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Vacaciones en casa de la abuela

V

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Cuando éramos niñas lo que más nos gustaba era a final de año, después de Navidad, en pleno verano, visitar a mi abuela. Mis padres se tomaban unos días para descansar.

O íbamos a una casa que alquilaban en la playa, o íbamos a visitar a mi abuela paterna y a mis tíos y primos en la ciudad de Ijuí.

Ijuí se encuentra en el Estado de Rio Grande do Sul-Brasil y fue fundada por mis abuelos y otros inmigrantes alemanes que fueron allí a vivir y formar sus familias.

Creo que no fueron los primeros en llegar.
Cuando yo era niña esta ciudad tenía sus costumbres locales bien arraigadas y típicamente alemanas. Desde los hábitos alimenticios hasta el idioma que se hablaba habitualmente. Mi abuela murió a los 98 años hablando todos los días sólo su lengua materna.

Normalmente los habitantes eran de religión evangélica, seguidores de Martín Lutero, y en los oficios el pastor sólo hablaba alemán.
Mi padre hablaba y escribía alemán con regularidad, también porque había estudiado como interno en una escuela donde se preparaba para ser pastor.

Finalmente lo dejó todo y se fue a servir en el ejército brasileño a otra ciudad del Estado, donde conoció a mi madre y se casó con ella.
Supe por mi padre que hubo mucha persecución, en la posguerra, de inmigrantes alemanes bajo la sospecha de ser nazis.

Mi padre nunca quiso enseñarnos el idioma alemán, creo que por puro miedo, temía la persecución que, por desgracia, hubo en Brasil durante muchos años.

Las ansiadas vacaciones para ir a casa de mi abuela que, por cierto, era muy grande, cómoda, bonita y estaba situada en pleno centro de la ciudad fueron una verdadera epopeya. Hasta llegar allí pasaron muchas cosas.

Salimos muy temprano en la mañana en la camioneta de papá, pasamos por varios pueblos hasta que tomamos el camino que nos llevaría a Ijuí. En aquella época, la carretera era de tierra y no había asfalto.

La tierra estaba roja y el polvo lo penetraba todo, porque teníamos que conducir con las ventanillas abiertas, era verano, hacía calor y no había aire acondicionado en el coche. Cuando se acercaba otro vehículo, mis padres ordenaban cerrar las ventanillas para que el polvo no penetrara aún más.

Aquella región producía mucho trigo y otros cereales. Era hermoso ver los campos de trigo mecidos por el viento como las olas del mar, pero amarillos, casi dorados.

Mi tío, casado con una hermana de mi padre, era uno de los directores y propietarios de una gran empresa de exportación de trigo.

Al anochecer, cuando estábamos a punto de llegar, mi padre iba a una gasolinera que había a la entrada del pueblo para que nos laváramos la cara y los brazos en los barriles de agua que había fuera, para que no llegáramos a casa de la abuela como indios colorados, con la piel roja y además el cabello revuelto, ya que probablemente no nos había de reconocer después de 12 o 14 horas de viaje.

La abuela siempre nos recibía con gran alegría, aunque no entendiéramos ni una palabra de lo que decía, puesto que como he dicho se expresaba en alemán.

Lo que más nos gustaba era la habitación que siempre nos tenía reservada a mi hermana y a mí.

Las camas eran altas y tenían un somier de acero flexible, sobre el que se colocaba un colchón de crin de caballo y plumas.

Las cubiertas también eran de plumón de ganso y todos los días había que sacudirlas de tal manera que esas plumas no se situarán en un solo lugar, dejando las otras partes vacías y, en consecuencia, causando frío a quien las utilizaba.

Nos encantaban esas camas altas y flexibles porque éramos muy traviesas y lo que más hacíamos, para desesperación de mi madre y mi abuela, era saltar sobre ellas hasta casi tocar el techo de la casa que estaba situada a una altura considerable.

Mi madre y mi abuela gritaban a voz en cuello y a los cuatro vientos cuando nos pillaron in fraganti, para que paráramos, o de lo contrario un azote en las nalgas sería la solución.

Una vez rompimos una almohada que también era de plumas. Éstas volaron por toda la habitación y acabaron en la calle, delante de la casa, porque la ventana estaba abierta.
Mi padre, que siempre fue un bonachón, se ha reído mucho, mientras que mi madre, siempre tan estricta, sacaba la zapatilla para pegarnos.
Hasta el día de hoy recuerdo aquella maravillosa escena.
Está viva en mi memoria.

Mira Pirule, el perro labrador

M

Pedro Rivera Jaro

Cuando vivían en Pinto, Fermín y María con Cuca (Maruja), Rafa y Conchita, y comerciaban con pescado, surgió una oportunidad de arrendar la taberna que estaba junto a la pescadería, en la plaza de Pinto.

Por la tarde del día de Nochebuena de 1945, el Concejal de Pinto acudió a la pescadería de Fermín, para comprar pescado para la cena. Pero todo el pescado estaba ya vendido, y así se lo hizo saber Fermín. Pero había allí, sobre el mostrador un hermoso besugo, y el Alcalde insistió en que se lo vendiera. Fermín le dijo que ese besugo se lo había encargado otra clienta que llamaban La Rata, y no podía dejarla sin él. El Concejal se marchó enfadado con Fermín, pero Fermín era un hombre de palabra y aquel besugo lo había comprometido ya, de palabra.

En aquellos años de posguerra los Concejales eran todos declarados partidarios del régimen de Franco, y sus palabras eran ley para la Guardia Civil.

Fermín tomó en arriendo la taberna, aunque había otra señora que la pretendía. Aquella señora resultaba que era la amante del Concejal, (en aquella época le decían “querida”). Y el Concejal que no podía declarar públicamente su interés porque en el bar se lo quedara la citada señora, añadió otro motivo por el que tener ojeriza a aquel rojo, que era Fermín.

Los Guardias Civiles, fuera de servicio, paraban en la taberna y tenían buena relación con Fermín. Por esa razón, en secreto, le comentaron a Fermín que el Concejal estaba recabando informes de los antecedentes políticos de Fermín, y que aún sabiendo que era una buena persona, les iban a obligar a actuar contra él.

Fermín había sido durante la guerra de España, Comisario Político de las Juventudes Socialistas Unificadas y había pasado año y medio en prisión, pero nunca habían descubierto que tenía grado de Capitán, pues si lo hubieran descubierto, muy probablemente seguiría estando encarcelado todavía. Por todo esto, Fermín y María decidieron marcharse urgentemente de allí, y salvar la vida al menos.

Tenían un perro labrador de color canela, clarito, que se llamaba MIRA, que habían criado en la casa y al que los niños adoraban. Fermín arregló con un vecino y amigo de Pinto que se quedara con el perro, y cómo los niños no se consolaban de la falta de su perro, aquel hombre les regaló unos juguetes a los niños. Pero el perro escapaba y volvía a la casa de Fermín una y otra vez, de manera que el vecino tuvo que encadenarlo en su casa para evitar su fuga.

Una noche salieron a escondidas de Pinto, en un automóvil en el que transportaron sus escasas pertenencias. Y emprendieron una nueva vida en Madrid, en la calle María Guerrero.

Pasaron varios meses y un buen día Cuca volvía del colegio, y vio a lo lejos un perro que llevaba un señor, atado a una correa. Cuca pensó que aquel perro se parecía a su Mira, más aún, que era idéntico a su perro, pero más estropeado y más delgado. De pronto Maruja gritó con toda la fuerza de sus pulmones: MIRA PIRULE (Pirule le decía siempre la señora María cuando llamaba al perro para echarle de comer, el guiso de arroz y casquería). El perro al oír el grito de la niña, dio un fuerte tirón y se soltó de la mano del señor que le llevaba de la correa. Aquel animalito corrió hasta la niña y empezó a dar saltos y a hacer zalemas, sin parar. Lloraba de alegría aquel perrito, dando pequeños ladridos, como si llorara y se subía las manos a los hombros de Cuca y lamía la cara con su lengua. La niña lloraba de alegría repitiendo Mira, mi Mira Pirule precioso.

El perro se había escapado en Pinto y llegó hasta Madrid en busca de sus amos, y estaba famélico cuando le había recogido el señor que le llevaba de la correa, le había estado alimentando y le había llevado al veterinario, haciendo unos gastos que reclamaba a Fermín, cuando acompañó a Cuca, que lloraba por recuperar a su MIRA.

Después de cobrar la factura del veterinario, aquel señor que había visto claramente que el perro adoraba a aquella niña, dijo lacónicamente: El que da pan a perro ajeno, pierde pan y pierde perro.

Calma II

C

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

 Balanceándome y cantando...
Yo canto y balanceo
y cantando me encanto
con cuentos de hadas,
sílfides, duendes y gnomos,
que se pierden en los caminos
de la imaginación… de niña
que llevo en mí,
esa que soy aún así…
¡Cabecea y casi se duerme!
Y en la calma
de este mío canto
voy balanceando;
calmando al infante,
ese que no soy yo,
el que sujeto y abrazo.
Las sílfides, el hada,
las brujas, los gnomos,
se desvanecen en lo sueño
y… ¡se pierden en nada!

Tradición de Año Nuevo

T

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera Jaro 

Ese año sería diferente.
Pueblo de Ornaisons - Francia.
Un pequeño pueblo con mil y pico habitantes y algunas peculiaridades, diferente de los demás pueblos.
 
Allí vivían productores rurales dedicados a la viticultura, de cuyos viñedos se extraían uvas de cepas finas para la elaboración de vinos de gran calidad, tan apreciados en toda Francia. También producían buenas cervezas con la cebada cultivada allí. En menor cantidad, también se criaban ovejas y cabras para el consumo doméstico y para la producción de lana que, tras ser esquilada, se enviaba a las industrias tejedoras que, posteriormente, enviaban los bellos tejidos a las modistas para la confección de ropa y abrigos para el invierno.
 
Bueno, volviendo a la historia que nos contaron; ya no eran niños, habían crecido. Casi todos tenían entre 16 y 18 años. Se habían criado juntos.
 
De niños esperaban con ilusión la Nochevieja.
El día transcurrió con cierta emoción, tanto por parte de los adultos como de los más pequeños.
 
Los adultos prepararían la casa, las mejores ropas y la cena, que debería ser diferente de otros días y de lo que solían comer durante todo el año.
 
En Nochevieja, la cena, que tenía lugar a medianoche, consistía en carne de cerdo, ensaladas más elaboradas, vinos más finos y, por supuesto, postres más sabrosos de lo habitual.
 
Los niños y los adultos se bañaban antes y se vestían con más cuidado, como era costumbre, también porque en esta época del año allí es invierno.
 
Es costumbre desde antiguo que al amanecer del 1 de enero los jóvenes del pueblo salgan a la calle y recojan todo lo que se encuentra en los umbrales de las casas o jardines sin que el propietario pueda darse cuenta, y depositen los productos en el centro de la plaza local donde también se encuentra el ayuntamiento.
 
Los jóvenes partían al amanecer desde distintos puntos de la ciudad y cargaban con todo lo que encontraban y lo depositaban en el centro de la plaza.
 
Ese año fue excepcional que llevaran bicicletas, macetas, papeleras e incluso un coche que, con la ayuda de unos pocos, abrieron la puerta del conductor, desbloquearon el vehículo y lo empujaron hasta la plaza.
 
Los ancianos ya habían olvidado esta costumbre y cuando se despertaron por la mañana se dieron cuenta de que faltaban sus pertenencias.
 
Hubo un alboroto en la ciudad. La gente corría por las calles buscando lo que les pertenecía.
Cuando llegaron al centro de la ciudad y vieron la plaza llena de las más diversas chucherías, se quedaron asombrados. Y los jóvenes que permanecían a un lado, sonrientes, observaban las reacciones de los supuestamente perjudicados. Se les interrogó duramente sobre si habían sido los autores de las desapariciones, a lo que respondieron con el mayor aplomo:
 
- ¡No, yo no! ¡De ninguna manera sería capaz de tal maldad!
 
Pero lo hicieron entre sonrisas y miradas furtivas de unos a otros.
 
Sin embargo, lo más interesante ocurrió al cabo de unos minutos, cuando la gente empezó a recoger sus pertenencias. Fue entonces cuando se puso de manifiesto la torpe naturaleza del hombre.
 
Algunos pensaban que las pertenencias de sus vecinos eran más valiosas que las suyas y empezaron a argumentar que eran suyas. El caos se instaló definitivamente y los agraviados, tras reclamar sus derechos y no ser atendidos, pasaron a la agresión física.
Viejos amigos se enfrentaron, amistades se desmoronaron, personas que se creían honestas e íntegras dejaron caer sus máscaras por un simple jarrón de flores.
 
Todo esto sucedía ante los ojos estupefactos de los jóvenes que tenían en algunos vecinos e incluso familiares la representación de la más pura honestidad.
 
Esta fecha está grabada en la memoria y en los anales de la historia de este pueblo.
Y hoy, por precaución y por experiencia, los adornos, jarrones, macetas y otros objetos que se encuentran habitualmente en las calles y jardines se recogen después de la cena de Año Viejo, en el paso del 31 de diciembre al 1 de enero, dentro de la casa de cada propietario.
 
Olvidé decírtelo: Ese día también se rompió un compromiso que había durado algunos años.
Los padres de los novios se pelearon por una vieja bicicleta y no permitieron que sus hijos se casaran. La novia sigue llorando hasta el día de hoy, desconsolada, mal considerada y solterona. El prometido se fue a otra ciudad, se casó allí y tuvo un "montón" de hijos.
 
Se dice de pasada, y casi para terminar que fue uno de los líderes que planearon toda la broma. Aún hoy siguen diciendo, los que eran jóvenes entonces, que cuando salen a la calle y se encuentran con los que intentaron robarles lo que no era suyo, los identifican y les lanzan palabras como
- ¡Sé lo que hiciste!

Peligros de la infancia

P

Pedro Rivera Jaro

Fotografía del album familiar Pedro Rivera Jaro

No encuentro explicación a la manera en que los niños de mi generación (nacidos en 1950), pudimos sobrevivir al ambiente hostil en el que nos criamos. A los niños de ahora los mantenemos entre algodones, para que estén a salvo de cualquier peligro.

Nosotros jugábamos en la calle todo el tiempo que nos dejaban libres nuestras obligaciones, que para la mayoría de los niños, eran únicamente el colegio y los deberes que nos ponían los profesores. En mi caso particular, yo tenía deberes que me ponían mi padre y mi madre como eran cuidar de las gallinas, los conejos y las palomas, o hacer los recados de compra de alimentos para la casa. También tenía que ir a la fuente pública para acarrear el agua potable para guisar, fregar y lavar. En cambio el agua de regar el patio, el gallinero y el jardín, la sacaba de un pozo que había excavado mi abuelo Pedro, y que se encontraba en un rincón del patio, junto a la pila de lavar la ropa, antes de que llegara a casa la primera lavadora Hoover-Hogel.

Por último, todas las noches cuando mi padre volvía de trabajar con su camión, yo tenía que lavar los cristales de la cabina, los faros y los pilotos. También limpiaba y lustraba los cromados del frontal del camión Studebaker. Y los sábados por la mañana, tenía que barrer los patios y el garaje.

Pero, no obstante todo lo anterior, teníamos tiempo también para jugar. Desde que yo recuerdo, jugábamos al futbol, en unas tierras que existían muy cerca de la fuente pública, sin cansarnos nunca, mientras teníamos luz del día. Y jugábamos primero con pelotas hechas de trapos viejos atados. Luego juntamos dinero entre todos y compramos una pelota de goma. Por último formamos un equipo de niños y aportábamos una cuota de una peseta cada semana, hasta que pudimos comprar un balón; por fin un balón.

También jugábamos al escondite, al rescate, a dola, a pasimisí, al bote bolero, al peón, y a otros muchos juegos sobre las calles de tierra, sin asfaltar, de nuestro barrio.

La primera vez que bajé al río Manzanares con mi amigo Tomasín, para intentar coger ranas y peces, sin conseguirlo, al volver a casa con los zapatos, pies y calcetines manchados de barro y cieno, mi padre me descubrió junto al cubo de agua que había sacado del pozo para lavarme. Y después de darme unos azotes, me castigó y me prohibió terminantemente volver a bajar al río.

Como podréis comprender, él lo hacía para protegerme, y evitar que pudiera hundirme en las ciénagas de la orilla del río Manzanares, y ahogarme en ellas. Yo de aquella tendría como 5 años.

Por supuesto que, aún a riesgo de recibir castigo, a mí me encantaba bajar a jugar al río con mis amigos, todos mayores que yo, a cazar lagartijas, lagartos y culebras, que se criaban por allí, entre aquellos vertederos de escombros.

Como también en las cuestas de aquellas pequeñas montañitas hacíamos lo que denominábamos escurrideros, y con contrachapados o cartones, echábamos puñados de arena y nos deslizábamos sentados hasta el fondo de la cuesta.

Si al llegar a casa manchado de tierra estaba en ella mi madre, aunque me reñía, no me pegaba. Pero si estaba mi padre, era distinto, porque con aquella mano llena de callos de trabajar cargando el camión, que era como una piedra por su dureza, me daba en el culo. Decía que en el culo no me rompía nada. Pero lo cierto es que me dolía mucho.

Transcurrieron unos cuantos años y cuando yo contaba con unos doce , los juegos se fueron haciendo más arriesgados. Nos juntábamos tres o cuatro amigos y con linternas entrábamos por la desembocadura de los colectores del alcantarillado del subsuelo de las calles de Madrid. Recuerdo a uno de mis amigos que desconozco porqué, pero le llamábamos Tragamuelles, y era un chico que siempre tenía la sonrisa en su cara. Los colectores eran bóvedas con una pequeña acera en el lado de la derecha y un poco más abajo había una conducción por donde discurrían las aguas de las calles hasta llegar al río. Estas bóvedas medían kilómetros y nosotros las recorríamos hasta llegar al Puente de los Tres Ojos, a varios kilómetros de nuestro barrio San Fermín, en el sur de Madrid.

De vez en cuando veíamos ratas enormes que bien corrían por la acera, o bien nadaban en la corriente. Para nosotros era una aventura y descubríamos salidas con tapadera de hierro por la zona de Legazpi. Estas cosas nunca fueron del conocimiento de mis padres, que estoy seguro no me lo habrían permitido.
Unos cuantos años después, tres chavales entraron y fueron sorprendidos por una tormenta, que produjo un fuerte aguacero con su correspondiente avenida de agua que, inundando a gran velocidad y violencia los colectores, arrastró los cuerpos de aquellos tres chicos a muchos kilómetros más abajo de la salida. Y fallecieron ahogados.

Esto mismo podría habernos pasado a mis amigos y a mí. Y mi familia se hubiera enterado cuando ya no habría tenido remedio.
Otro día, para no hacerme pesado os contaré más aventuras de mi niñez.

Pequeño cuento

P

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Debe ser así . Y así es.  España, tierra de leyendas y de pasiones. De sus rocas, de su transparente y cálido mar es de donde se extraen muchas historias. Su ambiente es cómplice de muchos sentimientos mientras aquellos que no pueden contarse y han de olvidarse por los caminos inaccesibles de las rocas, a las cuales el aire se acomoda para esconderlos.
Tierra vieja de viejos amores.
 
SIGLO XVII 
 
Aunque Europa vive en pleno Renacimiento y en la  creación artística impera el Barroco, en España el siglo XVII sigue muy influenciado por las tradiciones medievales, marcadas por el fuerte apego al Cristianismo de esa época, a diferencia de las nuevas corrientes de ideas humanistas, cuya penetración e influencia ya se hizo sentir por el resto del continente europeo.
 
En este sentido la Iglesia Católica fue muy influyente y predominante en los países ibéricos, para que no adoptasen tales ideas humanistas, iniciando así  la fase conocida como Contrarreforma, reforzando sobremanera la cultura y la educación del pueblo.
 
Es entonces, precisamente en esta etapa, cuando nuestra historia comienza a desarrollarse, lo que curiosamente para algunos es poco probable que llegue hasta nuestros días. Sin embargo, para otros, es perfectamente aceptable.
 
Empecemos a narrarlo.
(Un pequeño asentamiento en rocosas sierras de España).
Un pueblo formado por campesinos y ganaderos criadores de ovejas y cabras.
(Un palacio medieval, y una familia rica, fanática y dominante).
(Una iglesia muy antigua, construida arquitectónicamente sobre los cimientos de antiguas mezquitas, templos levantados durante la dominación árabe).
(Dos jóvenes con diferentes educaciones, posturas y principios).
 
El nombre de ella era Zaida, pronunciaba hechizos, y sortilegios, hacía pociones medicinales para la salud, conocía los secretos de la tierra, del aire, del fuego y del agua, es decir de los cuatro elementos fundamentales.
 
Era hija de alquimistas y se le dio el conocimiento que conduce a la transformación de los metales y la transmutación y transformación de elementos y energías terrenales y universales.
 
Considerada una bruja en aquel tiempo, porque entonces las mujeres no tenían acceso a la educación y la ciencia era mal vista en el lugar donde vivía.
 
Sin embargo, cuando llegaban enfermedades, la gente del lugar acudía a ella para obtener ayuda de sus conocimientos.
 
España en esos momentos estaba muy retrasada, igual que el resto de Europa, en el campo de la medicina.
 
Zaida vivía en esa aldea española que estaba situada de muy cerca de montañas muy rocosas, en un valle semiárido, habitat adecuado a cabras y ovejas, con muchos animales de caza y también con serpientes venenosas, de las que ella extraía los fluidos necesarios para hacer sus medicinas y pociones, dentro de su hogar ubicado próximo al acantilado rocoso.
 
En este pueblo vivía , en su antigua iglesia, un párroco muy anciano, prior de la misma, que a pesar de las diferencias religiosas, entendía y respetaba los poderes y el conocimiento de la joven Zaida, la del cabello largo y los ojos verdes como las aguas del mar.
 
He aquí que el anciano párroco fallece y un joven sacerdote, culto y educado dentro de los parámetros de la iglesia católica española y en los mejores conventos de la época, destinados precisamente a educar niños de las familias más ricas, influentes y poderosas, como la casa de los propietarios del castillo del pueblo.
Su nombre, Luís de los Ríos.
 
Este joven sacerdote asume su cargo y, poco a poco, llegó a conocer más sobre las personas que allí habitaban, de sus historias y de sus costumbres, ya que él había sido educado casi sin tener contacto con la gente del lugar.
 
Luís tuvo desde la cuna la formación religiosa de la  época, los prejuicios y las limitaciones que su fe le imponía. Al conocer la existencia de una bruja en el pueblo, la persiguió y la denunció a sus superiores eclesiásticos.
 
El destino y la vida son sabios en sus propósitos y a veces crean situaciones insospechadas para los hombres que buscan su progreso y abren sus mentes a las verdades universales.
 
En aquel momento, las plagas y enfermedades eran letales para hombre, la mayoría de las veces, en gran parte por la falta de higiene imperante.
 
He aquí que Luís se enfermó. Todo el conocimiento médico y las medicinas que se dan a la población no obtuvieron éxito. 
 
Finalmente, en un intento por salvarle la vida, Zaida fue llamada a su cama. Ella aceptó con gran amabilidad el encargo de salvarle, sabiendo no obstante que le esperaba una feroz persecución por parte de la iglesia.
 
Ella siguió cuidando al enfermo y le aplicó sus pociones e invocó las fuerzas de la naturaleza que le pertenecían.
 
Pasó el tiempo y Luís fue mejorando gradualmente y fue recuperando sus fuerzas. Al mismo tiempo ayudados por la proximidad y convivencia, ambos jóvenes comienzaron a necesitar la presencia mutua sin darse apenas cuenta.
 
Se enamoraron. La gente se dio cuenta de ello, y condenándolo, lo comunicaron a la familia del sacerdote y a los superiores eclesiásticos.
 
Debido a que fue considerada una bruja e incitada por la poderosa familia del sacerdote que no admitió nunca esa relación, la iglesia persiguió a Zaida. 
 
Conociendo el destino que está reservado para las brujas, la hoguera, los jóvenes acordaron huir a un lejano lugar.
 
Luís debería brindar a Zaida apoyo y cobertura para que sus planes de fuga se cumplieran y su amor pudiera hacerse realidad.
 
Sin embargo, el día acordado, se sintió asustado y, presionado por su familia y su fe, huyó  para no acudir a la cita y dejar a Zaida a merced de sus acusadores.
 
Ella se sintió abandonada por la persona que tanto amaba. No obstante logró escapar por las altas y rocosas montañas y  al llegar al borde de un acantilado, echó una última mirada al horizonte, recordó a su amado, le perdonó mentalmente y pidió a la naturaleza  que le diera la oportunidad de encontrarse con él nuevamente, en tiempos pasados, o en tiempos futuros . ¿Quién lo sabe?
Señaló hacia el horizonte, alcanzó el borde del precipicio y se lanzó al vacío.
 
Se suceden los siglos y con ellos los nuevos encuentros entre los dos van ocurriendo, siempre llenos de pasión y reconocimiento intrínseco, no siempre recordados conscientemente.
 
Hoy depende de Luis, incluso si no lo recuerda, purgarse a sí mismo el sentimiento de culpa por la ausencia y el daño infringidos.
 
Zaida se adapta a las dificultades físicas que sufre por su elección y agresión contra la Madre Naturaleza. Por hora, en esta vida, viejos los dos se reencuentran, se reconocen y se enamoran de nuevo.
 
La vida continúa a su proprio ritmo…
 
Las rocas muy altas y viejas con el correr del tiempo, a veces, caen transformándose en arena, que se va a lo lejos por el aire tanteando.
 
Mientras tanto, los malos sentimientos también son como las arenas, pero con el tiempo se van perdiendo y cambian.

Mis ojos

M

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Mis ojos soñadores
son como las aguas marinas,
profundas, inescrutables.
Hay historias en ellos contenidas
de ilusiones que ha mucho,
muchísimo tiempo que yo he vivido.
Ellos ven más lejos,
y expresan innumerables esperanzas,
se alegran en la fantasia,
no viven del pasado,
se olvidan de las tiranías.
Saben sonreír sin palabras,
conocen de la alegría
de renacer cada día
para vivir, amar y ser feliz.
Son la luz que se derrama,
como las olas del mar
en las calmas, tranquilas
playas de la vida,
siempre a soñar.

Vivencias de un taxista

V

Pedro Rivera Jaro

Una hija del famoso locutor de radio y presentador de televisión Jesús Quintero, conocido como EL LOCO DE LA COLINA, que justamente hoy hace un año de su fallecimiento, ha escrito un libro, narrando muchas de las importantes entrevistas que realizó su papá, a personajes como Felipe González Márquez , Presidente del Gobierno español, Dolores Ibarruri, La Pasionaria, miembro muy importante del Partido Comunista de España desde los tiempos de la Segunda República Española , y otros muchos que sería prolijo enumerar aquí.

También recuerdo en los programas televisivos de Los Ratones Coloraos, personajes conocidísimos y popularisimos, como eran Juan El Risitas, Antonio El Perro o El Cuñao, o José El Penumbra.

Yo tuve el placer de conocerle en mis tiempos de taxista, porque le llevé en mi taxi desde el Aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid-Barajas, hasta la Estación del Ave de Atocha.  Él iba vestido con un elegante traje muy peculiar de color marrón claro, y tocado con un gorro de igual color, con doble visera trasera y delantera, que me recordó a los trajes que usan los monteros ingleses en las cacerías del zorro. Le acompañaba una señora que, yo interpreté, sería su secretaria, de mediana edad y elegantemente vestida, que no despegó sus labios en todo el trayecto.

Lo que me llamó la atención, fue el interés que mostró Jesús por conocer la situación del Gremio del Taxi, del cual manifestó ser cliente habitual durante los años en que, trabajando en la radio en Madrid, terminaba a altas horas de la noche.

Le comenté la situación provocada por la irrupción en el mercado del Taxi por las VTCS (vehículos de alquiler con conductor), que tuvo, y sigue teniendo, los efectos de una inundación, dada la falta de todo tipo de regulación de horarios, días de libranza, y otras normas que si regulaban milimétricamente la actividad del Taxi.

Una vez llegados a la estación de Atocha, Jesús me pagó la carrera y me regaló una gran propina, y una amplia sonrisa, que yo le agradecí ampliamente. Ambas, la sonrisa y la generosa propina.

A los pocos días recogí con mi Taxi a Santiago Segura, el creador de Torrente, que en aquellos días estaba presentando la obra Los Productores, original de Mel Brooks, junto con José Mota, en la Gran Vía.

Él iba acompañado de una señorita, y me solicitaron que les llevara al aeropuerto, donde querían tomar un avión con destino a Barcelona.

En la radio del taxi yo llevaba puesto un CD, y sonaba My Way, de Frank Sinatra, y les manifesté mi disposición a cambiar o apagar la música, en el caso de que no desearan escucharla. Santiago me demostró que es un hombre simpatiquísimo, y no fingidamente como se me han dado otros casos de famosos, que aparentando ser muy simpáticos, me demostraron todo lo contrario. Santiago me dijo que le encantaba Sinatra y empezó a cantar My Way.

Le comenté que unos días antes, había llevado a Jesús Quintero y, lo agradable, simpático y generoso que me pareció y, por supuesto, la propina que me había dado.

Cuando llegamos y me abonó la carrera, llenó sus manos con todas las monedas que pudo reunir, y, regalándomelas dijo entre risas: “Espero que hables de mí, tan bien como me has hablado de EL LOCO DE LA COLINA”.

Por supuesto que sí, Santiago, lo haré, pero no solo por la propina, que también, sino por tu enorme simpatía.

Recuerdos – Aceite de hígado de bacalao

R

Silvia C.S.P. Martinson

Traducido al español por Pedro Rivera jaro 

Cuando me levanté y tomé mi medicación por la mañana, media hora antes del desayuno, como me había recetado el médico, me vinieron recuerdos de mi infancia, no sé por qué.

Recuerdos de cuando éramos pequeños en mi casa, que tenía un gran patio lleno de árboles frutales y flores que a mi madre le encantaba plantar para embellecer sus rincones. Allí pasábamos los días jugando y haciendo todo tipo de travesuras.

Mi padre nos construyó una especie de refugio en un viejo canelo. Allí subíamos por una escalera que nos llevaba al enclave de gruesas ramas, donde había bancos para sentarnos y una mesa improvisada.

En este rincón del árbol jugábamos a las casitas, es decir, improvisábamos comida en latas que subíamos.

La comida estaba hecha de tierra húmeda, hojas de árbol y decorada con flores del jardín.
En nuestra imaginación infantil, las muñecas se comían toda esta comida y luego dormían en sus camas improvisadas.
Era un mundo de ensueño...

Otras veces jugábamos a juegos peligrosos, atando cuerdas a las ramas y bajando por ellas hasta el suelo, imaginando que, como el personaje Tarzán, estábamos en la selva.
Para nosotros, aquel patio, de casi 100 metros de largo y lleno de árboles frutales, era como un denso bosque lleno de posibilidades para aventurarnos en aquel paraíso nuestro.

En otra ocasión, imaginamos que estábamos en un circo y para ello atamos una cuerda de un árbol a otro, fuertemente anudada, y caminamos sobre ella así, como habíamos visto en un espectáculo circense.

Hubo muchas caídas y todavia hoy quedan cicatrices y dolores, las marcas de nuestras travesuras.

Mi mamá y mi papá trabajaron duro para mantenernos y darnos una educación digna, no con riqueza, porque no éramos ricos, sino principalmente con acceso a la cultura y a la educación, que en esa época era muy buena y se impartía en escuelas públicas bien conceptuadas, donde se tomaban exámenes rigurosos para poder asistir a ellas.

Bueno, en realidad, estos recuerdos me vinieron por la mañana mientras tomaba mi medicación matutina y pensé ¿por qué me ocurrieron?

Entonces recordé, también, que en aquella época sí que acabábamos enfermando.

Había enfermedades graves para las que ya existían vacunas, como para la parálisis infantil, la difteria y otras.

Sin embargo, en mi infancia, no sabría decir si por falta de vacunas o de recursos económicos, teníamos tanto enfermedades graves como normales, que podríamos decir que eran caseras.

Para las caseras, había varios remedios que mi madre conocía y aplicaba rigurosamente, por ejemplo: cuando nos dolía la garganta, hacíamos gárgaras con agua con sal y vinagre para hacer gárgaras y limpiar las amígdalas de infecciones.

Para la fiebre, nos metía en la cama bien tapados con mantas y nos daba té caliente con miel y limón y otra pastilla de aspirina para bajar la temperatura, lo que nos hacía sudar mucho, empapando la ropa, las sábanas y las mantas.

Creo que surtió efecto, porque la fiebre bajó y al día siguiente estábamos en vías de recuperación.

Pero lo que más odiaba, y lo que ella utilizaba a menudo para limpiar nuestros intestinos, era el famoso aceite de ricino, que actuaba como laxante, permitiéndonos expulsar elementos indeseables de nuestro cuerpo.

Según recuerdo, lo que realmente me disgustaba y me daban a menudo, porque era delgada y no me gustaba comer, era el llamado Aceite de Hígado de Bacalao. Solía correr por todo el patio escondiéndome para evitar tomarlo. Y cuando lograban atraparme y someterme a él, además de tener que tragármelo, recibía unos buenos azotes en el trasero para que aprendiera a no ser desobediente.

¡Cuánto se sacrificó mi madre para hacernos personas!

Mi padre trabajaba todo el día y sólo venía a casa por la noche.
Y hoy pienso que el aceite de hígado de bacalao fue efectivo...
Sigo siendo fuerte y sana, física y mentalmente, a pesar de los años que han pasado.
Mi madre tenía razón.

Los frutos de la higuera

L

Pedro Rivera Jaro

Cuando yo tenía como 12 años, más o menos, allá por el 1962, tuve una conversación con mi tía Cruz, que era la hermana menor de mi abuelo Pedro, en el maravilloso pueblo de Las Rozas del Puerto Real.

Era un día que habíamos aparejado su burra con su cabezada, su serón de dos senos, uno a cada costado, y con su cincha, y habíamos bajado a su huerto, en lo que llamábamos Arroyo del Valle, muy cercano al término de un pueblo vecino, Cadalso de los Vidrios.

Tenía un huertecito precioso con unas higueras que producían unos frutos riquísimos, que ella llamaba Cuello Dama

Tenía plantas de fresa, judías, tomateras, patatas, algunas cepas y algunos otros frutales, como ciruelos claudios, melocotones, guindos, etc. Según se entraba por una puertecita practicada en el murete de piedra seca o albarrada, que rodeaba todo el huerto, a mano izquierda había tres higueras grandes, y como a cinco metros de distancia, al frente a la derecha había un pozo de agua limpísima y fresca, de varios metros de profundidad y , con el cual regábamos el huerto, sacando el agua con una pértiga que se balanceaba arriba y abajo, en una horquilla que llevaba alojado un eje metálico y que llevaba un caldero de chapa galvanizada atado en la punta de la pértiga y en su parte trasera tenía atado otro cubo lleno de piedras que hacía de contrapeso cuando se elevaba el caldero lleno de agua, que se vaciaba donde empezaba el canalillo que llevaba el agua por su propia inclinación a los surcos del huerto.

Calculo yo que era un día de finales de agosto y estuvimos recolectando higos.

Las higueras tienen unas ramas flexibles que permiten acercarlas hacia el suelo para poder arrancar los higos y llenar las cestas de mimbre donde se guardaban. Ella me hacía un instrumento de una rama de árbol, que ella llamaba garabato, que no era otra cosa que una especie de gancho cortado justamente por encima de donde se juntaba la rama más gorda con uno de sus brotes.

Con ese garabato enganchábamos las ramas de la higuera y tirábamos hacia abajo, para llegar a coger los higos, que había que cortar sin arrancarles el pezón, que debía de quedar con el higo.


Estábamos en estas mi tía y yo, cuando le pregunté el porqué de que la higuera diera un primer fruto más grande que se llama breva y unos meses más tarde maduraban los higos, mientras que los otros árboles frutales que yo conocía solamente producen un fruto.

Ella se rió con la alegría que le producía el poder enseñarme cosas que yo desconocía y me contó una historia que a ella le había contado su abuela materna..

En los años en que Jesucristo y sus Apóstoles predicaban la Sagrada Doctrina por tierras de las riberas del Jordán y encontrándose cansados y sedientos, en un día de mucho calor, habían agotado sus provisiones de agua de beber, y solamente quedaba una calabaza llena de vino dulce que llevaba medio oculta San Pedro, y de la cual bebió éste medio a escondidas.

Obsérvole Jesús, y le preguntó: ¿Que bebes Simón? (Porqué era ese su nombre, antes de que Jesús le pusiera de nombre Pedro).

-Es vino Señor, ¿quieres probarlo?

Le pasó San Pedro la calabaza del vino dulce, y el Señor con la sed que tenía y el sabor tan dulcecito que tenía aquel vinillo, bebió con muchas ganas hasta que la dejó vacía. Al rato le entró a Jesús un tremendo sopor y se echó a dormir en una sombra próxima.

San Pedro pensó con temor que Jesús se había emborrachado y como consecuencia se había dormido. Y pensó que castigaría con su milagroso poder aquel líquido que le había derrumbado, y como consecuencia empezó a pensar la manera de que no maldijera aquel bebedizo que tanto le gustaba a él y las viñas que producían las uvas de las que se obtenía.

Cuando Jesús despertó, le preguntó a San Pedro que de dónde procedía aquel líquido que llamaba vino, a lo que le contestó que se obtenía del fruto de un árbol que se llamaba higuera. Entonces Jesús sorprendentemente le dijo con gran solemnidad:

- "Bendito sea ese árbol, que dé dos frutos al año".

Y desde aquel día la higuera nos regala las brevas como primer fruto y los higos como segundo fruto.
No sé si la leyenda es cierta o no lo es, lo que no podemos negar es que es muy bonita.

Nunca se me olvidó, y ahora me da mucha satisfacción contárosla a todos vosotros, al tiempo que recuerdo a aquella anciana a la que yo quería tanto, que era mi tía Cruz.

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