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Lección de vida

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Pedro Rivera Jaro

 
 Yo tenía entonces 6 años. Era un día soleado y caluroso del mes de Mayo de 1956. Eran unos minutos más tarde de las 12 del mediodía cuando volví a casa del colegio, y recuerdo que llegué hambriento. Entré en la cocina y miré por los cajones del armario, donde mi mamá solía guardar alimentos, como chorizo, salchichón, membrillo, etc. (entonces no teníamos frigoríficos), pero no encontré nada más que un paquete de papel de estraza, con tajadas de bacalao seco y salado, con el que mi madre acostumbraba a hacer patatas guisadas, pero que yo no alcancé a recordar que previamente ponía el bacalao en agua para desalarle.
 
Empecé a quitar la piel de algunas tajadas y a comérmelas para calmar mi apetito. Al cabo de un rato empecé a sentir una sed tremenda y la necesidad imperiosa de beber. Entonces no teníamos agua corriente del canal de Isabel II en casa, sino que mi mamá tenía que ir a buscarla a la fuente pública, con cántaros de barro, y los colocaba en una cantarera de madera que teníamos junto al fregadero de la cocina.
 
Yo todavía no tenía las fuerzas necesarias para manejar los cántaros de barro sin riesgo de romperlos, como ya me había ocurrido no hacía mucho tiempo y me había ganado unos cachetes.
 
Solo me quedaba para beber una botella de vidrio blanco transparente, con vino blanco en su interior, del cual mi papá bebía un vaso en las comidas, y que se hallaba habitualmente en la ventana.
 
Ni corto ni perezoso subí por el fregadero hasta la ventana y alcanzando la citada botella, me soplé un buen trago de vino blanco y apagué momentáneamente mi sed.
 
Pasado un rato yo tenía todos los efectos de una borrachera, aunque entonces no lo sabía.
 
Después de experimentar mareos y pasar muy mal rato,me tumbé en el suelo y me quedé dormido. Cuando mi mamá regresó a casa después de hacer los recados, me encontró en el suelo y se llevó un susto tremendo. Hasta que yo me fui espabilando y la conté lo que había comido y bebido. Ese día no tuve ganas de comer a mediodía, y hasta por la tarde estuve acostado, hasta que todo dejó de dar vueltas y se me arregló el mal cuerpo.
 
Aquel día aprendí a ser precavido y a no aventurarme a comer ni beber nada que no viniera directamente de la mano de mis mayores

La silla vacía

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Sílvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Un amigo muy querido, cuando hablábamos me contó que es histórico que los reyes de la antigüedad solían sentarse en una silla, semiabierta en su asiento, para hacer sus necesidades fisiológicas mientras recibían a sus invitados y embajadores para charlar.
Era extraño, prepotente e imagino que desagradable para los visitantes oler en ese ambiente.

Y me detuve, no sé por qué, a pensar en ello.
A veces un acontecimiento nos lleva a pensar o recordar cosas que hace tiempo que pasaron.
Extraño...

Mientras pensaba en esto, recordé una historia que me contaron hace mucho tiempo. Por lo que recuerdo, ahora la transmitiré y la contaré.

A él, cuyo nombre no importa, le gustaba viajar y también las mujeres. Tuvo muchas durante mucho tiempo (las mujeres).
Sin embargo, hasta entonces, no se había apegado con amor a ninguna de ellas.
Todas simplemente satisfacían sus instintos y exaltaba su libido. De ninguna se había enamorado él y tampoco habían logrado satisfacer su espíritu aventurero, es decir, viajar por el mundo para descubrir nuevos lugares y apreciar nuevos paisajes y culturas.

Entonces, un día, cuando volvía a casa, la vio paseando por una calle en la que había muchos turistas. Sucedió algo inesperado. Sus miradas se encontraron y un magnetismo inexplicable los atrajo.

Ambos se detuvieron en seco y olvidaron momentáneamente lo que se habían propuesto. Se miraron, sonrieron -como si se conocieran desde hacía milenios- y se saludaron, lo que desencadenó una conversación.

Por los temas que trataron, se han dado cuenta de que tenían muchas ideas y opiniones en común.

Este encuentro, por voluntad de ambos, dio lugar a otros nuevos que se fueron sucediendo con el tiempo.

Decidieron irse a vivir juntos. Ella le quería intensamente.

Ella creó un ambiente seguro y agradable donde él disfrutó de toda su libertad. No había quejas entre los dos. Eran creativos en su convivencia diaria y también en su amor.

Un día, ella, fue a una tienda de muebles de segunda mano que le había llamado la atención y compró una silla de madera. Era vieja, pero estaba bien cuidada y era especialmente cómoda.

Se la llevó a casa y la colocó en el salón.
Cuando él volvía de la calle, ella le presentó la compra, diciéndole que allí, cuando él no estuviera, siempre le esperaría con alegría y con la esperanza de que llegara sano y salvo, fuera la hora que fuera.

El deseo de viajar y ver mundo volvía a él una y otra vez.

Por fin tuvo el valor de contárselo y llevar a cabo sus planes de viajar solo.

Cuando ella lo escuchó todo, se limitó a bajar los ojos y a sonreír tristemente y le dijo que lo esperaría como siempre en aquella silla que estaba ahí.

Pasaron los años y él no tenía la costumbre de escribir ni de enviar noticias de ninguna forma.

Un día, cuando ya era viejo, se cansó de todo. La echaba de menos, a su casa, a su amor, a su vida anterior. Decidió regresar. Llegó a su pueblo y se dirigió a su casa, feliz de encontrarse allí.

Entró en la casa y lo encontró todo como lo había dejado, pero con un detalle: la habitación estaba cubierta de polvo que, se dio cuenta, llevaba allí depositado por mucho tiempo.

La silla estaba en su sitio, como si le hubiera estado esperando.

Allí, en el silencio, sólo le esperaba ella, pero ahora estaba completamente vacía.

Recordaba la historia de la silla de los reyes y pensaba que, a veces, las visitas o los embajadores nunca llegan y los monarcas en su orgullo,  se quedan solos, abandonados y olvidados.

La mentira institucionalizada

L

Pedro Rivera Jaro

 
 Leo en un artículo en “20MINUTOS” que explica la asistencia al foro “Información y Desinformación en el Metafuturo” de un Ministro del actual Gobierno de España, y varios reconocidos periodistas.
 
Se critica la mentira que se extiende en forma de bulos por las redes sociales. Otro de los periodistas carga mas el problema en las medias verdades, puesto que inducen a creencias falsas.
 
Joaquín Manso opina que vivimos una etapa en la que la mentira se ha institucionalizado, a diferencia de lo que ocurría en etapas anteriores, puesto que ahora la mentira se utiliza como herramienta y con ostentación.
 
Por último, Ignacio Escolar opina que en el futuro se conseguirá corregir el uso de las mentiras, aunque compartió que ahora las mentiras son mas difíciles de detectar y combatir, porque somos una sociedad sin anticuerpos ante la mentira.
 
Después de escuchar todas estas opiniones, yo me pregunto: ¿Cómo puede nuestra sociedad mantenerse fuera de la mentira, si nuestros principales líderes, sin querer detallar nombres y apellidos, (aunque se me vienen a la cabeza algunos muy conocidos e importantes), prometen en sus campañas políticas una serie de cosas que harán, y otra serie de cosas que nunca harán si consiguen el poder, pero cuando lo alcanzan hacen lo contrario de lo que prometieron?
 
Esto supone un ejemplo nefasto de indignidad y falta de escrúpulos, que el pueblo llano (usted y yo) aprende a tomarlo por costumbre, lo mismo que ocurría en los años del plomo, que llegábamos a ver con normalidad los asesinatos terroristas efectuados por los asesinos de ETA, por el simple hecho de que los cometían con total habitualidad. Hasta que llegó un detonante que hizo saltar a toda España a la calle para protestar contra ETA, y fue cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco provocó el hartazgo de todos los españoles de paz, orden y justicia.
 
Ahora yo pregunto a todos los españoles de a pie, los que nos dedicamos a llevar una vida digna y a enseñar a nuestros hijos todos los principios que a su vez nos transmitieron nuestros padres, ¿Cuándo vamos a echarnos a las calles nuevamente para pedir que cese la desvergüenza de aquellos que no tienen respeto por la verdad y solo llegan al poder para aprovecharse del pueblo trabajador y honesto que compone la mayoría de nuestra ciudadanía?

Buenos tiempos

B

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
No vivo para recordar el pasado como si fuera la mejor época de mi existencia. Pero a veces algunos recuerdos vuelven a mi mente y me hacen sonreír al recordarlos.
 
Creo que ahora vivimos una vida nueva y maravillosa en relación con el confort y la tecnología, nunca imaginada por nuestros padres, especialmente para las mujeres de aquella época.
 
Desgraciadamente, debido a otros muchos factores, la inmensa mayoría de la población mundial pasa hambre y no ve cubiertas ni siquiera sus necesidades básicas como seres humanos.
 
Pero, dejando a un lado todo esto, voy a narrar un pequeño hecho que ha quedado grabado en mi memoria y que hace justicia al título de esta narración.
 
Éramos niñas. Mi madre trabajaba mucho en casa. Era una modista muy conocida por su impecable trabajo. Tenía una clientela excelente.
 
Nuestra casa era grande y cómoda para la época y la clase social a la que pertenecíamos, gracias al trabajo de mis padres. No éramos ricos, pero teníamos mucha comida en la mesa, ropa modesta y zapatos siempre limpios, y sobre todo acceso a la educación y el estudio.
 
Dejando a un lado mis divagaciones, les contaré por fin lo que ocurrió.
 
Mi madre estaba cosiendo y nosotras estábamos en el patio jugando. Era verano.
 
En aquella época no era costumbre cerrar con llave las puertas de la casa que daban a la calle. La gente era respetuosa.
 
Jugamos distraídas durante casi toda la mañana y cuando volvimos a entrar en casa para comer mi madre nos dijo que debíamos lavarnos las manos antes de comer.
 
El salón de la casa estaba junto al comedor y la cocina y había dos sillones y un sofá grande y cómodo.
 
En cuanto nos sentamos a comer miramos, tampoco sé por qué, lo que había en el salón.
Y para nuestra sorpresa había una persona - por lo que veíamos- simplemente tumbada en el gran sofá del salón. Era un hombre.
 
Gritando, llamamos a nuestra madre, que corrió a ver qué pasaba, cuando también encontró a aquel desconocido en nuestra casa.
Entonces se acercó al sofá y vio que la criatura dormía y también olía a aguardiente. Ella era valiente. Sacudió al hombre con cuidado y lo despertó preguntándole qué hacía allí. Balbuceó, medio avergonzado, que estaba cansado, hambriento y que la puerta de la casa estaba abierta y por eso había entrado. Dijo que estaba en paro . Mi madre le dijo que no podía entrar así en las casas.
 
Teníamos miedo, pero mi madre, además de valiente, era una mujer caritativa y se apiadó del pobre desgraciado. Dijo que le daría comida. Y así lo hizo. Preparó un buen plato de alubias con arroz, carne y una ensalada que se sirvió aparte. Le ordenó que se sentara a la mesa y le sirvió. Recuerdo bien...
 
El pobre hambriento comió con avidez y luego fue a sentarse de nuevo en el sofá.
 
Mamá entonces con toda paciencia y por qué no decir, prudencia, le dijo que no podía quedarse allí ya que su marido volvía del trabajo y seguramente no le gustaría esta situación. Lo comprendió, se levantó y ayudado por mi madre, ya que aún se tambaleaba por la bebida, lo condujeron a la calle. Siguió su camino. Nunca lo volvimos a ver.
 
Ese día, la puerta del jardín que daba a la calle estaba cerrada.
 
Desde entonces se tomó la costumbre de mantener la puerta cerrada en todo momento.
 
Los buenos tiempos eran aquellos en los que teníamos paz, no había cerraduras ni teléfonos para llamar a la policía. Sin embargo, la gente no era agresiva y el mal no estaba tan extendido, al menos en mi ciudad.
 
Buenos tiempos aquellos...

El derecho a ser distinto

E

Pedro Rivera Jaro

He leído un artículo de Álvaro J. San Juan, acerca de un libro que ha escrito y que ha titulado "Grandes maricas de la historia" y que me ha descubierto algo que desconocía. Él declara ser homosexual y habla también de grandísimos personajes de las ciencias, de las artes, de la literatura y de la historia, y explica la condición de homosexuales de estos hombres del pasado, que yo desconocía, salvo en el caso de alguno de ellos como por ejemplo, Alejandro Magno. 
   
Yo desconocía que Miguel Ángel Buonarotti, Leonardo da Vinci, William Shakespeare, Isaac Newton, Hans Cristian Andersen, Botticelli, Miguel de Cervantes, George Washington, Tchaikovski, fuesen  homosexuales.
   
Tuvieron que disfrazar su homosexualidad, porque las sociedades donde vivían no toleraban lo diferente, y porque para la intelectualidad cristiana lo “normal” era ser hetero.
 
   Dice el articulista que a lo mejor habrá niños o jóvenes que un día lean su libro, y verán que no están solos. Si él cuando era solamente un niño, hubiera conocido que todos estos grandes hombres eran como era él, y como sigue siendo, o sea homosexuales, se hubiera sentido acompañado, mucho mejor de cómo se sentía.
 
   Voy a contaros una vivencia de cuando yo rondaba la treintena. Sería más o menos el año 79, tal vez el 80, en un barrio de Salamanca, que se llama Tejares. Acabábamos de pesar en la báscula pública un camión Pegaso de 4 ejes, que habíamos estado cargando con mercancías destinadas a una fábrica de los alrededores de Madrid. Eran como las once de la noche y entramos a tomar unas cervezas en el Bar Esteban, antes de irnos a cenar cada uno a su casa. 
 
Al entrar observé que tres chavalones como de 20 años estaban acosando e insultando a otro chico de edad aproximadamente igual. Me interesé por el asunto y les pregunté qué era lo que ocurría. 
 
Los acosadores me dijeron que se metían con él porque era mariquita y le llamaban despectivamente Marijose, aunque el nombre suyo era José. 
 
Yo entonces me interpuse, y les dije que no tenían ningún derecho, porque eso no era un motivo para que maltrataran a aquel muchacho. Entonces uno de aquellos tres acosadores me gritó que seguramente yo también era otro maricón, y que por eso le defendía.
 
 Lo que siguió a continuación no puedo contarlo aquí, solo puedo decir que Esteban, que era el propietario del bar, intervino y me rogó que parase la pelea. 
   
Así lo hice, y el por su parte echó a la calle a los tres acosadores. 
 
El muchacho gay me dio las gracias con mucho sentimiento, y me dió un abrazo de agradecimiento antes de marcharse para su casa.
 
Eran los días en que empezaban a notarse cambios relacionados con las libertades en todos los ámbitos de España y afortunadamente hoy están arraigados en nuestra sociedad, pero es que el mundo es muy grande y tiene muchas partes donde se siguen sometiendo a los diferentes. Hay en marcha una gran revolución en Irán por las libertades de las mujeres. 
 En Qatar donde se celebró el Mundial de fútbol, siguen ajusticiando a los homosexuales, alegando que tienen la mente enferma. 
 
¿Qué nos pasa a los seres humanos que no somos capaces de respetar al otro, solo porque sea diferente a nosotros? 
 
Todo el mundo tiene derecho a ser distinto, eso sí, respetando a su vez a los demás.
Vive y deja vivir es un lema que toda mi vida he practicado y, que forma parte de mis principios básicos.

La tumba

L

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro
 
Fui a visitar aquella tumba cuando estuve en Gaurama, antigua provincia de Erechim en el estado de Rio Grande do Sul, Brasil.
 
Era simple, pero bien conservada. Estaba situada justo al inicio del cementerio y consistía en una cerca de hierro torneado y una cruz donde estaban escritos en una placa de metal los nombres de las personas allí enterradas.
 
No había lápida, la tumba era de tierra, que sin embargo estaba cubierta por flores silvestres de varios colores y un rosal con rosas rojas.
 
Allí había paz y soledad al mismo tiempo. La impresión que daba el lugar era que hacía mucho tiempo que nadie lo visitaba.
 
Entonces, en ese momento, me volvieron a la memoria las historias que había escuchado tantas veces cuando era niña.
 
Allí estaban enterrados un matrimonio.
 
Había escuchado su historia contada por otros.
Él era, según me dijeron, ruso. Era ingeniero agrícola. Pienso que por su apellido debía de ser judío, ya que ese nombre no parecía del idioma ruso. Se llamaba Carlos, Carlos Martinson.
 
Trabajaba en el palacio del Zar como ingeniero jefe, encargado de administrar los jardines y plantaciones del mismo.
 
Me contaron que ese Zar estaba loco y que, en pleno invierno, cuando todo quedaba cubierto de hielo, exigía que los jardines estuvieran llenos de flores cuando él pasaba en carruaje. Su nombre era Nicolás II.
 
Carlos, debido a su habilidad y conocimiento agrícola, criaba rosales en invernaderos y tenía, para satisfacer a ese déspota, rosas que colocaba en los parterres esperando el paso del todopoderoso Zar, las cuales, al final de su recorrido, ya estaban muertas y secas por el frío.
 
Carlos estaba casado. Su esposa era procedente de Lituania, hija de una familia de origen noble y cuyo apellido era Von Rohnes o Rhouness. Se llamaba Cristina.
 
En esa familia, como en toda su descendencia, la hija primogénita lleva el nombre de Cristina, sea como primer o segundo nombre.
 
Ella era enfermera de alto nivel, es decir, especialmente cualificada para participar, incluso, en cirugías. Era una mujer muy culta, habilidosa y elegante. Sabía, incluso, hacer perfumes.
 
Bien, continuemos con la historia de los dos.
 
Se conocieron en algún lugar de Europa, no sabemos dónde. Se casaron y fueron a vivir a San Petersburgo, ciudad ubicada en el mar Báltico, un puerto que fue durante dos siglos la capital imperial de Rusia, y donde Carlos desempeñaba sus funciones en el palacio del Zar. De su unión nacieron 10 hijos.
 
El pueblo estaba hambriento y descontento con el Zar por su gestión desastrosa en la conducción del país, que se encontraba en la miseria mientras él, su familia y sus cortesanos vivían en el mayor lujo y opulencia. La revolución comunista y el descontento general ya se sentían por las calles de la ciudad.
 
Carlos tenía un hermano que era comunista. Este le advirtió lo que iba a suceder a la familia real y a todos los que la rodearan, incluidos los sirvientes. Todos serían asesinados, encarcelados y fusilados a ser posible, para que el nuevo sistema gubernamental se implantara sin mayores resistencias.
 
Ante tal conocimiento, Carlos hábilmente abandonó el palacio con su familia, atravesó Europa y, después de un tiempo, embarcó rumbo a las Américas. Su hermano hizo lo mismo, pero por otro camino. Atravesó Siberia a pie y llegó a Canadá, donde se estableció.
 
Carlos llegó a América del Sur, más concretamente a Brasil, donde primero se estableció en la ciudad de Campinas, donde trabajó en las plantaciones.
 
En Campinas, él y su esposa tuvieron dos hijas más, las únicas brasileñas, una se llamaba Natalia, la mayor, y la otra más joven, María.
 
Sin embargo, no permanecieron mucho tiempo allí. Carlos quería tener su propio espacio, ser dueño de su vida y de su propiedad, es decir, dejar de ser empleado.
 
Y así, de acuerdo con Cristina, su esposa, compraron tierras en el sur del país,  en un pueblecito llamado Gaurama, nombre que conserva hasta hoy.
 
No obstante, para llegar allí solo se podía ir a lomos de burros y en carretas que eran conducidas con las familias de inmigrantes hasta esas tierras inhóspitas. Había en esas tierras pumas, monos y serpientes de todo tipo.
 
Construyeron su casa, que adornaron con los objetos que habían traído de Rusia, tales como aparatos para hacer los perfumes que Cristina tan bien sabía elaborar junto con sus hijas mayores, además de un candelabro de 7 velas y un samovar para preparar el té.
 
Los habitantes de esa región, muy pocos, eran personas más simples, con poca educación y cultura, y por eso miraban a esta familia con cierto desdén y, al mismo tiempo, con disimulada envidia.
 
Las hijas más pequeñas fueron bautizadas en la religión católica ortodoxa.
 
Los árboles en ese lugar eran tan viejos y grandes que los doce hijos juntos no podían abrazarlo sus troncos.
 
La rigidez del clima, las costumbres, y las dificultades inherentes al lugar, hicieron que una de las hijas muriera durante la famosa gripe española, que diezmó grandes poblaciones y arrebató a muchas familias a sus seres queridos.
 
Desafortunadamente, para los hijos, los padres Carlos y Cristina vivieron poco tiempo allí.
 
Carlos murió como consecuencia de la caída de un caballo sobre él mientras cruzaba un río.
 
Ella falleció algún tiempo después a causa de una neumonía mal curada en un lugar donde no había médicos ni medicinas.
 
Los hijos mayores se dispersaron en busca de nuevas tierras y oportunidades.
 
Solo quedó allí un hermano casado, quien crió a la hija menor, María, y hasta hace algunos años, ella, también casada y con nietos, aún vivía en esa ciudad.
 
Hoy no se tienen más noticias de ellos.
 
Natalia fue llevada para ser criada por otra hermana que, también casada, la llevó a su casa y, junto con su esposo, la tuvo, dándole poca educación, viéndola más como una empleada doméstica.
 
Sin embargo, a pesar de todas las dificultades y de quedar huérfana a los cuatro años, Natalia creció y aprendió un oficio y, prácticamente autodidacta, mantuvo durante toda su vida un gran amor por los libros, siendo una lectora voraz y amante de la buena música, asistiendo cuando podía a los conciertos que se daban los domingos en la ciudad donde, después de casarse, fue a vivir.
 
Natalia fue mi adorada madre.
 
Carlos y Cristina fueron los abuelos que, lamentablemente, no conocí y a cuya tumba rendí mis homenajes póstumos.

Algún día

A

Carlos Boné Riquelme

Los primeros recuerdos que tengo de mi madre son confusos, bañados de una neblina que solo el tiempo y la distancia nos da.

La recuerdo alta, aunque ella nunca lo fue, pero desde mi casi metro de estatura, posiblemente ella era enorme, llena de vitalidad, de respuesta punzante y alegría sin freno.

Fueron tantos los momentos que compartimos, quizás no cercanos, pues mi madre no fue de cercanías, mas que eso, de horizontes plagados de distancias, que a veces semejaban intimidad.

Claro que tengo aun presentes los momentos en que me recostaba en su regazo, y sentía su mano volar por mis cabellos, casi ausente, con besos que me rozaron y que los mantuve en secreto para no compartir mis sueños.

Luego vino el tiempo de la rebeldía, de querer lo que ya era pasado; de pensar que la vida no es justa, y que no tenía lo que creía merecer.

Cuesta tanto llegar a la edad donde nos percatamos de que nada merecemos, solo lo que conseguimos a lomo de caballo salvaje; y siempre y cuando no te caigas de la silla, al primer salto de rodeo.

Hay que peinar canas, como dicen los antiguos, para saber que la vida nos entrega el trabajo sin hacer.

Que lo que creímos que era nuestro, solo era un préstamo, y solo en aquel momento, llegamos al punto de percatarnos, ya despejados de egoísmo, que la vida es lo que es, y la gente da lo que puede, cuando puede.

Eso es lo que llamamos madurez.

El empate de lo tuyo y lo mío, donde puedo volver a recordar risas y llantos y complementar las dos en una sola.

Pues mi madre no ha sido perfecta; pero yo tampoco.

Mi madre ha sido egoísta; y yo, tambien.

Mi madre ha regalado risas, y chistes a montón, y yo the dejado lo mío sobre el tablero.

No tenemos nada que regañarnos, o arrepentirnos. Estamos en el empate, o quizás, en un jaque mate.

Lo único que puedo hacer, es recordar los buenos momentos, y pensar que pudieron ser mejores si yo hubiera abierto mi corazón sin rencores.

Como no reír de aquellas caminatas por calles desconocidas, con un “condorito” en mis manos.

¿O de tantas cosas compartidas en el secreto de la consagración divina?

Hoy solo veo la despedida; el camino truncado, los arboles tapando mi distancia, mis ojos cubiertos de nubes, y mi corazón desgarrado por la culpa.

Quizás pude hacer más por ti, pero no lo hice.

No quiero excusarme, pero es que siempre te vi tan fuerte, tan llena de vida, completamente hinchada de vientos y tempestades, que no pude ver la realidad, si no solo mis sueños y pesadillas.

Tuvo que pasar todo este tiempo para poder abrir mis ojos y abrazarme a tu recuerdo.

Y me abrazo a tantos recuerdos, a tantos momentos, a tantas cercanías, y quizás, a tantas lejanías.

Te miro en tu delgadez, y quizás hoy, te sentirías orgullosa del peso perdido, pues mas de algún día te quejaste de sobrepeso.

Y te recuerdo caminando sobre la línea del tren camino al casino de Schwager.

O equilibrar la cartera, aquella llena de maquillaje y que hoy solo está vacía.

Te recuerdo sentada en una micro, rumbo a tu destino, con tus labios pintados, tu cabellera rubia y tus ojos azules que miraban un mundo que se venia encima.

Y nunca lo compartimos, pues tú y yo, teníamos mundos que diferían como las piedras de la cascada.

Te recuerdo con el plato en la mano, hablando de lo que no se ni me interesa, pero si puedo admirar tus labios moviéndose y quisiera amarrar aquellas palabras para que fueran solo mías.

Y hoy extraño los recuerdos, y lloro por el silencio. Por aquellos huesos desnudos que nos miran desde la distancia.

Chiquiña

C

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro

Hoy son blancos. Blancos y sueltos al viento, tan hermosos como la nieve que cae.

Una vez fueron negros, hace mucho tiempo.
Sus cabellos son los testigos de muchas experiencias vividas.

Ahora camino a su lado, de su mano me sujeta.

Nosotros dos, de tanto tiempo cómplices, por las calles, lentamente caminamos. Yo siempre a su lado.

Soy suyo. ¿Cómo no serlo?

Sí, soy su fiel compañera.

El tiempo es corto para ambos.

Me pesa aún más. Estoy segura de que pronto me iré.

El me acaricia, me habla, y me mima.

Qué feliz me siento en estas horas de convivencia más cercana.

Caminando juntos recorremos las calles, él guiándome.

Somos viejos y cuando nadie nos ve, me cuenta en voz baja lo que ha pasado, lo que pasa en su corazón.

Me habla de sus alegrías, de sus tristezas y de sus esperanzas rotas.

Y todavía siento su alma palpitando cuando me habla de sus amores y deseos.

¡Que maravillosa intimidad la nuestra!

Todo mi cuerpo vibra al sentirlo.

Como he dicho antes, el tiempo es escaso.

Para mí es más rápido.

Dicen que son siete por cada año del hombre.

No lo sé.

Tengo que organizar la despedida.

No quiero hacerle daño, ni hacerle sufrir.
No se lo merece, teniendo en cuenta todo el cariño que me tiene y los sacrificios que hizo por mí.

Lo sé… Haré lo mismo que todos los que son como yo, cuando llegue el momento.

Sin que se dé cuenta, cuando abra la puerta saldré corriendo por las calles de la ciudad en busca del campo, correré y me esconderé.

Y allí me quedaré tranquilla, escondida, hasta que ella llegue. Como siempre nos llega a todos.

Soy vieja. Se me cae el pelo. Mis ojos ya no ven bien, ya no puedo defenderlo.

Ya casi no se oye mi ladrido.

¿Aún no lo sabes?

Yo soy Chiquinha, su perra.

Me estoy muriendo

Decide tu futuro

D

Pedro Rivera Jaro

Cualquier persona sabe que no tiene posibilidad de recuperar la juventud. Muchos sabemos que en ocasiones, cuando somos jóvenes, nos intoxicamos la cabeza con ilusiones. Son ilusiones que, en la mayoría de las ocasiones no llegan a verse realizadas nunca.
 
Los padres de cada uno, con su mejor intención te orientan para que te prepares para lo que, piensan ellos, será lo que consiga traerte el mejor futuro posible, e incluso si tienes otras preferencias, intentan que te olvides de ellas para que te enfoques hacia lo que, piensan ellos, que será lo mejor para ti.
 
Cuando yo era niño me encantaba jugar al futbol, pero mi padre me decía siempre, que dejase de jugar y me dedicase a estudiar, que sería la forma de que llegase a ser un hombre de provecho en el futuro.
 
También quise estudiar música cuando tenía 9 años. Cuando me examiné en junio de 1959 del examen de ingreso de Bachiller y lo aprobé, mi padre me regaló como premio, una bandurria con su estuche. Ese verano, en la sierra, en el pueblo de mis abuelos maternos, Las Rozas de Puerto Real, donde mi padre había construido una casita, el sacerdote del pueblo, D. Antonio que era una excelente persona, me estuvo enseñando a tocarla por el método de los números señalados en las líneas del pentagrama. Aquel verano aprendí a tocar canciones como "Yo te daré", "Yo vendo unos ojos negros", "Clavelitos", y otras que practiqué muy gustoso, porque yo tenía una gran afición por la música.
 
Cuando regresamos a Madrid a final del verano y reemprendí mis estudios ya en primer curso de bachillerato, mi profesor que era el Director del Colegio, al saber que yo estaba aprendiendo a tocar la bandurria, le dijo a mi padre que, o estudiaba o me dedicaba a tocar la guitarra. Ni siquiera supo distinguir entre guitarra y bandurria. ¡Qué gran profesor que no supo ver, que la música podría constituir una actividad complementaria con las asignaturas del bachillerato!.
 
Mi padre, que tenía al Director don Francisco en un altar como si fuera un Santo, tomó la funda de la bandurria con élla dentro, y poniéndola en lo alto del armario ropero de su dormitorio me dijo: “Hasta que acabe el curso, no vuelvas a tocarla”. Y yo aguantando mis lágrimas no me atreví a contestarle a mi padre, pero en mi fuero interno y lleno de pena pensé: “No la volveré a tocar más”. Y así fue.
 
Yo ahora tengo escritos muchos poemas. Si me hubiera dedicado a la música, probablemente hubiera sido compositor de canciones, pero eso es algo que hoy, a mis 72 años, no sé si habría acontecido, porque no se me permitió seguir aquel camino.
 
Y eso mismo ocurrió con otros intentos posteriores, como por ejemplo mi intención de estudiar Veterinaria, que no le gustaba a mi madre, y me desanimó de mi deseo porque le parecía una profesión poco brillante para su hijo.
 
En fin lo que quiero deciros, es que no permitáis que nadie os desvíe de vuestras aficiones para enfocar vuestras vidas. Es muy importante, muy importante, dedicarse a lo que os pueda hacer felices. La vida puede parecernos larga, pero en realidad, se hace muy corta y liviana si la desarrollamos haciendo aquello que más nos satisface.

Ladrones en el tejado

L

Pedro Rivera Jaro

Era verano. El año no lo recuerdo exactamente, pero aproximadamente debería tratarse de 1968. Deberían de ser alrededor de las 10 de la noche. Habíamos cenado y mis hermanos pequeños Félix y Javi salieron a jugar a nuestro hermoso patio, mientras mis padres, mi hermana Maribel y yo, veíamos en la cocina de nuestra casa, en el televisor Werner, el programa que estuviera emitiendo la única televisión que teníamos entonces en España, Televisión Española.

La cocina era el centro de reunión habitual en nuestra casa. Siempre lo recuerdo así, allí estaban la cocina de gas butano donde mi madre guisaba cada día los alimentos que comíamos todos, allí estaba el fregadero, el armario de cocina con un montón de platos, vasos y otros objetos de uso habitual. Este armario tenía distintos apartados, así como dos cajones que contenían uno, los cuchillos, tenedores cucharas, etc., y el otro servilletas y manteles de hilo, para colocar en la mesa. La mesa que era grande, para que pudiéramos sentarnos los seis miembros de la familia a comer juntos, y también tenía dos cajones donde se guardaba el hule impermeable que mi madre tenía costumbre de extender sobre la mesa y debajo del mantel. Había una ventana amplia, de dos hojas, que aquel día de verano estaban abiertas para que entrara el fresco del patio.

También estaba en la cocina, la estufa de carbón que en invierno era toda la calefacción que teníamos en nuestra casa y donde calentábamos los pijamas y las mantitas de muletón en las que nos envolvíamos para combatir el frío de las sabanas.

La casa era amplia, de planta baja y tenía además de la cocina, el dormitorio de mis padres que era el más grande, el dormitorio de mi hermana, el cuarto de estar y otro dormitorio con dos camas, donde dormíamos los tres varones. Luego conseguimos tener un cuarto de baño, que fue la última incorporación a la casa, a partir de traer la conducción de agua potable a la casa, que hasta entonces íbamos a la fuente pública y la traíamos en cántaros, en cubos, barreños, etc.

Y el agua para regar el jardín, lo sacábamos de un pozo bastante profundo que dejó hecho mi abuelo Pedro. Toda la casa estaba atravesada por un pasillo distribuidor desde la puerta de la calle, hasta la puerta del patio.

De pronto sonaron fuertes golpes en la puerta de la calle. Salimos corriendo los cuatro y abrimos rápidamente la puerta. A grandes voces Fernando, otro vecino de la calle, nos decía que teníamos dos ladrones por los tejados y que al arrojarles trozos de ladrillos y de gravilla que eran restos de una pequeña obra que habían hecho en la calle, se fueron corriendo por el tejado en dirección a la parte que daba con nuestro patio y nuestro garaje. Corrimos hasta el patio, y allí vimos a mis hermanos que venían como del garaje y llegaban justo a la esquina del cuarto de baño con el patio.

Al preguntarles nosotros si habían visto a alguien bajar de los tejados, contestaron que no habían visto a nadie.

- "Hay ladrones por los tejados" les dijimos, al mismo tiempo que veíamos en el suelo del patio, los proyectiles de obra que Fernando les había estado arrojando, cascotes y piedras.

Javi permaneció callado, pero Félix que era el mayor de los dos, dijo muy asustado: "No hay ningún ladrón. Éramos nosotros que queríamos coger un nido de gorriones que tiene ya grandes los pajaritos y que pronto van a echar a volar".

Y miraba a mi padre que estaba muy serio, pero que aparte de la travesura, prefirió ésta sin duda, mejor que tener que enfrentarse a los supuestos y por otra parte, inexistentes ladrones.

Mi padre les regañó bastante, y no cobraron porque mi madre siempre le sujetaba a mi padre para que no nos diera cachetes.

Yo estuve dando muchas vueltas a la cabeza y pensando la desgracia que hubiera sido de haber acertado Fernando alguno de los proyectiles de piedra que les arrojó. Después me estuve riendo con ganas, pensando en la rapidez que tuvieron en bajar del tejado por la reja de la ventana del cuarto de baño, al suelo. Años después, ya todos adultos, nos hemos reído muchas veces comentando lo ocurrido, y haciéndonos muchísima gracia la diferencia de carácter de los dos, uno que se hizo el “muerto” y no confesó nada, y el otro con su franqueza dando la cara, confesando lo ocurrido, y demostrando un carácter que sigue teniendo en la actualidad, más de cincuenta años después.

 

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