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Odiosos abusos

O

Pedro Rivera Jaro 

En el pueblo más bonito del límite oeste de Madrid, estribaciones de la Sierra de Gredos, el mismo pueblo donde nacieron y se criaron mis abuelos maternos, Pedro y Saturnina, pasé una parte muy importante de mi infancia y juventud. Este pueblo no es otro que Las Rozas de Puerto Real, en el que mis padres hicieron construir un pequeño chaletito en 1959.

En ese chaletito, pasábamos mis hermanos y yo, junto con nuestra querida madre, la mayor parte del verano, una vez que se habían acabado los cursos escolares.

Mi padre se quedaba en Madrid trabajando con su camión, durante la semana, y el sábado por la tarde-noche llegaba al pueblo en el Ford del primo Luis, porque entonces en casa, no teníamos todavía automóvil de turismo, hasta que en 1969, mis padres compraron un coche de la marca SEAT, modelo 1500, bifaro, de color blanco, muy elegante para la época en España.

Pasaba la noche del sábado y el domingo hasta última hora de la tarde en la que volvían a Madrid, para empezar el lunes a trabajar una nueva semana. Antes de marcharse de vuelta a Madrid, me dejaba asignadas tareas para la semana, que yo tenía que hacer para cuando él volviera el sábado siguiente.

No obstante las tareas, todavía tenía mucho tiempo para disfrutar durante todo el resto del día. Por la mañana acostumbraba yo a acompañar a mi amigo Antonio (Pastillas), cuando llevaba las vacas a los prados donde pastaban.

En el camino, con los tirachinas, intentábamos cazar pájaros por los árboles y zarzales, cosa que Pastillas conseguía a menudo y yo raras veces.

Cuando volvíamos al pueblo, cogíamos los bañadores y nos subíamos a la piscina para darnos un baño y nadar un rato.

Después nos sentábamos alrededor de una mesa para cuatro y allí aprendimos a jugar con los ancianos a la brisca y al tute.

A las 2 del mediodía tenía que estar en casa para comer, y después de comer, mamá nos obligaba a dormir una siesta.

Por la tarde hacía labores en el jardín y en la casa. Cuando ya caía la tarde subíamos de nuevo a la piscina a jugar a cartas. Aunque éramos todavía muy niños, en la pista de baile aprendíamos a bailar con las niñas, bajo la atenta mirada de sus madres y abuelas que estaban sentadas en el asiento corrido que existía alrededor del tronco de un gran árbol.

También pasó varios veranos con nosotros mi prima Luisita, después de que falleciera su mamá, mi tía Fernanda.

El padre de mi prima, mi tío Luis, venía cada domingo en el coche de línea, y todos nosotros bajábamos por la carretera vieja de EL CHORRILLO, al cruce de Cinco Castaños, para esperarle.

Por la tarde solía volver a Madrid, con el primo Luis y con mi padre, en el coche del primo, o si no, volvía en el coche de línea.

Hubo un verano que mi prima Rosita lo pasó con nosotros, y recuerdo algunas anécdotas que nos ocurrían porque éramos chicos de ciudad, y nos asustaba por ejemplo cruzarnos con las vacas, que bajaban sueltas a beber agua del pilón que había junto al Matadero Municipal y frente al Lavadero Público.

Pronto aprendimos que aquellas vacas eran mansas, y no suponían ningún grave peligro para nuestra integridad física.

Un verano, podría ser el año 1963, vino a vivir al pueblo, una familia del pueblo vecino de Casillas.

La familia la componía el matrimonio y tres hijos varones y a todos ellos les denominaban los Castañeros.

El hombre era albáñil. Y de albáñil estuvo trabajando, construyendo una casa. El hijo mayor ayudaba al padre, preparando los cubos de pasta, y acercándolos al punto de trabajo de su padre.

El hijo mediano y yo, nos hicimos amigos y andábamos muchos ratos juntos.

Un lunes fui a buscarle a su casa, junto a la plaza del pueblo, en el callejón de la casa de Tía Beatriz, y cuando, después de llamar a la puerta, la abrió su madre, vi con gran asombro, que tenía la cara en la zona por debajo de los ojos y mejillas, completamente amoratada.

Cuando salió su hijo y nos marchamos de la casa, le pregunté que le había ocurrido a su madre.

El se entristeció y me contó que su padre, que habitualmente parecía un buen hombre, pero que los fines de semana bebía y se emborrachaba. Y una vez que estaba borracho, golpeaba a su esposa. Me dijo que lo hacía a menudo, y que al día siguiente, con la borrachera ya pasada, la pedía perdón de rodillas, prometiendo que nunca más lo volvería a hacer.

Yo, desde aquel día, le tomé una inquina tremenda al padre de mi amigo por su malvado comportamiento con su esposa y madre de sus hijos. Nunca más crucé una palabra con él, pensando en el sufrimiento de aquella buena mujer.

Me recordó esta historia a un taxista de Madrid, alcohólico, que era el padre de Torres, un compañero mío del Colegio de San Pedro, que pegaba a su mujer, la mamá de Torres. Aquella señora iba al Cuartel de la Guardia Civil, con la cara llena de moretones y magulladuras, para poner una queja, y el guardia de servicio la decía que esas eran cosas del matrimonio, que había que resolver en casa, y que no podía escribir una denuncia.

Estábamos en los primeros sesenta. Las personas de mi generación, igual mujeres que hombres, luchamos al alcanzar la mayoría de edad, para que aquella situación tan injusta, cambiase ineludiblemente, mediante los cambios pertinentes en las leyes.

Quiero aprovechar para citar igualmente aquí, los cambios ocurridos en lo referente a los grupos integrados en el colectivo LGTBI, que durante tantísimos años sufrieron persecuciones y discriminaciones, todo motivado por el Increíble delito de sus preferencias sexuales.

Dos regalos de Navidad

D

Pedro Rivera Jaro 

He escuchado una preciosa historia. Y es tan preciosa porque está preñada de amor y sacrificio.

Pocas veces me toca una historia ajena tan dentro de mi corazón, y conmueve tanto mi yo interno.

La he escuchado en una emisora de radio, e inmediatamente, he sentido la necesidad de contarla a todos.

La protagonizan dos personas que se aman. Una mujer joven, Cristina, y un hombre igualmente joven, Manuel. Ambos viven en pareja y sus disponibilidades económicas son más bien escasas.

Tienen la costumbre aprendida de sus mayores de regalar a su pareja en Navidad, pero llevan un tiempo sin obtener ingresos, o consiguiendo ingresos muy reducidos, motivados por una gran crisis económica sobrevenida en su país.

Cristina se ha dado cuenta de que no dispone de ahorros para comprar un regalo para su Manuel. Da un repaso a su casa y se da cuenta de que no tiene nada de valor, que pudiera vender o empeñar. De pronto aseándose delante del espejo, repara en su preciosa, larguísima y ondulada melena, que cae abundante desde su cabeza hasta más abajo de su cintura.

Sin dudar ni un momento, sale a la calle y se dirige a una tienda donde venden y confeccionan con pelo natural, pelucas. En dicha tienda le ofrecen por su cabellera el dinero que necesita para poder comprar el regalo que desea obsequiar a Manuel, y que consiste en una gruesa cadena de plata, para el reloj de bolsillo que le regaló a Manuel su padre cuando aún vivía, que Manuel tiene en una gran estima, y de la que carece. Allí mismo le cortan la melena. Se acerca a una joyería y compra la cadena, y pide que se la envuelvan para regalo.

Cuando Manuel llegó a casa aquel atardecer y entró en ella, se sorprendió al encontrar a Cristina con el cabello cortado, pero solamente hizo la observación: ”Te has cortado el pelo”.

Se sentaron a la mesa para cenar y Manuel la entregó un paquete envuelto en papel de regalo, al tiempo que ella le entregaba el suyo.
Cristina abrió su regalo y vio que consistía en un broche grande de Carey, para sujetar su hermosa e inexistente melena. Al mismo tiempo, Manuel había abierto su regalo y vio la preciosa cadena de plata y la guardó en el bolsillo.

Cristina le dijo que no la guardase, sino que la pusiera en su reloj y la colgase de los botones de su chaleco.

Manuel, con una sonrisa contestó a su amada que había vendido su reloj, para poder comprarle su regalo.

¿Puede haber mayor sacrificio por amor, que renunciar a las más preciadas posesiones, para intentar hacer feliz a la persona amada?

Abuela

A

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Estaba sentada en una mecedora y pensaba en escribir y contar un cuento a sus nietos.
Pensó en empezarlo así: "Érase una vez"...
Sacó su bolígrafo y un cuaderno donde solía apuntar sus pensamientos y empezó a escribir.
Pero primero pensó:
- ¿Les gustaría?
Sacudió ligeramente la cabeza, donde las canas se habían hecho notables hacía tiempo, y un pensamiento cruzó su cerebro como si hubiera sido un relámpago en un día lluvioso:
- ¡Qué más da! Lo que importa es decírselo...
Y se puso a escribir.
...Érase una vez, en una tierra lejana... Había un hombre al que todos temían, sin saber muy bien por qué.
Era alto, rubio y fuerte. Vivía en una casa sencilla al borde de una carretera que conducía a un antiguo pueblo de labradores.

Allí vivía poca gente, ya que las máquinas habían ido sustituyendo al trabajo manual y los más jóvenes habían emigrado a otras ciudades donde habían aprendido nuevos oficios y se habían establecido allí.

Este hombre de mediana edad, sin embargo, permaneció en la casa donde había nacido, crecido y criado a su familia.

Solía leer mucho, cosa que hacía a menudo, siempre que podía compraba un libro cuando iba al pueblo a comprar comida para los animales que criaba.

Nunca fue a la iglesia local. Quizá por eso le temían, por considerarlo un hereje y quizá incluso cercano a los ángeles malignos. Las plagas locales nunca afectaron a su casa, sus cosechas o su ganado. Sus campos eran fértiles y sus animales tenían buen aspecto y estaban sanos. No dependía del trabajo manual para sus labores agrícolas, ya que era extraordinariamente fuerte.

En el pueblo se rumoreaba que su familia, esposa e hijos, le habían abandonado y que nunca más se les había vuelto a ver.

Sin embargo, ésta no era la verdadera historia.
La ignorancia y las malas lenguas de la gente de allí crearon las historias más diversas, según sus mentes distorsionadas y falaces.

Algunos decían que había matado a su mujer y a sus hijos y los había enterrado en sus campos, que por eso la tierra era tan fértil.

Otros decían que los miembros de su familia se habían ahogado en un lago de agua muy azul que había en sus tierras y que por la noche, cuando la luna estaba llena y se reflejaba en la superficie, se oían las voces de su mujer y sus hijos llorando y que vagaban por allí entre sombras luminiscentes.

Algunos incluso sugirieron, los más condescendientes, que su mujer, ante su brutalidad, le había abandonado y huido con los niños mientras él araba el campo.
¡Qué imaginativo, qué perverso!

En realidad, la historia era bien distinta.
Este hombre que tanto amaba la lectura se había educado fuera del pueblo y sólo había regresado allí de adulto para cuidar de sus padres, que ya eran ancianos y no podían seguir ocupándose de su casa y sus tierras. Murieron allí y fueron enterrados en el cementerio del pueblo vecino, donde solía comprar sus libros.

Siempre tenía noticias de su familia, porque recibía cartas suyas en las que le contaban sus progresos en los estudios, su vida con su madre y lo bien que estaban todos asentados y gozaban de buena salud.

Y todo se lo debía a él, que renunciaba a tenerlos con él -en un pueblo de gente prácticamente analfabeta- para enviarlos a su casa de la capital, donde podían disfrutar de comodidades y de una buena educación.

Y allí se iba cuando desaparecía del pueblo por unos días, no sin dejar su ganado totalmente racionado y abastecido de agua.

Siempre volvía contento y sonreía al ver las miradas suspicaces y rencorosas que le dirigían, incluso el párroco local, que, todo hay que decirlo, era un viejo gruñón olvidado por la Iglesia, sin haber sido nunca reconocido ni elevado a una parroquia más grande y moderna.


Y así, escribiendo a sus nietos, se encontró a la abuela sentada en su mecedora cuando llegaron de la capital para visitarla, con la cabeza blanca apoyada en el respaldo, el brazo colgado sobre las piernas, la pluma y el cuaderno en el suelo, completamente dormida, no les oyó decir:

- ¡Hola, abuela!

Miami y sus secretos

M

Carlos Boné Riquelme 

La ciudad de Miami nos sorprendió desde un comienzo. La sensación térmica es diferente, y se nota en el ambiente que no solo se mete entre tus ropas, sino que también penetra tus sentidos.

El primer amigo que hice en Miami se llama Enrique Maguazan. Lo conocí mientras trabajaba en una cafetería en el downtown de Miami, y lo encontraría algún tiempo más adelante, por casualidad, y por un tiempo trabajamos en construcción juntos.

Enrique era alegre, desinhibido. Él era de Maracaibo, Venezuela, y estaba ilegal en este país, situación que resolvió casándose con una muchacha dominicana que sí tenía papeles. Pero el matrimonio fue por amor. Y así nos reencontramos con Enrique, y la primera noche, como para celebrar este reencuentro, yo ya estaba con Hellen y los muchachos en Miami, nos invitaron a una cena en su apartamento, muy modesto, en Ocean Drive y la tercera calle de Miami Beach, en un hotel que estaba cayéndose a pedazos, pero que tenía precios módicos y que incluía las ratas.

Era casi de noche cuando llegamos allí con Hellen, y ellos nos abrieron la puerta y desde adentro nos recibió la música a todo volumen y la dominicana bailando mientras cocinaba.

En medio de la mesa de centro encontré una montaña de polvo blanco, el cual mire sorprendido, y mirando a Enrique le pregunté, ¿que es esto mi hermano?. Y Enrique, muerto de la risa me contesto, “perico, brother, perico, y del bueno”.

Esta de más decir que Hellen y yo nos despedimos inmediatamente de ellos, que con cara de sorpresa preguntaban que sucedía. Sacando a Enrique hacia un lado le dije, “mi hermano, yo te quiero como si fuéramos de la misma leche, pero es que no puedo hacer esto, bro, imagina que la policía nos cae aquí y nos lleva a toditos en cana, ¿qué hacen mis hijos?”. Y Enrique entendió, y no se ofendió. Y esa fue la última vez que los vi a ambos.

A veces me pregunto que habrá sido de ellos, pero es que, en aquel tiempo, la droga estaba en todas partes, y la vida era peligrosa en Miami.

En medio de los 90 esta ciudad fue considerada la más peligrosa del mundo, debido a la cantidad de turistas asaltados, y muchos asesinados en estas calles que supuestamente son de diversión.

Hubo una política muy seria del gobierno de Miami que limpio y volvió las calles más seguras. Y de a poco, el turismo volvió a crecer, cosa que a los que vivimos en esta ciudad nos gusta, pues los turistas pagan nuestros impuestos. Ese es otro secreto de vivir en Miami; los impuestos son baratos gracias al turismo y a los Millonarios que tienen residencia en esta ciudad. Y solo por eso, “I love rich people”.

Les pido, please, que vengan todos los ricos del mundo a invertir a esta ciudad. Mientras más malos estén sus países, más gente de recursos nos llegan y enriquecen esta ciudad.

Lo he visto a lo largo del tiempo, y así crecen los hoteles, y las tiendas, y los restaurantes. Y se construyen más casas de lujo, que, por supuesto, usa manos de obra local, incluyendo profesionales, técnicos y obreros. Y luego, los agentes de propiedades, notarios, abogados, y oficiales públicos que inscribirán las nuevas propiedades, junto a los innumerables agentes del orden y empleados que llenan papeles y cuidan las calles.

Ahora, no se puede negar la cantidad de gente sin hogar que pulula por sectores aledaños al turismo, y que ellos apenas notan, pero de acuerdo con las estadísticas, ellos son casi en mayoría, drogadictos, alcohólicos, y gente que por alguna razón desconocida rompen con el sistema. Entre estos últimos, los estudios demuestran que casi el 70% son profesionales que en algún momento fueron exitosos. He conversado con alguna de esta gente que vive en las calles, y me he llevado la sorpresa de encontrar personas que hablan varios idiomas, o que confiesan haber tenido dinero en algún momento, pero ya no quieren seguir con ese estilo de vida, prefieren las calles y sus libertades.

En La Florida no es mucho el problema pues el clima permite vivir al aire libre. Además, ese multiculturalismo es extraordinario. De idiomas, comidas y costumbres. Tengo amigos de la India, Rusia, China, Pakistán, Bahamas, Argentina y de muchas latitudes. Para qué viajar si las culturas están al alcance de la mano. Y todos vivimos en armonía.

El asesinato del médico de Cespedosa de Tormes

E

Pedro Rivera Jaro 

La Villa de Cespedosa de Tormes está situada sobre la antiquísima frontera de Castilla y de León, entre las provincias de Ávila y Salamanca, en la zona conocida como Alto Tormes, en referencia a dicho afluente del Duero.

La mayoría de sus pobladores son gente humilde que se dedica al cultivo de la tierra y a la cría de sus animales.

El día 10 de julio de 1912, don Leopoldo Soler, médico titular de Cespedosa, viudo y padre de una niña de tan solo cuatro años de edad, apareció en el lugar donde confluye la calle de Pablo Prieto y la plaza del Doctor Ramón Martín Frutos, desangrado por el corte que sufría en las venas y arterias del cuello. Allí lo dejaron sentado, quienes quiera que ejecutaran su asesinato.

Don Leopoldo procedía de una buena familia de la capital salmantina. Fue un estudiante brillante y destacó también en todas las actividades sociales. Reuniones, mítines, algazaras, contaban con su señalada presencia.

Se casó con Basilia Cáceres, hija de un reputado y bien considerado abogado y posteriormente en 1906 obtuvo la plaza de médico en Cereceda, de donde en poco tiempo pasó a Cespedosa de Tormes.

Muy pronto se convirtió en un personaje relevante en el pueblo, junto al Alcalde, el Sacerdote, el Juez, el Boticario y los maestros.

Cayó en gracia en el pueblo, al menos al principio, pero al poco tiempo eso cambió porque al parecer, según el rumor que corrió por el pueblo, cuando visitaba a sus pacientes femeninas, al parecer abusaba de ellas y para mayor delito, cuando veía al novio o al marido, no se recataba de decirles: “tu jugando la partida y mientras tanto yo, en la cama con tu mujer”.

Los varones del pueblo empezaron a variar su opinión del doctor, ya que su extendida fama de Don Juan, fue motivo de ojeriza y celos entre los varones.

La actitud del médico se agravó al fallecer su joven esposa Basilia, tras una corta enfermedad que la llevó a la tumba.

Tres meses después de enviudar, una niña encontró su cuerpo degollado y sin vida, sentado en la calle Pablo Prieto.

Avisó al hermano del médico, que residía en la misma casa de su hermano y éste avisó a la Guardia Civil.

Un periodista del diario El Adelanto de Salamanca, a quien llamaban El Timbalero, José Sánchez, con experiencia en otros crímenes anteriores, intentó obtener información, pero se encontró con un muro de silencio, como ya le había ocurrido antes al Juez Instructor, don José de la Concha.
Aparentemente, el doctor, era un hombre muy querido y respetado. Lamentaban mucho su muerte, pero nadie colaboraba en el esclarecimiento del crimen.

El juez optó por detener a nueve hombres y dos mujeres. Todos ellos entraron a los calabozos en un intento de disuadirlos de romper su silencio. Después de los interrogatorios por parte de la Guardia Civil, quedaron tres sospechosos principales presos.

El primero de ellos Ciriaco Hernández, apodado El Brujo, era el matarife del pueblo, que por su oficio sacrificaba ovejas, cabras y cerdos, cada día de matanza con su hábil mano, manejando los cuchillos, y conocía a la perfección venas y arterias, así como su localización para una muerte rápida y segura.

Todo esto unido a una mala relación con el médico, motivada por los comentarios que corrían por el pueblo y que hablaban de que la mujer de El Brujo, Gaspara, mantenía con el médico una relación a escondidas del marido, pero es sabido que estas cosas en los pueblos, son conocidas y comentadas, lo cual constituye motivo de burlas y cuchufletas, a costa del supuesto cornudo.

Como dice un conocido comentario castellano:” No siento que me pongan los cuernos, sino la risita que les entra cuando paso”.

El Brujo, había exigido aclaraciones, llamando a careo a Gaspara y a Don Leopoldo, y al parecer no quedó convencido de las explicaciones recibidas.

El segundo sospechoso, Pablo Vallejo, Pablines, en lugar de su esposa, se trataba de su hija, pero en este caso parece que el médico tenía la intención de casarse con ella, al haber quedado viudo.

El tercer sospechoso era Santiago Hernández, Chaguete, como acostumbran en Salamanca a llamar a los Santiagos.
Un testigo le ubicaba en la última noche con vida del médico, en una taberna del pueblo, diciéndoles a dos vecinos que había que matar al médico.

Aunque los interrogatorios se aplicaron con mucha dureza, los detenidos negaron su implicación, una y otra vez. Al final fueron puestos en libertad. Todo el asunto acabó siendo considerado un crimen colectivo, como ocurriera en la famosa obra de Fuenteovejuna, donde mataron al Comendador todos a una.
Durante muchos años, los médicos procuraban permanecer el menor tiempo posible en aquel pueblo, hasta que fue borrándose la virulencia del crimen de la memoria colectiva.

Nunca se llegó a saber por la Justicia la realidad de lo ocurrido, pero sí que existen comentarios de algunos naturales de Cespedosa de Tormes, que hablaban de que alguna familia del pueblo, siguió guardando un importante secreto durante varias generaciones, porque uno de sus miembros, había abandonado el pueblo, la misma noche del crimen al lomo de su mula, y nunca se desveló su destino real, aunque al parecer viajó hasta Tucumán, en Argentina, ya allí permaneció hasta la hora de su muerte, amparado en el silencio del pueblo, que consideraba justo lo que le aconteció a aquel señorito, que no se privaba de hacer su capricho, aún a costa del honor de los demás habitantes.

Hoy en día las condiciones y derechos son muy diferentes, pero entonces, las mujeres estaban mucho más desprotegidas, e igualmente sus familiares, cuando se trataba de personas humildes.

Protección contra palomas

P

Pedro Rivera Jaro

 Hace como veinte años, aproximadamente en 2002, por causa de mi situación laboral, o mejor dicho, por mi imposibilidad de encontrar trabajo como Economista, seguramente a consecuencia de tener 52 años y haber cursado solamente tres Máster, acepté dedicar mi esfuerzo a una labor comercial a puerta fría. Vender a puerta fría supone ir tocando en los timbres de empresas y casas particulares y ofrecer los productos de la cartera.

En ese momento yo ofrecía unas redes invisibles y unas varillas de 40 centímetros de longitud con una doble fila de alambres erectos. Ambos productos estaban pensados para evitar que las palomas durmieran y anidaran en los edificios que se querían proteger contra los excrementos de las palomas y de los daños que la acidez de las cacas de estos animalitos producen en fachadas y tejados.

Un día que estaba visitando en la calle Toledo, de Madrid, entré en una Iglesia y comencé a hablar con la sacristana , la cual me dijo que eso debería exponérselo a Don Jesús, que era el Cura Párroco de dicha Iglesia. Me dijo aquella señora que por favor esperase, porque iba a ver si Don Jesús podría recibirme para que se lo explicara a él personalmente.

Diez minutos más tarde volvió acompañada por el sacerdote, quién muy amablemente escuchó todo mi repertorio comercial orientado a convencerle para conseguir echar de la Iglesia a las pobres palomas. Cuando hubo escuchado todas mis explicaciones, Don Jesús, con una sonrisa de conmiseración me preguntó: ¿Sabe usted en que Iglesia estamos? Y sin darme tiempo a responderle, añadió: Esta es la Iglesia de la Virgen de la Paloma. Yo pensé inmediatamente que había metido la pata hasta el fondo, pero yo hasta aquel día no sabía que dicha Iglesia tenía dos entradas, una en la calle de Toledo, que era en la que yo me encontraba, y otra que yo si conocía que está situada en la calle de La Paloma, esquina con la de Isabel Tintero.

El buen Cura no podía admitir en su fuero interno eliminar las palomas que daban nombre al Templo, por mucho beneficio que hubiera conseguido para mejorar su aspecto exterior.

Una vez más comprobé que la vida nos da lecciones cuando menos las esperamos.

Marilu

M

Silvia C.S.P. Martinson

Traducida al español por Pedro Rivera Jaro
Ella atravesó el parque  lleno de gente, chicos charlando, algunos sentados al sol, hablando, bebiendo “chimarrão”, intercambiando besos y jurándose amor eterno, con el caminar relajado, para aquella que estaba acostumbrada a caminar.
 
Ella usaba pantalones blancos y una blusa azul suelta, era de tipo corto y esmerada confección y tenía abundante cabello castaño. Cualquiera que la viera de lejos pensaría que se trataba de una niña. Pero no era así.
 
Se sentó a mi lado en la bancada de la plaza y luego comenzó una conversación.
 
-¿Todo bien? ¡Bello día!
 
-¡De verdad! ¡Demasiado bueno para esta época!
 
Yo pensé: aquí tenemos otra pesada, solo para enterarse de mi vida. Si estoy casada, si tengo hijos, nietos. ¿Dónde vivo? E incluso si me quieren mucho…! ¡Gran equivocación la mía! 
 
Aquí en el sur somos muy reservados e incluso desconfiamos de los extraños, muy en contra de la cacareada hospitalidad sureña. El gaucho (personas que viven en Rio G. do Sul – Brasil) es un ser solitario por naturaleza, observador y atento vigilante con respecto a nuevas amistades y personas muy espontáneas.
¡
Genial! No era la chica que pensaba yo creía. Tal vez tenía 70 años. ¡Pero que 70! ¡Vive Dios!
Y con intimidad me ha dicho:
 
-¿Sabes tengo una hija que vive en Natal ¿Sabes dónde está eso? Esta casada y es hija única. Tengo una nieta con 16 años. Hace poco fui a  vivir allí, porque mi hija insistió mucho.
Estuve unos 6 meses y volví. ¡No me gustaba aquella gente! Pobre gente.  Tengo muchos amigos aquí. Con ellos salgo y me divierto. Soy separada. Tuve cuatro esposos o compañeros. Algunos amores, pero no estoy segura. Ahora tengo un compañero. A él no le gusta salir a viajar como me gusta a mí.
 
En ese momento yo ya estaba interesada en su historia y con gran curiosidad le hice una pregunta, con la idea de dar continuidad a mi narración.
 
-¿Y cómo te va? Le pregunté.
 
-¡Bueno, él incluso ve bien! Me ha contestado.
 
-Cuida de mis gatos. Tengo siete, porque yo adoro a los gatos. En mis viajes no quiere acompañarme el buen hombre. Su nombre es Airton (Como Airton Senna el piloto de Fórmula 1). Le gusta más estar en su casa y cuidarla bien. Cuando estoy de viaje, el guisa, lava y plancha la ropa. ¡Él es un amor! Me apasiona viajar. No permanezco mucho tiempo en ningún lugar. Me gusta vagabundear y yo siempre  fui así. Él lo sabe. No obstante fue una buena idea que vivamos en Natal, debido a que mi hija y mi yerno consiguieron trabajo en São Paulo. Tienen  una cadena de establecimientos para gestionar la administración de las empresas de sus clientes. Si no fuera de esta manera, tendría que permanecer en la anterior ciudad cuidando yo sola de mi nieta. ¡Ya me contarás! ¡Lejos de mi piso! Tengo un bellísimo piso, tengo mucha compañía, con mis gatos, con mis amigos y el pobre Airton. No he hecho una mudanza completa y de esta forma no muevo mucho equipaje.
 
Pregunté con alguna indiscreción: ¿Pero qué es lo que haces aquí?
 
Me contestó:
 
-Yo cuando me aburro de estar con Airton  en la casa, llamo a mis amigos y salimos a dar una vuelta y divertirnos. Bebemos, bailamos, vemos cine, paseamos por los centros comerciales y plazas, dependiendo de los días y según sea nuestro estado de ánimo.
 
Seguí animando, diciéndole: por cierto ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Fénix. ¿Y el tuyo?
 
-Marilu, es como me llaman. En realidad es la forma corta de María Luisa, pero como es más largo y complicado prefiero Marilu.
 
-Ok. Marilu. Encantada de conocerte.
Y ella continuó:
 
-¿Miras a ver ese caballero que pasó? Es mi conocido.
 
Él regresa. Espera… Habla.
 
-¿Hola, todo bien?
 
Ella contesta: 
 
-¡Todo bien!
 
Al saludarnos la miró con intensidad.
 
-¿Has visto? Él es parte de mis compañeros, pero contigo aquí estaba indeciso para llegar. ¡Él es un amor! Solo como yo.
 
¡Ah! He dicho al mismo tiempo que pregunto:
 
-¿Y entonces?
 
-Pero como te digo el Airton es un poco más joven que yo, pero no importa. ¿Verdad?
 
Ella no espera una respuesta y sigue:
 
¿Cuánto valen las afinidades?
 
Yo contesto:! Realmente Marilu!
 
Sus numerosos pendientes, pulseras, anillos y aretes llenos de piedras, hasta una gargantilla con una mariposa que tenía, brillaban bajo el sol de la mañana mientras se movía, señalando las joyas.
 
Las grandes gafas de sombra ocultaban parcialmente sus ojos y parte de las muchas arrugas que marcaban su rostro, debidamente disfrazados por una capa de base y polvo. La sonrisa era hermosa, los dientes bien mantenidos.  Habría sido una mujer muy hermosa cuando era joven.
 
Su espíritu estaba vivo, exudaba  alegría y temperamento determinado cuando hablaba.
 
La escuché.
 
-¡Mira allí! Ella dijo.
 
¡Aquí viene el pobre Airton!
 
Él llega, se sienta a su lado, sonríe. Dientes manchados de nicotina. Simplemente vestido. Más joven que ella, tal vez en sus cincuenta años. Susurran y ríen los dos.
 
Ella me presenta.
 
-Airton esta es Fênix .
-Encantado
Yo contesto:
-Igualmente.
 
Me he sentido de sobra allí en ese momento. El universo en esta hora giraba en torno de los dos.
 
Entonces les dije:
 
-Marilu ahora te dejo. Tengo compromiso, tengo que irme. Un placer conocerlo a vosotros, felicidad…
 
-¡Un placer Fênix. ¡Hasta cualquier hora!
 
Los dejé, cuando me di la vuelta ya no estaban allí. Caminaban a lo lejos, ella llevaba pantalones blancos ajustados, era una niña. Él cogido de la mano con ella, chaqueta en mal estado, zapatos rotos.
 
Estaban felices. Después de todo… Él cuidó bien de sus gatos y eso es lo que más importaba.
Por lo demás… Extraña figura era Marilu.
Valió la pena conocerla. ¡El domingo se salvó! 
 
El sol brillaba y seguí mi camino, quizás alguna nueva reunión interesante, he pensado, quién sabe…

Un marido infiel

U

Pedro Rivera Jaro 

Mi amiga Alicia es Diretora Comercial Executiva de una importante empresa multinacional del sector textil. Dentro de sus obligaciones laborales tenía que planificar el implante y desarrollo de la red comercial en otros países extranjeros.

Para ello tenía que desplazarse a dichos países durante plazos de tiempo, que se prolongaba hasta tres meses, y durante esos meses, ella pretendía que su madre se encargará de venir a cuidar del yerno, durante sus ausencias.

Su marido, el yerno de la señora, no tenía una relación demasiado amistosa con la suegra, y so-pretexto de no darla tanto trabajo, porque ya era una señora bastante mayor, convenció a su esposa de que lo más provechoso sería contratar a una señorita, interna, para su servicio y el mantenimiento de la casa.

Un par de semanas después de la marcha de Alicia, su madre se presentó en la casa del matrimonio, para comer.

Cuando al conocerla, observó que era una señorita joven, y muy guapa, no le pareció muy acertada la elección. Cuando terminada la comida, la suegra dio por terminada la visita, se marchó a su casa.

La criada recogió todos los platos, cubiertos y demás utensilios de cocina y los puso en el lavavajillas.

Al día siguiente, se puso a colocarlos en sus estantes correspondientes, y observó que faltaba un cucharón de plata con el que había servido la sopa el día anterior.

Al día siguiente lo busco por la casa sin encontrarlo, y comunicó la falta al dueño de la casa, quién le recomendó que volviera a buscarlo al día siguiente, porque seguramente, aparecería en cualquier rincón, debajo de algún mueble o así.

Al día siguiente lo estuvo buscando de nuevo, con el mismo resultado.

Volvió a decírselo al dueño, y este pensó en preguntar a su suegra por si lo había visto. Lo hizo y ella le contestó que lo había dejado en la habitación de la criada, debajo de la almohada.
Y acto seguido le preguntó a su yerno: ¿Dónde ha dormido todas éstas noches la criada?

La niñez

L

Carlos Boné Riquelme 

Trato de recordar el primer momento pasado con mi madre, y se me viene a la mente el hospital militar, donde ella estuvo internada por varios meses, y mi padre, yo de la mano, caminando por los lúgubres y amplios pasillos hasta una habitación donde la veo yacer en una cama de sabanas blancas, y mi primer impulso es saltar a la cama a abrazarla. Mi padre contiene el impulso, y me dice suavemente: “esta recién operada, Carlitos, no puedes moverla mucho”, y mi madre con una gran sonrisa en su rostro, me dice: “déjalo que se acueste al lado mío”, y allí me quede, acurrucado, sintiendo su olor que me penetraba suavemente por el olfato, y el hospital ya no parecía tan oscuro.

Estuve varios meses viviendo en casa de una hermana de mi abuela, la tía Aidé, quien me cuido como a un hijo, dejando solo maravillosos recuerdos en un tiempo que fue doloroso para la familia.

Mis hermanas desaparecieron, y nunca pregunté en casa de qué familiar quedaron, quizás con mis abuelos paternos. O maternos.

Mi siguiente recuerdo es caminando por Santiago de la mano de mi madre, y llegar a una esquina donde el trafico era mucho, y nos paramos frente a un estanco de revistas esperando cruzar en algún momento; y allí veo uno de los primeros números de la revista Condorito, y la imagen del pajarraco me queda grabada en la memoria. Y mi madre va y me compra la revista, la cual hizo las delicias de mi infancia, y me convirtió instantáneamente en fanático de Pepo. Dios lo tenga en su santa gloria; y con mi madre al lado.

Todas estas memorias son cortas, de segundos quizás, pero cada vez que rememoro me llegan los olores de las calles; de las casas, de la comida y las flores. Quizás también, el de la mantilla que colgaba siempre de los hombros de mi abuela. Veo a mis padres atravesando la alameda, solos ellos y yo. Entramos al edificio del club de oficiales, el cual tenia unos comedores iluminados por los enormes ventanales que daban a la alameda, y luego, el comedor principal que era grande y oscuro, y que solo una gran ventana, que daba a una especie de invernadero, o quizás jardín con piletas llenas de sapos, clareaba un poco.  Varias mesas esparcidas alrededor, y los garzones vestidos de impecable pantalón negro, con raya, y chaqueta blanca almidonada, que era en aquellos tiempos casi el uniforme en muchos lugares.

Recuerdo a mi padre comiendo erizos, y dejando que la arañita que viene dentro de su caparazón caminara por la lengua antes de triturarla entre el paladar y la lengua ante el espanto que se reflejaba en mi cara, lo cual daba espacio para risas de ambos, y para muchas preguntas donde ya no recuerdo las respuestas.

Mi madre vestida con un hermoso traje verde, y con su pelo cayendo sobre los hombros, mientras sus ojos no se despegaban de mi padre, el cual vestido impecablemente en su uniforme, se veía atractivo, lo que provocaba que muchas mujeres lo miraran.

Recuerdo, luego, a mi madre en lo alto de la escalera, en aquel enorme caserón de Valparaíso, donde nuevamente vi a mi madre después de muchos meses de ausencia.

Siento mi corazón latiendo rápido mientras corro escaleras arriba a sus brazos abiertos; y vuelvo a sentir la misma emoción que me hace apretar el pecho, y remojar los ojos. Asi son los recuerdos.

Hoy, mi madre partio con sus aciertos y desaciertos que plagaron nuestras vidas, no solo la de ella. Mi padre partio en ese viaje hace mucho mas tiempo. No se si encontraran en ese viaje que todos haremos algún día, pero ruego por que todos volvamos a reunirnos, y mientras tanto, los recuerdos los mantienen vivos en mi memoria, aunque sea solo por segundos.

Una caza perdida

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Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Se llamaba Luis Federico Guilherme. Vivía en una pequeña ciudad llamada Ijuí, en el estado de Rio Grande do Sul-Brasil, situada en las colinas de Rio Grande do Sul.

Mis abuelos, junto con otros colonos procedentes de Europa, se instalaron allí y compraron sus tierras porque en aquella época no era costumbre dar tierras a los inmigrantes.

Pero, como les cuento al principio de esta historia, los inmigrantes se instalaron allí, fundaron una nueva ciudad y trajeron consigo sus costumbres, habilidades laborales, idiomas y religiones.

Mis abuelos eran alemanes, o eso decían, porque era el único idioma que se hablaba en casa. Los conocí muy poco, ya eran bastante mayores cuando yo nací. Mi padre era el menor de 10 hermanos e hijo del segundo matrimonio de mi abuelo. Mis padres vivían en la capital, lejos de la ciudad de Ijuí.
Los viajes a casa de mis abuelos sólo tenían lugar a finales de año, durante las vacaciones de verano.

Recuerdo que tardábamos un día entero de viaje en el coche de mi padre, por caminos de tierra roja y mucho polvo, para llegar por la tarde muy sucios y con la cara cubierta de polvo, o si mi madre conseguía que parásemos en una gasolinera abierta, nos lavábamos las manos y la cara.

En cualquier caso, este viaje era siempre una fuente de alegría para nosotros y a menudo parecía una gran aventura.

Louis F. Guilherme, como yo lo recuerdo, era llamado Willy por los amigos íntimos. Estaba casado con Martha, la hermana de mi padre, y vivían en una de las casas de mis abuelos.
Toda la casa, incluidos los jardines y el garaje exterior, medía casi cien metros. Estaba muy bien situada en una esquina del centro de la ciudad, cerca de la plaza central, la iglesia luterana y la emisora de radio local.
Mi abuelo tenía una gran carnicería que abastecía a gran parte de la población de la época.

El idioma predominante en este pueblo era el alemán, que mis abuelos, así como mi padre y sus hermanos, hablaban con fluidez y escribían a la perfección.

Mi tío Willy era un hombre guapo e inteligente, era culto y también muy orgulloso. Había sido profesor de matemáticas.
Cuando le conocí, yo tendría unos seis o siete años, pero le recuerdo perfectamente por varias razones. Vestía bien, siempre con camisas blancas impecables, que se cambiaba dos veces al día por la suciedad roja que había y que se metía en todo. Era un hombre muy estricto en sus costumbres y los niños le teníamos cierto miedo.

Cuando volvía del trabajo, porque en aquella época ya era un gran empresario en el sector de la exportación de trigo, que era la principal producción de aquel pueblo y de aquella región, todo el mundo trataba de obedecerle.

Mis primos intentaban entonces presentarle sus trabajos escolares y tocar en el piano de la casa las canciones que habían aprendido y que les gustaban. Mis primos tocaban muy bien el piano. La educación musical era una prioridad en nuestra familia.

Bueno, pasando a otra cosa, el tío Willy era aficionado a la caza, que practicaba a menudo con sus amigos.

Tenía varias armas de caza que guardaba siempre bajo llave, engrasadas y cuidadas en un armario de la casa al que sólo él tenía acceso y cuya llave llevaba siempre consigo.
También tenía tres perros callejeros que había adiestrado para sus cacerías. Uno de los perros, el más bonito que recuerdo, se llamaba Pacha.

Pacha era un perdiguero de pura raza, blanco y marrón claro, de orejas largas, dócil con el resto de los niños, pero muy obediente a cualquier orden que le diera mi tío.

Cuando lo conocí estaba casi ciego, le lloraban los ojos constantemente y siempre estaba tumbado en el umbral de la puerta.
Unos años más tarde supe lo que le había ocurrido.

Durante una cacería en la que participaban mi tío y otros hombres, los perros persiguieron a la presa con ladridos cada vez más fuertes hasta que dejaron de ladrar. Mi tío ordenó a Pacha que avanzara, a lo que él no obedeció al principio. Entonces gritó enérgicamente ¡Vamos Pacha! ¡Vamos, Pacha! ¡Vamos Pacha!
Esta era la orden que Pacha estaba acostumbrado a obedecer sin vacilar para atrapar la caza entre los dientes y llevársela a su amo.

Me enteré de que Pacha obedeció, pero lo que llevó a su amo fue una serpiente de cascabel muy venenosa que le había mordido en el pecho.

Pacha la había matado, pero allí mismo se desplomó casi muerto por el veneno.
Desesperado, mi tío le dio el suero antiofídico que siempre llevaba a las cacerías e inmediatamente volvió al pueblo a buscar un veterinario.

Dicen que aquel día, por primera vez en su vida, sus amigos vieron llorar a Willy. Amaba a aquel perro.

Pasó el tiempo y mi tío no cambió su forma de ser y su costumbre de dominar a los demás, lo que supuestamente le trajo muchos disgustos de su familia en el futuro.
Pacha se recuperó, pero nunca volvió a salir de caza. Se quedó cada vez más ciego -a consecuencia del veneno de la serpiente- y se convirtió en un perro viejo y triste.

Mucho tiempo después supe que se escondió bajo una escalera en un rincón oscuro para morir.

Como amigo fiel y para no hacer pasar un mal rato a nadie, Pacha lo hizo.

Murió solo.

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