. Bien pensado. Inusual. Es eso.
-¿Satisfecho? Somos tri. Somos tri, nadie nos detiene. Viva el Menino Deus. Viva nuestro equipo. Viva nuestra directiva, rumbo al tetra. Larga vida para todos nosotros. Más de lo que merecemos. Viva, viva, mil veces viva.
Lo que queda de esta leyenda es la escultura que muestra a Ubirici, la mujer india, llorando.
Con esa actividad se aseguraban poder comer pescado cada día, cosa de mucha importancia en aquel tiempo de aislamiento, al que los españoles fueron sometidos, cuando España estaba en ruinas, con muchas miles de bajas ocurridas en combate y muchos miles de personas encarceladas.
Todo el mundo le parecía mal, a los jóvenes los veía maleducados, criticaba a todo el mundo, mirando sólo el lado negativo de las personas, según sus conceptos.