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Dos regalos de Navidad

D

Pedro Rivera Jaro 

He escuchado una preciosa historia. Y es tan preciosa porque está preñada de amor y sacrificio.

Pocas veces me toca una historia ajena tan dentro de mi corazón, y conmueve tanto mi yo interno.

La he escuchado en una emisora de radio, e inmediatamente, he sentido la necesidad de contarla a todos.

La protagonizan dos personas que se aman. Una mujer joven, Cristina, y un hombre igualmente joven, Manuel. Ambos viven en pareja y sus disponibilidades económicas son más bien escasas.

Tienen la costumbre aprendida de sus mayores de regalar a su pareja en Navidad, pero llevan un tiempo sin obtener ingresos, o consiguiendo ingresos muy reducidos, motivados por una gran crisis económica sobrevenida en su país.

Cristina se ha dado cuenta de que no dispone de ahorros para comprar un regalo para su Manuel. Da un repaso a su casa y se da cuenta de que no tiene nada de valor, que pudiera vender o empeñar. De pronto aseándose delante del espejo, repara en su preciosa, larguísima y ondulada melena, que cae abundante desde su cabeza hasta más abajo de su cintura.

Sin dudar ni un momento, sale a la calle y se dirige a una tienda donde venden y confeccionan con pelo natural, pelucas. En dicha tienda le ofrecen por su cabellera el dinero que necesita para poder comprar el regalo que desea obsequiar a Manuel, y que consiste en una gruesa cadena de plata, para el reloj de bolsillo que le regaló a Manuel su padre cuando aún vivía, que Manuel tiene en una gran estima, y de la que carece. Allí mismo le cortan la melena. Se acerca a una joyería y compra la cadena, y pide que se la envuelvan para regalo.

Cuando Manuel llegó a casa aquel atardecer y entró en ella, se sorprendió al encontrar a Cristina con el cabello cortado, pero solamente hizo la observación: ”Te has cortado el pelo”.

Se sentaron a la mesa para cenar y Manuel la entregó un paquete envuelto en papel de regalo, al tiempo que ella le entregaba el suyo.
Cristina abrió su regalo y vio que consistía en un broche grande de Carey, para sujetar su hermosa e inexistente melena. Al mismo tiempo, Manuel había abierto su regalo y vio la preciosa cadena de plata y la guardó en el bolsillo.

Cristina le dijo que no la guardase, sino que la pusiera en su reloj y la colgase de los botones de su chaleco.

Manuel, con una sonrisa contestó a su amada que había vendido su reloj, para poder comprarle su regalo.

¿Puede haber mayor sacrificio por amor, que renunciar a las más preciadas posesiones, para intentar hacer feliz a la persona amada?

Abuela

A

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Estaba sentada en una mecedora y pensaba en escribir y contar un cuento a sus nietos.
Pensó en empezarlo así: "Érase una vez"...
Sacó su bolígrafo y un cuaderno donde solía apuntar sus pensamientos y empezó a escribir.
Pero primero pensó:
- ¿Les gustaría?
Sacudió ligeramente la cabeza, donde las canas se habían hecho notables hacía tiempo, y un pensamiento cruzó su cerebro como si hubiera sido un relámpago en un día lluvioso:
- ¡Qué más da! Lo que importa es decírselo...
Y se puso a escribir.
...Érase una vez, en una tierra lejana... Había un hombre al que todos temían, sin saber muy bien por qué.
Era alto, rubio y fuerte. Vivía en una casa sencilla al borde de una carretera que conducía a un antiguo pueblo de labradores.

Allí vivía poca gente, ya que las máquinas habían ido sustituyendo al trabajo manual y los más jóvenes habían emigrado a otras ciudades donde habían aprendido nuevos oficios y se habían establecido allí.

Este hombre de mediana edad, sin embargo, permaneció en la casa donde había nacido, crecido y criado a su familia.

Solía leer mucho, cosa que hacía a menudo, siempre que podía compraba un libro cuando iba al pueblo a comprar comida para los animales que criaba.

Nunca fue a la iglesia local. Quizá por eso le temían, por considerarlo un hereje y quizá incluso cercano a los ángeles malignos. Las plagas locales nunca afectaron a su casa, sus cosechas o su ganado. Sus campos eran fértiles y sus animales tenían buen aspecto y estaban sanos. No dependía del trabajo manual para sus labores agrícolas, ya que era extraordinariamente fuerte.

En el pueblo se rumoreaba que su familia, esposa e hijos, le habían abandonado y que nunca más se les había vuelto a ver.

Sin embargo, ésta no era la verdadera historia.
La ignorancia y las malas lenguas de la gente de allí crearon las historias más diversas, según sus mentes distorsionadas y falaces.

Algunos decían que había matado a su mujer y a sus hijos y los había enterrado en sus campos, que por eso la tierra era tan fértil.

Otros decían que los miembros de su familia se habían ahogado en un lago de agua muy azul que había en sus tierras y que por la noche, cuando la luna estaba llena y se reflejaba en la superficie, se oían las voces de su mujer y sus hijos llorando y que vagaban por allí entre sombras luminiscentes.

Algunos incluso sugirieron, los más condescendientes, que su mujer, ante su brutalidad, le había abandonado y huido con los niños mientras él araba el campo.
¡Qué imaginativo, qué perverso!

En realidad, la historia era bien distinta.
Este hombre que tanto amaba la lectura se había educado fuera del pueblo y sólo había regresado allí de adulto para cuidar de sus padres, que ya eran ancianos y no podían seguir ocupándose de su casa y sus tierras. Murieron allí y fueron enterrados en el cementerio del pueblo vecino, donde solía comprar sus libros.

Siempre tenía noticias de su familia, porque recibía cartas suyas en las que le contaban sus progresos en los estudios, su vida con su madre y lo bien que estaban todos asentados y gozaban de buena salud.

Y todo se lo debía a él, que renunciaba a tenerlos con él -en un pueblo de gente prácticamente analfabeta- para enviarlos a su casa de la capital, donde podían disfrutar de comodidades y de una buena educación.

Y allí se iba cuando desaparecía del pueblo por unos días, no sin dejar su ganado totalmente racionado y abastecido de agua.

Siempre volvía contento y sonreía al ver las miradas suspicaces y rencorosas que le dirigían, incluso el párroco local, que, todo hay que decirlo, era un viejo gruñón olvidado por la Iglesia, sin haber sido nunca reconocido ni elevado a una parroquia más grande y moderna.


Y así, escribiendo a sus nietos, se encontró a la abuela sentada en su mecedora cuando llegaron de la capital para visitarla, con la cabeza blanca apoyada en el respaldo, el brazo colgado sobre las piernas, la pluma y el cuaderno en el suelo, completamente dormida, no les oyó decir:

- ¡Hola, abuela!

Miami y sus secretos

M

Carlos Boné Riquelme 

La ciudad de Miami nos sorprendió desde un comienzo. La sensación térmica es diferente, y se nota en el ambiente que no solo se mete entre tus ropas, sino que también penetra tus sentidos.

El primer amigo que hice en Miami se llama Enrique Maguazan. Lo conocí mientras trabajaba en una cafetería en el downtown de Miami, y lo encontraría algún tiempo más adelante, por casualidad, y por un tiempo trabajamos en construcción juntos.

Enrique era alegre, desinhibido. Él era de Maracaibo, Venezuela, y estaba ilegal en este país, situación que resolvió casándose con una muchacha dominicana que sí tenía papeles. Pero el matrimonio fue por amor. Y así nos reencontramos con Enrique, y la primera noche, como para celebrar este reencuentro, yo ya estaba con Hellen y los muchachos en Miami, nos invitaron a una cena en su apartamento, muy modesto, en Ocean Drive y la tercera calle de Miami Beach, en un hotel que estaba cayéndose a pedazos, pero que tenía precios módicos y que incluía las ratas.

Era casi de noche cuando llegamos allí con Hellen, y ellos nos abrieron la puerta y desde adentro nos recibió la música a todo volumen y la dominicana bailando mientras cocinaba.

En medio de la mesa de centro encontré una montaña de polvo blanco, el cual mire sorprendido, y mirando a Enrique le pregunté, ¿que es esto mi hermano?. Y Enrique, muerto de la risa me contesto, “perico, brother, perico, y del bueno”.

Esta de más decir que Hellen y yo nos despedimos inmediatamente de ellos, que con cara de sorpresa preguntaban que sucedía. Sacando a Enrique hacia un lado le dije, “mi hermano, yo te quiero como si fuéramos de la misma leche, pero es que no puedo hacer esto, bro, imagina que la policía nos cae aquí y nos lleva a toditos en cana, ¿qué hacen mis hijos?”. Y Enrique entendió, y no se ofendió. Y esa fue la última vez que los vi a ambos.

A veces me pregunto que habrá sido de ellos, pero es que, en aquel tiempo, la droga estaba en todas partes, y la vida era peligrosa en Miami.

En medio de los 90 esta ciudad fue considerada la más peligrosa del mundo, debido a la cantidad de turistas asaltados, y muchos asesinados en estas calles que supuestamente son de diversión.

Hubo una política muy seria del gobierno de Miami que limpio y volvió las calles más seguras. Y de a poco, el turismo volvió a crecer, cosa que a los que vivimos en esta ciudad nos gusta, pues los turistas pagan nuestros impuestos. Ese es otro secreto de vivir en Miami; los impuestos son baratos gracias al turismo y a los Millonarios que tienen residencia en esta ciudad. Y solo por eso, “I love rich people”.

Les pido, please, que vengan todos los ricos del mundo a invertir a esta ciudad. Mientras más malos estén sus países, más gente de recursos nos llegan y enriquecen esta ciudad.

Lo he visto a lo largo del tiempo, y así crecen los hoteles, y las tiendas, y los restaurantes. Y se construyen más casas de lujo, que, por supuesto, usa manos de obra local, incluyendo profesionales, técnicos y obreros. Y luego, los agentes de propiedades, notarios, abogados, y oficiales públicos que inscribirán las nuevas propiedades, junto a los innumerables agentes del orden y empleados que llenan papeles y cuidan las calles.

Ahora, no se puede negar la cantidad de gente sin hogar que pulula por sectores aledaños al turismo, y que ellos apenas notan, pero de acuerdo con las estadísticas, ellos son casi en mayoría, drogadictos, alcohólicos, y gente que por alguna razón desconocida rompen con el sistema. Entre estos últimos, los estudios demuestran que casi el 70% son profesionales que en algún momento fueron exitosos. He conversado con alguna de esta gente que vive en las calles, y me he llevado la sorpresa de encontrar personas que hablan varios idiomas, o que confiesan haber tenido dinero en algún momento, pero ya no quieren seguir con ese estilo de vida, prefieren las calles y sus libertades.

En La Florida no es mucho el problema pues el clima permite vivir al aire libre. Además, ese multiculturalismo es extraordinario. De idiomas, comidas y costumbres. Tengo amigos de la India, Rusia, China, Pakistán, Bahamas, Argentina y de muchas latitudes. Para qué viajar si las culturas están al alcance de la mano. Y todos vivimos en armonía.

Yo sé

Y

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Sé que te acordarás de mi,
en el viento que pasa,
en la flor que se abre,
en la primavera que viene,
en la lluvia que se va.
te acordarás yo lo sé,
en lo extraño que se queda,
en lo verde del mar,
en el sentimiento profundo,
de la ola que se desvanece,
en el ciclo de los tiempos
y en las lágrimas que caen.
Sé que te acordarás,
yo lo sé,
en cada día que nace,
en cada tarde que muere,
en la noche que viene en silencio,
como la gota,
en dolente ritmo, despaciada,
en las aguas que siguen tranquilas,
en la palmera inclinada,
y a la sombra de los pinos.
En la tristeza de un sueño,
tuyo, que en la bruma se olvida.
Yo, lo sé.

El asesinato del médico de Cespedosa de Tormes

E

Pedro Rivera Jaro 

La Villa de Cespedosa de Tormes está situada sobre la antiquísima frontera de Castilla y de León, entre las provincias de Ávila y Salamanca, en la zona conocida como Alto Tormes, en referencia a dicho afluente del Duero.

La mayoría de sus pobladores son gente humilde que se dedica al cultivo de la tierra y a la cría de sus animales.

El día 10 de julio de 1912, don Leopoldo Soler, médico titular de Cespedosa, viudo y padre de una niña de tan solo cuatro años de edad, apareció en el lugar donde confluye la calle de Pablo Prieto y la plaza del Doctor Ramón Martín Frutos, desangrado por el corte que sufría en las venas y arterias del cuello. Allí lo dejaron sentado, quienes quiera que ejecutaran su asesinato.

Don Leopoldo procedía de una buena familia de la capital salmantina. Fue un estudiante brillante y destacó también en todas las actividades sociales. Reuniones, mítines, algazaras, contaban con su señalada presencia.

Se casó con Basilia Cáceres, hija de un reputado y bien considerado abogado y posteriormente en 1906 obtuvo la plaza de médico en Cereceda, de donde en poco tiempo pasó a Cespedosa de Tormes.

Muy pronto se convirtió en un personaje relevante en el pueblo, junto al Alcalde, el Sacerdote, el Juez, el Boticario y los maestros.

Cayó en gracia en el pueblo, al menos al principio, pero al poco tiempo eso cambió porque al parecer, según el rumor que corrió por el pueblo, cuando visitaba a sus pacientes femeninas, al parecer abusaba de ellas y para mayor delito, cuando veía al novio o al marido, no se recataba de decirles: “tu jugando la partida y mientras tanto yo, en la cama con tu mujer”.

Los varones del pueblo empezaron a variar su opinión del doctor, ya que su extendida fama de Don Juan, fue motivo de ojeriza y celos entre los varones.

La actitud del médico se agravó al fallecer su joven esposa Basilia, tras una corta enfermedad que la llevó a la tumba.

Tres meses después de enviudar, una niña encontró su cuerpo degollado y sin vida, sentado en la calle Pablo Prieto.

Avisó al hermano del médico, que residía en la misma casa de su hermano y éste avisó a la Guardia Civil.

Un periodista del diario El Adelanto de Salamanca, a quien llamaban El Timbalero, José Sánchez, con experiencia en otros crímenes anteriores, intentó obtener información, pero se encontró con un muro de silencio, como ya le había ocurrido antes al Juez Instructor, don José de la Concha.
Aparentemente, el doctor, era un hombre muy querido y respetado. Lamentaban mucho su muerte, pero nadie colaboraba en el esclarecimiento del crimen.

El juez optó por detener a nueve hombres y dos mujeres. Todos ellos entraron a los calabozos en un intento de disuadirlos de romper su silencio. Después de los interrogatorios por parte de la Guardia Civil, quedaron tres sospechosos principales presos.

El primero de ellos Ciriaco Hernández, apodado El Brujo, era el matarife del pueblo, que por su oficio sacrificaba ovejas, cabras y cerdos, cada día de matanza con su hábil mano, manejando los cuchillos, y conocía a la perfección venas y arterias, así como su localización para una muerte rápida y segura.

Todo esto unido a una mala relación con el médico, motivada por los comentarios que corrían por el pueblo y que hablaban de que la mujer de El Brujo, Gaspara, mantenía con el médico una relación a escondidas del marido, pero es sabido que estas cosas en los pueblos, son conocidas y comentadas, lo cual constituye motivo de burlas y cuchufletas, a costa del supuesto cornudo.

Como dice un conocido comentario castellano:” No siento que me pongan los cuernos, sino la risita que les entra cuando paso”.

El Brujo, había exigido aclaraciones, llamando a careo a Gaspara y a Don Leopoldo, y al parecer no quedó convencido de las explicaciones recibidas.

El segundo sospechoso, Pablo Vallejo, Pablines, en lugar de su esposa, se trataba de su hija, pero en este caso parece que el médico tenía la intención de casarse con ella, al haber quedado viudo.

El tercer sospechoso era Santiago Hernández, Chaguete, como acostumbran en Salamanca a llamar a los Santiagos.
Un testigo le ubicaba en la última noche con vida del médico, en una taberna del pueblo, diciéndoles a dos vecinos que había que matar al médico.

Aunque los interrogatorios se aplicaron con mucha dureza, los detenidos negaron su implicación, una y otra vez. Al final fueron puestos en libertad. Todo el asunto acabó siendo considerado un crimen colectivo, como ocurriera en la famosa obra de Fuenteovejuna, donde mataron al Comendador todos a una.
Durante muchos años, los médicos procuraban permanecer el menor tiempo posible en aquel pueblo, hasta que fue borrándose la virulencia del crimen de la memoria colectiva.

Nunca se llegó a saber por la Justicia la realidad de lo ocurrido, pero sí que existen comentarios de algunos naturales de Cespedosa de Tormes, que hablaban de que alguna familia del pueblo, siguió guardando un importante secreto durante varias generaciones, porque uno de sus miembros, había abandonado el pueblo, la misma noche del crimen al lomo de su mula, y nunca se desveló su destino real, aunque al parecer viajó hasta Tucumán, en Argentina, ya allí permaneció hasta la hora de su muerte, amparado en el silencio del pueblo, que consideraba justo lo que le aconteció a aquel señorito, que no se privaba de hacer su capricho, aún a costa del honor de los demás habitantes.

Hoy en día las condiciones y derechos son muy diferentes, pero entonces, las mujeres estaban mucho más desprotegidas, e igualmente sus familiares, cuando se trataba de personas humildes.

Un cuento de invierno en Santiago de Compostela

U

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

El día era gris. Grisáceo.
En el cielo las nubes corrían sueltas, casi negras y grises, cargadas de agua y a punto de derramarse sobre las aceras.
No había tráfico.
Parecía que el tiempo y las personas se habían detenido, desaparecido.
Por la tarde, casi de noche, las calles estaban desiertas.
Caminaba solo, despacio, inhalando el aire húmedo del atardecer.
Los pensamientos fluían por su cerebro con la lentitud de cómo había sido su vida, y lo increíblemente tan rápido que había pasado y él tampoco se había dado cuenta.
Había luchado mucho, trabajado mucho, soñado mucho.
¿Y sus sueños? ¿Qué hubo de sus sueños? Se había dado cuenta de lo poco había logrado.
Había ayudado a muchos. A su costa, otros crecieron intelectual y económicamente. Era profesor de idiomas.
Distribuyó sus conocimientos a muchos.
Muchos lo aprovecharon.

Y en esta tarde gris, mientras caminaba, se preguntaba: ¿Qué he hecho por mí?
Amores los ha tenido. Había tenido unos cuantos. Sin embargo, fueron tan fugaces y efímeros, porque la que amó la conquistó durante un tiempo, y ahora la había perdido para siempre.

Descubrió que ella nunca le amó. Sólo le había admirado por su capacidad intelectual, pero ella lo quiso más para sí misma.
Quería comodidad, ocio, viajes, cosas que él no podía ofrecerle como simple profesor.
Tuvieron hijos.
Ella los educó a su manera. No había afinidad entre ellos, sólo les movía el interés económico.
Un día por fin recapacitó y se dio cuenta del tiempo que perdía en ser feliz frente a sus prejuicios y una ética que no le importaba a nadie, y menos a su familia.

Se dio cuenta de que el mundo y los conceptos de felicidad y responsabilidad también cambian. Y que, a pesar de su rigidez, ante todo tenía el deber de quererse a sí mismo.
Al darse cuenta de todo esto y del tiempo que había pasado demostrando a los demás que era rígido en sus conceptos morales, sintió una profunda pérdida.

Aquel día salió a pasear sumido en una profunda introspección y, al pasar por delante de un bar, decidió entrar y tomarse un vaso de vino para, tal vez, aliviar su dolor. Y así lo hizo.

Sin embargo, los vasos se sucedieron.
Se emborrachó. Y, medio inconsciente, regresó tambaleándose a su casa. Cuando llegó allí, nadie prestó atención a su estado; sólo les preocupaba el dinero que se había gastado en el bar.

Aunque borracho, le entristecía profundamente la actitud de sus familiares.
Al día siguiente, ya recuperado, tomó una decisión. Salió, fue al banco y retiró todo el dinero de la cuenta que tenía con su mujer.
Volvió a la casa, escribió una carta dejando a su familia sus posesiones materiales, cogió su reloj que había olvidado en la mesilla de noche, cargó una mochila del armario del dormitorio y metió dentro parte de la ropa que necesitaba para lo que había decidido hacer y todos sus documentos. A continuación abrió la puerta de la casa, salió y la cerró de un golpe.

Caminando, llegó a una carretera por la cual ya caminaban otros vagabundos, solitarios como él.

Por fin decidió ser libre y dirigirse al lugar que siempre había soñado visitar, un pueblo donde la gente solía ir a meditar y a buscar la armonía y la felicidad en su interior.
Se sintió aliviado y rebosante de alegría.
La carga que había llevado sobre sus hombros durante tantos años se desvanecía definitivamente con cada kilómetro que recorría.
Finalmente él estaba feliz.
Nadie en la casa sintió ni notó su ausencia.

Protección contra palomas

P

Pedro Rivera Jaro

 Hace como veinte años, aproximadamente en 2002, por causa de mi situación laboral, o mejor dicho, por mi imposibilidad de encontrar trabajo como Economista, seguramente a consecuencia de tener 52 años y haber cursado solamente tres Máster, acepté dedicar mi esfuerzo a una labor comercial a puerta fría. Vender a puerta fría supone ir tocando en los timbres de empresas y casas particulares y ofrecer los productos de la cartera.

En ese momento yo ofrecía unas redes invisibles y unas varillas de 40 centímetros de longitud con una doble fila de alambres erectos. Ambos productos estaban pensados para evitar que las palomas durmieran y anidaran en los edificios que se querían proteger contra los excrementos de las palomas y de los daños que la acidez de las cacas de estos animalitos producen en fachadas y tejados.

Un día que estaba visitando en la calle Toledo, de Madrid, entré en una Iglesia y comencé a hablar con la sacristana , la cual me dijo que eso debería exponérselo a Don Jesús, que era el Cura Párroco de dicha Iglesia. Me dijo aquella señora que por favor esperase, porque iba a ver si Don Jesús podría recibirme para que se lo explicara a él personalmente.

Diez minutos más tarde volvió acompañada por el sacerdote, quién muy amablemente escuchó todo mi repertorio comercial orientado a convencerle para conseguir echar de la Iglesia a las pobres palomas. Cuando hubo escuchado todas mis explicaciones, Don Jesús, con una sonrisa de conmiseración me preguntó: ¿Sabe usted en que Iglesia estamos? Y sin darme tiempo a responderle, añadió: Esta es la Iglesia de la Virgen de la Paloma. Yo pensé inmediatamente que había metido la pata hasta el fondo, pero yo hasta aquel día no sabía que dicha Iglesia tenía dos entradas, una en la calle de Toledo, que era en la que yo me encontraba, y otra que yo si conocía que está situada en la calle de La Paloma, esquina con la de Isabel Tintero.

El buen Cura no podía admitir en su fuero interno eliminar las palomas que daban nombre al Templo, por mucho beneficio que hubiera conseguido para mejorar su aspecto exterior.

Una vez más comprobé que la vida nos da lecciones cuando menos las esperamos.

Invitación

I

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Llévame a pasear por los caminos.
Me hace olvidar lo que tampoco quiero,
lo que queda conmigo
permanece y perdura,
esta soledad, toda la amargura
de esa ausencia tan tuya.

Quiero caminar contigo, locura
mía, desearte tanto
como el aroma del jazmín
que en mi cuerpo aún perdura.

Voy perderme en tus brazos
en mil besos y abrazos
la noche nos verá entrelazados
de todo y de todos olvidados.

¿Me dejas escucharte? No me canso,
tu voz es remanso
cuando mi invitación aceptas
mis sueños guardas
Y en tu pecho, al fin, descanso.

Marilu

M

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
Ella atravesó el parque  lleno de gente, chicos charlando, algunos sentados al sol, hablando, bebiendo “chimarrão”, intercambiando besos y jurándose amor eterno, con el caminar relajado, para aquella que estaba acostumbrada a caminar.
 
Ella usaba pantalones blancos y una blusa azul suelta, era de tipo corto y esmerada confección y tenía abundante cabello castaño. Cualquiera que la viera de lejos pensaría que se trataba de una niña. Pero no era así.
 
Se sentó a mi lado en la bancada de la plaza y luego comenzó una conversación.
 
-¿Todo bien? ¡Bello día!
 
-¡De verdad! ¡Demasiado bueno para esta época!
 
Yo pensé: aquí tenemos otra pesada, solo para enterarse de mi vida. Si estoy casada, si tengo hijos, nietos. ¿Dónde vivo? E incluso si me quieren mucho…! ¡Gran equivocación la mía! 
 
Aquí en el sur somos muy reservados e incluso desconfiamos de los extraños, muy en contra de la cacareada hospitalidad sureña. El gaucho (personas que viven en Rio G. do Sul – Brasil) es un ser solitario por naturaleza, observador y atento vigilante con respecto a nuevas amistades y personas muy espontáneas.
¡
Genial! No era la chica que pensaba yo creía. Tal vez tenía 70 años. ¡Pero que 70! ¡Vive Dios!
Y con intimidad me ha dicho:
 
-¿Sabes tengo una hija que vive en Natal ¿Sabes dónde está eso? Esta casada y es hija única. Tengo una nieta con 16 años. Hace poco fui a  vivir allí, porque mi hija insistió mucho.
Estuve unos 6 meses y volví. ¡No me gustaba aquella gente! Pobre gente.  Tengo muchos amigos aquí. Con ellos salgo y me divierto. Soy separada. Tuve cuatro esposos o compañeros. Algunos amores, pero no estoy segura. Ahora tengo un compañero. A él no le gusta salir a viajar como me gusta a mí.
 
En ese momento yo ya estaba interesada en su historia y con gran curiosidad le hice una pregunta, con la idea de dar continuidad a mi narración.
 
-¿Y cómo te va? Le pregunté.
 
-¡Bueno, él incluso ve bien! Me ha contestado.
 
-Cuida de mis gatos. Tengo siete, porque yo adoro a los gatos. En mis viajes no quiere acompañarme el buen hombre. Su nombre es Airton (Como Airton Senna el piloto de Fórmula 1). Le gusta más estar en su casa y cuidarla bien. Cuando estoy de viaje, el guisa, lava y plancha la ropa. ¡Él es un amor! Me apasiona viajar. No permanezco mucho tiempo en ningún lugar. Me gusta vagabundear y yo siempre  fui así. Él lo sabe. No obstante fue una buena idea que vivamos en Natal, debido a que mi hija y mi yerno consiguieron trabajo en São Paulo. Tienen  una cadena de establecimientos para gestionar la administración de las empresas de sus clientes. Si no fuera de esta manera, tendría que permanecer en la anterior ciudad cuidando yo sola de mi nieta. ¡Ya me contarás! ¡Lejos de mi piso! Tengo un bellísimo piso, tengo mucha compañía, con mis gatos, con mis amigos y el pobre Airton. No he hecho una mudanza completa y de esta forma no muevo mucho equipaje.
 
Pregunté con alguna indiscreción: ¿Pero qué es lo que haces aquí?
 
Me contestó:
 
-Yo cuando me aburro de estar con Airton  en la casa, llamo a mis amigos y salimos a dar una vuelta y divertirnos. Bebemos, bailamos, vemos cine, paseamos por los centros comerciales y plazas, dependiendo de los días y según sea nuestro estado de ánimo.
 
Seguí animando, diciéndole: por cierto ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Fénix. ¿Y el tuyo?
 
-Marilu, es como me llaman. En realidad es la forma corta de María Luisa, pero como es más largo y complicado prefiero Marilu.
 
-Ok. Marilu. Encantada de conocerte.
Y ella continuó:
 
-¿Miras a ver ese caballero que pasó? Es mi conocido.
 
Él regresa. Espera… Habla.
 
-¿Hola, todo bien?
 
Ella contesta: 
 
-¡Todo bien!
 
Al saludarnos la miró con intensidad.
 
-¿Has visto? Él es parte de mis compañeros, pero contigo aquí estaba indeciso para llegar. ¡Él es un amor! Solo como yo.
 
¡Ah! He dicho al mismo tiempo que pregunto:
 
-¿Y entonces?
 
-Pero como te digo el Airton es un poco más joven que yo, pero no importa. ¿Verdad?
 
Ella no espera una respuesta y sigue:
 
¿Cuánto valen las afinidades?
 
Yo contesto:! Realmente Marilu!
 
Sus numerosos pendientes, pulseras, anillos y aretes llenos de piedras, hasta una gargantilla con una mariposa que tenía, brillaban bajo el sol de la mañana mientras se movía, señalando las joyas.
 
Las grandes gafas de sombra ocultaban parcialmente sus ojos y parte de las muchas arrugas que marcaban su rostro, debidamente disfrazados por una capa de base y polvo. La sonrisa era hermosa, los dientes bien mantenidos.  Habría sido una mujer muy hermosa cuando era joven.
 
Su espíritu estaba vivo, exudaba  alegría y temperamento determinado cuando hablaba.
 
La escuché.
 
-¡Mira allí! Ella dijo.
 
¡Aquí viene el pobre Airton!
 
Él llega, se sienta a su lado, sonríe. Dientes manchados de nicotina. Simplemente vestido. Más joven que ella, tal vez en sus cincuenta años. Susurran y ríen los dos.
 
Ella me presenta.
 
-Airton esta es Fênix .
-Encantado
Yo contesto:
-Igualmente.
 
Me he sentido de sobra allí en ese momento. El universo en esta hora giraba en torno de los dos.
 
Entonces les dije:
 
-Marilu ahora te dejo. Tengo compromiso, tengo que irme. Un placer conocerlo a vosotros, felicidad…
 
-¡Un placer Fênix. ¡Hasta cualquier hora!
 
Los dejé, cuando me di la vuelta ya no estaban allí. Caminaban a lo lejos, ella llevaba pantalones blancos ajustados, era una niña. Él cogido de la mano con ella, chaqueta en mal estado, zapatos rotos.
 
Estaban felices. Después de todo… Él cuidó bien de sus gatos y eso es lo que más importaba.
Por lo demás… Extraña figura era Marilu.
Valió la pena conocerla. ¡El domingo se salvó! 
 
El sol brillaba y seguí mi camino, quizás alguna nueva reunión interesante, he pensado, quién sabe…

Un marido infiel

U

Pedro Rivera Jaro 

Mi amiga Alicia es Diretora Comercial Executiva de una importante empresa multinacional del sector textil. Dentro de sus obligaciones laborales tenía que planificar el implante y desarrollo de la red comercial en otros países extranjeros.

Para ello tenía que desplazarse a dichos países durante plazos de tiempo, que se prolongaba hasta tres meses, y durante esos meses, ella pretendía que su madre se encargará de venir a cuidar del yerno, durante sus ausencias.

Su marido, el yerno de la señora, no tenía una relación demasiado amistosa con la suegra, y so-pretexto de no darla tanto trabajo, porque ya era una señora bastante mayor, convenció a su esposa de que lo más provechoso sería contratar a una señorita, interna, para su servicio y el mantenimiento de la casa.

Un par de semanas después de la marcha de Alicia, su madre se presentó en la casa del matrimonio, para comer.

Cuando al conocerla, observó que era una señorita joven, y muy guapa, no le pareció muy acertada la elección. Cuando terminada la comida, la suegra dio por terminada la visita, se marchó a su casa.

La criada recogió todos los platos, cubiertos y demás utensilios de cocina y los puso en el lavavajillas.

Al día siguiente, se puso a colocarlos en sus estantes correspondientes, y observó que faltaba un cucharón de plata con el que había servido la sopa el día anterior.

Al día siguiente lo busco por la casa sin encontrarlo, y comunicó la falta al dueño de la casa, quién le recomendó que volviera a buscarlo al día siguiente, porque seguramente, aparecería en cualquier rincón, debajo de algún mueble o así.

Al día siguiente lo estuvo buscando de nuevo, con el mismo resultado.

Volvió a decírselo al dueño, y este pensó en preguntar a su suegra por si lo había visto. Lo hizo y ella le contestó que lo había dejado en la habitación de la criada, debajo de la almohada.
Y acto seguido le preguntó a su yerno: ¿Dónde ha dormido todas éstas noches la criada?

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