Dos curas buenos

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Pedro Rivera Jaro 

Como ocurre en cualquier actividad humana, dentro del sacerdocio hay curas excelentes, personas que ayudan a sus semejantes a superar todos los obstáculos que se cruzan en su andar por la vida.
 
Yo tuve la suerte de conocer a dos de ellos: Uno era don Antonio y el otro el padre Pablo.
 
Don Antonio, cuyo apellido no recuerdo, en 1959 era el cura párroco del precioso pueblo serrano de Las Rozas del Puerto Real, en las estribaciones de la Sierra de Gredos y en el límite de la provincia de Madrid, con las de Ávila y Toledo. En el verano de aquel año me estuvo enseñando a tocar la bandurria, igual que había hecho con toda la chavalería del pueblo; bandurrias, laudes y guitarras en las manos de Román, Martín, Enrique, Paquillo, etc, constituían una rondalla que tocaba jotas, seguidillas y tonadas, y que alegraban las Fiestas del pueblo.
 
También fui testigo de cómo preparaba a Martín, a Román y a otros chicos del pueblo para que se presentaran a exámenes de Bachillerato.
 
Aquel cura puso el primer televisor que yo conocí en el pueblo en un salón de la Casa Parroquial, cuando el tiempo se ponía frío, y en el patio si era caluroso, con bancos y sillas, y asistíamos allí para ver los telefilmes que emitía la única Televisión que teníamos en España, y que estaban doblados del inglés al español de Puerto Rico, con frases que repetíamos los chicos tales como: “Tomaremos un reseso”, “Que bueno que viniste” o “Jugaremos tenis en la mañana”.
 
Allí mediante la entrega de tres sellos usados, que Don Antonio donaba para las Misiones, podíamos ver la serie de Perry Mason, abogado que interpretaba Raymond Burr, El Llanero Solitario con su caballo Silver y su compañero el indio Toro. Las Aventuras de Rin Tin Tin, Los Intocables de Elliot Ness. Bonanza, etc.
 
Lo último que recuerdo de sus esfuerzos a favor de los habitantes del pueblo, fue la creación de un taller de confección en uno de los locales de las escuelas públicas, con sus máquinas automáticas de coser, donde las mujeres jóvenes del pueblo cosían prendas para empresas importantes que las comercializaban y vendían al gran Público. Recuerdo entre ellas a El Corte Inglés, Galerías Preciados, Cortefiel, etc.
 
Después fue destinado a Madrid y la siguiente vez, y última, que volví a verle fue en la celebración del Sacramento del Matrimonio entre mis amigos Paco y Rosamari, en una iglesia de la calle Arturo Soria.
 
El otro sacerdote que quiero comentaros es el padre alemán Pablo Baussman, perteneciente a la Orden de los Misioneros de la Preciosa Sangre y ejerciendo su profesión en la Iglesia Juan XXIII, de Orcasitas, barrio muy humilde del sur de Madrid, que en la mitad de los años sesenta tenía gran cantidad de viviendas de planta baja.
 
Este sacerdote pasó mucho tiempo escuchando el Grito de la Sangre de los más pobres y de los que viven en las periferias de las grandes ciudades, que son lugares muy difíciles y complicados, y promocionando la dignidad del ser humano, la búsqueda de la Justicia Social, la Paz entre los seres humanos, y la integración de todos los elementos que forman parte de toda la Creación, o sea, el seguimiento estricto del ejemplo que nos dió Jesucristo.
 
En los años cincuenta y sesenta, miles de inmigrantes procedentes mayoritariamente de Andalucía, Extremadura y Castilla, llegaron a Madrid buscando mejorar sus vidas mediante el trabajo, en las zonas industriales del sur.
 
Muchos de ellos hicieron por las noches sus chabolas, precarias construcciones donde les tocó soportar las inclemencias del duro clima de Madrid, fríos y humedades en invierno, tremendo calor en verano y por si esto fuera poco, manadas de enormes ratas.
 
Más tarde el Régimen de Franco construyó, a través de la Obra Sindical del Hogar miles de viviendas, en los que se llamaban Poblados Dirigidos, Colonia Agrícola, etc.
 
Pero antes, en los sesentas el Padre Pablo construyó la iglesia de Juan XXIII, y junto a élla una guardería, en la que pudieran quedarse los niños de aquellas mujeres trabajadoras, que tenían que ir a trabajar a los barrios del centro de Madrid. Aquel cura se iba de viaje a su país de origen y volvía cargado de medicamentos, que traía en un vagón de ferrocarril, y que luego repartía a los necesitados de Orcasitas.
 
Yo pude conocerle mucho porque mi padre con su camión le servía arena y otros materiales de construcción, y yo iba los sábados para cobrarle. El me iba pagando según iba pudiendo.
 
Recuerdo que me decía: Sr. Rivera somos pobres. Y yo le contestaba: Nosotros también Padre Pablo.
 
Lo más triste era que había gente que lejos de agradecer la buena labor de aquel hombre, se permitía criticar sus supuestas relaciones con una señora que colaboraba con él, en lugar de respetar la vida privada de ambos.

Sobre el autor/a

Pedro Rivera Jaro

Nació el 24 de febrero de 1950 en Madrid, España. Jubilado con estudios de Empresariales, Marketing y Logística. Dedicado por afición a la narrativa y poesía. Jurado en el Concurso Cultural FECI/INTE, participante en el Libro Versos en el Aire, con el poema ¿A dónde va?
Concurso Villa de Lumbrales XXII, de la Asociación de Mujeres.
Concurso de Editora Ex Libric, con el trabajo 48 Palabras.
En 2023 escribió, mano a mano con la autora Silvia Cristina Preysler Martinson el libro, en español y portugués, Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

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