España en llamas

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Pedro Rivera Jaro 

Estamos ahora en el mes de diciembre de 2022. Llueve con gran profusión en toda España y no escuchamos en las televisiones, emisoras de radio y prensa escrita, absolutamente nada de fuegos terroríficos que devoran nuestros montes.
 
Desde la tranquilidad, es el momento de hacer unos comentarios referidos a esta cuestión.
Pavorosos incendios en el verano repartidos por toda la geografía española: en Galicia, provincia de Lugo, Folgoso do Courel y Pobra do Brollón. Provincia de Orense, Carballada de Valdeorras y O Barco de Valdeorras, Candeda, Riodolas. Destruidas 30.000 hectáreas de montes.
 
En Castilla León, provincia de Zamora, Losacio, San Martín de Tábara, Sierra de la Culebra. Destruidas 52.000 hectáreas, y muerte de un brigadista de 62 años. Provincia de Salamanca, Candelario, Las Batuecas, Monsagro, Peña de Francia. Destruidas 9.000 hectáreas. En Segovia, Navafria. En Ávila, Cebreros, Herradón de Pinares y Navalperal de Pinares, 4.000 hectáreas y 2.100 vecinos desalojados Provincia de León, Luyego, Teleno. Provincia de Valladolid, Provincia de Burgos. En Extremadura, Monfragüe, 6.000 hectáreas, Valle del Jerte y Las Hurdes de la provincia de Cáceres, en Cataluña, provincia de Barcelona, Pont de Vilomara-Bages, en el parque Natural de Sant LLorenc del Munt i l´Obac.
 
En Aragón, provincia de Zaragoza, Ateca, 14.000 hectáreas. En Madrid, Guadarrama. En Castilla La Mancha, provincia de Guadalajara, Valdepeñas de la Sierra. Provincia de Albacete, Riopar. Por último en Andalucía, Sierra de Mijas, en Málaga.
 
El total de hectáreas de monte abrasadas en este verano, superan las 200.000. Sin contar el fallecimiento de varias personas, casas quemadas, establos, ganados, animales salvajes como linces, lobos, nidos de águilas, viñas, olivares, etc.
 
Echarle la culpa al cambio climático, es demasiado cómodo, señores. Brigadas Antiincendios del Ministerio de Transición Ecológica, Asociaciones de Bomberos Forestales, Aviones, Helicópteros, camiones Cisterna-Bomba y cientos de héroes anónimos que se juegan la vida para intentar apagar los incendios lo antes posible, no son suficiente, cuando en el monte seco hay combustible suficiente para arder como teas árboles, matorrales, zarzas, etc.
 
Los Ingenieros Forestales solo buscan regular actividades, para justificar sus puestos de trabajo, desde sus cómodos despachos oficiales, desoyendo a los habitantes de los lugares del medio rural, que durante generaciones han cuidado y mantenido los campos limpios, por ser su medio de vida y donde criaban sus ganados, que comían hierba y matorrales y sembraban sus huertos, sus olivares, sus viñedos, etc. Efectuaban sus podas correspondientes y los restos de esas podas, una parte se consumía como combustible en sus hogares, en sus cocinas, en sus estufas de calefacción, que encendían con piñotas de pino, retamas y ramitas. Otra parte les servía para fabricar carbón de encina y cisco. Y el resto lo quemaban en estas épocas de lluvia, en lugares donde no podían originar incendios. Limpiaban los accesos y callejas de zarzas y maleza, y los montes se mantenían limpios de ese combustible que ahora está prohibido retirar, si no hay un inspector presenciándolo, previa solicitud por parte del lugareño. Imaginen a los pastores de ovejas, de cabras o de vacas, que conocen los campos como nadie, pero que los temas burocráticos les suponen un gran esfuerzo, teniendo en cuenta que muchos de ellos no han tenido la oportunidad de pasar en el colegio el tiempo suficiente. Todo esto formaba parte de un sistema de vida que poco a poco, se ha ido abandonando al mismo ritmo que el hombre rural, se ha ido convirtiendo en urbanita, y cada día quedan menos habitantes en las zonas rurales. Señores que se autodenominan ecologistas enseñan a los que se han criado sobre el terreno, cuidándolo y viviendo de él.
 
Ecologistas de las macetas de la terraza de mamá, que no permiten explotaciones del monte que son centenarias en su existencia. So pretexto de cuidar a la fauna salvaje, lobos y jabalíes se enseñorean de los montes, destrozando el medio de vida que tuvieron nuestros ancestros y convirtiendo el monte en una selva impenetrable, donde en cuanto cae un rayo, una cerilla, un cigarrillo encendido, produce un desastre de dimensionesimpensables.
 
La realidad es que hay abandono rural, la gestión forestal es prácticamente inexistente, los cortafuegos se encuentran en estado de semidestrucción, llenos de matorrales, que permiten el paso del fuego de un lado al otro de los mismos.
 
Mi humilde opinión es que los incendios se apagan en invierno, mediante el trabajo preventivo de limpieza de matorrales y zarzas, que consigue que cuando llega el verano, si cae un rayo y produce un incendio, nunca puede adquirir las dimensiones que adquieren ahora con los montes llenos de broza combustible que imposibilita el paso de los brigadistas antiincendios.
 
¿Cómo es posible que tengamos millones de parados en España, y no se contraten jornaleros en paro que se dediquen a sanear los montes, limpiar cortafuegos y hacer otros nuevos?
 
Recuerdo siendo yo un niño de 11 años, allá por 1961, podría ser 1962 tal vez, en el precioso pueblecito de Las Rozas del Puerto Real, provincia de Madrid, en las estribaciones de la Sierra de Gredos, de donde era oriunda mi familia materna (mis abuelos Pedro y Saturnina), y donde solíamos pasar el verano mis hermanos y yo, al cuidado de mi querida mamá, estábamos un sábado por la noche en la Verbena de Alberto, viendo el cine, que proyectaba un señor ambulante sobre una sábana blanca en un muro recto, cuando se presentó la Guardia Civil, y dio la alarma de un incendio en las cercanías del pueblo. Todos los varones que había allí, mayores de 16 años, subieron al remolque del tractor del hijo de Tía Fernanda, Pepe, y fueron hasta donde estaba el fuego quemando el monte, y con retamas verdes, hachas, escobas, azadas y cubos de agua, colaborando todos hasta que apagaron el incendio.
 
No había retenes antiincendios, ni helicópteros, ni aviones, ni camiones cisterna, pero lo que si había era la firme voluntad de conservar el monte y sus bosques.
 
Unos años más tarde también pude observar durante un invierno, en el mismo pueblo de Las Rozas del Puerto Real, que varios grupos de jornaleros del pueblo, contratados por ICONA, Instituto para la Conservación de la Naturaleza, que viene siendo equivalente a lo que hoy se denomina Medio Ambiente, limpiaban las laderas, los caminos, los bordes de las carreteras, etc, y recuerdo que durante los años que se hizo ésta labor, no hubo ni un solo incendio en el pueblo.
 
Después de todo esto, dejaron de contratar cuadrillas y empezó la maleza a apoderarse de todo el monte. Le pregunté a un gran amigo mío pequeño ganadero, que porqué no limpiaba y quemaba las zarzas, y me contestó que lo habían prohibido los de Medio Ambiente. No podían cortar zarzas si no solicitaban un permiso previamente, y una vez concedido, debían de adjudicar día y hora para que estuviera presente un Agente de Medio Ambiente, para evitar supuestos abusos a la hora de quemar zarzas. Al parecer conocía mejor ese Agente el terreno de mi amigo, que él, que se había criado y cuidado toda la vida de él.
 
Aburren con normas de poco sentido a personas que viven por y para el monte. Los que saben son los ecologistas de macetas de terraza, que traspasan sus falsos conocimientos a las personas que nacieron en él y aprendieron de sus padres y abuelos, el respeto a la flora y a la fauna.
 
Ayer mismo escuchaba en un chat, hablar a dos ganaderos y agricultores modestos de Extremadura, explicar lo que les está pasando.
 
Uno de ellos mostraba según apacentaba sus cabras y sus vacas, los restos de una poda de olivos, amontonados en un prado verde, después de que sus cabras se hubieran comido todas las hojas y partes tiernas. Según una ley creada y publicada por los que él llama despectivamente “corbatines”, señalaba a Guardias Civiles y Forestales, la obligación de denunciar y multar a aquéllos que quemaran dichos restos, como se ha venido haciendo durante cientos de años.
 
Él recomendaba que los agentes forestales, mirasen para otro lado y dejasen al pequeño agricultor que sigue resistiendo en el campo, con sus animales y sus pequeños cultivos, porque si no, va a llegar el día en que desistirán de seguir produciendo patatas, frutas, aceitunas, cabritos, terneras, etc., y luego en las ciudades vamos a comer grava.
 
En cuanto al otro pequeño ganadero y agricultor, mostraba un olivar que el mantuvo limpio y cuidado, entre otros olivares ya abandonados y cubiertos de maleza, que este verano había ardido completamente y no quedaban mas que los troncos desnudos. Este último ya no tenía ganas de seguir luchando y hablaba de hacer leña con los troncos, para el fuego de su casa.
 
Sin señalar a ningún partido político, los que mandan desde sus lujosos despachos, deberían de aprender a hablar con el pueblo, porque son los miembros del pueblo los que conocen su medio de vida, con la sabiduría trasmitida de generación en generación, y en último término, con sus contribuciones, tasas e impuestos, contribuyen en buena medida al pago de sus sueldos de funcionarios.

Sobre el autor/a

Pedro Rivera Jaro

Nació el 24 de febrero de 1950 en Madrid, España. Jubilado con estudios de Empresariales, Marketing y Logística. Dedicado por afición a la narrativa y poesía. Jurado en el Concurso Cultural FECI/INTE, participante en el Libro Versos en el Aire, con el poema ¿A dónde va?
Concurso Villa de Lumbrales XXII, de la Asociación de Mujeres.
Concurso de Editora Ex Libric, con el trabajo 48 Palabras.
En 2023 escribió, mano a mano con la autora Silvia Cristina Preysler Martinson el libro, en español y portugués, Cuatro Esquinas - Quatro Cantos.

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