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Lapicero

L

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Tanto tiempo olvidado,
Obsoleto fue abandonado entre: "Mal trazadas líneas",
garabatos, dibujos, cartas.
Recuerdos juveniles
de cuando estaba en uso.
Fue empequeñeciendo con el tiempo,
por el uso improvisado.
Transmitía recados,
juramentos y rasgos…
Hoy lo encuentro, el pedacito,
entre las páginas
amarillentas de un pasado,
mi pequeño llapicero.
¡ Pobrecito!
Lo cambié por un bolígrafo,
que se dice: compacto
una especie de estilográfica.
¡ Que rata!

Mi lugar soñado

M

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Extraño pensé: "MI LUGAR SOÑADO"
Nunca me había imaginado en toda mi vida proyectar un final para mí en algún lugar definido.

Después de todo lo que he vivido, trabajado, estudiado, formado mi familia, vivido en diferentes lugares y viajado, me parece extraño establecerme definitivamente en un lugar.

La vida pasó y pasa tan rápido que no me di cuenta de que en cierta forma envejecemos.
Recién ahora, con la interesante propuesta de escribir un texto sobre "Mi Lugar Soñado" me detuve a pensar qué sería para mí ese lugar.

De niña tuve la suerte de tener una familia compuesta por padre, madre y hermana, que naturalmente satisfacían mis necesidades materiales y sobre todo, a través del cariño y atención de mis padres recibí enseñanzas sobre moral, amistad, religión y respeto al ser humano. En definitiva, un hogar.

Cuando fui mayor me casé y formé una familia, ejerciendo en este nuevo hogar el papel de madre, esposa y compañera en las decisiones que la vida nos obligaba a tomar.

No siempre las correctas, pero sí las que nos parecían en ese momento las más adecuadas y aceptadas para la situación que se presentaba.
Así que en aquellos años, en aquellos momentos y lugares en los que viví me instigaron a suponer que eran: "Mi lugar soñado".

El tiempo pasa, la hija crece, se casa y sigue su camino. La muerte también llama a nuestra puerta por su natural exigencia y se lleva consigo a nuestros seres queridos, que inevitablemente tuvimos que aceptar.

Entonces el hogar se desmorona, dejando el vacío con el que se vive y los recuerdos que a veces nos deslumbran, recordándonos los momentos felices, los logros de lo que fue "Mi lugar soñado".

Ahora, en este momento, cuando vivo lejos de mi país pero feliz, voy a empezar a imaginar lo que finalmente me gustaría tener como un lugar que podría llamar "Mi lugar soñado".

He vivido tanto en varias ciudades pequeñas y grandes que en este preciso instante, si no es viajando que me gusta mucho, mi mente se transporta a una montaña.

Una montaña verde, llena de bosques y rápidos de agua clara, donde me bañaba todos los días de calor y donde bajo la sombra de los árboles me quedaba a componer mis versos y a soñar.

Desde esta montaña, no muy alta, podía ver, bajo un cielo muy azul, los valles y las casitas que allí había.

Casi en la cima de esta colina tendría mi casita de piedras naturales, pintada de blanco, muy sencilla, con un salón unido a la cocina donde prepararía la comida, el té o el café para recibir a los amigos. Un dormitorio para los invitados, otro para mí, dos cuartos de baño, una chimenea de leña en el salón para calentarme en los días fríos. Muebles sencillos y cómodos y ventanas adornadas con geranios en el exterior, además de cortinas blancas que volarían con el viento.

Un jardín con rosas y otras flores adornaría la entrada de la casa que no tendría vallas que limitaran la entrada. Y en la puerta esperándome con una copa de vino blanco, cuando llego por la tarde o la noche, el hombre que me gusta y me encanta todos los días.
Un gallinero del que recogería los huevos.
Un huerto con muchos árboles frutales.
Un huerto donde cultivaría diversas verduras.
Los animales salvajes correrían libres por los alrededores, sin miedo a ser capturados.

Al final de la parcela construiría una tumba sencilla que se utilizaría después de mi muerte y en ella se escribiría en una placa lo siguiente:
“Aquí yace una mujer que vivió intensamente y murió feliz diciendo”: “Aquí he vivido hasta ahora “Mi lugar soñado”.”

El rastro de los sesenta

E

Pedro Rivera Jaro 

Desde el primer día que mi padre me llevó a conocer El Rastro, cuando yo tenía como 10 años, me sentí atraído por este Gran Mercado Callejero hasta tal punto que a partir de entonces, me juntaba con mis amigos o, a veces, con mi primo Polo y nos acercábamos allí, a curiosear por todas aquellas calles en las que se podía encontrar cualquier cosa que buscases, un cinturón de cuero, un reloj, un disco de música, una bicicleta, una camiseta, unos pantalones, cualquier herramienta de mecánico, de albañil, de carpintero, de electricista o de cualquier otro oficio.

Entonces como ahora, había tiendas establecidas y muchas más que se extendían en tenderetes de lona con estructura metálica, que se montaban a lo largo de las aceras en la Ribera de Curtidores, Mira el Río, Plaza de Cascorro, Ronda de Toledo, Plaza de Vara del Rey, Carlos Arniches, Plaza del Campillo del Mundo Nuevo, etc.

Recuerdo un domingo que acompañé a mi madre allí, y compramos dos bicicletas usadas de segunda mano, una de niña, sin barra superior entre el sillín y el manillar, de color rosado, que era para mi hermana Maribel, y otra más chiquitita de color azul, para mis dos hermanos pequeños, de la mitad de lo que le habría costado una sola de ellas si hubiera sido nueva.

Entre los dos, las llevamos en el autobús de la Colonia Agrícola, que nos llevó hasta la esquina de los Talleres Recuero, en el cruce de la Carretera de Carabanchel Alto y la de Villaverde Alto. Desde allí las bajamos rodando sobre sus ruedas hasta la Calle de San Fortunato, donde estaba nuestra casa.

Mi querida madre iba disfrutando por el camino, pensando en lo que gozarían mis hermanos, como así fue, desde el mismo momento en que pusieron sus ojos en ellas.
A mi madre la costó discutir con mi padre, porque el dinero en aquella época siempre era escaso, pero al final mi padre tuvo que reconocer que había hecho una buena compra, máxime viendo disfrutar a mis tres hermanos, aprendiendo a montar en bicicleta en el enorme patio de nuestra casa, ayudados por mí, para evitar que se cayeran al suelo.

Entre todas las calles de El Rastro, había una que tenía un atractivo especial para mí. La llamábamos la calle de los Pájaros, aunque su verdadero nombre es Fray Ceferino González.
En aquella calle vendían todo lo necesario para criar todo tipo de aves, tales como gallinas, palomas, jilgueros, canarios, mixtos, loros, guacamayos jacintos. Jaulas, piensos, redes de captura, ballestas o costillas, liga para atrapar pájaros vivos. Perros, gatos, conejos, hurones para su caza en madriguera, capillos para colocarlos en las bocas de las madrigueras y evitar su huida, etc.

En una ocasión compré una paloma y la junte con otras que teníamos en un palomar en casa. La paloma escapó y cuando la volví a ver fue en el mismo puesto en que la compré la semana anterior.

Esa calle estaba cada domingo atestada de gente, tanto que casi no se podía caminar por ella.

En la sociedad española de aquella época estaban bien vistas muchas costumbres que hoy en día son impensables, y que la ley persigue.

Hoy he caminado por aquella calle y no queda ninguna tienda de venta de animales. En cambio hay abiertos varios bares, una pizzería, un Hostel, un Centro Comunitario de personas mayores LGTBI, un local de pilates con entrenador personal, un local de práctica de Yoga, una Escuela de Circo y un Estudio de Arquitectura.

Nada que ver con lo de mi adolescencia y reflejo de la variación producida en nuestra sociedad.

En la esquina con la Ribera de Curtidores, existe hoy una tienda de ropa, calzados y de deportes de sky montaña, bastante buena por cierto, pero en el mismo local existía una de las mejores tiendas de música, donde los adolescentes buscábamos y encontrábamos los discos más modernos del momento, de 45, o Long Plays, los posters de los conjuntos más conocidos: Rolling Stones, The Beatles, Los Platers, Los Mustang, The Shadows, Paul Anka, Nat King Cole, Frank Sinatra, etc..
Aquella tienda era lo más en modernidad musical.

Y yo he recordado todo esto dando un paseo, caminando muy despacito, arriba y abajo de mi recordada calle de LOS PÁJAROS.

El llorón

E

Silvia C.S.P. Martinson 

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Cuando trabajaba como abogado en la ciudad donde vivía, observé muchos acontecimientos interesantes que tenían lugar en los pasillos del Foro.

Uno de ellos me llamó mucho la atención por su peculiaridad.

Las personas que allí se encontraban, especialmente los funcionarios de las oficinas de registro, acostumbrados a ver el sufrimiento ajeno, ya sea por la falta de un servicio judicial justo o por los dramas familiares que nos son muy comunes a los seres humanos, estaban horrorizados por lo que veían.

Vayamos a los hechos para no extendernos demasiado y aburrir al lector.

Sucedió así.

Todos los días por la tarde, cuando se celebraban las vistas y los jueces estaban desbordados de trabajo, y los secretarios preparaban el papeleo normal de cada caso para que fuera analizado por el magistrado asignado al caso, en el pasillo donde las partes esperaban su turno para ser oídas ocurrió lo siguiente.

Había un señor -no recuerdo su nombre, pero no viene al caso- que estaba sentado en un banco llorando a gritos.

Cuando le preguntaron qué ocurría, sollozó y dijo que su mujer le había pegado y echado de casa a esa hora.

Todos los presentes se apiadaron de él. 

Resultó que este incidente se convirtió en algo cotidiano en el juzgado y atrajo la atención de jueces y funcionarios.

Un día, el juez compadecido le llamó a su despacho y le preguntó por qué sucedía esto y por qué no denunciaba lo que estaba pasando a la policía o al Ministerio Fiscal para que se tomaran las medidas legales oportunas.

Entre lágrimas y sollozos, le dijo al juez que amaba a su mujer y que siempre se reconciliaban por la noche en la cama, y que el Fórum era un entorno propicio para desahogar su dolor, ya que en la calle llamaría demasiado la atención.

El juez quedó estupefacto ante tan insólita actitud y, profundamente molesto por el atrevimiento y también por haberle hecho perder su precioso tiempo de trabajo, lo expulsó de su despacho, diciéndole que solucionara sus problemas en casa y que no volviera a pisar el pasillo de la judicatura con iniquidades.

Algún tiempo después, la verdad salió a la luz, como siempre ocurre.

Su mujer le pegaba porque no quería ir a trabajar aunque estaba sano.

Sobre todo, cogía el dinero de la casa, que ganaba limpiando, y se lo gastaba en casas de apuestas, juegos de cartas y carreras de caballos.

Y entonces nos preguntamos:

¿Dónde estaba la justicia o la injusticia en este caso?

Justicia catalana

J

Pedro Rivera Jaro 

Aproximadamente en el año 1920, mi abuelo Pedro compró un terreno en la zona sur de Madrid, que en aquellos años pertenecía al pueblo de Villaverde Alto y que, hacia mediados del siglo XX pasó a ser parte de Madrid, distrito Arganzuela-Villaverde, donde quería construir su casa y la casa de sus hijos mayores, ya casados.
 
El primero que construyo una casa por allí, fue un hombre llamado Aurelio y apodado El Loco, haciendo alusión al estado que suponían, debía de tener en su cabeza una persona, para atreverse a ir a vivir allá, en aquellos barrizales en medio de campos de cultivo de cereales.
 
Allí se fue formando, una calle-barrio denominado Barrio de los Locos, donde se instalaron varios familiares de mi abuelo, como por ejemplo, Tía Marcelina, su hermana mayor, con su esposo e hijas.
 
El Ayuntamiento de Madrid nombró a aquella calle, Barrio de San José, y este nombre se mantuvo hasta los años 60, en que fue cambiado y pasó a denominarse calle de San Fortunato, nombre que sigue ostentando actualmente.
 
En la casa de mi abuelo Pedro nació en 1923, mi madre Victoria, y en 1950 nací yo. Después, en 1952 nació mi hermana Maribel, en 1955 mi hermano Félix y el mas pequeño de los cuatro, Javi, vino al mundo en 1958.
 
Todos aquellos campos de labor fueron poblándose de edificios en el transcurrir de los años. En los años 20 fue construida la Colonia Alfonso XIII, que con el advenimiento de la Segunda República pasó a denominarse Colonia Popular Madrileña, y a partir de 1939 fue reconstruida sobre los restos ocasionados por los bombardeos de la Guerra Civil (o mejor Incivil), debido a que toda la barriada fue un frente de guerra. Esta colonia construida sobre las ruinas se denominó Colonia de San Fermín, y todas sus calles tienen nombres que nos recuerdan a Navarra, la Avenida de los Fueros, las calles Zalacain, Oteiza, Lodosa, Navascués, Amaya, y de hecho la festividad del 7 de Julio, día de San Fermín traía la celebración de las verbenas a nuestro barrio.
 
En el año 1959 se construyó a continuación de los terrenos de dicha Colonia, el Poblado de San Fermín, a cargo de la Obra Sindical del Hogar, del Ministerio de la Vivienda. Y por la parte contraria, es decir , la zona norte, que era la mas cercana al Barrio de las Carolinas, se construyeron San Mario, la Colonia de Andalucía, las Torres de Carabelos, etc.
 
Las construcciones limitaban por el este con el Camino de Perales, antiguo camino de tierra, por el que arribaban al Matadero Municipal de Madrid, en Legazpi, los rebaños de ganados para su sacrificio. Recuerdo que en alguna ocasión siendo niño se escapaba algún toro bravo y enseguida los vecinos avisaban para guardarse dentro de las casas hasta que pasaba el peligro.
 
La casa de mi abuelo Pedro, en el año 1972 y parte del 73, se derruyó y en su lugar se construyeron 2 bloques de viviendas. En una de aquellas viviendas nuevas vivimos mis padres, mis hermanos y yo, concretamente en el 2ºD del número 24 de la calle San Fortunato.
 
En diciembre de 1973 falleció repentinamente mi padre, como resultado de un derrame cerebral, a la edad de 50 años. Mi madre que tenía idéntica edad que mi padre, quedó viuda y muy desconsolada.
 
A mi madre le quedaba como único consuelo, el orgullo de tenernos a nosotros, sus cuatro hijos, y cada día cuando marchábamos a nuestros respectivos trabajos, ella permanecía en la terraza de casa, observándonos hasta que desaparecíamos de su vista.
 
Un día que mi madre estaba observando como mi hermana Maribel, con su Seat 600 Blanco bajaba la calle hacia el Camino de Perales, convertida para entonces en una calle perfectamente asfaltada. Cuando estaba llegando a escasos metros de dicha calle, irrumpió en la entrada de San Fortunato un camión de reparto de bebidas (cervezas, gaseosas, refrescos, etc.), cuya anchura impedía el paso de cualquier otro vehículo en dirección contraria, obligando a mi hermana a dar marcha atrás, al tiempo que el daba fuertes toques de claxon, para que el camión pudiera llegar a descargar en la tienda de bebidas, que estaba como 50 metros mas adelante. El repartidor podría haber facilitado perfectamente la salida del Seat 600, que se encontraba a dos metros de salir a la otra calle, pero en un gesto de altanería y soberbia, obligó a mi hermana a dar marcha atrás calle arriba.
 
Pero para su desgracia, mi madre, que había observado las maniobras desde su observatorio de la terraza, bajó corriendo las escaleras y corrió por mitad de la calle, obligando a parar a mi hermana, y continuó corriendo hasta llegar a donde el conductor del camión estaba descargando cajas de gaseosa.
 
Era un hombre de unos 35 años, con una fuerte apariencia física. Mi madre puesta frente a él, le asestó dos tremendas y sonoras bofetadas en ambas mejillas, y al mismo tiempo le decía a voces: ”ERES UN ABUSON Y UN SINVERGUENZA. Ahora mismo te subes al camión y das marcha atrás, como le has hecho tu a mi hija, que va a salir ella de la calle, antes de que tu vuelvas a entrar”
 
El repartidor atónito, mitad sorprendido, mitad asustado, subió a la cabina de su camión y dio marcha atrás. A continuación mi hermana salió de la calle con su utilitario, mientras mi madre, echando chispas por sus ojos regresó a casa, presa de una tremenda descarga de adrenalina y furiosa por el abuso de aquel hombre.
 
Mi madre, que era una persona extraordinariamente cariñosa y buena, tuvo en aquella ocasión, una iracunda reacción contra lo que consideró un insoportable abuso sobre una jovencita conductora, que además era su hija.
 
Todo lo anterior os lo cuento hoy, en homenaje a mi querida mamá, en el quinto aniversario de su fallecimiento, cuando contaba 94 años de edad.

El sueño interminable

E

Pedro Rivera Jaro 

 
La Villa de Ocaña, en la provincia de Toledo, es una pequeña ciudad llena de historia, que se refleja en su plaza mayor porticada, en sus iglesias y conventos monumentales, en sus casas solariegas y en sus lujosos y antiguos palacios.
 
María, mi fallecida suegra, que en paz descanse, era nacida y criada en esa Villa. Ella era una mujer con una gran inteligencia natural, y con mucha gracia a la hora de contar vivencias sucedidas en su juventud, como era la historia del niño inquieto, que sin embargo durmió plácidamente durante 24 horas seguidas.
 
El niño tendría a la sazón como 5 años de edad. Era el menor de 4 hermanos dentro de una familia de Ocaña, bien asentada económicamente y que estaba al cuidado, como antes habían estado sus hermanos, de la señora Carmen. El niño tenía por nombre Ángel, pero la realidad era que de ángel tenía poco. Hoy diríamos de él que era un niño hiperactivo, en su época decían de él que era un “rabo de lagartija”, en alusión a lo que se retuerce y mueve en todas direcciones, dicho apéndice del réptil, cuando es separado de su cuerpo. Carmen que trabajaba como interna en la mansión, era la que mas sufría la hiperactividad del chiquillo.
 
Al niño se le ocurrían todas las travesuras que os podáis imaginar. Un día mezclaba la sal en el azucarero, otro día añadía agua a la jarra del vino de la mesa, el siguiente día era en la leche donde echaba el agua. Hubo un día en que machacó varias guindillas de las mas picantes, y las añadió al puchero donde se estaba haciendo el cocido. El angelito no tenía desperdicio.
 
Para remate, por la noche dormía en la habitación de Carmen, mientras sus papás dormían plácidamente en otra habitación. Ángel no reposaba ni siquiera de noche, porque se despertaba llorando y claro, tampoco dejaba dormir a Carmen que estaba agotada por sus muchos quehaceres diarios en el manejo de la casa y el cuidado de los cuatro niños.
 
Un buen día, sorprendentemente, el niño no se despertaba por la mañana. Aparentemente el niño estaba bien, únicamente sonaba raro el hecho de que durmiese tanto. Cuando llegó el mediodía y Angelito seguía durmiendo reposadamente, sus padres preguntaron a Carmen porqué el niño no se sentaba a comer con todos en la mesa familiar. Ella les dijo que seguía durmiendo y que había estado haciéndolo toda la mañana. Los padres se extrañaron, siendo conocedores del carácter del niño, y avisaron de inmediato a don Amancio, el médico de la familia, para que urgentemente viniera a casa y examinara al niño. Así lo hizo el galeno, no encontrando ningún síntoma de enfermedad en el niño.
 
Recomendó dejarle durmiendo y que ya se vería cuando despertara por la tarde.
Así lo hicieron, aunque con inquietud. Pero resulta que a eso de las 8 de la tarde-noche, el niño seguía profundamente dormido, y los padres ya se alarmaron mucho y empezaron a preparar un viaje en el automóvil de la casa, con el niño, para llevarle al Hospital de Madrid.
 
En ese punto, Carmen que por otra parte adoraba al niño, confesó que con el chocolate con leche que había preparado para antes de llevarle a la cama a acostar, había mezclado unos polvos de adormidera, para ver si de esa forma la dejaba descansar esa noche, y ahora sollozaba asustada de que “mi niño”, como ella decía, no se despertara.
 
Pero, cuando estaban en estas, escucharon las voces que empezó a dar Angelito, proclamando que tenía mucho hambre. Y aquí tenemos a todos corriendo para que el niño comiera y saciara el hambre.
 
Nota: Los frailes dominicos del Convento de Santo Domingo de Ocaña, estuvieron de misioneros en el continente asiático y de allí, trajeron para usos medicinales , la simiente de adormidera, que mi suegra, la señora María llamaba amapolas reales, y que producía unas flores blancas preciosas, que cuando perdían los pétalos, quedaban sus cabezas en las puntas de los tallos, y que en su interior, contenían el látex blanco donde se incluye el opio.
 
Durante muchos años, yo que desconocía lo que eran realmente esas plantas, las tuve sembradas en las jardineras de mi terraza en Zarzaquemada, Leganés, por las flores tan bonitas que producían.

Plumas

P

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
Volaré como plumas al viento
al encuentro de tu lecho.
Allí descansaré un momento
hasta que me llame
de la vida el llanto.
Entonces, cuando amanezca,
de nuevo y sólo entonces,
volveré a sonreír y a amar.
Y en lo más recóndito de tu pecho,
como plumas en el viento,
allí voy a aterrizar, ligeramente,
para me quedarme.

Dos curas buenos

D

Pedro Rivera Jaro 

Como ocurre en cualquier actividad humana, dentro del sacerdocio hay curas excelentes, personas que ayudan a sus semejantes a superar todos los obstáculos que se cruzan en su andar por la vida.
 
Yo tuve la suerte de conocer a dos de ellos: Uno era don Antonio y el otro el padre Pablo.
 
Don Antonio, cuyo apellido no recuerdo, en 1959 era el cura párroco del precioso pueblo serrano de Las Rozas del Puerto Real, en las estribaciones de la Sierra de Gredos y en el límite de la provincia de Madrid, con las de Ávila y Toledo. En el verano de aquel año me estuvo enseñando a tocar la bandurria, igual que había hecho con toda la chavalería del pueblo; bandurrias, laudes y guitarras en las manos de Román, Martín, Enrique, Paquillo, etc, constituían una rondalla que tocaba jotas, seguidillas y tonadas, y que alegraban las Fiestas del pueblo.
 
También fui testigo de cómo preparaba a Martín, a Román y a otros chicos del pueblo para que se presentaran a exámenes de Bachillerato.
 
Aquel cura puso el primer televisor que yo conocí en el pueblo en un salón de la Casa Parroquial, cuando el tiempo se ponía frío, y en el patio si era caluroso, con bancos y sillas, y asistíamos allí para ver los telefilmes que emitía la única Televisión que teníamos en España, y que estaban doblados del inglés al español de Puerto Rico, con frases que repetíamos los chicos tales como: “Tomaremos un reseso”, “Que bueno que viniste” o “Jugaremos tenis en la mañana”.
 
Allí mediante la entrega de tres sellos usados, que Don Antonio donaba para las Misiones, podíamos ver la serie de Perry Mason, abogado que interpretaba Raymond Burr, El Llanero Solitario con su caballo Silver y su compañero el indio Toro. Las Aventuras de Rin Tin Tin, Los Intocables de Elliot Ness. Bonanza, etc.
 
Lo último que recuerdo de sus esfuerzos a favor de los habitantes del pueblo, fue la creación de un taller de confección en uno de los locales de las escuelas públicas, con sus máquinas automáticas de coser, donde las mujeres jóvenes del pueblo cosían prendas para empresas importantes que las comercializaban y vendían al gran Público. Recuerdo entre ellas a El Corte Inglés, Galerías Preciados, Cortefiel, etc.
 
Después fue destinado a Madrid y la siguiente vez, y última, que volví a verle fue en la celebración del Sacramento del Matrimonio entre mis amigos Paco y Rosamari, en una iglesia de la calle Arturo Soria.
 
El otro sacerdote que quiero comentaros es el padre alemán Pablo Baussman, perteneciente a la Orden de los Misioneros de la Preciosa Sangre y ejerciendo su profesión en la Iglesia Juan XXIII, de Orcasitas, barrio muy humilde del sur de Madrid, que en la mitad de los años sesenta tenía gran cantidad de viviendas de planta baja.
 
Este sacerdote pasó mucho tiempo escuchando el Grito de la Sangre de los más pobres y de los que viven en las periferias de las grandes ciudades, que son lugares muy difíciles y complicados, y promocionando la dignidad del ser humano, la búsqueda de la Justicia Social, la Paz entre los seres humanos, y la integración de todos los elementos que forman parte de toda la Creación, o sea, el seguimiento estricto del ejemplo que nos dió Jesucristo.
 
En los años cincuenta y sesenta, miles de inmigrantes procedentes mayoritariamente de Andalucía, Extremadura y Castilla, llegaron a Madrid buscando mejorar sus vidas mediante el trabajo, en las zonas industriales del sur.
 
Muchos de ellos hicieron por las noches sus chabolas, precarias construcciones donde les tocó soportar las inclemencias del duro clima de Madrid, fríos y humedades en invierno, tremendo calor en verano y por si esto fuera poco, manadas de enormes ratas.
 
Más tarde el Régimen de Franco construyó, a través de la Obra Sindical del Hogar miles de viviendas, en los que se llamaban Poblados Dirigidos, Colonia Agrícola, etc.
 
Pero antes, en los sesentas el Padre Pablo construyó la iglesia de Juan XXIII, y junto a élla una guardería, en la que pudieran quedarse los niños de aquellas mujeres trabajadoras, que tenían que ir a trabajar a los barrios del centro de Madrid. Aquel cura se iba de viaje a su país de origen y volvía cargado de medicamentos, que traía en un vagón de ferrocarril, y que luego repartía a los necesitados de Orcasitas.
 
Yo pude conocerle mucho porque mi padre con su camión le servía arena y otros materiales de construcción, y yo iba los sábados para cobrarle. El me iba pagando según iba pudiendo.
 
Recuerdo que me decía: Sr. Rivera somos pobres. Y yo le contestaba: Nosotros también Padre Pablo.
 
Lo más triste era que había gente que lejos de agradecer la buena labor de aquel hombre, se permitía criticar sus supuestas relaciones con una señora que colaboraba con él, en lugar de respetar la vida privada de ambos.

El mendigo

E

Silvia C.S.P. Martinson 

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Cuando trabajaba como abogado en una oficina de mi ciudad, por la mañana cuando llegaba siempre había un hombre sentado en la puerta de entrada. La ropa que vestía se veís que no había sido lavada en mucho tiempo.
 
Sus pies llevaban zapatos viejos que, sin embargo, lo protegían del frío que solía suceder en ese momento en mi tierra.
 
Vivíamos en el sur de Brasil donde hace mucho frío en invierno, hasta tenemos fuertes heladas que dejan árboles, aceras y coches llenos de escarcha.
 
En estos inviernos fríos es común que una persona enferma, pobre, necesitada y hambrienta, que duerme en la acera, muera de frío.
 
Entonces Jose -así le vamos a llamar a este pobre hombre para que no lo identifiquen los que viven ahí-  anduviera cada mañana por la oficina.
Era respetuoso, casi no hablaba y cuando lo hacía,  se expresaba con absoluta corrección.
 
En el barrio todos lo conocían y lo llamaban "José dos Trapos".
 
Las personas más amables a veces alcanzaban para él ropa y zapatos para ponerse, los cuales llevaba a una choza que había construido en una esquina por la que nadie pasaría.
 
Había un señor que trabajaba con nosotros en la oficina que todos los días, cuando llegaba, llevaba a José a una panadería cercana y le servía una taza de café caliente junto con un buen pedazo de pan con mantequilla y salchichas para calmar su hambre.
 
Después José desaparecía en silencio todo el día.
 
Sabíamos que iba a su cobertizo donde pasaría el día leyendo y escribiendo, ya lo habían visto llevando libros semi escondidos entre su pobre ropa. Libros, periódicos y revistas que recogía con ansias de la basura.
Después de todo el trabajo que siempre me esperaba en la oficina, un día me di cuenta que esa figura humana me despertó curiosidad.
 
E imbuido de este sentimiento, le pregunté a mi colega, que en cierto modo patrocinó a José, qué le pasó y por qué vivía así. Así, me contaron que  José había sido un gran estudiante y completó su curso de derecho con gran éxito.
 
Mientras trabajaba en su profesión, lo hizo de manera eficiente y con mucha competencia, lo que le valió fama y dinero. En el campo legal tenía una buena reputación como ganador de muchos problemas legales difíciles. Fue brillante.
 
Mientras tanto conoció a la mujer de la que se enamoró y se casó con ella. Tenían una hermosa casa en un barrio noble de la ciudad donde disfrutaban de todo confort y bienestar.
 
Tuvieron dos hijos, un niño y una niña que eran el orgullo y la pasión de José y su esposa.
 
La vida iba a su ritmo normal hasta que un día, cuando se dirigía al Foro para una audiencia que ya estaba próxima a empezar, José estaba conduciendo su coche por encima del límite de velocidad, con su esposa a su lado y sus hijos en el asiento trasero. 
 
Cruzó una avenida y en cierta esquina fue impactado por otro vehículo.
 
Esta colisión resultó fatal, y acabó con la muerte de sus hijos y su esposa. Solo él sobrevivió, pero con muchas secuelas físicas, que con el paso del tiempo fueron sanando. No así le ocurrió con las mentales.
 
El dolor de la separación le pesaba y no le permitió volver a su antigua vida profesional.
 
Vagaba por las calles como cualquier caminante, sus pertenencias personales las abandonó por completo y acabó por  asentarse exactamente con sus trapos en una choza que construyó con restos de materiales encontrados, justo en la fatídica esquina. Aquella en la que un día, debido a la imprudencia o al dedo del destino, todos tus sueños murieron.
 
Esta es la historia de José.
 
El colega y yo nos miramos tristemente, no dijimos más palabras.
Volvimos al trabajo.
La tarde casi había terminado.
Mañana sería un nuevo día, mucho trabajo seguro. Como siempre.

El Huevo

E

Silvia C.S.P. Martinson 

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Hay cosas que, por increíble que parezca, a veces vuelven a tu mente y no tienes ni idea de por qué.
El otro día hablaba con un amigo escritor, que me contaba hechos de su infancia que le parecían importantes y dignos de ser contados en una historia y eso fue lo que le sugerí.
Y, he aquí que, no sé por qué, volvieron a mí recuerdos de hechos que sucedieron cuando yo era muy pequeña y que, tal vez, en el momento en que ocurrieron dejaron marcas tan profundas en mi cerebro que, sin darme cuenta, permanecieron allí dormidos hasta ese momento.
Probablemente tenía tres o cuatro años cuando ocurrió.
Este hecho quedó registrado en los anales familiares en una foto que, después de tantos años, aún conservo.
Voy a contarlo ahora, como lo presencié y experimenté entonces.
No sé por qué ni cómo mis padres compraron un boleto para la rifa de un huevo de chocolate en Pascua.
Una de las pocas cosas que mis padres ganaron en una rifa, aparte de lo que adquirieron con su trabajo, fue este huevo de Pascua.
En aquella época, lo fabricaba una conocida fábrica de caramelos de mi ciudad llamada Neugebauer, fundada por los inmigrantes europeos Franz Neugebauer, Max Neugebauer y Fritz Gerhardt con el nombre de Neugebauer Brothers & Gerard Company en 1891. La primera fábrica de chocolate de Brasil.
Conocí esta industria cuando estudiaba y cursaba el bachillerato en el colegio Cãndido José de Godói, situado en el entonces llamado 4º Distrito.
La fábrica era enorme y en ella trabajaban muchos empleados, entre ellos vecinos de nuestra familia y amigos de mi padre.
Aún recuerdo que, durante muchos años, de estos amigos recibíamos a menudo caramelos y bombones que se repartían entre los empleados porque estaban un poco estropeados, lo que hacía imposible venderlos al por menor.
Bueno, volviendo a la historia del huevo, increíblemente, mis padres salieron premiados en el sorteo, con el huevo y lo recibieron en casa en una gran caja de cartón envuelta en papel celofán que permitía ver su contenido.
Para nosotros era grande, era enorme, ¡Era precioso!
Un amigo de mi padre y su compadre, al que considerábamos un tío y le llamábamos así, nos hizo la foto para nosotros y para la posteridad, donde vemos a mi hermana, al huevo y a mí.
Pues bien, en Pascua, mi madre rompió el huevo, recuerdo que la cáscara de chocolate era muy gruesa y había que cortarla en trocitos para poder comerla.
El huevo estaba completamente lleno de bombones y caramelos de varios sabores.
Nuestros ojos infantiles se abrieron de par en par ante las numerosas golosinas que se ofrecían.
No recuerdo cuánto comí. Debió de ser mucho, porque caí enferma y estuve en cama, creo que unos días.
Sólo recuerdo que, tumbada en la cama, le pedí a mi madre más chocolate y ella me alcanzó un trozo no muy grande y me dijo:
- ¡Se acabó el chocolate! ¡El huevo está terminado! ¡Ya está!
Hoy, mirando la foto, creo que su afirmación no era cierta.
Lo hizo para que no enfermáramos por comer tantos dulces.
Sin embargo, creo que mi madre y mi padre debieron comer durante mucho tiempo todavía y nos ocultaron el famoso y indescriptible...
Huevo de Pascua.
Ahora, incluso después de tantos años, ese último e inolvidable trozo de chocolate me sabe aún a un gustó de ausencias y de tiempos que no vuelven más.

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