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El sueño interminable

E

Pedro Rivera Jaro 

 
La Villa de Ocaña, en la provincia de Toledo, es una pequeña ciudad llena de historia, que se refleja en su plaza mayor porticada, en sus iglesias y conventos monumentales, en sus casas solariegas y en sus lujosos y antiguos palacios.
 
María, mi fallecida suegra, que en paz descanse, era nacida y criada en esa Villa. Ella era una mujer con una gran inteligencia natural, y con mucha gracia a la hora de contar vivencias sucedidas en su juventud, como era la historia del niño inquieto, que sin embargo durmió plácidamente durante 24 horas seguidas.
 
El niño tendría a la sazón como 5 años de edad. Era el menor de 4 hermanos dentro de una familia de Ocaña, bien asentada económicamente y que estaba al cuidado, como antes habían estado sus hermanos, de la señora Carmen. El niño tenía por nombre Ángel, pero la realidad era que de ángel tenía poco. Hoy diríamos de él que era un niño hiperactivo, en su época decían de él que era un “rabo de lagartija”, en alusión a lo que se retuerce y mueve en todas direcciones, dicho apéndice del réptil, cuando es separado de su cuerpo. Carmen que trabajaba como interna en la mansión, era la que mas sufría la hiperactividad del chiquillo.
 
Al niño se le ocurrían todas las travesuras que os podáis imaginar. Un día mezclaba la sal en el azucarero, otro día añadía agua a la jarra del vino de la mesa, el siguiente día era en la leche donde echaba el agua. Hubo un día en que machacó varias guindillas de las mas picantes, y las añadió al puchero donde se estaba haciendo el cocido. El angelito no tenía desperdicio.
 
Para remate, por la noche dormía en la habitación de Carmen, mientras sus papás dormían plácidamente en otra habitación. Ángel no reposaba ni siquiera de noche, porque se despertaba llorando y claro, tampoco dejaba dormir a Carmen que estaba agotada por sus muchos quehaceres diarios en el manejo de la casa y el cuidado de los cuatro niños.
 
Un buen día, sorprendentemente, el niño no se despertaba por la mañana. Aparentemente el niño estaba bien, únicamente sonaba raro el hecho de que durmiese tanto. Cuando llegó el mediodía y Angelito seguía durmiendo reposadamente, sus padres preguntaron a Carmen porqué el niño no se sentaba a comer con todos en la mesa familiar. Ella les dijo que seguía durmiendo y que había estado haciéndolo toda la mañana. Los padres se extrañaron, siendo conocedores del carácter del niño, y avisaron de inmediato a don Amancio, el médico de la familia, para que urgentemente viniera a casa y examinara al niño. Así lo hizo el galeno, no encontrando ningún síntoma de enfermedad en el niño.
 
Recomendó dejarle durmiendo y que ya se vería cuando despertara por la tarde.
Así lo hicieron, aunque con inquietud. Pero resulta que a eso de las 8 de la tarde-noche, el niño seguía profundamente dormido, y los padres ya se alarmaron mucho y empezaron a preparar un viaje en el automóvil de la casa, con el niño, para llevarle al Hospital de Madrid.
 
En ese punto, Carmen que por otra parte adoraba al niño, confesó que con el chocolate con leche que había preparado para antes de llevarle a la cama a acostar, había mezclado unos polvos de adormidera, para ver si de esa forma la dejaba descansar esa noche, y ahora sollozaba asustada de que “mi niño”, como ella decía, no se despertara.
 
Pero, cuando estaban en estas, escucharon las voces que empezó a dar Angelito, proclamando que tenía mucho hambre. Y aquí tenemos a todos corriendo para que el niño comiera y saciara el hambre.
 
Nota: Los frailes dominicos del Convento de Santo Domingo de Ocaña, estuvieron de misioneros en el continente asiático y de allí, trajeron para usos medicinales , la simiente de adormidera, que mi suegra, la señora María llamaba amapolas reales, y que producía unas flores blancas preciosas, que cuando perdían los pétalos, quedaban sus cabezas en las puntas de los tallos, y que en su interior, contenían el látex blanco donde se incluye el opio.
 
Durante muchos años, yo que desconocía lo que eran realmente esas plantas, las tuve sembradas en las jardineras de mi terraza en Zarzaquemada, Leganés, por las flores tan bonitas que producían.

Dos curas buenos

D

Pedro Rivera Jaro 

Como ocurre en cualquier actividad humana, dentro del sacerdocio hay curas excelentes, personas que ayudan a sus semejantes a superar todos los obstáculos que se cruzan en su andar por la vida.
 
Yo tuve la suerte de conocer a dos de ellos: Uno era don Antonio y el otro el padre Pablo.
 
Don Antonio, cuyo apellido no recuerdo, en 1959 era el cura párroco del precioso pueblo serrano de Las Rozas del Puerto Real, en las estribaciones de la Sierra de Gredos y en el límite de la provincia de Madrid, con las de Ávila y Toledo. En el verano de aquel año me estuvo enseñando a tocar la bandurria, igual que había hecho con toda la chavalería del pueblo; bandurrias, laudes y guitarras en las manos de Román, Martín, Enrique, Paquillo, etc, constituían una rondalla que tocaba jotas, seguidillas y tonadas, y que alegraban las Fiestas del pueblo.
 
También fui testigo de cómo preparaba a Martín, a Román y a otros chicos del pueblo para que se presentaran a exámenes de Bachillerato.
 
Aquel cura puso el primer televisor que yo conocí en el pueblo en un salón de la Casa Parroquial, cuando el tiempo se ponía frío, y en el patio si era caluroso, con bancos y sillas, y asistíamos allí para ver los telefilmes que emitía la única Televisión que teníamos en España, y que estaban doblados del inglés al español de Puerto Rico, con frases que repetíamos los chicos tales como: “Tomaremos un reseso”, “Que bueno que viniste” o “Jugaremos tenis en la mañana”.
 
Allí mediante la entrega de tres sellos usados, que Don Antonio donaba para las Misiones, podíamos ver la serie de Perry Mason, abogado que interpretaba Raymond Burr, El Llanero Solitario con su caballo Silver y su compañero el indio Toro. Las Aventuras de Rin Tin Tin, Los Intocables de Elliot Ness. Bonanza, etc.
 
Lo último que recuerdo de sus esfuerzos a favor de los habitantes del pueblo, fue la creación de un taller de confección en uno de los locales de las escuelas públicas, con sus máquinas automáticas de coser, donde las mujeres jóvenes del pueblo cosían prendas para empresas importantes que las comercializaban y vendían al gran Público. Recuerdo entre ellas a El Corte Inglés, Galerías Preciados, Cortefiel, etc.
 
Después fue destinado a Madrid y la siguiente vez, y última, que volví a verle fue en la celebración del Sacramento del Matrimonio entre mis amigos Paco y Rosamari, en una iglesia de la calle Arturo Soria.
 
El otro sacerdote que quiero comentaros es el padre alemán Pablo Baussman, perteneciente a la Orden de los Misioneros de la Preciosa Sangre y ejerciendo su profesión en la Iglesia Juan XXIII, de Orcasitas, barrio muy humilde del sur de Madrid, que en la mitad de los años sesenta tenía gran cantidad de viviendas de planta baja.
 
Este sacerdote pasó mucho tiempo escuchando el Grito de la Sangre de los más pobres y de los que viven en las periferias de las grandes ciudades, que son lugares muy difíciles y complicados, y promocionando la dignidad del ser humano, la búsqueda de la Justicia Social, la Paz entre los seres humanos, y la integración de todos los elementos que forman parte de toda la Creación, o sea, el seguimiento estricto del ejemplo que nos dió Jesucristo.
 
En los años cincuenta y sesenta, miles de inmigrantes procedentes mayoritariamente de Andalucía, Extremadura y Castilla, llegaron a Madrid buscando mejorar sus vidas mediante el trabajo, en las zonas industriales del sur.
 
Muchos de ellos hicieron por las noches sus chabolas, precarias construcciones donde les tocó soportar las inclemencias del duro clima de Madrid, fríos y humedades en invierno, tremendo calor en verano y por si esto fuera poco, manadas de enormes ratas.
 
Más tarde el Régimen de Franco construyó, a través de la Obra Sindical del Hogar miles de viviendas, en los que se llamaban Poblados Dirigidos, Colonia Agrícola, etc.
 
Pero antes, en los sesentas el Padre Pablo construyó la iglesia de Juan XXIII, y junto a élla una guardería, en la que pudieran quedarse los niños de aquellas mujeres trabajadoras, que tenían que ir a trabajar a los barrios del centro de Madrid. Aquel cura se iba de viaje a su país de origen y volvía cargado de medicamentos, que traía en un vagón de ferrocarril, y que luego repartía a los necesitados de Orcasitas.
 
Yo pude conocerle mucho porque mi padre con su camión le servía arena y otros materiales de construcción, y yo iba los sábados para cobrarle. El me iba pagando según iba pudiendo.
 
Recuerdo que me decía: Sr. Rivera somos pobres. Y yo le contestaba: Nosotros también Padre Pablo.
 
Lo más triste era que había gente que lejos de agradecer la buena labor de aquel hombre, se permitía criticar sus supuestas relaciones con una señora que colaboraba con él, en lugar de respetar la vida privada de ambos.

El mendigo

E

Silvia C.S.P. Martinson 

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Cuando trabajaba como abogado en una oficina de mi ciudad, por la mañana cuando llegaba siempre había un hombre sentado en la puerta de entrada. La ropa que vestía se veís que no había sido lavada en mucho tiempo.
 
Sus pies llevaban zapatos viejos que, sin embargo, lo protegían del frío que solía suceder en ese momento en mi tierra.
 
Vivíamos en el sur de Brasil donde hace mucho frío en invierno, hasta tenemos fuertes heladas que dejan árboles, aceras y coches llenos de escarcha.
 
En estos inviernos fríos es común que una persona enferma, pobre, necesitada y hambrienta, que duerme en la acera, muera de frío.
 
Entonces Jose -así le vamos a llamar a este pobre hombre para que no lo identifiquen los que viven ahí-  anduviera cada mañana por la oficina.
Era respetuoso, casi no hablaba y cuando lo hacía,  se expresaba con absoluta corrección.
 
En el barrio todos lo conocían y lo llamaban "José dos Trapos".
 
Las personas más amables a veces alcanzaban para él ropa y zapatos para ponerse, los cuales llevaba a una choza que había construido en una esquina por la que nadie pasaría.
 
Había un señor que trabajaba con nosotros en la oficina que todos los días, cuando llegaba, llevaba a José a una panadería cercana y le servía una taza de café caliente junto con un buen pedazo de pan con mantequilla y salchichas para calmar su hambre.
 
Después José desaparecía en silencio todo el día.
 
Sabíamos que iba a su cobertizo donde pasaría el día leyendo y escribiendo, ya lo habían visto llevando libros semi escondidos entre su pobre ropa. Libros, periódicos y revistas que recogía con ansias de la basura.
Después de todo el trabajo que siempre me esperaba en la oficina, un día me di cuenta que esa figura humana me despertó curiosidad.
 
E imbuido de este sentimiento, le pregunté a mi colega, que en cierto modo patrocinó a José, qué le pasó y por qué vivía así. Así, me contaron que  José había sido un gran estudiante y completó su curso de derecho con gran éxito.
 
Mientras trabajaba en su profesión, lo hizo de manera eficiente y con mucha competencia, lo que le valió fama y dinero. En el campo legal tenía una buena reputación como ganador de muchos problemas legales difíciles. Fue brillante.
 
Mientras tanto conoció a la mujer de la que se enamoró y se casó con ella. Tenían una hermosa casa en un barrio noble de la ciudad donde disfrutaban de todo confort y bienestar.
 
Tuvieron dos hijos, un niño y una niña que eran el orgullo y la pasión de José y su esposa.
 
La vida iba a su ritmo normal hasta que un día, cuando se dirigía al Foro para una audiencia que ya estaba próxima a empezar, José estaba conduciendo su coche por encima del límite de velocidad, con su esposa a su lado y sus hijos en el asiento trasero. 
 
Cruzó una avenida y en cierta esquina fue impactado por otro vehículo.
 
Esta colisión resultó fatal, y acabó con la muerte de sus hijos y su esposa. Solo él sobrevivió, pero con muchas secuelas físicas, que con el paso del tiempo fueron sanando. No así le ocurrió con las mentales.
 
El dolor de la separación le pesaba y no le permitió volver a su antigua vida profesional.
 
Vagaba por las calles como cualquier caminante, sus pertenencias personales las abandonó por completo y acabó por  asentarse exactamente con sus trapos en una choza que construyó con restos de materiales encontrados, justo en la fatídica esquina. Aquella en la que un día, debido a la imprudencia o al dedo del destino, todos tus sueños murieron.
 
Esta es la historia de José.
 
El colega y yo nos miramos tristemente, no dijimos más palabras.
Volvimos al trabajo.
La tarde casi había terminado.
Mañana sería un nuevo día, mucho trabajo seguro. Como siempre.

El Huevo

E

Silvia C.S.P. Martinson 

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Hay cosas que, por increíble que parezca, a veces vuelven a tu mente y no tienes ni idea de por qué.
El otro día hablaba con un amigo escritor, que me contaba hechos de su infancia que le parecían importantes y dignos de ser contados en una historia y eso fue lo que le sugerí.
Y, he aquí que, no sé por qué, volvieron a mí recuerdos de hechos que sucedieron cuando yo era muy pequeña y que, tal vez, en el momento en que ocurrieron dejaron marcas tan profundas en mi cerebro que, sin darme cuenta, permanecieron allí dormidos hasta ese momento.
Probablemente tenía tres o cuatro años cuando ocurrió.
Este hecho quedó registrado en los anales familiares en una foto que, después de tantos años, aún conservo.
Voy a contarlo ahora, como lo presencié y experimenté entonces.
No sé por qué ni cómo mis padres compraron un boleto para la rifa de un huevo de chocolate en Pascua.
Una de las pocas cosas que mis padres ganaron en una rifa, aparte de lo que adquirieron con su trabajo, fue este huevo de Pascua.
En aquella época, lo fabricaba una conocida fábrica de caramelos de mi ciudad llamada Neugebauer, fundada por los inmigrantes europeos Franz Neugebauer, Max Neugebauer y Fritz Gerhardt con el nombre de Neugebauer Brothers & Gerard Company en 1891. La primera fábrica de chocolate de Brasil.
Conocí esta industria cuando estudiaba y cursaba el bachillerato en el colegio Cãndido José de Godói, situado en el entonces llamado 4º Distrito.
La fábrica era enorme y en ella trabajaban muchos empleados, entre ellos vecinos de nuestra familia y amigos de mi padre.
Aún recuerdo que, durante muchos años, de estos amigos recibíamos a menudo caramelos y bombones que se repartían entre los empleados porque estaban un poco estropeados, lo que hacía imposible venderlos al por menor.
Bueno, volviendo a la historia del huevo, increíblemente, mis padres salieron premiados en el sorteo, con el huevo y lo recibieron en casa en una gran caja de cartón envuelta en papel celofán que permitía ver su contenido.
Para nosotros era grande, era enorme, ¡Era precioso!
Un amigo de mi padre y su compadre, al que considerábamos un tío y le llamábamos así, nos hizo la foto para nosotros y para la posteridad, donde vemos a mi hermana, al huevo y a mí.
Pues bien, en Pascua, mi madre rompió el huevo, recuerdo que la cáscara de chocolate era muy gruesa y había que cortarla en trocitos para poder comerla.
El huevo estaba completamente lleno de bombones y caramelos de varios sabores.
Nuestros ojos infantiles se abrieron de par en par ante las numerosas golosinas que se ofrecían.
No recuerdo cuánto comí. Debió de ser mucho, porque caí enferma y estuve en cama, creo que unos días.
Sólo recuerdo que, tumbada en la cama, le pedí a mi madre más chocolate y ella me alcanzó un trozo no muy grande y me dijo:
- ¡Se acabó el chocolate! ¡El huevo está terminado! ¡Ya está!
Hoy, mirando la foto, creo que su afirmación no era cierta.
Lo hizo para que no enfermáramos por comer tantos dulces.
Sin embargo, creo que mi madre y mi padre debieron comer durante mucho tiempo todavía y nos ocultaron el famoso y indescriptible...
Huevo de Pascua.
Ahora, incluso después de tantos años, ese último e inolvidable trozo de chocolate me sabe aún a un gustó de ausencias y de tiempos que no vuelven más.

Miguel "El Peluca"

M

Pedro Rivera Jaro

Así llamaban mi padre y otros clientes de la peluquería y barbería, a mi primer peluquero y único hasta que tuve aproximadamente 28 años, edad en la que marché a vivir a Salamanca, la preciosa ciudad del Tormes.

Era Miguel natural de Nijar, provincia de Almería. Yo era muy pequeño cuando mi querida madre me llevaba para que Miguel me cortara el cabello. El ponía una tabla de madera en el asiento de su sillón de barbero, y sobre ella una banqueta en la que me sentaba. Todo el rato me repetía: “No te muevas joío”. “Estate quieto joío”. Pero los pelillos cortados a mi me picaban en las orejas, en la nariz y en el cuello. Claro no había forma de que yo me estuviera quieto.

Años después con 10 u 11 años, un día que fui a la peluquería y pedí la vez, llegó un cliente que tenía prisa y Miguel me pidió permiso para arreglarle antes que a mi. Yo le dije que también tenía prisa y me atendió a mi antes, como correspondía. Pero Pedro Gordillo, que era un chico de 14 años, que era su aprendiz, trajo unos tebeos, lo que hoy llaman Comics, que me encantaban, y que cuando ya tenía mi pelo cortado, me puse a leerlos. Y entonces Miguel me regañó, porque con los tebeos, se me habían pasado las prisas, por lo cual me dijo que no estaba bien lo que había hecho, y que se lo iba a contar a mi padre.

Cuando yo empecé a ir a la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales en 1968, y empezaron mis primeras inquietudes políticas, yo le contaba a Miguel si estábamos solos, mis carreras con la Policía Armada, a quienes nosotros los estudiantes llamábamos los Grises, las cargas a caballo con sus largas porras, y el lanzamiento por nuestra parte de todo tipo de proyectiles, que encontrábamos sobre el terreno, como piedras, ladrillos, adoquines.

Estas carreras eran muy arriesgadas, porque los policías no se cohibían de golpearnos con gran dureza, ni tampoco de llevarnos detenidos y ficharnos. Otras veces usaban unas mangueras de presión, que llevaban los vehículos-tanque , con agua teñida que nos manchaba la ropa, y si luego nos veían con la ropa teñida de azul, nos detenían y fichaban en la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol ,donde hoy se ubica la Sede de la Comunidad de Madrid.

Miguel me guardaba el secreto y no se lo contaba a mi padre, que me tenía totalmente prohibido meterme en nada que no fuera exclusivamente estudiar.
Me contó Miguel que en Nijar, su padre era barbero y le enseñó el oficio desde niño. Miguel crió un pollo de perdiz que encontró chiquitito en un campo cercano a su casa, y que tenía una patita lastimada. El le curó y le vendó, hasta que la patita se curó, aunque quedó cojo de aquella lesión y por cuyo motivo le puso de nombre Romanones, dado que el Conde de Romanones, personaje muy importante de la vida política de aquella época, era igualmente cojo.

El pollo-perdiz, que era macho, creció y entonces comenzó a cantar con gran potencia. Miguel compró una jaula, en la que metió al pollo, y que colgaba de un clavo que estaba en alto, en la fachada de su casa, en cuya casa su padre tenía la barbería.
Resultó que el Sargento y Comandante de Puesto de la Guardia Civil de Nijar, acudía a que le
afeitara y le cortara el cabello el padre de Miguel, y escuchando cantar al macho-perdiz se encaprichó de él y solicitó que se lo regalara. Pero Miguel tenía auténtica pasión por su Romanones y se negó en redondo. El padre sabía que no podía negarle el capricho al Sargento, y Miguel viendo que se lo iba a arrebatar, con lágrimas en los ojos tomó en sus manos su querida perdiz y delante del Sargento le cortó la cabeza con la navaja barbera y a continuación se la tiró a los pies diciéndole: ” ¡Ahí tiene usted mi pollo¡”

Todo esto ocurría antes de comenzar la Guerra Civil del 36 y Miguel huyó de su casa. A los pocos días había estallado el conflicto y él se había enrolado como voluntario de las Milicias Populares de la República y durante los casi tres años que duró la contienda, estuvo combatiendo y el 1 de abril de 1939, Franco publicó un edicto en el que decía, que todos aquellos que tuvieran sus manos limpias de sangre, podían regresar a sus lugares de origen, sin temor a represalias. Una vez que volvió a su casa, se presentó a las autoridades, y fue inmediatamente encarcelado por su pertenencia al Ejército Republicano. El me contaba todo esto y me hablaba de que fue sumarísimamente juzgado y sentenciado en los siguientes términos: “Constituidos en Tribunal Militar, debemos condenar, y condenamos a Miguel de Tal y Cual, por auxilio a la Rebelión, a la pena capital.”

Él me insistía machaconamente, que quienes se habían rebelado eran Franco y sus compañeros militares.

Miguel se pasó años en prisión, hasta que le otorgaron un indulto y fue liberado. Entonces se casó con una muchacha que iba a visitarle a la cárcel siempre que se lo permitían, y que le llevaba ropa y alimentos. Me contaba que se prometió a si mismo, que si un día le liberaran, se casaría con ella. Y así lo hizo, y con ella tuvo una hija, que yo recuerdo. Muy guapa, ya que tanto la mamá como el papá eran muy bien parecidos.

Lo último que recuerdo de Miguel, fue a raíz de la muerte de Franco, en Noviembre de 1975. Fui a su peluquería para que me cortara el pelo, y lleno de una alegría exultante, que le brotaba de los ojos me dijo: “Pedrito, que se joda, que se ha muerto antes que yo” pero lo más importante que recuerdo, ocurrió unos días después del atentado de Enero de 1977 perpetrado por extremistas de derecha contra los abogados laboralistas de un despacho situado en la calle de Atocha, próximo a la plazuela de Antón Martí, donde hoy existe un monumento, en recuerdo de las víctimas de aquel terrible atentado. Un puñado de clientes de la peluquería, que empezaban a manifestarse de izquierdas, asistieron a una importante demostración, de muchos millares de personas, por las calles de los barrios más céntricos de Madrid, en protesta por aquellas muertes y como un grito que significaba ¡BASTA YA¡.

Ese fue el punto de inflexión de la España de Franco, con la España Democrática de la Monarquía Parlamentaria de Juan Carlos de Borbón, que llegó de su mano, y que dio origen a la creación de La Constitución Española, con la aportación de la mayor parte de las tendencias políticas que habían vuelto a renacer.

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